El suplente
Removiendo el arcón de mis recuerdos en pos de ofrecerles otro bollo narrativo, di con esta pequeña, marginal y, lo siento, significativa anécdota de algún lugar entre mi niñez y mi pubertad, que pretendo ahora endilgarles gracias al magnetismo que despierta en ustedes, lectores, nuestra bienamado sitio. Vamos a ese extraño lugar seminal del que parecen germinar las historias: el grano.
Tenía yo… 9, 11 años, y todavía no había descartado emprender una carrera como futbolista. Claro, algunas señales que el mundo me ofrecía desmentían mi anhelo. Por ejemplo, el no lograr ser titular del equipo de mi categoría en una institución que ni siquiera se dedicaba al fútbol, ni tampoco en general a ninguna actividad deportiva: el Centro Asturiano. La susomentada entidad poseía su sede recreativa, a la que yo concurría, en la antigua costa de Vicente López, un barrio que me era, y es, familiar.
Desde hacía cosa de tres años fatigaba los campeonatos alcanzando la titularidad en muy raras ocasiones, y nunca desde el inicio del año. Pero ese ciclo iba a mostrarme una cara inesperada. Primera práctica.
Debo decirles que yo jugaba adelante. Estamos hablando de una época en la que todavía primaban las formaciones con tres atacantes. Yo, verbigracia, era el primer suplente en las tres posiciones. Volvamos la práctica inaugural en la que nos quedamos.
El técnico, llamémosle Fabián –por cuestiones de comodidad, además de porque ese era su nombre- para el equipo. Para mi sorpresa, estoy entre ellos. Para mi sorpresa, no como delantero.
-Vos jugá acá.
“Acá” era el lateral derecho. De cuatro.
-Cuidá la posición; no subas.
Claro, a la primera de cambio me mandé. Me recagó a pedos.
Debo decir que su decisión fue más que atinada. Era entonces (soy ahora) un muchacho morrudo, pero rápido y resistente, casi un cultor de la condición atlética. Era (soy) bastante recio a la hora de disputar el balón. No tenía (ni tengo, como esperarán) mucha habilidad, mi técnica era limitada. Pero:
1)Albergaba una energía desbordante, que me incitaba a correr los ochenta minutos que duraban los partidos. (Los partidos, en las categorías infantiles, duraban eso.)
2)Quería desesperadamente ser delantero.
Para peor, antes de empezar, Fabián había dicho algo así como
-Si alguien quiere jugar de algo en particular, me lo dice. Por supuesto que lo más probable es que vaya al banco. Pero si se esfuerza, si pone empeño, va a tener una oportunidad.
Okey.
Fin de la práctica. Cavilo cavilo cavilo. Ese día, esa noche, el siguiente día y la siguiente noche. Siguiente práctica. Aparece Fabián, me le acerco.
-No quiero jugar de cuatro. Quiero jugar de delantero.
Me mira. Hace esfuerzos por poner cara de nada.
-Muy bien.
Al banco.
Conformes.
¿Conformes?
Conformes. Resentido por haberme pretendido remover la posibilidad de descollar cerca del arco rival, orgulloso por habérmele plantado, por hacer que tuviera que responder a su compromiso. Estaba acostumbrado a calentar banco.
Pasan las prácticas, también los partidos. Esporádicamente tengo oportunidad de ingresar. No lo hago mal, pero tampoco brillo. Un jugador del montón (que para ese nivel, es demasiado poco decir). Digamos que arribamos a la mitad de la temporada. Los resultados, como casi siempre con el Asturiano, son desparejos. Flotamos en la inconstancia de la mitad de tabla. Con lo que llegamos a una de los tantos entrenamientos entre semana. Luego de dar unas vueltitas al trote alrededor de la cancha, Fabián nos reúne en el anillo central.
