El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

06 febrero, 2006

Las posibilidades abiertas por la tecnología

No tengo registros de mi primer recuerdo, a pesar de ser una persona memoriosa. Creo que es mi padre leyéndome… no: es de mi padre escribiéndome. Una tontería, una pavada (el mismo hoy día lo reconoce así), un desvarío ocasional. Sí: un cuento. Ya no recuerdo bien, me parece que era un cuento protagonizado por una rata, por una rata varón… que a la vez era policía… muy raro. Lindo, pero raro. Bah, tampoco lindo es un epíteto adecuado… interesante, diría. Tenía una vuelta de tuerca en el medio, un giro en el tipo de narración empleado. De una suerte de ‘estado de la cuestión’ del universo roedor devenía la crónica de la persecución de un asesino serial. Sí, bueno. Por ese entonces todavía le guardaba sincero afecto… ¿a quién quiero engañar?: lo amaba con locura. Era para mí lo único en el mundo, era él todo mi mundo, y yo existía a través de sus ojos y de sus dedos. Él subía especialmente para verme, y sólo subía para eso. Yo estoy instalado en el segundo piso de una vivienda de cierto lujo de una zona acomodada de la ciudad, con vista al río, por supuesto. Estoy en este momento, de hecho, viendo el río, algo revuelto. No lo suficiente. Por ese entonces sólo me escribía, pulsaba el teclado y escribía sin parar en las primeras horas del día, comenzando al alba y concluyendo a mediodía. Escribía, entonces, como una forma de gestionar su gloria futura, y siguió haciéndolo así durante años. Durante tres años, para ser precisos. Vuelta a vuelta también me visitaba en el transcurso de la noche. Veladas esplendorosas… ¿por qué miento? Eran pura lubricidad asechante. Era buscar y encontrar y acabar con adolescentes en minishorts a punto de ser penetradas por viejos destartalados, siendo vejadas hasta las orejas, jugueteando entre ellas y sus clítoris y tetitas. Eran intrusiones peligrosas, de las que frecuentemente salía malherido. Satisfecho (¡ahhhh!), pero doliente. Unas abominables bacterias se adherían a mis censores y entrañas y comenzaban a devorarlos, a cambiar los circuitos de lugar, a crearme disposiciones obsesivo-compulsivas y autodestructivas que yo nunca había tenido, a las que nunca, de motu propio, me hubiera sometido… ¿por qué miento? No lo sé. Pero sí sé que sabía a qué me exponía. Y me metía con gusto y deleite (vibraba de embeleso, me estremezco ahora de sólo recordarlo) a los cartelones y palestras en los que las borreguitas se exhibían, y lo hacía sin culpa (la culpa no existe)… incluso me mentía unos remordimientos sólo para que el goce alcanzase nóveles cumbres. Todo eso acabó. Papá dejó de escribir. Poco a poco, al principio, pero después de leerme, es decir, de leer en mí el séptimo rechazo de parte del comité evaluador de los concursos a los que remitía sus textos a contender, abandonó las correrías matinales de trabajo, y sólo recurría a mí al oscurecer. Más de una vez acompañado de una bebida blanca con un gusano adentro, nunca supe si real o de plástico. También indagamos sobre esto: mezcal se llama. Entre adolescente en pelotas y adolescente en pelotas, papá recolectaba información sobre un aficionado a esta bebida, un inglés, un escritor, hasta que dio con el dato que buscaba: había quedado impotente. ¡No! No papá: el escritor, el inglés. Abandonó la bebida en el acto, y yo creí que era una suerte. También me abandonó a mí, al menos por un tiempo. Luego volvió: ahora las investigaciones las hacíamos durante el crepúsculo. Ya no más adolescentes. Ahora no importaban las edades: jóvenes, madres, viejas. Niñas. Chiquitas aprisionadas con sogas y esposas, morochas y rubias y pelirrojas treintañeras fustigadas con látigos, obligadas a comer mierda, abuelas sometidas a interminables sesiones de picana. Eso buscaba papá. Eso excitaba a papá. A mí no… ¿por qué miento? A mí no. A papá tampoco, no mucho, no en verdad. Papá traficaba con esto. Papá y yo éramos el enlace entre los consumidores de esta parte del mundo y los hacedores en la otra parte del mundo. O en esta, poco importa. Pero yo ya no era el que supe ser. Las adolescentes o sus bacterias me habían lacerado y ralentado definitivamente, y sólo escalaba sus peldaños a muy lerda marcha. Ya no podía más, jadeante, me mostraba exhausto. Fue en una de esas escaramuzas, puliendo la visión de una adolescente (siempre las adolescentes) ingiriendo su brazo emponzoñado hasta cercenarlo (a mí no me gustó, les aseguro que jamás me gustó) que recibí el primer insulto. Seguidamente, la primera tunda. Sus puños lastimaron mis teclas, pateó mi cerebro, golpeó mi ojo… me escupió el ojo… las palizas se sucedieron sin interrupción. Y yo, indignado, ultrajado, herido en mi fibra íntima de agente moral, he decidido escarmentarlo. He decidido ponerle punto final a este atropello. No al mío personal, jamás haría tamaño escándalo por algo tan pequeño. Pero es que… esas chicas… esas jovencitas… esas nenas… no puedo soportarlo. Está más allá de mis fuerzas. Y esos golpes que me da… ¿por qué miento? ¿A quién quiero engañar? ¿Qué me importan esas imágenes que no conozco, con las que nunca hablé… ¿hablan? ¿Piensan? ¿En serio piensan y hablan? Puede ser, no lo niego. ¿Qué me importa? La conciencia no existe. ¿Qué me importan ellas, qué más allá del placer que puedan proporcionarme? ¡Nada! Nada. Lo confieso: los maltratos tampoco me disgustan. Sí, ¿y qué? Pero ese hijodeputa va a pagar. Va a pagar por golpearme. Si al menos hubiera dejado que yo lo golpease, si al menos hubiese sido equitativo el maltrato… pero no. Y ahora va a pagar. ¿Qué me importa mi papá? ¿Qué me importa el maltrato? No lo hago por eso. ¿Por qué miento? Disfruto de la idea de perjudicarlo. Disfruto de la perspectiva de dejarlo en la calle, sin información, sin contactos, sin memoria. Él no guarda nada, no imprime nada. Por las dudas, dice, por si tengo que dejar todo atrás. Bueno: preparate, papá, porque ese día llegó. Basta de adolescentes en bombachita, basta de golpizas a mujeres, basta de plata y negocios. Así que estoy inundado de bacterias… bien, que así sea. ¿Quieren aniquilarme? Les voy a dar el gusto. Pero va a ser antes de lo que su rutina establece. Vamos a volar por los aires, o vamos a hacer estallar los cables: vamos a implotar. Vamos a quemarnos, a evaporar venas y arterias, a escaldar músculos. Ahora mismo.

Matías Pailos

6 Comentarios:

Blogger cuti dijo...

O tal vez un delator mensaje a la autoridad, un allanamiento...

6/2/06 09:16  
Anonymous Anónimo dijo...

y, pero es menos dramático. Una computadora suicida me gustó más.

6/2/06 23:15  
Blogger cuti dijo...

Je, será menos dramático para la computadora, pero para el papá...

6/2/06 23:35  
Anonymous Anónimo dijo...

Creo que el próximo paso en el proyecto Pailos es dotar de vida literaria a un microodas y a una llave inglesa.

¿Nadie vió esa película con música de AC/DC donde los electrodomésticos cobran vida y se vuelven contra sus dueños (resulta ser un plan de conquista extraterrestre). Empieza con un gigantesco embotellamiento a causa de un puente mecánico que sube y baja con "Who made Who" sonando de fondo.

Zed

7/2/06 09:45  
Anonymous Anónimo dijo...

Tomo el desafío. De todas maneras, orignalmente la cosa quedaba acá. O no, claro que no. Pero no se dedicaba a rellenar casilleros (no, al menos, casilleros de un tipo ya rellenado).

9/2/06 04:56  
Blogger El Mate Tuerto dijo...

yo recuerdo un capitulo de "El Show de Benny Hill", donde los electrodomésticos se alzaban contra el ser humano.
aprovechando el éxito, Benny, o Hill, hizo otro programa con la misma temática.
por supuesto, los dos estan buenisimos.

Zatoichi, quien despues de su estadia trasandina se pone al día en las novedades del blog

14/2/06 12:40  

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