El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

25 junio, 2010

Formas de no hacerse cargo

Ahora dicen que soy soberbio. Lo que faltaba. En realidad no usan “soberbio”. Más bien dicen “creído de mierda”.
… lo que faltaba…
¡No me van a quitar mi autoindulgencia, hijos de puta!
Es curioso –digo, por decir algo-: siempre consideré que el cóctel de timidez + inseguridad + introspección que me caracteriza no encajaba precisamente en el perfil de un creído soberbio de mierda.
… ahora que recuerdo, no es que lo dijeran como algo negativo, precisamente…
Bueno, sí: fueron mujeres. A los varones les soy más o menos indiferente.
Este podría ser un espacio adecuado para especular acerca de por qué las mujeres gustan de los tipos por las razones equivocadas. Podría, incluso, explayarme acerca de por qué todos gustamos de quienes gustamos por motivos que no pueden llevar a nada bueno.
Pero eso me aleja un poco de mi tema: yo mismo. Lo que, en algún sentido, refuerza esa idea de que soy un soberbio y un creído de mierda –pero solo porque confunden solipsismo & egoísmo & cortedad de miras con soberbia creencia en mierdosa condición. Yo no tengo la culpa si piensan con las patas.
Bueno: eso fue un poquito fuerte. Es que parece que no puedo medir. Hoy –justo hoy- mi psicóloga me dijo: ¿por qué lo hiciste? Es como si no hubieras medido las consecuencias de tus actos. (Ella es muy apegada a los modos convencionales de expresión, digamos, por decir cualquier cosa.) Yo: no, lo que pasa es que…
Sí, bueno: soy un egoísta del orto. (Noten las connotaciones anales de mi autorreferencia. Mmhh… sospechoso… propio de un obsesivo, ¿no?)
Bué: lo que quería decir es que si bien solía pensar que mi ego competía en fragilidad con el de Kafka, lo que en verdad pasaba es que mi perspicacia era ligeramente inferior a la de una hormiga. La desavenencia entre mi opinión y la del mundo sobre la misma cuestión (: eu) indicaba algo.

Bipolaridad del ego.

La cosa es sencilla: oscilo entre una muy alta y muy baja opinión de mí mismo. Dicho lo cuál debería retirarme a decir obviedades en privado. Pero vieron cómo es esto: los satoris (las revelaciones) son giladas. Nadie va a probar la última puta conjetura matemática de moda en un rapto de inspiración (no acompañado de años de sesudo estudio). Pero sí va a encontrarse eufórico porque ahora, ¡por fin!, entiende qué mierda le pasa y ¡por fin!, desde ahora todo va a ser diferente.
Donde ‘diferente’ significa ‘más o menos igual, hasta la siguiente revelación’.
Lo que me lleva a la siguiente pregunta: y ahora, ¿qué hago? ¿Me tomo una pasta para nivelar los desniveles? ¿Me la aguanto? ¿Me regocijo con el nuevo saber adquirido? ¿Escribo un nuevo post catártico?
Mi psicóloga dice que pifié. Que no debería haberlo hecho.
Creo que de momento más me vale hacerme el boludo.

Matías Pailos

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21 junio, 2010

¿Chile, campeón del mundo?

16 junio, 2010

Follow the leader


Hablemos de supermercados. Los odio desde que trabajé en uno de ellos. Pero esa es otra historia. Digamos que aborrezco, sobre todo, las grandes cadenas de supermercados. No soporto esas larguísimas colas, condimentadas por el malhumor de los viejos, la impaciencia de los niños y los amargos reproches de las parejas saturadas de rutina mientras aguardan que una cajera con menos alma que el monitor monocromo que indica los precios les haga pasar sus productos por el sensor al son del piiip, piiiip, piiip.


Suelo comprar en los minimercados chinos, que es como ir a hacer las compras a otro planeta. Adopté esta costumbre desde que me fui a vivir solo. Me abastecía de mis enseres en un minimercado al lado de mi casa (cuanto más próximo, mejor) que se llama Ma y Pa. Lo atendía un coreano que se hace llamar Christian y si eras hombre te saludaba afectuoso “hola pa” y si eras mujer “hola ma” y si ya eras cliente “hola papi” o “esperá que ya te averiguo precio, mami” y si eras de la tercera edad “hola abu”. El fiambrero se llamaba Sergio y sufría porque es guitarrista de hard rock y el trabajo con la fiambrera solía ocasionarle dolorosas tendinitis en las muñecas. Un día le regalé un disco de Deep Purple que selló nuestra amistad. De más está decir que extraño a Ma y Pa y que tras mudarme fui expulsado de esa tierra prometida de las compras amenas y caí al valle de lágrimas de los impersonales reinos de la mercancía.