-Bien. Como yo les dije a principio de año, lo que quería era actitud. Dedicación, sacrificio y actitud. No me están mostrando eso. Para nada. Muchos creen que tienen el lugar comprado; no es así. Pero hay gente que no actúa de esta forma, que se desloma por el equipo. Hay uno entre ustedes que es un ejemplo para el resto, que corre más que nadie y le pone más garra que nadie. Y, tal como prometí entonces, va a tener su recompensa. Esa persona es Matías.
Yo, que estaba medio jodiendo con algunos compañeros, levanté la cabeza. No lo podía creer. ¿A mí? ¿Se estaba refiriendo a mí? Me resistía a creerlo. Sí, a mí; no había otro ‘Matías’ en el equipo. ¿Me estaba cargando? Digo, literalmente llegué a considerar que se trataba de una joda. Un circo, una farsa. Una bastante ofensiva. Yo no me reía. Después pensé: claro, lo dice para que los titulares se pongan las pilas. (Había muchos muy pajeros, muchos que (yo no lo podía creer) no podían correr ni a mi tortuga, mucho vago de mierda que faltaba toda la semana y el domingo jugaba, y jugaba para el orto. Todo porque le pegaban fuerte a la pelota.)
Miré con recelo y no poca vergüenza. El entrenamiento siguió. Siguió y terminó. Creo que incluso me felicitó.
Poco a poco dejé de ir a los entrenamientos. Luego fui dejando de ir a los partidos; luego abandoné definitivamente el equipo. Finalmente, me desafilié del club.
Matías Pailos
Tenía yo… 9, 11 años, y todavía no había descartado emprender una carrera como futbolista. Claro, algunas señales que el mundo me ofrecía desmentían mi anhelo. Por ejemplo, el no lograr ser titular del equipo de mi categoría en una institución que ni siquiera se dedicaba al fútbol, ni tampoco en general a ninguna actividad deportiva: el Centro Asturiano. La susomentada entidad poseía su sede recreativa, a la que yo concurría, en la antigua costa de Vicente López, un barrio que me era, y es, familiar.
Desde hacía cosa de tres años fatigaba los campeonatos alcanzando la titularidad en muy raras ocasiones, y nunca desde el inicio del año. Pero ese ciclo iba a mostrarme una cara inesperada. Primera práctica.
Debo decirles que yo jugaba adelante. Estamos hablando de una época en la que todavía primaban las formaciones con tres atacantes. Yo, verbigracia, era el primer suplente en las tres posiciones. Volvamos la práctica inaugural en la que nos quedamos.
El técnico, llamémosle Fabián –por cuestiones de comodidad, además de porque ese era su nombre- para el equipo. Para mi sorpresa, estoy entre ellos. Para mi sorpresa, no como delantero.
-Vos jugá acá.
“Acá” era el lateral derecho. De cuatro.
-Cuidá la posición; no subas.
Claro, a la primera de cambio me mandé. Me recagó a pedos.
Debo decir que su decisión fue más que atinada. Era entonces (soy ahora) un muchacho morrudo, pero rápido y resistente, casi un cultor de la condición atlética. Era (soy) bastante recio a la hora de disputar el balón. No tenía (ni tengo, como esperarán) mucha habilidad, mi técnica era limitada. Pero:
1)Albergaba una energía desbordante, que me incitaba a correr los ochenta minutos que duraban los partidos. (Los partidos, en las categorías infantiles, duraban eso.)
2)Quería desesperadamente ser delantero.
Para peor, antes de empezar, Fabián había dicho algo así como
-Si alguien quiere jugar de algo en particular, me lo dice. Por supuesto que lo más probable es que vaya al banco. Pero si se esfuerza, si pone empeño, va a tener una oportunidad.
Okey.
Fin de la práctica. Cavilo cavilo cavilo. Ese día, esa noche, el siguiente día y la siguiente noche. Siguiente práctica. Aparece Fabián, me le acerco.
