Lo Coco
Pensé mucho tiempo en el título de este post, pretendiendo hacerme el vivo con el nombre del poeta Mauro Lo Coco y ensayé varias fórmulas al respecto: “Lo Coco no quita lo Valiente” “Lococó” “Lo Coco sí, boludo no” (cita incluida a Leónidas, tan afín a su poesía). Al final me di cuenta que su nombre (que está destinado a ser leyenda) soporta suficiente misterio por sí mismo, al punto que bien podría haber titulado alguno de sus primeros libros con su propio apellido, apelando a ese recurso tan afín a los grupos de rock. Recuerdo, al respecto, aunque no se si viene al caso, una banda llamada “Lo Bruno” y la inquietud que me producía la combinación del artículo neutro “lo” (artista exclusivo del castellano) con un nombre propio “Bruno” y la pregunta que me provocaba ¿qué será “Lo Bruno” de Bruno? La misma inquietud me produce el apellido de nuestro poeta, sumado a que el artículo se aplica al fruto de una palmera tropical. “Lo Coco” suena a promesa, a extracción, a desvío, algo le será sustraído al fruto del trópico para sernos presentado, aquí, en plena llanura pampeana. Esa extraterritorialización que el gentilicio le propina al producto de la palma caribeña es similar al tour de force que el habla cotidiana experimenta al pasar, trasmutada en poesía, a las páginas de los libros que firma nuestro autor. En Ricardo Gravitando (Del Dock, 2003), novela pampeana escrita en verso libre, hay una escena en la que Ricardo Cambiasso, alienado oficinista porteño se encuentra con Aughentaler, enigmático eremita de la Pampa y hay un tero un pato y perro, el cuzco “Caifás” que completan la escena y entonces:
“Caifás miró desconfiado y paró, se pegó al dueño sin sacarme la
/vista:
lo chirlaron y le hablaron bajo: déje joder.”
En ese punctum del poema me detuve, alcé la vista (alguien definió acertadamente el “punctum” barthesiano como ese momento en el que uno suspende la lectura, alza la cabeza y dice “qué hijo de puta”) y cobré cabal conciencia de lo que importaba (de importancia, pero también de importación) la escritura de Lo Coco. El tipo no decía al perro “déjese de joder” o “déje de joder” ni siquiera apelaba a la transitada fórmula gauchesca “déje e’ joder”. La solución era perfecta “déje joder” y mostraba al mismo tiempo el abismo entre lengua y habla salvado por la iluminación poética.
Este procedimiento, este extañamiento del habla en la lengua retorna, potenciado, recargado, en niño cacharro que acaba de editar Zindo y Gafuri. niño cacharro puede remitir, desde el título al niño taza de Osvaldo Lamborghini, aunque la falsa transparencia de la poesía de Lo Coco está en las antípodas del barroquismo lamborghiniano, así que descartamos esta referencia, también podría pensarse en la afinidad entre cacharro y cachorro (otra vez el perro: “déje joder”) y también, por qué no, con el niño cualquiera, niño garabato, niño inútil, desprolijo, cachivache, niño dos veces menor. Acá no hay narración, no hay banda, no hay orquesta. En un gesto ¿posmoderno? Lo Coco se saca de encima la tarea de contar una historia y al lector que busca un texto “con ganas de andar reflejando la vida” sujeto a “la pretensión de ver y de tener que ver”, como decía Literal, Mauro lo remite a los fichines, en esas pantallas con misiones, puntajes y bonus que coloca al comienzo y al final de cada parte del poema, como si delegara en los jueguitos electrónicos el devaluado arte de contar historias. Y sin embargo la cosa no es cualquiera, cuando no hay banda no hay orquesta lo que queda, lo que resta es el misterio y los poemas de niño cacharro desbordan misterio. En una primera lectura uno opta por los más “hiteros” como “oración matinal”:
arriba el sol su busto
el general el general
me conoce y vela por mí
reverencia
gracias por este día
que no me chupan los colchones
O, por citar otro, “oscar awards”
yo te conozco
mi general mi general
yo también
y entonces
¿por qué tanto susto?
