Trabajar
Hoy es la primera jornada de un largo derrotero. Soy conciente de mis capacidades, disposiciones y posibilidades. Quizás, seguramente, haya cosas, eventos que escapen a mis previsiones. Quizás yo mismo, seguramente. Pero empiezo con firmeza y decisión, sabiendo que el camino más corto para viajar alrededor del mundo es lograr llegar hasta la esquina. Y después: la otra esquina. Y después: la otra esquina y después: el fin del mundo. Mi objetivo es más modesto: se trata solo de incrementar indefinidamente mi capacidad productiva. ¿De qué? De toda aquella labor intelectual a la que me aboque. Así que empiezo poniendo el despertador cinco minutos antes y yéndome a dormir 15 minutos después, habiendo: leído ‘El Caos’, de Wilcock, incorporado una entrada sobre la novela y la novela total, comenzado otro capítulo (el 47) de mi nueva novela, glosado un artículo de Cohen (y el carácter contextual del conocimiento) y esbozado un atisbo de crítica. Nada mal, así que en la segunda jornada la emprendo resuelto contra ‘Fluyan mis lágrimas, dijo el policía’, de Dick, salgo a correr, delibero acerca de si cortar o no con mi actual ex-novia, ingiero una inmunda pasta de atún como un desaforado (adoro el matutino menjunge de atún con remolacha o tomate y mayonesa; lo unto hasta derramarlo en sánguches de galletitas de sal y lo incorporo en uno o dos bocados. Prescindo de todo modal y preceptiva relativo a las buenas maneras en la mesa, incluso hundo migajas de pan en los restos aceitosos del manjar, infecto de acuerdo a la mayoría), termino el capítulo (el 47) e intitulo el 48. Respondo objeciones a objeciones de mi cuño en el blog, llamo a mi actual ex-novia y concertamos una cita y no duermo en casa. Me las arreglo para dormir 15 minutos menos y despertarme media hora antes. En los tiempos muertos en que ella duerme avanzo hasta el primer tercio de la novela de Dick (soy un lector inusitadamente lento). De todas formas comienzo mi tercera jornada antes que ella (ella sí es muy remolona); aprovecho para comprar faturas y me llevo el tomo 4 de cuentos de Kafka editados por Página12 y leo en el camino esperando no ser interceptado por maleantes. Ella me tilda de paranoico y tiene razón. Comprendo que tiene razón (‘tengo razón’, sentencia) y el mecanismo del enojo se desactiva sin que yo lo quiera. Ya ni siquiera quiero contra mi voluntad, pues comprendí que eso incrementa traumas y complejos, resta combustible volitivo y emotivo para las inframentadas labores intelectuales (y físicas, y para las físicas no intelectuales también) y además: no tengo razón. Recuerdo mis deberes de honestidad intelectual de buen filósofo y me callo. Logro escabullirme dos horas antes de lo previsto sin que ella se queje. (Parece resignada, y eso me entristece. Me enfrasco en otro artículo (uno nuevo) de Stewart Cohen y el por qué el contextualismo a medias de Keith DeRose no es satisfactorio. Se me ocurre por qué el contextualismo de Cohen es medias tintas para un pragmatista como yo y) llego a casa y pergeño (termino de pergeñar) y llevo a la práctica (empiezo a llevar) la crítica a la crítica y el comienzo de la verdad acerca de las atribuciones de conocimiento.) Tengo sueño. Me clavo dos cafés y salgo a correr. Llego, y mientras me pongo hielo en la rodilla comienzo ‘Doctor Pasavento’, de Vila-Matas, y lo dejo porque me gustó y no quiero dejar Dick. Paso a Rulfo: logro empezar a terminar ‘Pedro Páramo’ y me felicito. Hablo con mi actual ex-novia y concierto una cita en casa. Leo leo y comento. Me duermo dos horas más tarde y me despierto dos horas