El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

25 mayo, 2010

Las medias y los fines


Nuestra relación comenzó como un intercambio estrictamente comercial. Ismael estaba sentado en un banco de la estación Chacarita del San Martín. Tenía a sus pies un cartón de vino al que le había cortado la tapa superior y sopesaba en sus manos unos zoquetes que acababa de extraer de una bolsa blanca de nylon cuando pasé a su lado. Imaginé lo que sobrevendría, pero no quería esperar de pie al tren que me lleva a mi trabajo, de modo que volví sobre mis pasos y me senté en junto a él, en el lugar que me dejaba libre el exiguo banco anaranjado.
—Amigo, ¿No querés ver unas medias?
La pobreza se arroba para sí el derecho consuetudinario de interpelarnos y romper el anonimato y la anomia con la que la clase media se acoraza y se aísla de la psicopatología de la vida urbana. Es notorio el esfuerzo de los pobres para que sigan existiendo espontáneas relaciones entre los hombres, aunque más no sean las de vender y comprar, las de dar y recibir. No lo hacen porque quieran sostener alguna dimensión de lo humano entre los mecanismos autómatas de la ciudad. Lo hacen porque no les queda otra.
—¿A cuánto las estás vendiendo? Pregunto con la astucia del comprador que sabe que el precio de la mercancía debe anteceder al interés por el producto.
—A quince los zoquetes y a veinte las medias, dice –y agrega– son náik, amigo. Y me pasa las medias. Cotejo los tres pares, nimbados por el aura que les confiere una pipa con forma de anzuelo. Las medias están contenidas en un packaging de cartón naranja y gris metalizado y prometen “Low Cut” “Combed cotton” “Reinforced heel and toe”. Tanteo el algodón entre los dedos: no creo que resista una visita al chino que me lava la ropa y me devuelve las medias con un agujero en el talón del tamaño de mi dedo pulgar.
Pago mis medias y el fin del acoso. Nos quedamos los dos mirando al frente, las vías vacías, de vuelta cada uno a los mundos paralelos que habitamos. En el paredón junto al terraplén alguien pintó una estrella roja y a su lado la inscripción: RECONSTRUCCIÓN GUEVARISTA.
De pronto giro la cabeza y le pregunto a Ismael si salen las medias.
—Y… para la cacerola saco, amigo.
Recuerdo mis viajes en el tren, el pregón incesante de la venta, como una cinta continua de prescindibles mercaderías que se anudan una a otra: libritos para colorear, lápices para pintar los libros, lámparas robóticas para pintar los libros en la oscuridad. Le pregunto si no se hace difícil vender en el tren.
—Yo no vendo en el tren, amigo, dice Ismael, como si lo hubiera ofendido, yo me voy para la zona de Retiro, Congreso, a veces Casa de Gobierno.
—¿Y la Policía Metropolitana no te jode?—No, la Metropolitana esta piola, la que persigue es la Federal, a veces se ponen malos y te quieren hacer causa por la ley de marcas.
—¿Ley de marcas?—Sí, te hacen causa y te retienen la mercadería. Yo con esto le doy de comer a mi esposa y a mi nena, no me meto con nadie, dice Ismael, pero se equivoca, porque se mete con Nike Inc, de Oregón y la Ley 22.362 (también conocida como Ley de marcas) sancionada y promulgada un 26 de Diciembre de 1980 durante la bonita dictadura militar, es clara: Será reprimido con prisión de tres (3) meses a dos (2) años el que ponga en venta, venda o de otra manera comercialice productos o servicios con marca registrada falsificada o fraudulentamente imitada. Hace 168 años, en los albores del capitalismo, un gurrumín Carlos Marx percibió que la legislatura renana condenaba a los campesinos sin tierra por recoger leña caída en los bosques de los terratenientes y escribió azorado: “los ídolos de madera vencen y caen las ofrendas humanas”.
Llega el tren, pero Ismael se queda “esperando a un amigo”, como en el tema de los stones. Le estrecho la mano y cuando gira la cabeza veo que tiene una mancha morada bajo el pómulo y el olor a vino que sale de la boca del cartón. Cada uno retorna a su realidad, yo a mi trabajo y mis neurosis y él a supervivir vendiendo sus medias de vida y esquivando a un Estado dispuesto a sacrificarlo en el altar de las pipas verdaderas, en defensa de una marca que promete una ilusión tan fraudulenta y vacía como el agujero de las medias que hoy llevo puestas.