De estos dos poemas tomados de distintas partes del libro puede extraerse la conclusión de que el general el general es un leiv motiv de niño cacharro y en efecto lo es (su presencia se multiplica en muchos otros poemas) pero eso no nos aclarará nada porque no hay claves de lectura que nos permitan desentrañar un sentido “oculto” como si fuera el premio que promete el juego de consola sino el límpido desasosiego de una superficie paradójica: cuanto más transparente, más opaca. Cuando Mauro Lo Coco lee sus poemas el auditorio suele reírse a veces a carcajadas, el público festeja la aparición de esos trozos sueltos de habla cotidiana, como en el final de “equilibrio tronco”:
push start button saltá
el pan medio kilo
a tu derecha
las mejores ofertas
yo te conozco Joao
o jogador polémico
Joao
a gambeta religiosa
¡llegaste a la cocina
te ganaste una
patineta y un cuarto de bofe!
mmm Varolio
la media roja donde estaba
en el baño
oh
ah
la verdad
no me la esperaba
gracias a esta producción
tan linda
que nos trató bárbaro
En esas lecturas de Lo Coco me parece que hay risas de reconocimiento pero también de desconcierto, esos fragmentos del habla cotidiana son los pedazos de loza del inododoro de Duchamp, exhibido como escombro y como ruina, en el museo del poema. Mauro no recoge esas figuras del lenguaje coloquial para tranquilizarnos en la identificación sino para inquietarnos en el extrañamiento y para operar la doble desterritorialización. Dibuja con los versos un poema que lleva inscripto en su superficie el venenoso lema: “ESTO NO ES UN POEMA”.
la junta médica: “yo no vi nada”
mameluco, agenda y alambre buenos
días
¿doctor? buen
día portero
la señora gorda no está
yo no poso
en la foto
instalar es caro
una noche duermo y dejo
todas las luces prendidas
así saben que hay gente
pero no estoy casi nunca
más de una hora
deberías aprovechar el bulo
uno o dos arreglitos
y la casa va como cascotazo
trajiste colchón
libros
¿calefón?
no funciona
hay gas sí
pasa nada , un mes
y esto va
como empanada
¿hay más habitaciones?
Montones
¿vos sabés de máquinas?
se trabó el rollo
vuelvo en la semana
no importa
Ahora Mauro Lo Coco se encuentra abocado a la composición de hits, aunque animados por el mismo espíritu per verso, que oportunamente llenarán un volumen titulado 18 éxitos para el verano, de probable salida para el mes de julio. La última parte de niño… una suerte de epilogo llamada “despostes” contiene una muestra de este estilo, en el que el autor se exhibe más sociable y, maestro en el arte de la poda, entrega notorios ejemplares de una épica bonsái. Me despido, para deleite de los lectores, con dos de mis preferidos de esta serie:
7. animales abandonados
son así, nunca se fían
de uno
podés intentar comida, palmaditas
tener una conversación
pero igual
tampoco esperes lealtad
no pueden
8. el coso nunca arrancó
nos vestimos y pusimos
la mesa
varias veces festejamos
que empezaba a funcionar
al final fue a ahí
y le salió una planta pobre
de las que nacen solas
se ve que no lo entendimos
era tecnología
Ariel Idez
2 Comentarios:
Leí "Ricardo Gravitando": un gol de mitad de cancha.
El post también está bárbaro (sigue la repartija de halagos). Buenísimo que empieces con la explicitación de lo que uno en general (el general el general) intenta: hacer el vivo. Y es cierto lo del procedimiento Duchamp. Pero Lo Coco cruza formulismos de tevé con declamaciones berretas con el registro de la cabeza que registra lo que ve en las góndolas con programas de concursos para ofrecernos algo más elaborado, como una pelota de trapo, o algo así.
Che lo de "loco sí, boludo no" es de Osvaldo y se lo dijo a su hermano Leónidas a raíz del confuso episodio de las Diez escenas del paciente, etc. Como ven, soy ñoña y además me leí el ladrillo de Strafacce. Che qué bueno el post
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