Un set por Rodrigo Rey Rosa
El Mate Tuerto se tomó un fin de semana. Sus integrantes partieron raudos de madrugada el sábado pasado y recorrieron los trescientos y pico de kilómetros hasta San Bernardo cantando a grito pelado “Don´t look back in anger” “Roll with it” “Some might say” y otros éxitos de los hermanos Gallager para el sufrimiento acústico de la copiloto, Momé, pero tuvieron la prudencia de ingresar a la ciudad veraniega bajo el bucólico amparo de Neil Young y su auspicioso augurio “Long may you run”.
En San Bernardo los esperaba Cobiñas, dueña de casa y C. F. que había sacado unos días de ventaja. De inmediato el staff del Mate Tuerto se abocó a las cuestiones más urgentes: vaciar las vejigas de un viaje sin escalas y abrir las mochilas y el apetito a la espera de suculentos fideos con tuco en desmesurada cantidad. Durante la cena Cobiñas mencionó la existencia de una librería sobre la peatonal donde había adquirido libros inhallables en Buenos Aires.
Tras el carbohidrático almuerzo los matetuertinos se dispusieron a realizar su primera incursión en las arenas bonaerenses. Nadie dirá de este colectivo que su defecto es la falta de previsión: cuatro reposeras, dos lonas, tres toallas, un par de paletas, cinco libros, un suplemento cultural y protector solar aplicado veinte minutos antes para su correcta absorción, formaron parte de los preparativos. Una vez en la playa se encontraron con un cuadro poco alentador: las hordas de la segunda quincena habían tomado posesión de la exigua superficie de arena. Nuestros héroes juntaron valor y se dispusieron a recorrer la playa hasta encontrar un sitio acorde a sus pretensiones, pero pronto comprendieron que ni la Marcha de los Cien años podría depositarlos en un rincón de arena limpia con menos de veinte personas por metro cuadrado.
Una vez instalados en la playa los matetuérticos desplegaron sus encantos, arrojáronse sobre sus reposeras y abrieron sus volúmenes: La bestia debe morir de Blake, The Buenos Aires Affaire, de Puig, El Caos de Willcock, El Mal de Montano de Vila Matas y Madame Bovary, de Flaubert se desplegaron entre multitudes de revistas siliconadas y suplementos de ingenio: una cruzada de las palabras en el reino de las palabras cruzadas. Por supuesto, nadie leyó ni una línea, ¿Para qué está la playa si no para la exhibición gratuita? La incursión al mar no arrojó mejores resultados: una fortísima corriente paralela a la línea de la costa arrastraba a los bañistas hacia la izquierda, como si se encontraran a comienzos de los 70’s, situación que Cobiñas y C.F. aprovecharon como innovadora fuente de ejercicio físico y Pailos y Zioso como gratuito medio de locomoción.
De regreso al caer la tarde se programó un asado y Cobiñas volvió a insistir con la librería de usados y saldos, donde había comprado, entre otros un libro de Rodrigo Rey Rosa, el escritor guatemalteco. Zioso dijo que lo conocía, puesto que había hurtado y leído Ningún Lugar Sagrado, además de las numerosas referencias e increíbles anécdotas que sobre Rosa contaba Bolaño en Entre Paréntesis. Pailos, que nunca había reparado en el nombre, empezó a prestar atención a la charla. Finalmente Cobiñas extrajo el libro en cuestión de un bolso gigante y todos lo examinaron. Zioso comprobó que contenía dos nouvelles y treinta cuentos, toda la producción de Rosa hasta el momento en que fue publicado, y se entusiasmó aún más. Esto despertó la curiosidad de Pailos, que pidió el libro como si tal cosa y al abrirlo se encontró con un epígrafe extraído del Cuaderno Azul de Wittgenstein, esto lo terminó de decidir: el también quería el libro. Cobiñas advirtió que, según su relevamiento sólo quedaba un volumen. No faltaba más para dejar planteada la contienda.