Al recalar en el cuchitril que habito en la actualidad me hice habitué del Leader Price. Siempre fui adepto a los supermercados de descuento. El concepto que rige este tipo de emprendimientos es del de vender productos de “marca propia” que vienen a ser los mismos productos “Premium” que se compran en cualquier super pero a los que se les descuenta la inversión de marketing.


La inversión de marketing puede abarcar hasta el 40% del precio de un producto.


Y como yo no tengo ganas de pagarle el sueldo a Pancho Ibáñez ni a una trouppe de publicistas cocainómanos cada vez que adquiero una leche o un queso, he decidido comprar en supermercados de descuento siempre que tengo la oportunidad de hacerlo. Y de ser posible me gustaría que ni siquiera figurara la marca del súper; mi anhelo es un supermercado que se llame Supermercado, en el que se comercialicen mercaderías tales como un agua que se llama Agua, una leche que se llame Leche, una harina que se llame Harina. Aspiro a un supermercado al nivel de las cosas del hombre, no esas torres ciclópeas que ponen la secreción de la ubre de la vaca a la altura de estrellas titilantes sobre el rascacielos de la ideología.


Lo más parecido a ese sueño que he encontrado hasta la fecha son los supermercados de descuento. El problema es que no he tenido buenas experiencias con muchos de ellos. En el Día discount parece que el ahorro principal lo hacen con el servicio de limpieza. Además está el problema del cambio: un día en el Día hice una compra por $25, pagué con un billete de $50 y la cajera se me quedó mirando como si la hubiese insultado y me dijo “¿No tenés más chico? Y a continuación me demoraron cerca de 20’ hasta conseguir mis magros $25. El Eki es aún peor, no me gusta que me pregunten si tengo bolsa y después me la cobren. Una vez leí en un estudio de mercado que cuando la gente retira ella misma los productos de las cajas supone automáticamente que los está pagando más baratos y estos vivillos se aprovechan de esa creencia para vender muchas mercaderías al mismo precio o incluso más caras que los supermercados top.


Nada de esto me sucedía en el Leader Price. El Leader es una cadena francesa que nació en 1989 y uno de sus lemas es Des magasins à taille humaine, es decir “tiendas a escala humana” y esa humanidad, tan ajena a los hipermercados, se respiraba en el Leader. El super estaba siempre impecable y había un considerable espacio entre las góndolas para circular (no como esos atormentadores pasillos de los Día y Eki) las cajas estaban desocupadas y no había que hacer cola y en lugar de cobrarte la bolsa te regalaban una propia de tela y te hacían descuento sobre tu compra si la usabas. Los productos marca “Leader” eran tan buenos o (como el queso blanco) incluso mejores que los de las primeras marcas. Anchoas Leader, Arvejas Leader, Agua de mesa Leader, javones de glicerina Leader, ravioles Leader. Pero mi preferido eran los medallones de merluza, saludable y económica fuente de proteínas de pescado, el freezer de mi heladera estaba incompleto sin una de esas bandejas en su seno. También los clientes del Leader conformábamos una cofradía especial: siempre solos (NUNCA vi una pareja haciendo sus compras en el Leader) detectives, asesinos o víctimas de un policial negro haciendo sus comprar en el tiempo libre que deja la acción librada a otro personaje. Exiliados del capitalismo salvaje, nos reconocíamos sin recordarnos y nos saludábamos sin levantar la vista en nuestro ritual cotidiano de faire les courses chez Leader.


Hasta que una mañana, buscando en la góndola de lácteos la crema Leader me topé con una crema Eki. Ese hallazgo tuvo sobre mí el mismo efecto de distorsión en el orden del mundo que la entrada de Tlön con la que se topa Borges en aquel volumen de la enciclopedia Británica. Hice de cuenta que no había visto nada, cargué una crema Santa Brígida en el carrito y me dirigí a la caja, pero al volver la semana siguiente los productos Eki se habían multiplicado a costa de los de Leader Price y una semana después, llegó la frase fatal que tanto temía:

—¿Querés bolsa? –dijo la cajera.

La miré fijo a los ojos, era la misma cajera de siempre, morocha, cachetes y ojos grandes, labios gruesos ¿por qué me preguntaba si quería una bolsa? Entonces llevé mi vista hacia su corazón y vi que ahí donde tenía bordado el escudo del Leader Price ahora decía “Eki plus”.

—¿Cómo, no es más Leader Price?

—No –dijo la cajera– y me lanzó una mirada entre el agobio y la esperanza– ahora es Eki, pero igual nos dijeron que nos van a respetar a todos los puestos de trabajo.


El traspaso de un formato a otro, regido menos por el respeto al cliente que por la lógica capitalista de la liquidación del stock, fue paulatino: el Leader agonizó durante semanas mientras se desangraba en el goteo de cada uno de sus productos hasta que ya no quedó ni rastro del viejo supermercado. La semana pasada, sin embargo, tuve una revelación mientras hurgaba en la góndola de congelados. Aparté un paquete de jardinera y allí estaban, apiladas al fondo del freezer, las bandejas de medallones de merluza Leader Price. Como los mamuts o las momias andinas: el frío había conservado intacto un resto fósil del capitalismo extinguido (ya sabemos que en la temporalidad capitalista un mes equivale a una era geológica). Agarré todas las bandejas y con amorosa premura las metí en el chango. Al llegar a la caja y tras rechazar la oferta de bolsa le señalé las bandejas a la cajera “mirá, encontré una pieza arqueológica que prueba que acá hubo otro supermercado” le dije haciéndome el canchero. Entonces, la viejita que esperaba su turno detrás mío, otra solitaria exiliada, me aportó la segunda revelación de la mañana:

_Te las tendrían que regalar, querido, porque ya no son de ellos.

Me di vuelta y le di un beso a la viejita.


Pagué mis medallones de merluza Leader Price y ahora los atesoro en mi freezer como prueba concluyente de que un negocio a escala humana está destinado a un irremediable fracaso.


Ariel Idez

11 junio, 2010

No ti maquinés

Ante el inminente comienzo de un nuevo mundial, ya hartos de los falsetes del érase un hombre a unos rulos atado Bisbal, otra vez, no queda más remedio que ejercitar la memoria musical (apoyada por las campañas publicitarias que cooptan los sentimientos más genuinos para vender los productos más imbéciles) y remitirse a esa obra maestra de Benneto Nannini, Un State Italiana, la canción oficial de Italia 90.

Basta con escuchar ese solo de guitar hero que abre el tema para que se nos ponga la piel de gallina. Desde entonces, nada fue igual, a pesar del enorme bagaje musical de algunos países anfitriones ¿Van Halen en USA 94? No, apenas el penal pifiado de Dianna Ross a dos metros del arco en la ceremonia de apertura ¿Benjamin Biolay susurrando la tristeza de la pelota solitaria en la mitad de la cancha un domingo de lluvia en Francia 98? No, Ricky Martin moviendo la colita al ritmo de livin’ el fútbol loco. Y ahora, África, cuna tribal de la música misma, representada en ¿Las caderas batidas de Shakira? Le prendemos una vela cada noche a Seu Jorge para que componga el temita de Brazil 2014 ¡No soportamos más boludazos haciendo las canciones del mundial!

Supongo que esta tragedia se desencadenó el día que los organizadores delegaron la responsabilidad de la canción mundialista a manos de los analistas de marketing. Y éstos, tras un sinnúmero de análisis de mercado y focus group, acaban por proponer una canción a la medida del gusto de todo el mercado global, es decir, al gusto de nadie.
Ya quedaron lejos los días en que la Azzociazioni di Calcio podía convocar una figura pop local y encargarle esa crucial tarea -Eh, Nannini, ma’ componete una cancione mundialissta- y Benneto, a dúo con la chica de voz cascada, escribir y cantar una canción simple, emotiva, que hable de una justa de colores, del viento acariciando las banderas, de un estadio italiano, una aventura y más: que evoque noches mágicas llenas de goles y que explote en un estribillo pegadizo y termine bien arriba con el clímax de un grito de Gooooooool!

Comisión de fútbol del Mate Tuerto

10 junio, 2010

Hay cadáveres

2 de Febrero de 2006 – Borrador de respuesta a 2 Formas de leer de ZC

Fui, desde fines de mi pubertad hasta bien entrada mi juventud (es decir, durante toda mi adolescencia) un Lector Conquistador. Tras un período de indefinición bigámica, heme abocado a las transacciones que caracterizan al Lector Mercader. Así pues, puedo hablar con conocimiento de causa. Borges, como tantos otros (Sábato, por caso) solía encomiar la lectura por placer. Si no le gusta lo que está leyendo, déjelo. Es un buen consejo, por supuesto. Uno que caracteriza a la impronta mercantil que él preconizó, incluso cuando aunara esfuerzos por agotar la reserva de gestas medievales germánicas en oferta (presunta actividad conquistadora). Voy a ejercer aquí una módica defensa del ímpetu conquistador. El Conquistador topa a veces con libros en los que no halla la inmediatez de disfrute con las que se topara otrora. Otras, la lectura es un ejercicio de masoquismo. Está bien. Vale la pena, él, ella, lo sabe. No hay el placer que el tendero valora por sobre cualquier otro mérito. Sí hay, sin embargo, la satisfacción del deber cumplido, del estar más próximo al cubrir una zona, a tomar definitivamente una plaza, a comprender más acabadamente un cierto tipo de literatura, a agregar en su cuenta personal otro logro que a su vez arroja luz sobre logros (libros) pasados. Quizás no de con el placer que otros ven en ‘Almas Muertas’, de Gogol. Pero, tras su lectura, se ve más cerca de Dostoievski. Quizás crea que Schnitzler es un autor menor, pero ve cierta conexión entre este y Musil. Y Musil claramente no es menor. Podrá no siempre haber placer en el Conquistador. Pero hay placeres que el propio placer nunca disfrutará.

