Situaciones
Vivo en otra época, soy de otro lugar. Estoy rodeado de pasado. Soy un fantasma que recorre Europa. No siempre me doy cuenta. A veces, incluso, me olvido todo lo aprendido. Recuerdo al Philip Dick de ‘Valis’, viviendo en California en los años setenta, siendo un cristiano perseguido en las primeras épocas de Imperio Romano, hablando con extraterrestres a través de satélites soviéticos, conteniendo multitudes. Ustedes no son diferentes.
Vivo en otra época, y soy un fantasma que recorre Europa. Lo comprobé hace pocos días. Me desperté temprano, despaché a toda velocidad el comentario que me habían encargado, y partí hacia la Lugones. Pensé que llegaba tarde, así que del ascensor me tiré de cabeza dentro de la sala. Nadie. Bueno: treinta personas. No está mal, bien mirado, para un jueves a las cinco. A Hache Erre lo vi cinco veces durante los últimos cinco años, más cinco veces el último mes. La de ese día fue la quinta. Qué sorpresa, afirmé. No tanto, murmuró como respuesta. El resto de su réplica se diluyó en un tibio relato de los trompicones que puntúan su existencia. Estaba, sin embargo, de buen humor. Yo también. Tan diferentes y tan parecidos. En esa tensión transcurre nuestra amistad. Un hombre avanza desde el fondo: Monteagudo, según nos enteraremos más tarde. Nos aclara: están a punto de ver una película de una hora de duración, que alterna oasis de diálogos aforísticos e inconexos sobre fondo blanco, con desiertos de silencios en pantalla negra. Monteagudo se retira. Un anfetamínico dos filas delante de nosotros levanta la mano remedando un saludo fascista, acompañado de enfáticos ‘¡Gracias!’. Cierro los ojos y sonrío para mis adentros: la que me espera… París, 1952. La película: Aullidos a favor de Sade, de Guy Debord. Sí: el mismo. Primer corte a negro. El sacadito se pone a aplaudir. Simpático, pero no ceja. Más y más fuerte. Vuelve el blanco, las citas del código civil y una chica que le dice a Debord que lo deja. Vuelve el negro. El sacadito ahora aplaude a rabiar, a puro arrebato percusivo rioplatense. Arrecian los ‘¡shhh! ¡Shhh!’ de los cuatro wines. Alguien con una linterna hace luces. Es la acomodadora, señora con claros signos de malcogimiento en el rostro. ‘¡¿Qué pasa ahí?! ¡Silencio! ¿No escucharon lo que dijo Monteagudo?’. El efecto es sorprendente, e inmediato: se hace silencio. Dura cinco segundos. Alguien se caga de risa, otro silba. Listo: el sacadito ríe forzada y estertóreamente, y reincide en el aplauso. “Callate, querido. No vine a escucharte a vos”. “Déjelo, esto está para eso”. Yo no lo puedo creer: esto sigue funcionando. Se lo comento a Hache: él tampoco lo puede creer. Vuelve el blanco, y todo es aburrido. El aburrimiento es efímero. Silencio negro, y el sacadito se pone de pie. Descripción del sacadito: flaco y muy flaco, alto… veinti… tres, veinticuatro años. Quizás menos. Barba frondosa. Más bien rubio. Anteojos del doble de su cara, marco grueso de carey. Es evidente que este tampoco la puso, comento. Al instante me arrepiento. ¿No es un comentario reaccionario? (¿Por qué lo sería?) La culpa aflora (como si le faltaran incentivos), pero me distiendo inmediatamente. Lo increpan con cierta altura, y es una pena que no recuerde el bocadillo. Algo así como que su estupidez atrasa 50 años. El sacadito le responde una gilada acerca de su nosequé contemporáneo. Apechuga, y es apoyado por un comentarista del sector izquierdo que apostrofa: ¡Otro estúpido de la FUC! Sí, comentará después Hache: parece que hubiera dado el examen de situacionismo ayer. Mis alumnos son como el sacadito. Solo que ellos hacen quilombo cuando se habla y callan cuando funde a negro. Blanco, negro. El sacadito se para nuevamente y recorre la sala. Que, dicho sea de paso, se había dividido en dos: las viejas y viejos, que no entendían nada (‘¿esto es la película?’, preguntó una vieja –y puede haber sido la intervención más lúcida y errada de todas cuantas hubo) eran entusiastas partidarios del sacadito. De su lado también estaba la pareja a nuestras espaldas, más el comentarista del sector izquierdo, más el resto de la audiencia silenciosa (entre la que nos incluimos Hache y yo). Del otro, los tres o cuatro esnobs protestones. (Estos se diferenciaban de nosotros en que nosotros no somos protestones.) El otro lado fue acallado, y solo quedó el show del sacadito, que curiosamente caía en trance a cada aparición del sonido brotando de la pantalla. Pero él también se vio más y más aplacado, hasta extinguirse con el largo.
