El arbusto que no deja ver el bosque
Viene Bush a la Argentina y los detalles de su visita parecen extraídos de una novela escrita a cuatro manos entre Thomas Pynchon y Don De Lillo: Que trae veinte mil bolsas para cadáveres o que alquiló dos frigoríficos para almacenar los cuerpos, que duerme en su portaaviones privado o que rentó el Sheraton Hotel y desalojó al personal para sustituirlo por su propia corte de asistentes. Que descargó su propia provisión de alimentos y agua potable para él y toda su comitiva por temor a los envenenamientos (aunque las únicas víctimas de la ponzoña sean, hasta el momento, ochenta agentes de la policía Bonaerense abatidos en un enfrentamiento “cuerpo a cuerpo” con una lasaña pendenciera). Viene Bush y hasta la muerte debe abstenerse de hacer su trabajo, porque ordenó cerrar el cementerio. Pero el pánico circula con la forma del rumor que advierte sobre el atentado más anunciado de la historia, que se cometería en los subterráneos de Buenos Aires (pero lo que se prende fuego son los vagones del tren que sufren cotidianamente el atentado al que los somete la falta de mantenimiento y la desidia de la empresa concesionaria). Viene Bush de visita a una Cumbre que, con la excusa de remediar la pobreza, buscará nuevos mecanismos para perpetuarla y logra lo imposible: que toda la izquierda se una bajo una misma causa: “Fuera Bush”. Eso, fuera, fuera, fuera. Pero, ¿Fuera donde? ¿A otro planeta? No podemos hacerle eso hermanos marcianos.
¿Y qué pasa con Bush? ¿Cómo puede suscitar una persona tanto odio a nivel mundial? Después de todo no es más diabólico que Henry Kissinger (quien podría recibir la acusación de criminal de lesa humanidad, si al juez Garzón le dejaran librar sus despachos en todas las direcciones), Ronald Reagan, o Richard Nixon, todos ellos con sus propias batallas por la “libertad y la democracia” de los pueblos oprimidos. Entonces ¿Por qué Bush? De la película El Padrino podemos extraer una frase célebre “Ofende nuestra inteligencia” dice Al Pacino y todo el resto del globo repite en coro “Ofende nuestra inteligencia, Sr. Bush”. Ahí parece radicar la mayor afrenta, no en la maldad, sino en la estupidez del presidente de los Estados Unidos. El manual del buen dictador indica que éste debe ser Seductor, Taimado, Misterioso. Un Hijo de Puta, en fin, pero qué hijo de puta. Mientras que George W luce como un extra sin línea de diálogo en una película de cowboys de tercera categoría cuya única gracia consiste en colgarse los pulgares del cinto y ladear la boca a un costado como un malevo de arrabal. Y ni siquiera puede reivindicarse como “self made man” (esa especie de superhombre (norte)americano) porque todo lo que tiene, hasta el nombre, lo heredó de su papito. Entonces es eso lo que nos irrita: ser sojuzgados por semejante idiota, “ofende nuestra inteligencia”. Y por otra parte nos encanta, porque ratifica la falsa creencia de que el mal es tonto (error: el mal es habilísimo, al punto de ponernos a Bush ahí para que tengamos con qué entretenernos mientras “él” hace de las suyas). Y nosotros somos inteligentes. Sensibles e inteligentes, y por eso podemos derrotarlo, tenemos que unirnos para derrotarlo. Bush nos entrega una causa en este páramo seco de ideales en que se ha convertido el mundo y entonces nos juntamos y marchamos y le dirigimos la palabra, lo elegimos como Interlocutor (primer y gran error) para exigirle que se vaya, como le gritábamos a William Boo, el árbitro malo de Titanes en el Ring cuando éramos chicos, ¡Que-se-vaya-que-se-vaya! Y nos ilusionamos, si Bush no estuviera, si, producto de nuestra infatigable lucha, él se fuera, el mundo entonces podría “funcionar” y sería un mejor lugar para vivir. No conviviríamos con el hambre y la miseria que crecen a la sombra de las grandes ciudades como desechos de la economía posindustrial, no habría miles de inmigrantes del África despedanzándose en las alambradas de púa en una cruenta selección natural por ver quién puede alcanzar la posibilidad de una vida digna en la meca europea. No existiría esa vida vacía de sentido a la que se ofrece la religión del consumo como triste remedo. No viviríamos jugando a la ruleta rusa con la naturaleza, la dicha y la felicidad reinarían en la aldea global. Pero ahí está Bush, todavía, y el mundo sigue siendo un desastre. Bush, el anti-ícono, el revés del mismo billete que tiene al Che Guevara en el frente y digámoslo de una vez por todas: estamos encantados de que Bush visite nuestro país, nos da un infinito placer tener la oportunidad de expresarle nuestro odio, aunque sea a treinta cuadras de distancia, como ante una celebridad ¡Bienvenido George W. Bush, artista exclusivo de la Cumbre de las Américas! Nos encanta entrever el rostro del Amo en persona, aunque más no sea para gritarle que se vaya. Tranquilos, ya se va a ir. Vendrán otros. Hasta entonces Bush será el arbusto que no nos deja ver el bosque.
Zedi Cioso
¿Y qué pasa con Bush? ¿Cómo puede suscitar una persona tanto odio a nivel mundial? Después de todo no es más diabólico que Henry Kissinger (quien podría recibir la acusación de criminal de lesa humanidad, si al juez Garzón le dejaran librar sus despachos en todas las direcciones), Ronald Reagan, o Richard Nixon, todos ellos con sus propias batallas por la “libertad y la democracia” de los pueblos oprimidos. Entonces ¿Por qué Bush? De la película El Padrino podemos extraer una frase célebre “Ofende nuestra inteligencia” dice Al Pacino y todo el resto del globo repite en coro “Ofende nuestra inteligencia, Sr. Bush”. Ahí parece radicar la mayor afrenta, no en la maldad, sino en la estupidez del presidente de los Estados Unidos. El manual del buen dictador indica que éste debe ser Seductor, Taimado, Misterioso. Un Hijo de Puta, en fin, pero qué hijo de puta. Mientras que George W luce como un extra sin línea de diálogo en una película de cowboys de tercera categoría cuya única gracia consiste en colgarse los pulgares del cinto y ladear la boca a un costado como un malevo de arrabal. Y ni siquiera puede reivindicarse como “self made man” (esa especie de superhombre (norte)americano) porque todo lo que tiene, hasta el nombre, lo heredó de su papito. Entonces es eso lo que nos irrita: ser sojuzgados por semejante idiota, “ofende nuestra inteligencia”. Y por otra parte nos encanta, porque ratifica la falsa creencia de que el mal es tonto (error: el mal es habilísimo, al punto de ponernos a Bush ahí para que tengamos con qué entretenernos mientras “él” hace de las suyas). Y nosotros somos inteligentes. Sensibles e inteligentes, y por eso podemos derrotarlo, tenemos que unirnos para derrotarlo. Bush nos entrega una causa en este páramo seco de ideales en que se ha convertido el mundo y entonces nos juntamos y marchamos y le dirigimos la palabra, lo elegimos como Interlocutor (primer y gran error) para exigirle que se vaya, como le gritábamos a William Boo, el árbitro malo de Titanes en el Ring cuando éramos chicos, ¡Que-se-vaya-que-se-vaya! Y nos ilusionamos, si Bush no estuviera, si, producto de nuestra infatigable lucha, él se fuera, el mundo entonces podría “funcionar” y sería un mejor lugar para vivir. No conviviríamos con el hambre y la miseria que crecen a la sombra de las grandes ciudades como desechos de la economía posindustrial, no habría miles de inmigrantes del África despedanzándose en las alambradas de púa en una cruenta selección natural por ver quién puede alcanzar la posibilidad de una vida digna en la meca europea. No existiría esa vida vacía de sentido a la que se ofrece la religión del consumo como triste remedo. No viviríamos jugando a la ruleta rusa con la naturaleza, la dicha y la felicidad reinarían en la aldea global. Pero ahí está Bush, todavía, y el mundo sigue siendo un desastre. Bush, el anti-ícono, el revés del mismo billete que tiene al Che Guevara en el frente y digámoslo de una vez por todas: estamos encantados de que Bush visite nuestro país, nos da un infinito placer tener la oportunidad de expresarle nuestro odio, aunque sea a treinta cuadras de distancia, como ante una celebridad ¡Bienvenido George W. Bush, artista exclusivo de la Cumbre de las Américas! Nos encanta entrever el rostro del Amo en persona, aunque más no sea para gritarle que se vaya. Tranquilos, ya se va a ir. Vendrán otros. Hasta entonces Bush será el arbusto que no nos deja ver el bosque.
Zedi Cioso
2 Comentarios:
Notable, Zedi, notable.
A riesgo de que quedar como una pelotuda, lo confieso: en principio pensé que hablaban de Bush, la banda.
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