11 de Diciembre de 2007 – El momento justo

HAY LIBROS, DISCOS Y PELÍCULAS PARA DISTINTOS MOMENTOS. POR EJEMPLO: ANDREIEV, ONETTI, BERGMAN. ¿PARA QUÉ MOMENTO?

20 de Junio de 2008 – Intro lectura Hombres hombres y hombres

Voy a leer un post cuyo cadáver yace sepultado bajo meses y meses de archivos de otros posts igualmente difuntos, aunque más frescos. Si lo que se lea debe mantener, al menos, alguna relación relevante con el título de esta reunión, entiendo que este texto cumple esa condición con creces. Cumple demasiado bien. Habla demasiado obviamente de, desde y en medio de hombres. Varones, digo. En tanto parte constitutiva de un blog, este texto es clásico. Es convencional, digo, además de viejo. La opinión más firmemente establecida (o más sólidamente divulgada) hace de un blog estándar un artilugio confesional, terapéutico; un diario íntimo. A cuál de los tres referentes se parezca más el nene dependerá de qué interlocutor tenga en mente el autor: un cura, un analista, él mismo. Uno (y cuando diga uno debería más bien decir: yo), al escribir en un blog, tiene una imagen precisa del lector deseado: un lector cualquiera. Un lector numeroso, un lector que sea multitudes. Uno quiere que lo lean. Solo quiero que me lean. Que me lean mucho, que me lean adictivamente. Uno quiere saber que lo leen, pero usualmente basta con que se crea que se lo lee. Si además se está razonablemente deformado por la razón cuantitativa, leerá el número de lectores y el entusiasmo generado por el número de comentarios. Y como se querrá muchos comentarios, se optará por los tópicos, para servirnos del mote empleado por Natalia Moret, ‘hiteros’. El texto que voy a leer es hitero, es decir: pretende serlo.
Confesional, dije. La catarata de confesiones insta, aún a los espíritus más pertinazmente obtusos, a la reflexión. A la reflexión sobre las confesiones propias, también conocida como ‘autorreflexión’. Quién se es, qué se quiere, por qué se lo quiere, cuánto se puede, cómo se puede, cómo se quiere lo que se puede querer que se sea. El tema de la identidad personal es abordado, conquistado y arrollado. Lo difícil es sacárselo de encima. Tiendo a creer que, en verdad, es más que arduo soslayarlo. Así que ahí está uno, bloguero viejo, lidiando con este lugar común de la filosofía occidental. Parece más o menos natural pensarse desde el sexo; acaso lo sea un poco menos hacerlo desde el género. No para nosotros, hijos de esta cultura que ingerimos, procesamos y expulsamos, pero siempre reproducimos. Así que macho, dijo la partera. Macho, qué se le va a hacer. Hay múltiples formas de posicionarse con respecto a quién sea uno. Se puede elegir hacer foco en quién se quiere ser o en quién se es. Estas medidas suelen ser obviamente deficientes. La primera favorece la inacción, pues el ideal es difícilmente alcanzable, más bien imposible. La última es más ahorrativa: parte y concluye del status quo, del regodeo pretendidamente satisfecho en lo que se es. Nadie está tan contento con quien es. Prefiero hacer foco en una versión ligeramente mejorada de quien soy, en todo momento. Y soy, entre otras cosas, un macho sensible. Podría haber elegido otros trajes. Mi amigo Nacho, aquí presente, se piensa como ‘un Don Juan ético’. (No sé qué significa esto. Pero acá lo tienen, pueden preguntarle.) Un macho sensible es un Coco Basile que gusta de los documentales de Herzog. Es la Hiena Barrios que llora con las páginas finales de ‘Los Miserables’. Es un Puma entonando con lágrimas en los ojos un tema de Erasure.
Esto que voy a leer es eso, y está escrito por uno como esos. Que les sea leve.

Matías Pailos

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