Posteriormente irrumpieron dos cortos. El primero, un panfleto, un manifiesto, una exhortacion y una declaración de principios: hay que tirar abajo todo, hay que empezar de cero. La destrucción a cero, la creación desde cero. Tareas simultáneas, labores complementarias. Un Debord compadrito y altanero. Un Debord optimista. El segundo corto es el reconocimiento público de la derrota. No se pudo, confiesa Debord a regañadientes. Nos queda el orgullo, nos queda la obstinación. Ya en el bar, rumiando melancolía, mascando reflexiones, expuse mi desacuerdo. Yo soy un buen burgués. Yo sería más infeliz si partiera de cero, si buscara la subversión de los valores. Y creo que la mayoría está conmigo. No queremos la revolución. No queremos ninguna revolución. Hache no se pudo mostrar más en desacuerdo. Un moralista, le comenté a Hache, cerveza de por medio. Hache replicó: ¿él o vos?
-Ambos.
Matías Pailos
Vivo en otra época, y soy un fantasma que recorre Europa. Lo comprobé hace pocos días. Me desperté temprano, despaché a toda velocidad el comentario que me habían encargado, y partí hacia la Lugones. Pensé que llegaba tarde, así que del ascensor me tiré de cabeza dentro de la sala. Nadie. Bueno: treinta personas. No está mal, bien mirado, para un jueves a las cinco. A Hache Erre lo vi cinco veces durante los últimos cinco años, más cinco veces el último mes. La de ese día fue la quinta. Qué sorpresa, afirmé. No tanto, murmuró como respuesta. El resto de su réplica se diluyó en un tibio relato de los trompicones que puntúan su existencia. Estaba, sin embargo, de buen humor. Yo también. Tan diferentes y tan parecidos. En esa tensión transcurre nuestra amistad. Un hombre avanza desde el fondo: Monteagudo, según nos enteraremos más tarde. Nos aclara: están a punto de ver una película de una hora de duración, que alterna oasis de diálogos aforísticos e inconexos sobre fondo blanco, con desiertos de silencios en pantalla negra. Monteagudo se retira. Un anfetamínico dos filas delante de nosotros levanta la mano remedando un saludo fascista, acompañado de enfáticos ‘¡Gracias!’. Cierro los ojos y sonrío para mis adentros: la que me espera… París, 1952. La película: Aullidos a favor de Sade, de Guy Debord. Sí: el mismo. Primer corte a negro. El sacadito se pone a aplaudir. Simpático, pero no ceja. Más y más fuerte. Vuelve el blanco, las citas del código civil y una chica que le dice a Debord que lo deja. Vuelve el negro. El sacadito ahora aplaude a rabiar, a puro arrebato percusivo rioplatense. Arrecian los ‘¡shhh! ¡Shhh!’ de los cuatro wines. Alguien con una linterna hace luces. Es la acomodadora, señora con claros signos de malcogimiento en el rostro. ‘¡¿Qué pasa ahí?! ¡Silencio! ¿No escucharon lo que dijo Monteagudo?’. El efecto es sorprendente, e inmediato: se hace silencio. Dura cinco segundos. Alguien se caga de risa, otro silba. Listo: el sacadito ríe forzada y estertóreamente, y reincide en el aplauso. “Callate, querido. No vine a escucharte a vos”. “Déjelo, esto está para eso”. Yo no lo puedo creer: esto sigue funcionando. Se lo comento a Hache: él tampoco lo puede creer. Vuelve el blanco, y todo es aburrido. El aburrimiento es efímero. Silencio negro, y el sacadito se pone de pie. Descripción del sacadito: flaco y muy flaco, alto… veinti… tres, veinticuatro años. Quizás menos. Barba frondosa. Más bien rubio. Anteojos del doble de su cara, marco grueso de carey. Es evidente que este tampoco la puso, comento. Al instante me arrepiento. ¿No es un comentario reaccionario? (¿Por qué lo sería?) La culpa aflora (como si le faltaran incentivos), pero me distiendo inmediatamente. Lo increpan con cierta altura, y es una pena que no recuerde el bocadillo. Algo así como que su estupidez atrasa 50 años. El sacadito le responde una gilada acerca de su nosequé contemporáneo. Apechuga, y es apoyado por un comentarista del sector izquierdo que apostrofa: ¡Otro estúpido de la FUC! Sí, comentará después Hache: parece que hubiera dado el examen de situacionismo ayer. Mis alumnos son como el sacadito. Solo que ellos hacen quilombo cuando se habla y callan cuando funde a negro. Blanco, negro. El sacadito se para nuevamente y recorre la sala. Que, dicho sea de paso, se había dividido en dos: las viejas y viejos, que no entendían nada (‘¿esto es la película?’, preguntó una vieja –y puede haber sido la intervención más lúcida y errada de todas cuantas hubo) eran entusiastas partidarios del sacadito. De su lado también estaba la pareja a nuestras espaldas, más el comentarista del sector izquierdo, más el resto de la audiencia silenciosa (entre la que nos incluimos Hache y yo). Del otro, los tres o cuatro esnobs protestones. (Estos se diferenciaban de nosotros en que nosotros no somos protestones.) El otro lado fue acallado, y solo quedó el show del sacadito, que curiosamente caía en trance a cada aparición del sonido brotando de la pantalla. Pero él también se vio más y más aplacado, hasta extinguirse con el largo.
Posteriormente irrumpieron dos cortos. El primero, un panfleto, un manifiesto, una exhortacion y una declaración de principios: hay que tirar abajo todo, hay que empezar de cero. La destrucción a cero, la creación desde cero. Tareas simultáneas, labores complementarias. Un Debord compadrito y altanero. Un Debord optimista. El segundo corto es el reconocimiento público de la derrota. No se pudo, confiesa Debord a regañadientes. Nos queda el orgullo, nos queda la obstinación. Ya en el bar, rumiando melancolía, mascando reflexiones, expuse mi desacuerdo. Yo soy un buen burgués. Yo sería más infeliz si partiera de cero, si buscara la subversión de los valores. Y creo que la mayoría está conmigo. No queremos la revolución. No queremos ninguna revolución. Hache no se pudo mostrar más en desacuerdo. Un moralista, le comenté a Hache, cerveza de por medio. Hache replicó: ¿él o vos?
-Ambos.
Matías Pailos
15 Comentarios:
Efectivamente, queremos la revolución, pero hecha por otro. El éxito del orden social, la clave de la humanidad, diría, es no poder nunca empezar de cero y creer que en cualquier instante es posible hacerlo.
Es un chiste fácil ser un espectador situacionista en una película situacionista. Mejor sería ser un espectador situacionista en una película de Francella.
O mejor aún un espectador de Francella en una película de Guy Debord.
Lamentablemente la mayoría somos espectadores de Francella en una vida de Guy Debord.
yo lo que adoro (y sabe que de mi no saldrá nada muy profundo) es que ud tiene esa rara, rarísima habilidad de hacer interesante hasta la preparación de una lechuga.
Sería muy bueno ver un sentimiento en el medio y menos crónica.
Pero esa soy yo. Que siempre pido cosas raras.
Gracias por el halago, Libélula. (Es muy difícil que me digan algo que me infle tanto el pecho como eso que usted dijo.) Ayer nomás me solicitaron que amaine con la pública manifestación de las emociones. Como soy un cordero muy bien amaestrado, obedecí. Ahora, con usted, haré otro tanto.
concuerdo con cioso; lo que nos define es que hacer una revolución es mucho gasto; aparte, seguramente sale mal, o cuando muera alguien, todo volverá a un lugar incómodo, feo y donde las nuevas generaciones nos culpen de nuestra revolución, armen otra y etc. Sin embargo,hay algo de la pélícula que sí me gustó, al menso así contada; la confesión de "perdimos".
Quiero decirle feliz cumpleaños pero no sé cuándo cae y se supone que decirlo antes es de MALÍSIMA suerte.
Esto le pasa por apoyar el status quo (no voy a reponer las premisas que faltan para llegar a tal conclusión).
Pero muy feliz para cuando sea.
(Jeje, sólo Facundo puede emitir un juicio estético sobre una obra que sólo funcionó como excusa para hablar de otra cosa.)
Así que viste Aullidos para Sade de Guy Debord? Felicitaciones. Yo no hubiese ido ni en mil años a verla.
Ah, y por favor Federico Matías, no incites a un revival romántico revolucionario situacionista. Me puedo llegar a sentir muy mal.
Algunos dicen que Debord fue el ideólogo del mayo francés. Jodorowsky se adjudica la autoría del graffiti "la imaginación al poder". Si tengo que elegir entre uno de los dos, me quedo con el Jodo. Hizo una película llamada "el topo" que es un western surrealista digno de Enio Moricone.
Arriba el Jodo. Abajo Debord.
Nacho
Lo que filmo Debord me importa un bledo.
Aclarado el asunto:
CHICOS CHICAS
Con aptitudes para el exceso y el juego. Sin conocimientos especiales. Inteligente o bellos podeis marchar en el sentido de la historia CON LOS SITUACIONISTAS
No telefonear. Escribir o presentarse en: 32 rue de la Montage-Genevieve, paris 5
(No queremos trabajar para el espectaculo del fin del mundo, sino por el fin del mundo del espectaculo)
La revolucion del situacionista esla toma del poder de la imaginacion y la cultura, el contagio, la excentricidad, la ciudad como galeria, la revolucion de percibir al otro y el cotidiano.No a la inutilidad de la indulgencia. No a la automatizacion. Un nuevo urbanismo y un mapa de la ciudad. Abolition du travail aliene. Los productores de la cultura como revolucionarios por si mismos, no la produccion de una cultura revolucionaria. Suena parecido es diferente.
Como siempre me fui al carajo y pido disculpas.
Ya que estoy aca y voy a tardar en volver aprovecho y digo que hoy mientras llovia llovia fui a ver monobloc en el Gamount y no importa de que se trata, el hecho singular fue que vaya a saberse porque un grupo escolar visitaba el cine y varios rebeldes, se hicieron cargo de la situacion y con paraguas nos increparon a todos al grito de ¨Que miran, eh que miran¨.
H: voto por un situacionismo sin revolución. Ah: y que no sea demasiado cargoso, por favor.
Nacho: mi operación matemática favorita es la suma. Me apunto la película de Jodo sin restar a Debord, que es estimulante.
S: gracias, muchas gracias. No estoy por el status quo, sino por la reforma progresista. (Que aburrido que suena, ¿no?)
PH: 'perdimos' es una gran línea.
Sé que Pailos se queda siempre con la última, por eso me quedo leyendo, pero pregunto:
¿"perdimos" o "perdieron" es una gran línea?
El miedo ¿constituye una moral?
Los espectadores de Francella, cuando vamos a ver a Debord, como mejores que somos ¿deberíamos tener un sensible descuento?
Gracias por la cerveza. Te has perdido mi show Láser de la jornada siguiente.
Hache Erre
Perdón. Tengo un problema personal con el tiempo y con mis modos.
Feliz cumpleaños. Es éste un espacio agradable, que ustedes han sabido concebir y SOSTENER. ¡Sigan arrojando luz! Es un placer leerlos
y disfrutar de sus ideas.
Hache Erre
Con este comentario te doy la razón: me estoy quedando con la última palabra.
Lamento haberme perdido tu show. Supongo que podrás narrarnoslo en algún texto a publicar en algún blog. Este, por ejemplo.
Gracias por el felizcumpleaños. (Agradezco en nombre propio, si lo decías por mi cumpleaños, y en nombre de mis compañeros también, si lo hacías teniendo en mente al blog.)
¿reforma progresista?
caramba, ese sí que es un enunciado peronista!!!
¿puedo vomitar?
por supuesto. El movimiento es grande.
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