Ariel Idez

17 mayo, 2010

La discriminación del trigo

Lunes. O martes. O miércoles. Noche. Tipo nueve. Tipo diez. Prendo la televisión. Me tiro en el sillón. Me acuesto en el sillón. Zapping. I-Sat. No. Solo cine mainstream. ¿Fútbol…? ¿Básquet…? Cine mainstream. En una de esas agarro Duro de Matar. O las de Jason Bourne. O… no, tampoco. Nada extremo. Quiero una-boludez. ¿Esto? ¿Estoy para comedia romántica? Le doy un trago al te de nosequé. Está bien. Esta cosa de ponerse grande y que te moleste el azúcar está mal, pero está bien… ¿qué dije? Soy un boludo… en veinte rajo. ¿Y esto? Hmmm… la pibita de… de… ¿cómo se llamaba…? ¡Ajj…! ¿Qué importa? ¿Alguien me está reclamando el dato? No. Perfecto…

¿Cómo se llamaba…?

¿Cómo…?

¡Adventurland! Divina. El pibe me cae bien. Lo anoto para película de Woody Allen. ¿Básquet? No. Con Manu afuera, no da… en diez rajo… ¡Qué se hizo Meg Ryan! No entiendo esta vocación por deformarse… debe ser esta cosa de querer gustarle a las mujeres, porque a los hombres… bah, qué se yo… por ahí a más de uno… unas arrugas de menos bien valen una sonrisa guasoniana de más… qué se yo…

Necesito-sostener-con firmeza-una-opinión…

¿Qué digo? Soy un boludo…

Ta linda la pendeja. Esto necesitaba. Apoyo la guitarra en la panza. Rasgo. Punteo. Soy Jack White. Soy Joey Santiago. Soy Jimmy Page y Jimi Hendrix. Soy un boludo.

Ta bien la película… ta mal la película, pero… bah: soy un boludo. Todo porque tengo una pendeja que me gusta y un boludo con el que identificarme… todavía estoy a tiempo de ir al cine. Todavía, si me paro en este momento, llego a… soy Coda, soy Daffunchio, soy… no puedo creer que no me salga este arpegio de mierda. Tengo la peor mano derecha de Vicente López. Tengo… ¡cómo te vas a quedar con Meg Ryan teniendo a mano a la pendeja…! Mierda… cómo necesitaba una comedia romántica…

Bué: otra noche sin sexo, drogas ni rocanrol… otro trago de te… frío, a esta altura. Otra imagen para la posteridad…

Puta: estoy emocionado. Soy facilongo.

Tengo una vida sin punch.

Debería… debería… irme a dormir…

Matías Pailos

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10 mayo, 2010

Receta de risotto

¿Te acabás de mudar solo y no sabés hacer ni un huevo frito? ¿Tenés gente a cenar y querés quedar como un campeón de metegol? El afamado cocinero Nacho M., rey del Mambo de Almagro, te enseña en nueve sencillos pasos como hacerle creer a la gilada que te criaste entre marmitas y sartenes. Ahí va:

******************

¿Risotto para dos? Vamos a hacer risotto de hongos -el plato de los príncipes.

1. ARROZ. Hacete una pequeña inversión y comprá arroz carnaroli en el
chino (marca gallo oro, 500g = 16 ARG aprox). Es el arroz para el
risotto. Si no hay, vamos con el doble carolina. El arroz se calcula
para dos personas o un poco menos.

2. HONGOS. Tenés que comprar hongos. Tus opciones son las siguientes:
champignones, portobellos y hongos de pino seco. Lo mejor es combinar. Si comprás hongos de pino secos (o cualquier hongo seco) los tenés que remojar en agua caliente durante 5 minutos. Los cortás como te gusten y los dejás separados.

