Escritores de escritores
Bill Gray: personaje de estatura mitológica para el universo de lectores mudos que constituye el trasfondo de ‘Mao II’, novela de Don Delillo en la que a Bill, a la altura en que topeteamonos con los hechos que el libro pesquisa, ninguno de sus protagonistas ensalza particularmente. Bueno, a excepción de Brita, y solo al principio. Borracho consuetudinario (de lo que se implicatura que: acomete ocasionales trances de abstinencia), es el paradigma del escritor profesional que vive para escribir. Y fracasa en el intento. No porque no escriba: lo hace a raudales. Eso conjuntamente con planos, esquemas, representaciones cartográficas, investigación acerca de asuntos infrecuentes o exhaustos, todo. Como escribir es su trabajo: vive para trabajar. Pero, autoexigente fuera de borda, le acaece hacerse acreedor al síndrome Rulfo: ya no publica. (Me corrijo. El síndrome Rulfo es peor: ya no se escribe. Ya sé: Monterroso puso en circulación un cuento en que se lo trajea de Rulfo de zorro astuto precisamente por esta actitud. Estoy a favor del cuento de Monterroso, estoy a favor de Rulfo, estoy en contra de la actitud Rulfo. Mejor Kafka: publíquese o no, siempre se escribe.) Paranoico, al menos receloso de sus lectores, vive enclaustrado en el medio de un paisaje rupestre. Suerte de sucedáneo de Pynchon o Salinger en más de un aspecto. Y acá aparece el primer aspecto de este inventario: no es un evidente trasunto del autor.
Jordán: el maestro del protagonista de ‘La mujer del maestro’, de Guillermo Martínez. (De quien, en algún momento, había ingerido la obra completa.) Este sí publica, pero no aparece prácticamente en toda la novela. La mujer está fuertísima, y él es todo un langa, aparentemente. Ah, me olvide mencionar que publica seguido. Y, siguiendo la imposible línea de conducta que por largo, y largo tiempo, caracterizara a Bowie, varía de libro a libro. Varía de tema, varía de tono, de registro, recursos, de estilo. De voz también. (Primera pregunta: ¿son claramente discernibles ‘tono’, ‘registro’, ‘estilo’ y ‘voz’? ¿Sí? ¿Cuáles son los argumentos que avalan esta respuesta? Segunda pregunta: ¿puede un autor cambiar continuamente de ‘voz’? ¿Puede ejemplificar más de una ‘voz’? ¿No? ¿Con qué argumentos se sostiene esto?) Además: retoma asuntos clásicos, mitos contemporáneos y les aplica la famosa ‘vuelta de tuerca’ (el clásico golpe Titanes en el Ring de los artistas). Segundo aspecto del inventario: no hay primera persona para el escritor.
Hans Reiter: el Dios detrás de Dios en ‘2666’, de Roberto Bolaño. Parece haber llegado a la literatura medio de casualidad, parece poder perfectamente pasarse plenamente (basta con las ‘p’) sin literatura. Sin hacer, sin leer. Un escritor radicalmente alejado del mal de Montano: estar enfermo de literatura. Un héroe de acción. Un héroe de nuestro tiempo. Vamos: un tipo que le tocó actuar y actuó. Ni muy heroicamente, ni tan cobarde tan. Que puede pasarse la vida sin actuar. Tercer síntoma de los ejes de este inventario: el autor está casi tan alejado del escritor como nosotros los lectores. Hay curiosidad en el autor por el escritor, la misma (o suficientemente similar) a la que tenemos los lectores. Cuarto aspecto: hay cierto deber ser en ellos con respecto al autor. Mmhhh… Hay cierto mirar al autor desde las alturas, o al menos desde unos peldaños más arriba. Mejor, pero todavía no… Hay cierta cosa de padre… no tanto. De hermano mayor (Jordán es más padre; Reiter es más hermano mayor –no en el sentido orwelliano) en los escritores. A fuer de ser honestos: ¿por qué estas notas sí, por qué, por ejemplo, el protagonista de las novelas de Henry Miller no encaja acá? Esta es una lista de mi gusto por estos personajes. ¿Por qué me gustan más estos? Acá vendría bien que yo ofreciera una respuesta.