antes. Por lo que consigo reducir las horas de sueño a tres. Y voy por más. Lo que nos deposita en la cuarta jornada, en la que le preparo el desayuno y mientras tanto armo la estructura general del capítulo final de mi futura tesis doctoral y ella se despierta. La cubro de besitos y sigue durmiendo. Me olvido de toda actividad intelectual, o no tanto. Tres horas después ella se marcha y yo: picotea que te picotea. Termino Rulfo (‘!EEjjhhhh!’, corea la tribuna), termino ‘El Sueño’ de Aira (y me pregunto cuándo por fin me gustará en serio de una buena vez será de dios). Remolco otro capítulo de ‘El desierto de los tártaros’ y pienso sinceramente en colgarlo. Escribo: seis páginas del capítulo 48 y lo termino. Releo, corrijo, imprimo y mando por mail a Zedi Cioso. Espero infructuosamente que lo lea y recuerdo una conversación con mi actual ex-novia en la que le comento que por un tiempo no tengo que acosarlo más con la lectura de mi novela porque me estoy poniendo cargoso y monotemático y nuestra amistad ya no es lo que era. Me dice: él no tiene obligación de leerla, y nos enfrascamos en una disputa, que es en realidad mi reconstrucción mental de una disputa real y pasada, levemente modificada. Seguimos en mi mente sin llegar a un acuerdo. Leo y leo y leo hasta terminar ‘Fluyan mis lágrimas’ y me pregunto si podré alguna vez escribir así, ser tan clásico e intenso y me respondo ‘no lo sabés’, y aunque sienta lo contrario sé que no lo sé. Ese día no duermo. Mala resolución: al día siguiente vago como un zombie. Altero la política. Durante la jornada siete la llevo a cabo: logro concluir otro capítulo de mi novela, el 50, tipeando mientras duermo. No logro todavía leer a Kennedy Toole durante mi trance onírico, y lo tengo que reservar para la vigilia. Leo, escribo, corro, corto con mi actual ex–novia. Traumas afluyen, refluyen y me inundan. Suspendo el plan maestro por un tiempo. A los pocos segundos me insto a ponerle fecha al levantamiento del paro: 48 horas. Desarrollo un sistema para leer en sueños, y lo logro. Así que termino el prólogo del artículo sobre contextualismo y doy comienzo al capítulo 51 de la novela en mi vida noctámbula mientras concluyo ‘Conjura Necios’ en sueños. Comprendo la insuficiencia de todo y me despierto antes. He de desarrollar un programa para dormir en sueños, escribir en sueños mientras el sueño del sueño soy yo leyendo (algo abstruso; Williamson y su ataque al contextualismo, quizás, seguramente). Comprendo las falencias: ¿cuál será el registro de lo escrito en sueños? Jornada 11: comprendo que lo que tengo que desarrollar es un programa para leer en sueños, es decir: que mi cuerpo lea ‘x’ mientras mi mente soñando en el sueño lea ‘y’. Termino el tomo 1 del Diario de Gombrowicz, cuelgo un post en el que retrato o meramente comunico mi actual condición de ex-novio, contesto a Zedi Cioso o a Cobiñas o a Zato o a Xilofón. Comprendo que necesito desarrollar un procedimiento recursivo para leer en sueños y soñar que leo y leer en el soñar del soñar mientras en el sueño del soñar del soñar leo, y así hasta el infinito. Cuatro tazas de café. Comprendo y pongo manos a la obra. Jornada 21: ni un minuto, ni un segundo, ni un nanosegundo dejo de trabajar; ni aún cuando sueño, ni aún cuando hablo, ni aún cuando descanso. Sigo trabajando, como siempre, como lo único que hago. Busco hacerlo más y mejor. Mientras tanto, sigo trabajando. ¿Puedo trabajar en dos cosas al mismo tiempo? Seguro. ¿En tres, siete, mil cosas al mismo tiempo? Seguro.
Matías Pailos
Matías Pailos
13 Comentarios:
Retrato de un obsesivo.
"En cualquier caso, lo cierto es que el escritor trabaja esté donde esté, incluso cuando duerme, algo que no ocurre con los otros oficios"
R.B.
Debo confesar que el aluvión de capítulos de tu novela rompió las defensas del cauce de mis lecturas. Quizás necesite una versión "revisada". Quizás esté celoso porque vos estás escribiendo y yo no. Pero que a nadie le queden dudas que voy a ser el primer lector de esa novela... esa novela...
¿Cómo se llamaba? (chiste, chiste)
Zed a la zaga de Pailos
No hay revisión. Leela o no la leas. Yo te necesito ahora, para que hagás el trabajo sucio de la lectura en bruto. La versión pulida siempre es más fácil.
"En cada uno de mis momentos libres, cuando dejaba de lado el estudio para ir al cineclub, o cuando se alargaban las sobremesas en el comedor, me asaltaba con intolerable nitidez la idea de que mientras tanto, a mil trescientos kilómetros, él estaba encorvado sobre su escritorio, de que en todos mis tiempos libres, él seguía pensando."
Guillermo Martinez, 'Acerca de Roderer'.
Sugerencia a su busqueda de trabajos en paralelo: consiga pasantia en circo chino e inicie su rotacion de JP con el maestro de los platos giratorios.
Si aun con tanta letra dando vueltas en su vida, algo, Tool y sus necios, Aira o su propia novela tienen sentido, considerese un privilegiado!!!
pd: pobre novia o ex (alguien tiene que defender a las mujeres en estos blog tan de hombres!)
Laburo en el circo de 3 a 4 de la mañana. Creo que es más que suficiente.
En el circo de trasnoche los payasos se pintan la cara de negro.
Matías Pailos: un artista del Hambre.
O: el hambre hecha artista.
También: por abundancia de hambre se hace artista.
Todo
menos
esto.
buenas!
Matias: vengo desolada a comentarte lo sucedido. Estoy en búsqueda exhaustiva de los detectives de Bolaño. Y hoy llegue a la cumbre de mi desolación, cuando, pasando por cúspide pregunto donde esta el ejemplar que figura en sistema y la vendedora me responde: ah no.. No hay. Frente a mi mirada señalando al monitor discutiendo su argumento, responde: "pasa que Bolaño es uno de los mas robados..."
Será maldito pero se hace rogar. No logro dar con él!
¡Cuanto orgullo sentiría Roberto si escuchara la sentencia de esa vendedora!
(No puedo evitar pensar que el primer libro que leí de Bolaño lo robé con Pailos)
Es que lo nuestro no son robos: son operativos comando.
¿Pasa usted, libélula de mi alma, por la facultad de Filosofía de Puán? Pues tiene un ejemplar apaisándose sobre otros en la librería bajo 'Die Brucke'. Ya no recuerdo su nombre.
Le recomiendo robárselo, por supuesto.
Le pido que no me diga que se encuentra desolada, que me afloran las unas ganas de contenerla que no me bastan los comentarios.
Estimado Matias:
Ya he cumplido con mis 6 años de concurrencia a la calle Puán. Ya nada tengo ahí que requiera que yo vuelva. Por lo tanto intentaré hacerme de mi libro, en la feria de libro (valga la r) pagando, como la ley de libre comercio manda.
Que después la culpa me carcome y no disfruto a Bolaño acariciando las hojas del botín.
Si ve una mujer de cabellos colorados y desconsolada en la feria del libro, es que allí también han ejercido el comando Bolaño y en una de esas me entrego a la desazón absoluta.
La buscaré afanosamente. De ser necesario, hurtaré todo ejemplar habido y por haber, de ese y de otros libros de Bolaño, de todo libro de cualquier autor que pudiera gustarle.
Sea para regalárselo, sea para poder consolarla. Ambas perspectivas me son gratas.
Como ve, soy todo un miserable.
Super color scheme, I like it! Good job. Go on.
»
qué cosa el trabajo ¿no?
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