El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

01 febrero, 2006

Ejercicio de estilo

Era una persona como cualquiera, varias patas, dos antenas. Caminaba apurado, más bien abstraído, sin mirar mucho dónde trepaba o se hundía. Estuvo así un buen rato antes de preguntarse dónde estaba su guía. Giró rápidamente, volviendo sobre sus pasos. No lo encontró. Tampoco, de hecho, vio a nadie más. Dio vuelta, indeciso. Optó por un rumbo oblicuo, siguiendo adelante, pero virando a la vez un tanto a la izquierda. Debe ser por allá, especuló. A medida que avanzaba pensaba menos en su monitor que en casa. Siguió y siguió la marcha, más y más agitado. Se le aparecían rostros y situaciones cotidianas a las que otrora considerara con indiferencia. O no considerara en lo más mínimo, pensó, algo arrepentido, pero sin decidirse del todo. Quiso tener una de esas enormes hojas encima que trasladar entre los vericuetos internos del hogar, hacia el almacén. Quiso tener que acomodarse bajo y sobre sus compañeros o compañeras antes de dormir. Quiso acodarse entre ellas con el esfuerzo y la saña habitual que campeaba en el comedor para conseguir el alimento diario. Chocó. ¿Qué?, se preguntó. Reemprendió la marcha. Volvió a chocar. Cobró conciencia de que el horizonte se veía algo difuso, algo borroneado. Se acercó con más cuidado. Una muralla transparente se extendía en medio de su itinerario. La siguió a la carrera hacia la izquierda. Chocó una y otra vez. Probó con la derecha, pero siguió chocando. Una y otra vez, hasta dejar un ínfimo surco. Dio vuelta y recorrió la ruta opuesta, pero no tardó en estrellarse otra vez contra la muralla. Estoy atrapado, pensó. Se desesperó y siguió dándose de coses contra lo invisible. Eventualmente levantó la vista. No se sorprendió. Un gigante diez, veinte o más veces más grande que la muralla se inclinaba hacia él, gesticulante y contrahecho. Prorrumpía en bramidos pavorosos, llevaba una de sus patas a lo que parecía su nariz e, insólitamente, hurgaba en su interior. Él se quedó quieto, expectante. Quizás tenga suerte, pensó. Recordó las mil versiones que circulaban acerca de estos gigantes. Recordó varias que daban cuenta de las multiformes torturas a las que ellos sometían a su pueblo. Los restos de los individuos atrapados por ellos así parecían atestiguarlo. Recordó, sin embargo, que otra ristra de leyendas atribuía a los gigantes un propósito desconcertante, quizás lúdico para ellos. Sólo los encerraban por un tiempo, y después dejaban que siguieran su rumbo. A veces, sin embargo, se demoraban en el malsano ejercicio de dejarles liberado el escape, solo para cerrárselos cuándo ellos procuraban la evasión. ¿Qué tipo de gigante sería este? ¿Sería uno de los benignos? ¿Existen los gigantes benignos? La muralla se levantó. Su primer impulso fue salir corriendo, pero un irregular obstáculo, tan grande como la muralla, se interpuso en su camino. El gigante, pensó. Se quedó quieto. Ahí sintió la presión del gigante sobre su lomo. Era agobiante, le impedía respirar. Comenzó a temblar. Estuvo así muchos momentos más. De repente comprendió que no tenía escapatoria, que ese no era un gigante benigno, que no existían los gigantes benignos. Siguió temblando, cada vez más desesperado. Trepidó más, mucho más. Finalmente amainó. Siguió desesperado, pero comprendió otra cosa. Comprendió que él era un miserable, un egoísta, que nunca había hecho nada fuera de lo común ni nada especial por nadie; que no tenía virtudes, que sólo había obrado, en las escasas veces que lo había hecho, que había abandonado la pasividad y la rutina, en beneficio propio, y ocasionalmente para la ruina ajena. Como las incontables veces en que había huido en lugar de procurar ayuda. Como las veces, escasas, pero innegables, que había abandonado a su discípulo ocasional sólo porque lo sabía más joven o más fuerte o más inteligente… en aquella oportunidad en que dejó caer la roca sobre su compañero, sólo porque era real competencia por el puesto de capataz. Ni siquiera era real competencia. Recordó las chicanas, las habladurías, y trampas a las que sometió a varios colegas. Comprendió que era justo, que estaba bien, que se merecía ese final. E imploró estar a la altura de las circunstancias. Solo anheló no gritar cuando comenzara la vivisección. El gigante cortó una pata. Un aullido surcó el aire.

Matías Pailos

2 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Véase Kashtanka, de Chéjov, maestro en el arte de montar cámaras subjetivas sobre seres carentes de lenguaje humano como perros o bebés.
Zed

3/2/06 01:58  
Anonymous Anónimo dijo...

Véase también Kafka, autor un poco posterior, quien lleva los tantos un poco más allá y hace hablar a entidades inanimadas como puentes. Claro, también a perros, monos y ratas. Veáse también Bolaño ('El policía de las ratas'), Stapledon ('Sirio'), y el final pretendió tener un aire vagamente borgeano, en alguna de sus acepciones.

4/2/06 01:08  

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