Zioso se ofreció para hacer el asado y debió luchar con una parrilla que recibía la fuerte brisa marina al punto de calentar las brasas a temperaturas dignas de un horno de fundición. Otro inconveniente se presentó al abrir las bandejas plásticas de carne y comprobar que el vacío estaba, literalmente, podrido, por lo que de inmediato se instituyó una comisión liderada por C.F. para reclamar en el supermercado Disco. Los buenos oficios de C.F. para defender una causa justa obligaron a las autoridades del súper a pedir disculpas casi de rodillas y entregar, como compensación un vacío que doblaba en tamaño al anterior y, sobre todo, no estaba podrido.
Una vez concluida la opípara cena en la que Pailos y Zioso se lanzaron chicanas de todo tipo acerca de quién se alzaría con el Rey Rosa, todos se emperifollaron y partieron al consabido paseo nocturno por “la peatonal”. Aunque más que paseo esto parecía una competencia de nado contra-corriente en medio de la marea humana. Las ocho cuadras hasta la librería se prolongaban hasta el infinito. Cuando llegaron Zioso y Pailos se abalanzaron sobre las mesas y los anaqueles ante la mirada espantada del dueño del local que temía un saqueo de famélicos culturales. Zioso y Pailos revolvían los libros como si hubiera una bomba escondida entre ellos. Después de un tiempo sin resultados Cobiñas restringió la búsqueda a un sector en el que, aseguró, había visto el libro por última vez. Los contendientes se zambulleron de cabeza sobre el reducto, Pailos optó por la estrategia fichero y Zioso por escrutar el título de los lomos. Finalmente Zioso hizo contacto visual con el libro, en la misma hilera que Pailos “fichaba”, y estiró la mano para tomarlo, entonces Pailos, advirtiendo la maniobra, aferró con todo su cuerpo el volumen y Zioso, estipulando que ya habían pasado demasiada vergüenza en ese lugar, rehusó la lucha cuerpo a cuerpo y se dejó vencer.
A la mañana siguiente todavía se discutía a quién correspondía el libro. Las reglas no eran del todo claras al respecto: Zioso lo había “visto” primero, e incluso lo había “tocado” primero, pero Pailos lo había “extraído” primero, lo había acunado entre sus brazos y en virtud de un “animal printing” a’ la Lorenz, reclamaba la paternidad.
Esta vez los Matetuerteros se condujeron a las arenas de Costa del Este, especie de “Cariló B” con playas más amplias y menos concurridas. Una vez ahí desplegaron su batería de artefactos playeros y Pailos se retiró con Zioso munidos ambos con sendas paletas de madera. Trazaron las líneas de una cancha de doce pasos por seis. Y Pailos decidió poner en juego su victoria pírrica:
_Hagamos un set por Rey Rosa.
Los contendientes iniciaron el juego y pronto se identificaron sus estilos. Pailos, desplegaba un juego agresivo, de saque y ataque a la red. Zioso jugaba pegado a la base, ubicando sus golpes desde el fondo. Pero las embestidas de Pailos y sus certeras boleas doblegaron el peloteo de su rival. Fue 6-3 para Pailos y la certeza de la pérdida definitiva del Rey Rosa para Zioso.
Una vez definido el pleito la jornada se desarrolló sin sobresaltos. Pailos tuvo tiempo para ejercitar el running, zambullirse en turno tarde al mar e incluso demostrar sus dotes para el arte figurativo al componer en la arena un monumento al Mate Tuerto, frente al que todos los miembros se fotografiaron con orgullo de artistas.
Los matetuérticos partieron al caer la noche, con la mano agitada de Cobiñas a sus espaldas y se dispusieron a afrontar la prolongada caravana de vehículos que emprendían el regreso por la misma ruta. En esta ocasión el tedio fue matizado con “In the getto”, “Suspicious Minds” y “Always on my mind” cantado con falsete elvisiano. Antes de llegar a Dolores Momé indicó un atajo que cruza un pueblo fantasma sumido en la oscuridad sobre una ruta de asfalto quebrado y animales muertos al costado del camino y que debería llamarse Edgard Allan Poe (el pueblo o el atajo, lo mismo da). El desvío aportó la cuota extra de aventura y emoción. Una vez ingresados en la ruta 2 no hubo más novedad hasta el retorno a los hogares.
Cedi Zioso
En San Bernardo los esperaba Cobiñas, dueña de casa y C. F. que había sacado unos días de ventaja. De inmediato el staff del Mate Tuerto se abocó a las cuestiones más urgentes: vaciar las vejigas de un viaje sin escalas y abrir las mochilas y el apetito a la espera de suculentos fideos con tuco en desmesurada cantidad. Durante la cena Cobiñas mencionó la existencia de una librería sobre la peatonal donde había adquirido libros inhallables en Buenos Aires.
Tras el carbohidrático almuerzo los matetuertinos se dispusieron a realizar su primera incursión en las arenas bonaerenses. Nadie dirá de este colectivo que su defecto es la falta de previsión: cuatro reposeras, dos lonas, tres toallas, un par de paletas, cinco libros, un suplemento cultural y protector solar aplicado veinte minutos antes para su correcta absorción, formaron parte de los preparativos. Una vez en la playa se encontraron con un cuadro poco alentador: las hordas de la segunda quincena habían tomado posesión de la exigua superficie de arena. Nuestros héroes juntaron valor y se dispusieron a recorrer la playa hasta encontrar un sitio acorde a sus pretensiones, pero pronto comprendieron que ni la Marcha de los Cien años podría depositarlos en un rincón de arena limpia con menos de veinte personas por metro cuadrado.
Una vez instalados en la playa los matetuérticos desplegaron sus encantos, arrojáronse sobre sus reposeras y abrieron sus volúmenes: La bestia debe morir de Blake, The Buenos Aires Affaire, de Puig, El Caos de Willcock, El Mal de Montano de Vila Matas y Madame Bovary, de Flaubert se desplegaron entre multitudes de revistas siliconadas y suplementos de ingenio: una cruzada de las palabras en el reino de las palabras cruzadas. Por supuesto, nadie leyó ni una línea, ¿Para qué está la playa si no para la exhibición gratuita? La incursión al mar no arrojó mejores resultados: una fortísima corriente paralela a la línea de la costa arrastraba a los bañistas hacia la izquierda, como si se encontraran a comienzos de los 70’s, situación que Cobiñas y C.F. aprovecharon como innovadora fuente de ejercicio físico y Pailos y Zioso como gratuito medio de locomoción.
De regreso al caer la tarde se programó un asado y Cobiñas volvió a insistir con la librería de usados y saldos, donde había comprado, entre otros un libro de Rodrigo Rey Rosa, el escritor guatemalteco. Zioso dijo que lo conocía, puesto que había hurtado y leído Ningún Lugar Sagrado, además de las numerosas referencias e increíbles anécdotas que sobre Rosa contaba Bolaño en Entre Paréntesis. Pailos, que nunca había reparado en el nombre, empezó a prestar atención a la charla. Finalmente Cobiñas extrajo el libro en cuestión de un bolso gigante y todos lo examinaron. Zioso comprobó que contenía dos nouvelles y treinta cuentos, toda la producción de Rosa hasta el momento en que fue publicado, y se entusiasmó aún más. Esto despertó la curiosidad de Pailos, que pidió el libro como si tal cosa y al abrirlo se encontró con un epígrafe extraído del Cuaderno Azul de Wittgenstein, esto lo terminó de decidir: el también quería el libro. Cobiñas advirtió que, según su relevamiento sólo quedaba un volumen. No faltaba más para dejar planteada la contienda.
Zioso se ofreció para hacer el asado y debió luchar con una parrilla que recibía la fuerte brisa marina al punto de calentar las brasas a temperaturas dignas de un horno de fundición. Otro inconveniente se presentó al abrir las bandejas plásticas de carne y comprobar que el vacío estaba, literalmente, podrido, por lo que de inmediato se instituyó una comisión liderada por C.F. para reclamar en el supermercado Disco. Los buenos oficios de C.F. para defender una causa justa obligaron a las autoridades del súper a pedir disculpas casi de rodillas y entregar, como compensación un vacío que doblaba en tamaño al anterior y, sobre todo, no estaba podrido.
Una vez concluida la opípara cena en la que Pailos y Zioso se lanzaron chicanas de todo tipo acerca de quién se alzaría con el Rey Rosa, todos se emperifollaron y partieron al consabido paseo nocturno por “la peatonal”. Aunque más que paseo esto parecía una competencia de nado contra-corriente en medio de la marea humana. Las ocho cuadras hasta la librería se prolongaban hasta el infinito. Cuando llegaron Zioso y Pailos se abalanzaron sobre las mesas y los anaqueles ante la mirada espantada del dueño del local que temía un saqueo de famélicos culturales. Zioso y Pailos revolvían los libros como si hubiera una bomba escondida entre ellos. Después de un tiempo sin resultados Cobiñas restringió la búsqueda a un sector en el que, aseguró, había visto el libro por última vez. Los contendientes se zambulleron de cabeza sobre el reducto, Pailos optó por la estrategia fichero y Zioso por escrutar el título de los lomos. Finalmente Zioso hizo contacto visual con el libro, en la misma hilera que Pailos “fichaba”, y estiró la mano para tomarlo, entonces Pailos, advirtiendo la maniobra, aferró con todo su cuerpo el volumen y Zioso, estipulando que ya habían pasado demasiada vergüenza en ese lugar, rehusó la lucha cuerpo a cuerpo y se dejó vencer.
A la mañana siguiente todavía se discutía a quién correspondía el libro. Las reglas no eran del todo claras al respecto: Zioso lo había “visto” primero, e incluso lo había “tocado” primero, pero Pailos lo había “extraído” primero, lo había acunado entre sus brazos y en virtud de un “animal printing” a’ la Lorenz, reclamaba la paternidad.
Esta vez los Matetuerteros se condujeron a las arenas de Costa del Este, especie de “Cariló B” con playas más amplias y menos concurridas. Una vez ahí desplegaron su batería de artefactos playeros y Pailos se retiró con Zioso munidos ambos con sendas paletas de madera. Trazaron las líneas de una cancha de doce pasos por seis. Y Pailos decidió poner en juego su victoria pírrica:
_Hagamos un set por Rey Rosa.
Los contendientes iniciaron el juego y pronto se identificaron sus estilos. Pailos, desplegaba un juego agresivo, de saque y ataque a la red. Zioso jugaba pegado a la base, ubicando sus golpes desde el fondo. Pero las embestidas de Pailos y sus certeras boleas doblegaron el peloteo de su rival. Fue 6-3 para Pailos y la certeza de la pérdida definitiva del Rey Rosa para Zioso.
Una vez definido el pleito la jornada se desarrolló sin sobresaltos. Pailos tuvo tiempo para ejercitar el running, zambullirse en turno tarde al mar e incluso demostrar sus dotes para el arte figurativo al componer en la arena un monumento al Mate Tuerto, frente al que todos los miembros se fotografiaron con orgullo de artistas.
Los matetuérticos partieron al caer la noche, con la mano agitada de Cobiñas a sus espaldas y se dispusieron a afrontar la prolongada caravana de vehículos que emprendían el regreso por la misma ruta. En esta ocasión el tedio fue matizado con “In the getto”, “Suspicious Minds” y “Always on my mind” cantado con falsete elvisiano. Antes de llegar a Dolores Momé indicó un atajo que cruza un pueblo fantasma sumido en la oscuridad sobre una ruta de asfalto quebrado y animales muertos al costado del camino y que debería llamarse Edgard Allan Poe (el pueblo o el atajo, lo mismo da). El desvío aportó la cuota extra de aventura y emoción. Una vez ingresados en la ruta 2 no hubo más novedad hasta el retorno a los hogares.
Cedi Zioso
11 Comentarios:
Tenemos que tener más cuidado porque la vez que viene sí nos vamos a agarrar a trompadas, tal cual sugería, siempre tan maternal, Cobiñas.
De Rey Rosa sí habia oído hablar antes, de tu propia boca, estimado ZD. Además, y por si fuera poco, Bolaño's Entre Paréntesis le dedica no una, sino dos entradas. Y sí: la mención al Cuaderno Azul terminó de convencerme, qué tanto. (Soy fácil.)
El registro de nuestro derrotero es casi fiel. Te recuerdo que yo estaba, ¿cómo decirlo?, borracho como una cuba (lo que no es una disculpa: sigo reivindicando mi conducta al filo del reglamente -tampoco somos monjas carmelitas). Te recuerdo, además, que quien tiró el 'el que gana el partido se queda con Rey Rosa' fuiste vos. (!Confiesa!)Yo sólo propuse que el partido tuviera forma de set. Siempre atribulado, tu amigo
Matías Pailos
Si bien la memoria a veces se acomoda al deseo, yo creo recordar que la propuesta salió de tu boca (lo que después de todo, te enaltece).
Entre paréntesis 1 ¿Viste la foto de R.R. en la solapa del libro? ¿No es idéntico a Dario Grandineti?
Entre paréntesis 2. Olvidé mencionar en nuestro derrotero que al caer la tarde del sábado Pailos y Zioso salieron a correr por la playa hasta un barco hundido y en el trayecto mencionaron todos los posts que nunca van a publicar (menos por censura que por haraganería).
Una pregunta: desde el momento de haber hallado el libro hasta el partido de paleta, ¿alguna vez cruzó por tu cabeza jugar el libro en contienda deportiva? Porque por la mía no pasó. Cito: "la memoria a veces se acomoda al deseo".
RR, en efecto, es allí un Grandinetti con pelo, y nos ofrece su mejor imagen tres cuartos de pelotudo en toda regla.
En una de las entrevista a Pauls que conectan con el post de playmobilhipotético, nuestro autor (AP) dice algo así como que Bolaño hace de cada cosa un mito. Hay algo de eso, ¿no?
Por último: recuerdo haber corrido hasta un barco encallado y hundido al que no se lo podía ver porque, tal como acotaste cuando ya habíamos corrido como cinco kms playa arriba, estaba hundido. Lo que no recuerdo eran los temas de esos futuros posts... !Decime que, al menos te acordás de los temas (!ni en que más no fuera de los títulos, dios!)!
Amigos, debe ser que hace dos días que me estoy enfrentando con 2666, pero que bolañista es esa actividad detectivesca por Rey Rosa. Y cómo disfruté leyendola. Han creado el mito: es el momento de que, bolañisticamente, tengan sexo con la misma mujer y vivan sus vidas como Rey (supongamos Pailos) y Rosa (supongamos Cioso).
Ya tuvimos
Y está claro que Pelletier soy yo.
Bueno, veo que otra vez llego tarde al reparto de papeles, así que me escojo a Morini, que ríe último (y qué de paso explica el porqué de mi derrota en la paleta).
Dichoso de Usted, Playmovil, que recorre esas páginas. No se puede no ser feliz leyendo 2666.
No te hagas el dolobu, acá no se puede elegir: vos sos Espinoza.
Por otra parte, la dicha del Playmobil está siempre al alcance de la mano, porque: siempre nos quedará la relectura.
Perdòn, no, pero si ya está ocupado Espinoza, ya que estamos quiero ser Augusto Guerra, el decano de Filosofia y Letras de Santa Teresa.
Necesitamos urgentemente una Norton
Bueno, Playmovil, nos ponemos en campaña para buscar a la Norton.
Ya esperamos que las candidatas nos envíen sus currículums.
Zed
Dejenme volver al post para agregar que, fiel a mi sentido de la oportunidad, dormí toda la aventura en Edgar Allan Poe. ¿Debo entender que en esa conducta se halla la cifra de mi existencia toda?
PD: ¿Norton Syrah o Norton Malbec?
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