-No quiero jugar de cuatro. Quiero jugar de delantero.
Me mira. Hace esfuerzos por poner cara de nada.
-Muy bien.
Al banco.
Conformes.
¿Conformes?
Conformes. Resentido por haberme pretendido remover la posibilidad de descollar cerca del arco rival, orgulloso por habérmele plantado, por hacer que tuviera que responder a su compromiso. Estaba acostumbrado a calentar banco.
Pasan las prácticas, también los partidos. Esporádicamente tengo oportunidad de ingresar. No lo hago mal, pero tampoco brillo. Un jugador del montón (que para ese nivel, es demasiado poco decir). Digamos que arribamos a la mitad de la temporada. Los resultados, como casi siempre con el Asturiano, son desparejos. Flotamos en la inconstancia de la mitad de tabla. Con lo que llegamos a una de los tantos entrenamientos entre semana. Luego de dar unas vueltitas al trote alrededor de la cancha, Fabián nos reúne en el anillo central.
-Bien. Como yo les dije a principio de año, lo que quería era actitud. Dedicación, sacrificio y actitud. No me están mostrando eso. Para nada. Muchos creen que tienen el lugar comprado; no es así. Pero hay gente que no actúa de esta forma, que se desloma por el equipo. Hay uno entre ustedes que es un ejemplo para el resto, que corre más que nadie y le pone más garra que nadie. Y, tal como prometí entonces, va a tener su recompensa. Esa persona es Matías.
Yo, que estaba medio jodiendo con algunos compañeros, levanté la cabeza. No lo podía creer. ¿A mí? ¿Se estaba refiriendo a mí? Me resistía a creerlo. Sí, a mí; no había otro ‘Matías’ en el equipo. ¿Me estaba cargando? Digo, literalmente llegué a considerar que se trataba de una joda. Un circo, una farsa. Una bastante ofensiva. Yo no me reía. Después pensé: claro, lo dice para que los titulares se pongan las pilas. (Había muchos muy pajeros, muchos que (yo no lo podía creer) no podían correr ni a mi tortuga, mucho vago de mierda que faltaba toda la semana y el domingo jugaba, y jugaba para el orto. Todo porque le pegaban fuerte a la pelota.)
Miré con recelo y no poca vergüenza. El entrenamiento siguió. Siguió y terminó. Creo que incluso me felicitó.
Poco a poco dejé de ir a los entrenamientos. Luego fui dejando de ir a los partidos; luego abandoné definitivamente el equipo. Finalmente, me desafilié del club.
Matías Pailos
5 Comentarios:
Es decir, como Groucho Marx, I sent the club a wire stating, PLEASE ACCEPT MY RESIGNATION. I DON'T WANT TO BELONG TO ANY CLUB THAT WILL ACCEPT ME AS A MEMBER
Y... sí. Qué se le va a hacer.
Mi frase, o sentencia, máxima, o chiste favorito de Groucho es, ya que me preguntan: "Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros".
Groucho como descendiente de la línea de humoristas en un párrafo (a lo sumo), los que conozco son ingleses, y son GB Shaw, Chesterton, Wilde (curioso: de estos tres ingleses dos son irlandeses). Creo que un pariente de estos era Jardiel Poncela, pero a este lo conozco solo de mentas.
Malditos ingleses irlandeses... me hiciste recordar a "Tristram Shandy" de Sterne. Otro libro para volver a leer. ¿Cuándo volveré a leer libros nuevos?
Un libro relativamente nuevo conectado con ese de Sterne es 'Historia abreviada de la literatura portátil', de Vila-Matas. Narra lo que el autor califica de 'conjura',por parte de una sociedad secreta: la sociedad de los shandys.
Muy buena esa historia, no me imagino a un mini matías luchando por conseguir un lugar en un equipito de fútbol pero debe es algo realmente atractivo a nivel anécdota. Que bueno, que cambiaste el fútbol por las letras.
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal