El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

25 noviembre, 2010


Beatriz Viterbo Editora invita a la presentación de El Efecto Libertella de Marcelo Damiani (compilador). El libro incluye textos de César Aira, Ricardo Strafacce, Damián Tabarovsky, Laura Estrin, Ariadna Castellarnau, Martín Kohan, Jeremy Munday, Maximiliano Crespi, Martín Arias, Raúl Antelo, Ariel Idez, Alan Pauls y Tamara Kamenszain.
La cita es el sábado 27 de noviembre a las 19 hs. en Scalabrini Ortiz y Paraguay, en el Varela Varelita, el bar de Héctor.
¡Los esperamos!

22 noviembre, 2010


Este miércoles 24, a las 21.30hs en el Centro Cultural Matienza (Matienzo 2424, esq. Cabildo), habrá una nueva edición del ciclo de lecturas "¡No lo intenten en sus casas!". Esta vez, leen Ricardo Strafacce, Manuel Alemián, Mariano Abrevaya Dios y Aquiles Cristiani. Música a cargo de Esteban García. Los esperamos con los brazos abiertos (y libros a bajo precio).

12 noviembre, 2010

Gran Ensayo sobre Polleri

Hace unos meses el gran autor uruguayo Felipe Polleri visitó Buenos Aires, invitado por el FILBA, y decidimos aprovechar su presencia de este lado del Plata para juntarnos a charlar con él. Aunque no acostumbremos publicar entrevistas, decidimos compartir con ustedes las reflexiones de uno de los autores más interesantes de la literatura uruguaya contemporánea, poco difundido hasta ahora en nuestro país.


Felipe Polleri está fumando en la puerta del hotel NH, el lugar en el que se aloja durante su estadía porteña. El autor de La inocencia llegó a la ciudad invitado por el Festival de Literatura de Buenos Aires, para el que disertará sobre su obra, participará de una mesa sobre la nueva literatura uruguaya y será parte de un homenaje a su amigo Mario Levrero, pero por ahora chupa con fruición un cigarrillo que apresa entre dos dedos teñidos de amarillo por la nicotina. Pierde la vista en Carlos Pellegrini, pero es como si mirara otra cosa, más lejana o desviada de los autos que circulan con la parsimonia de un sábado soleado. Tiene una forma extraña de mirar, con la cabeza levemente inclinada hacia un costado. Una señora pasa y se lo queda mirando, le sorprende la postura de Polleri, ese aplomo y esa mirada que se pierde en un horizonte frustrado por los edificios, y tal vez piense que se trata de alguien importante, aunque no pueda descifrar su identidad. Polleri ni siquiera la advierte, está mirando otra cosa. “Vengan a verme al hotel, no me muevo de ahí”, dijo cuando se le propuso la entrevista. Salvo estas pausas para fumar y una breve excursión a las librerías de la calle Corrientes, Polleri no se desplaza del hall de entrada, donde ha montado su base de operaciones. No se trata de un escritor que requiera de muchas aventuras para poner en marcha su escritura. “Yo lo que trato de hacer en mis libros es trasmitir mi experiencia, en ese sentido me siento un escritor clásico”, dirá en la entrevista, ya apoltronado en los lujosos sillones del hotel. El problema es que la forma en que Polleri experimenta la realidad dista mucho del grueso de sus congéneres. Así, su infancia se trastoca en un edificio en el que “los propietarios no usaban ninguno de los dos ascensores: se tiraban del quinto piso y ni siquiera se mataban”, como narra en La inocencia, una de sus mejores novelas, o la biografía de Baudelaire se convierte en el motor de una novela paranoica y ensimismada en Gran ensayo sobre Baudelaire, que deslumbra desde el comienzo: “Soñé que había escrito una novela odiosa y odiada: la Ley me había condenado a muerte. Ya había visto la guillotina, esa alta puerta negra, en mitad de la plaza. Estaba asustado, claro; pero amaba cada palabra de esa novela monstruosa titulada: Baudelaire”. Estos dos últimos títulos parecen representar un nuevo paso en su carrera literaria, que se inició en 1990 con la publicación de Carnaval, a la que siguieron, entre otras, Colores y El rey de las cucarachas, que conforman su trilogía: “El Dios Negro”, reeditadas por el sello uruguayo HUM, también responsable de la difusión de la obra de Polleri en nuestro país.

OBRA

_Estás considerado un escritor con una voz muy personal ¿Cuál crees que es la característica más destacada de tu escritura?

Lo que trato de hacer –lo que siempre intenté hacer-, es buscar algún orden en el caos. El orden estético es un orden… posible. No será el orden de la realidad, pero bueno… en mis libros, busco sobre todo que mis partes más desconocidas para mí queden registradas, y que yo pueda volver a esos libros, y reconocerme ahí. Cuando tenés una identidad medio volátil, los libros te sirven para eso. Digo: estás fijado. Es una conciencia que se pierde casi instantáneamente. En cambio si lo fijás en un libro, no. Ya está ahí.

-Pero el Polleri de las últimas dos novelas no parece ser el mismo que el de la trilogía.

… Puede ser… estas tres novelas [Carnaval, Colores y El Rey de las Cucarachas], siendo diferentes entre sí, tienen en común cierto tipo de escritura. La última, acaso, es más onírica, pero el estilo es semejante. Con La Inocencia y Gran Ensayo, hubo un cambio que no termino de entender –porque yo no planifico–. Para Baudelaire… por ejemplo, había leído un fascículo, ni siquiera un libro (risas)… sobre la vida del tipo. Claro, yo tenía toda mi idea de Baudelaire, ¿no?

-Es parte del imaginario.

Claro, como parte del imaginario construido alrededor de Baudelaire… así surgió la novela, en forma muy libre, como La Inocencia. Fueron libros que además escribí, en relación a otros, bastante rápido… en meses…

ESTILO

-Decías que no te ves como un escritor de vanguardia, sino como alguien bastante clásico. Pero en tus libros hay procedimientos, al menos, cercanos a los que se encuentran en la poesía.

Sí, yo pienso que en última instancia son como poemas disfrazados de prosa. El yo es explorado mucho más que el argumento. Lo que importa es un yo que habla de si mismo en relación con el mundo. Es siempre esa primera persona que, de alguna manera se describe. Para mí la novela o la nouvelle, lo que sea, termina ahí. Cuando yo pienso que el personaje ya se describió, ahí corto. Como un poema, en última instancia un poquito más largo, pero donde lo que importa es esa primera persona, en el sentido romántico. Toda la literatura moderna es heredera del romanticismo. El yo contra o el yo en el mundo. Contra esa literatura en tercera. Donde existen los grandes relatos porque todavía es posible describir el mundo. El asidero, la única base que tenemos de la que podemos agarrarnos es lo que somos o a cierto código personal. Los personajes tienen ciertos códigos personales. No son interesados, pero tienen huevos, en el mal sentido de la palabra, pero tienen. Lo que les interesa es hacer bien su trabajo: escribir, pintar, lo que sea y muy poco más.

-Pero al mismo tiempo es como si te prohibieras ser aburrido.

Yo pienso que es el pecado que no se puede cometer. Podés hacer cualquier cosa, aburrir, no. Hay grandes libros que son aburridos y ya para mí no son tan grandes libros. Ulises, En busca del tiempo perdido. No hay nadie que escriba tan bien como Proust. El hombre sin atributos de Musil. Tenés que ponerle una voluntad que a mí me parece que es pedir demasiado. Vos podés decir sí, los rusos hacían lo mismo, escribían esos masacotes. Sí, pero no le hacían asco a nada para entusiasmarte y que vos siguieras hasta el final. Las otras no tratan sobre nada, son novelas sobre un día, las sutiles sensaciones de un niño, de un adulto. Si uno le planteara a Dostoievski o a Tolstoi una novela con eso te mandan a cagar. Tenemos que meter cuatro asesinatos, bofetadas sensacionales, cartas anónimas. Sabían como retener la atención del lector y eso para mí es muy importante. Yo considero que si el lector, con mis novelas cortas no quiere saber cómo termina, bueno, estamos en el horno. En mi opinión el mantener, eso sí, sin trucos bajos, la atención, es lo mínimo que se le puede pedir a un libro. Que no te aburra, que no digas esto es una pesadilla. No basta que esté bueno, querés que sea maravilloso. El tiempo es limitado.