3. CALDO. Preparas una buena olla con calditos. Mínimo litro y medio
mejor que sobre y no que falte). Le ponés calditos a gusto (que no
esté muy fuerte, pero tampoco una agüita. Igual si te queda sin gusto es mejor que que te quede fuerte porque al final siempre le podés agregar más). Una vez que hiciste el caldo lo mantenés hirviendo a fuego mínimo o lo dejás ahí y prendés el fuego cuando empieces a hacer el arroz.

4. CEBOLLA. Picas bien chiquita una cebolla tamaño mediana. La dejás
separada.

5. QUESO RALLADO y MANTECA. En algún momento rallás una buena cantidad de queso (200 grs aprox. puede ser un poco menos) y lo mantenés separado. Acordate de tener manteca en la heladera (100 grs es suficiente). Estas dos cosas las vamos a usar al final.

Hasta acá los pasos previos.

6. LA BASE. Con todo listo, agarrás una olla distinta a la del caldo y la ponés al fuego mínimo. Tirás un cacho de manteca (25. grs) y saltas la cebolla que picaste chiquita. Tomate tu tiempo, podés subir el fuego un toque para apurarla, pero tampoco queremos que se queme. Le podés echar un poco de sal fina para que la cebolla largue los juguitos. La probas y te fijás que no tenga gusto a acidez ni que esté crocante. Cuando esté casi lista, le tirás los hongos cortaditos. Los saltás con la cebolla, también con fuego bajo. Y le vas agregando de a poco el arroz. Y también saltás 30 segundos todo el arroz. Vas a ver que se pone medio trasparente porque chupa la manteca y el juguito.

7. EL CALDO. Una vez que tenés la base lista, vas a ir echando el caldo en la olla con el arroz con un cucharón sopero, y revolviendo en ochos con la cuchara de madera hasta que el líquido se agote, y otra vez, cucharón de caldo, revolver con la cuchara de madera el arroz en ochos, hasta que chupe todo el caldo, y otra vez, cucharón de caldo... ad infinitum. Subí el fuego. Pensá que cuando eches el caldo tendría que estar hirviendo y hay que mantener ese calor para que se cocine el arroz. Esto te puede llevar 20 o 25 minutos todo el tiempo haciendo ochos con la cuchara de madera. La idea es que el arroz suelte todo el almidon y te queda una pasta cremosa. Andá probando el arroz (después de los 10 o 15 minutos) para ver que tal está. Si le falta gusto, podés meterle medio caldito más ahí, de una. Si está duro, hay que seguir dándole al caldo y revolviendo. ¡Ojo! El buen rissoto se termina de cocinar en la mesa. Así que cuando lo saques, tiene que estar un poco durito por dentro. Igual, confiá en tu paladar, lo peor que te puede pasar es que se te pase un cacho.

8. MONTAR EL RISOTTO. Una vez que ya te quedó el arroz como te gusta,
apagás el fuego y le tirás el queso rallado y manteca a gusto (mucha
> > manteca, 50 grs por ejemplo). Lo revolvés con la cuchara de madera todo y listo. Podés echarle también un poco de pimienta negra o lo que se te ocurra.

9. A COMER.

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04 mayo, 2010

La última de Charlie Kaufman, otra vez

“Hijo de puta” se dice de muchas maneras, lo que significa que significa muchas cosas. En general, comporta la nota de exceso, mayormente en tono negativo, cuando no admonitorio. Por algún tropo cuyo nombre mis amigos me ayudarán a restaurar, también puede ser aplicado con el signo opuesto. Cuando se lo hace, suena parecido a “genial”.
Charlie Kaufman es un hijo de puta.

La última película de Kaufman es en verdad su primera película como director. Y, dicho sea de paso, no es muy diferente a las otras, en las que limitó su participación al rol de guionista.

Esto puede significar muchas cosas. Por ejemplo, que en el caso de estas películas, lo más importante es el guión, y no tanto las imágenes que se le adjunten.

Otra consecuencia es que, como pasa con Spregelburd, estamos frente a uno de los mejores escritores vivos, por más que sus obras pertenezcan a familias literarias degeneradas: obras de teatro y guiones de cine.

También podemos corregir la afirmación inicial del párrafo, y señalar que Kaufman gana cada vez mayor protagonismo. Al principio, solo era el autor. Pero con “El ladrón de orquídeas también fue personaje –por duplicado: el protagonista y su doble angélicamente diabólico. Bueno: ahora es director. Después será actor, productor, montajista, director de fotografía, maquillador, che pibe, después será acomodador, vendedor de entradas y proyector, después será el escenario, la pantalla y el cine mismo.
Tengo miedo de seguir la serie.

Era un lunes a la noche, con algo de plata y poco calor. Saqué el disco de Los Twist y me fue al cine, aún indeciso entre ella y Ironman 2. Como estaba pretencioso, me metí en la sala Kaufman. Pasaron los segundos y, acumulados, también pasaron los minutos. En algún momento un ñato las emprendió escaleras arriba y activó el proyector. Bajaron las luces y corrieron las cortinas. Cuando, a poco de empezar la película, el ñato rodó escaleras abajo, la cosa fue definitiva: estaba solo. Como dice estarlo el protagonista de “Todas las vidas, mi vida”, espantosa título elegido en reemplazo del “Synecdoche, New York” original (que tampoco es una de las ideas más notables que haya tenido nuestro director). Supongo que es el estado ideal para la película en cuestión.

¿Que qué es? Santiago Calori, al que mucho no le gustó, dio en el blanco al decir que, a poco de empezar, la cosa vira hacia un costado medio… David Lynch. Nuestro amigo Nacho no opina lo mismo. Dice que Lynch pertenece al mundo onírico; Kaufman, por el contrario, es pura lucidez y razón. Un poco aristotélica(pedorra)mente, podríamos decir que la verdad está en el medio. O, como somos poco jugados, diremos: los dos tienen razón. Kaufman explora una situación básica, evalúa todas las líneas de acción posibles… y las sigue todas. Después frena, recapitula: y vuelve a contar todo de nuevo. Después cambia de tema, solo para contarte todo de nuevo. Nada se pierde, todo se resignifica, y el relato avanza a golpe de silogismo. Pero el movimiento kaufmaniano básico es “el factor omega”, el pasaje de un infinito a otro de orden mayor: lleva las cosas hasta un límite, y cuando parece que no puede más, que solo queda más de lo mismo, da un salto hacia el vacío, llevándose a todo lo anterior consigo.

¿Que qué es? Es un homenaje a 8½, de Fellini. Como la película de Fellini, esta habla del autor, de sí misma (como película), de sus mujeres, de los sueños de la razón, del paso del tiempo, del amor encontrado, perdido y olvidado, de la relación entre padres e hijos, de la sexualidad conflictuada, de mil temas más que se lleva por delante con elegancia, superinteligencia y cuarenta vueltas de tuerca por minuto.

El tema: Uno y el Universo. El Autor y su Obra. Uno y el Universo en tanto Autor en relación a su Obra.

El tema es el mismo de siempre, quiero decirles. Hay un hombrecito neurótico, que es, en algún sentido, un creador, y que trata de llevar adelante su vida, su obra y algunos milagros. Como “El ladrón de orquídeas”. Como “¿Quieres ser John Malcovich?”. Como “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”, a todas las cuáles hace referencia a lo largo de la película. Estén atentos a los títulos que baraja para la obra monumental y eterna, el mundo dentro del mundo que el protagonista decide crear para (¿qué otra cosa, si no?) decir la verdad, la pura verdad –en tanto artista- acerca de sí mismo, de los demás, del arte y la vida.

Kaufman, entonces –todo esto fue para decirles esto que les voy a decir ahora cuando me termine de decidir-, es único en su género. Sí: es parte de una familia –no muy grande. Tiene un primo sudamericano en Spregelburd –aunque no lo sepa-, tiene un tío demente en Lynch, tiene un abuelo al palo en Fellini. Pero también tiene un hermano mayor suicida en David Foster Wallace. Habla acerca de la obra y habla acerca del hablar. Habla acerca de sí mismo y de su relación con el mundo. Habla de su cabeza y de sus sentimientos, pero siempre desde el enrosque, desde un giro más, una complicación suplementaria. Que te deposita al final de la película, uno maravilloso que te deja extenuado mientras el ñato vuelve a subir, las luces se encienden y el proyector se apaga.


Matías Pailos

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