Matías Pailos
Jordán: el maestro del protagonista de ‘La mujer del maestro’, de Guillermo Martínez. (De quien, en algún momento, había ingerido la obra completa.) Este sí publica, pero no aparece prácticamente en toda la novela. La mujer está fuertísima, y él es todo un langa, aparentemente. Ah, me olvide mencionar que publica seguido. Y, siguiendo la imposible línea de conducta que por largo, y largo tiempo, caracterizara a Bowie, varía de libro a libro. Varía de tema, varía de tono, de registro, recursos, de estilo. De voz también. (Primera pregunta: ¿son claramente discernibles ‘tono’, ‘registro’, ‘estilo’ y ‘voz’? ¿Sí? ¿Cuáles son los argumentos que avalan esta respuesta? Segunda pregunta: ¿puede un autor cambiar continuamente de ‘voz’? ¿Puede ejemplificar más de una ‘voz’? ¿No? ¿Con qué argumentos se sostiene esto?) Además: retoma asuntos clásicos, mitos contemporáneos y les aplica la famosa ‘vuelta de tuerca’ (el clásico golpe Titanes en el Ring de los artistas). Segundo aspecto del inventario: no hay primera persona para el escritor.
Hans Reiter: el Dios detrás de Dios en ‘2666’, de Roberto Bolaño. Parece haber llegado a la literatura medio de casualidad, parece poder perfectamente pasarse plenamente (basta con las ‘p’) sin literatura. Sin hacer, sin leer. Un escritor radicalmente alejado del mal de Montano: estar enfermo de literatura. Un héroe de acción. Un héroe de nuestro tiempo. Vamos: un tipo que le tocó actuar y actuó. Ni muy heroicamente, ni tan cobarde tan. Que puede pasarse la vida sin actuar. Tercer síntoma de los ejes de este inventario: el autor está casi tan alejado del escritor como nosotros los lectores. Hay curiosidad en el autor por el escritor, la misma (o suficientemente similar) a la que tenemos los lectores. Cuarto aspecto: hay cierto deber ser en ellos con respecto al autor. Mmhhh… Hay cierto mirar al autor desde las alturas, o al menos desde unos peldaños más arriba. Mejor, pero todavía no… Hay cierta cosa de padre… no tanto. De hermano mayor (Jordán es más padre; Reiter es más hermano mayor –no en el sentido orwelliano) en los escritores. A fuer de ser honestos: ¿por qué estas notas sí, por qué, por ejemplo, el protagonista de las novelas de Henry Miller no encaja acá? Esta es una lista de mi gusto por estos personajes. ¿Por qué me gustan más estos? Acá vendría bien que yo ofreciera una respuesta.
Matías Pailos
3 Comentarios:
No nos olvidemos de:
-Trout, Kilgore (Desayuno de campeones y otras): desaliñado, demasiado desaliñado; publica (tal vez demasiado -y nada no demasiado bueno) y en un mundo más justo tendría que haber servido a (todos de pie) Kurt Vonegutt para conseguir el Nobel que sí le entregan a autores más políticamente correctos.
-Bendrix, Maurice (El fin de la aventura): hablando del Nobel, dicen que Graham Greene nunca lo obtuvo, entre otros motivos, por haberse cogido a la esposa de un miembro de la academia sueca. Bendrix es tan cínico como el mismo Greene, publica sólo para pagar deudas (otros tiempos...) y no se define entre el qualité y el pulp.
-Zuckerman, Henry (La mancha humana, Trilogía Zukerman y otras): autor lo suficientemente consagrado como para, llegada la senectud, optar por el aislamiento de los círculos literarios en pos de la camaradería con el hombre promedio. Experto en arruinar matrimonios (propios y ajenos), humillar mujeres y, de paso, ya que estamos con el Nobel, hacer de Phil Roth otro eterno candidato.
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