LEVRERO

Cuando le consultamos a Polleri acerca de Mario Levrero, responde sin dudar Él era mi maestro”. Como Benjamín y Bataille, ambos se conocieron en la Biblioteca Nacional (uruguaya, en este caso) en la que Polleri oficiaba de bibliotecario y a la que Levrero asistía para la investigación sobre una revista llamada Peloduro que “como buena revista uruguaya, duró un solo número”. Al autor de La novela luminosa lo sorprendía ese joven empleado que accedía a todos sus pedidos de buen humor. Con el tiempo se forjó una amistad que se selló cuando Polleri se animó a mostrarle sus primeros textos: “Yo había escrito unos cuentos, donde más o menos ahí había encontrado mi voz, de alguna manera… pero me asustó. “Qué voz”, pensé (risas)… volví a escribir a la antigua, sosegada manera, y me dijo, “Esto no me interesa. ¿Vas a jugar o vas a escribir de verdad? Si vas a seguir haciendo esto, somos amigos, está todo bárbaro, pero no te leo más”.

-Te ponía en el camino.

Sí, sí. Él tenía una generosidad extraordinaria. Porque no solo me leía a mí: leía a Elvio Gandolfo, leía a Leo Masliah, leía a Pablo Casacuberta, leía a… yo todavía me sigo encontrando con libros, con manuscritos, que me pasan, y me dicen “este lo miró”, “este lo leyó Mario”. Te estoy hablando que murió en el 2004. Y me sigue pasando. Esa generosidad increíble lo hacía fundamental para todos nosotros.

-De todas formas las diferencias están a la vista. En tus libros hay un salvajismo que es difícil encontrar en Levrero. En particular, en el último Levrero.

Es que éramos muy amigos pero a la vez éramos dos personas muy distintas, ¿no? Lo que yo escribo no tiene nada que ver con lo que él escribía… Éramos dos personas distintas. Ahora con los años soy una persona encantadora (risas), pero me costó, me costó… pero sí, Mario me influyó muchísimo en cuanto a lo fundamental, que es el aliento… él era de alentarte. Y además, a sacarme los miedos. Los miedos de la exposición.

En cuanto a su obra que pasa es que él esperaba de la literatura –lo que me parece algo sumamente razonable-, al menos en esa etapa de su vida, el último Levrero… digo, la literatura era un fin en sí mismo, pero también era un más allá, era una terapia, en ese sentido, espiritual. Una purificación. En el sentido, si se quiere, más místico. Una exploración de lo sagrado, de lo luminoso, de…

-… de lo trascendente…

… y así es su última etapa… a partir de “Diario de un canalla”. Es un precioso relato que está en El portero y el otro. Lo escribió acá, en Buenos Aires. A partir de ahí, ya es otro Levrero… y después en El discurso vacío y La novela luminosa… pienso que es lo que todos buscamos de diferentes maneras según nuestras creencias… superar el momento de la pura negatividad.

A Polleri lo sorprende un tanto este reconocimiento algo tardío de su obra; él, que es un raro en un país de escritores “raros” tal vez no se esperaba el creciente interés que cosecha en las nuevas generaciones de escritores, plasmado en la reedición que la joven editorial independiente HUM viene haciendo de sus libros. Sin embargo, esta situación no lo paraliza, al contrario, ya tiene casi listos un par de nuevos libros para dar a la imprenta: “Tengo un libro de cuentos y uno que se llama “vida de los artistas”, que es otro libro de cuentos, bah, no son cuentos “típicos”, hay además una novela corta que no sé si saldrá este año con HUM y también otro librito tipo ensayo”.

-¿Cómo Gran ensayo sobre Bauldelaire o como “género” ensayo?

Noo, qué ensayo (risas) no, un delirio. Un ensayo sobre la máquina. Las máquinas que les ponen adentro a los tipos. Pero eso no se, está en veremos, me parece que lo voy a seguir escribiendo un poco más.

-En las máquinas y los delirios paranoicos y persecutorios de los personajes de tus novelas parece haber una cercanía con William Burroughs

Bueno, a mí Burroughs me fascina, así que con Burroughs hay una afinidad. Digo, mi vida comparada con la de Burroughs es un aburrimiento total y absoluto, pero sí, hay cierto funcionamiento paranoico de la cabeza, salvando las distancias, sí, es uno de los escritores que a mí más me gustan.

-Otro rasgo distintivo de tu estilo –en particular en las últimas novelas- es un sentido exasperado del humor.

En paricular, con Baudelaire, ¿no? Ahí me reí tanto, con las desgracias inventadas de Baudelaire. Y ahí también surgió, en los comentarios de los que la leyeron, que a veces cosas que parecen inventadas, le pasaron al tipo y otras que parecen reales salieron ahí en el divague ¡Pobre Baudelaire! En qué manos terminó. En la tumba no se está removiendo, está girando a mil revoluciones por minuto (risas). Pero bueno, él se expuso, una vez que publicaste estás expuesto. Cuando algún tarado, barrigón y barbudo escriba “Gran ensayo sobre Polleri”, me jodo. Una vez que te exponés cualquiera te puede tomar el pelo, estás jugado.


Entrevista: Ariel Idez y Matías Pailos

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07 noviembre, 2010

Tomala vos, damela a mí

Se viene la Revolución. La espero encerrado en el baño del quinto piso, entre escobas, baldes y lampazos. Ya me vomité dos veces. Ya me cagué por toda la eternidad. El camarada León me lo dejó clarito: no salgas hasta que te hayas echado el séptimo garco. Detrás del séptimo garco está la puerta que te va a convertir en un Hombre Nuevo, Super, en Todounrevolucionario. Abrila, que las vestales del hippomarxismo te van a sacar a mordiscones subversivos el traje de pequeño burgués cómodo, petulante y narcicista que todo estudiante de Filosofía esconde y, por fin, vas a poder entrar, desnudo, en el Reino del Proletariado.

Es el sexo día de la toma. Ya pasaron cuatro Asambles. La victoria fue cada día más contundente. Vamos a obligar al Gobierno Nacional Agente del Imperialismo Yanqui a torcer el brazo. Desde la Facultad de Filosofía y Letras, vamos a hacer caer a este sistema perverso, despótico y… ¿qué más era…? ¡Ah…! … no… ¡Ah, sí: ¡egoísta!!

León. No sé qué haría sin él. ¿Vos sos el pendejo que está enamorado de Victoria?, me dijo en la primera Asamblea. Me quedé sin palabras. Creo que empecé a temblar. Me dije: cagué fuego. Pero no, porque no sabía qué era cagar fuego, y lo que no se puede pensar no exis… digo (perdón), que León es el novio de Victoria –Vicky, para Juan Cruz, porque yo la conocí por Juan Cruz, en la primera clase de Antigua. Creo que él también estaba enamorada de Vic… toria. Pero a la semana la vimos en la mesita del primer piso con un barbudo como de 25, y Juan Cruz me dijo chau. Chau, me dijo. No entendía nada. Pero después la empezamos a ver siempre con él, y pensamos que estaban curtiendo, pero la otra noche me puse en pedo y le dije que la amaba, sí, un boludo, dije amaba, qué falsedad burguesa, amaba, y entonces en la Asamblea León me dijo vos sos el pendejo que está enamorado de Victoria, pero qué raro, pensé después, porque el noviazgo implica propiedad privada, pero no, me dijo el espíritu del último empujón al capitalismo tardío, te quedaste en el cuarenta y cinco.

Tercer vómito. Necesito que alguien apague la luz del sistema posmosojuzgador, así todo esto deja de vibrar. No puedo más. ¿Quién va a limpiar? ¡La Revolución! Se piensan que somos tarados, que creemos que la Revolución es fácil. Que alcanza con tomar un edificio. ¡Es solo el primer paso! Vení, me dijo, y fuimos a apretar a unos boludos que querían dar clases. ¡Egoístas! ¡Egoístas hijos de puta! ¡Egoístas hijos de puta, rajen ya mismo que los vamos a hacer cagar fuego… (por favor)! Éramos veinte contra uno. Un acto de cobardía, podrán decir. ¡Egoístas! ¡Agentes de la mala fe pequeño burguesa! No hay moral por encima de la Revolución, me dijo León, mientras me acompaña al patio, al fogón del aula 2. Tomá, dijo: la Quilmes es burguesía transnacional. El Revolucionario toma Palermo. Se piensan que no tenemos sentido del humor.

Así que vos el pendejo que se quiere coger a Victoria. Estábamos solos, en el cuarto piso. No tengas miedo, boludo. Estaba temblando. Decime, vos, ¿la pusiste alguna vez? Porque tenés una cara de Virginia espantosa. Un Revolucionario es un hombre hecho y derecho. No se puede ser revolucionario si no se coge. No hay excepciones. Vas a tener que tomar un curso acelerado. Decime, ¿no querés ir a una orgía?

Abrió la puerta del Instituto. Tres pibes –tres hombres, todos barbudos- le daban por adelante, por atrás y por abajo a una chica que se llama María. Sé que se llama María porque fuimos juntos al CBC, y es preciosa. Todos estábamos enamorados de María. Flaca, rubia, ojos hermosos. Todos, pero absolúta-mente todos. Nunca le hablé. Nadie se animaba. Todos, absolúta-mente todos. Hasta que llegó Victoria.

Detrás, tres chicas –más grandes, tendrán veinti… no sé… ¿veintisiete? Que se la estaban chupando a uno medio pelado, musculoso, que anda todo el tiempo con León, que cerró la puerta. ¿Querés coger? Tomá esto.

Me agarró del cuello. Suavemente, pero con firmeza. Abrí la boca. No tuve opción. Tampoco quería resistirme. No quería que pensara, no sé… yo soy todo un hombre. Un Revolucionario no usa agua, dijo. Tragá. ¿Qué podía hacer?

Tragué.

Eso te va a hacer ver las estrellas. Es un curso acelerado de Marxismo para casos especiales. Y ahí me largó lo de vomitar y me dijo lo del séptimo garco. Sentate, me dijo. Vamos a hablar. Cómo habla ese hombre. Las palabras son cosas en su boca. Escupe. Las palabras salen de su boca y empiezan a construir los cimientos de la Revolución en plena Facultad de Filosofía y Letras. ‘Victoria’ es la que cava más hondo. ‘Coger’ es la que da órdenes. ‘Vos’ va y viene. Concentrate, dice León. Quiero concentrarme. Quiere hacerle caso. Quiero hacer todo lo que me pida. ¿Lo ves?, pregunta. No se le mueven los labios. ¡Qué hombre! Lo veo. ¡Lo veo, lo veo! Son los Ángeles del Infierno, los Ángeles del Apocalipsis Marxista. El primero que baja es León, que me toma de la mano y me dice vení. Voy. Ir es ponerse de pie. ¿Ves?

No veo nada.

Acercate.

Me acerco.

¿Ves?

Inclinate. Miralo bien de cerca. Eso. ¿Ves? (No veo nada.) Inclinate más. ¿Ves? (No veo, no veo, no veo.)

Hasta que veo. Las estrellas. El empuje supremo de la Revolución, que desde atrás me tira para adelante, hacia el futuro. Y vuelve a empujarme, como si quisiera desgarrarme, como si quisiera abrirse paso por mis entrañas hacia la tierra prometida, hacia la abolición del proletariado y del mundo del trabajo esclavo, que para no empujar más tiene que empujar con todo, tiene que darlo todo, tiene que meterlo todo hasta el fondo, hasta que no entre más. Y entonces estallar.

Y lo vi.

Marx. El joven Marx. Su sonrisa escapa de la barba. Sus manos sostienen el cartel en el que se encuentra (lo sé) la clave de esta Revolución y de Todas las Revoluciones Definitivas. “Como dice mi abuela”, dice el cartel, “el que no coge se deja”.

Apenas tuve la revelación, la certeza, la muestra palpable de que no estoy solo, de que esto es real, de que basta con pedir lo imposible para que el pan se multiplique en actos, Marx, el joven Marx, me hizo una zancadilla, y León y el resto de los Ángeles TroscoMarxistas me llevaron en andas, por los aires, hasta el fondo del cielo. Que es oscuro como la tumba en la que yacen los instrumentos de limpieza. Me quiero sentar y no puedo. Hace mil años que me quiero sentar y no puedo. Ahí está. Ahí viene. El séptimo garco. El cuarto vómito. Imposible percibir la diferencia: no la hay. Despierto. ¿Qué hago? ¿Dónde estoy? No puedo mantenerme en pie. ¿Quién va a limpiar? O mejor: ¿cómo? Algo me molesta. Es la… puta… puta… ahí… ¡mierda! Si abro un poco más… ¡mierda…! Un último esfuerzo (un último esfuerzo, ¡por favor, Dios!), un último, un último (¡por favor!)… uffff…

¿Cómo llego la escoba ahí dentro? Recuerdos vagos, tibios, vaporosos. León que agarra la escoba y me hace mirar, inclinate, me dice, y mirá. Y entonces la escoba desaparece. Y antes de cerrar la puerta me da un papelito, muy parecido a este que tengo en la mano. Acá –lo sé- tiene que estar lo que explique todo esto. Lo abro y leo. No entiendo. Vuelvo a leer. Sigo sin entender. Esto requiere un esfuerzo supremo de concentración revolucionaria. Nada. Me concentro y me concentro, pero no hay caso. No hay caso, no hay mundo. No entiendo qué puede haber querido decir. No entiendo cómo alguien como él puede haber dicho (o escrito) eso de que “la victoria no se socializa”.

Matías Pailos

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01 noviembre, 2010

No lo intenten en sus casas, episodio 2


Se larga la segunda fecha del fabuloso ciclo de lecturas "No lo intenten en sus casas". En esta fecha, leen Mariano Dorr (autor del explosivo "Musulmanes", del cuál ya se habló en este ámbito), Marina Gersberg (poeta y editora de Pánico el Pánico, que sacó este año su "Bajar de un hondazo"), Pablo Farrés (del cuál tendrán más noticias en breve) y nuestro muchacho, Matías Pailos.
Tendrán, además, el acompañamiento de las proyecciones del filósofo, escritor y artista plástico Milton Laufer, y la muestra de fotos de Justina Díaz Legaspe, también filósofa. (Mucho filósofo, sí.)

El encuentro tendrá lugar este miércoles 3 de Noviembre, a las 21.30 hs, en el C.C.Matienzo, en Matienzo 2424 (esq. Cabildo).
Vengan. O vamos a tener que ir a buscarlos.

Por qué soy peronista

Primero, porque el peronismo le dio dignidad a la clase trabajadora (después se la quitó, con la anuencia de la misma clase, pero ese es un tema que el pensamiento político aún no ha resuelto). Segundo, porque mi abuelo fue dirigente sindical durante la gran década y mi viejo fue militante durante toda la proscripción, arriesgando su vida y su libertad. Tercero, porque conozco bien a los antiperonistas, conozco su clasismo y su racismo, sé cómo el peronismo desbarató sus mediocres sueños y no quiero formar parte de esa carpa ni ahí. Es conocida la pequeña pieza de Borges sobre un hombre que, meses después de la muerte de Evita, montaba en el Chaco o Corrientes el velorio de una muñeca rubia cobrándoles una módica entrada a los lugareños, que así presentaban sus respetos a la señora. La conjetura de Borges: Perón y Eva, héroes de una crasa mitología. Eso es lo máximo que alcanzan los antiperonistas en la comprensión del fenómeno: la buena gente ignorante, en busca de trascendencia semirreligiosa, engañada por un siniestro demagogo. Olvidan que el pueblo peronista no es ingenuo ni crédulo, al contrario, es taimado y pícaro, y se identificó con Perón porque vio en él la versión superior de esas cualidades. Menem tenia las mismas virtudes y eso cimentó la popularidad que le permitió convertir el PJ en el ariete de una política históricamente antiperonista, ya que todos los peronistas saben que no existe, no existió nunca, la ideología. El peronismo es el rizoma argentino y por eso los binarios, biunívocos, cuadrados cuadros de la izquierda y la derecha lo denostan por informe y poco riguroso, “populista”, dicen, pronunciando con la boquita fruncida esa palabra de puto. Están condenados a una perpetua frustración: sea cual sea el curso que tome el país, el peronismo, en alguno de sus sentidos y en todos a la vez, estará al timón.

Alejandro Rubio La garchofa esmeralda (Mansalva) pp 47-48.