Los lugares y los libros
Leímos innumerables libros en infinidad de lugares, pero por una u otra razón a cada lugar le corresponde un título, un libro que permanecerá para siempre allí en un inextricable anclaje sentimental.
Trazar esta topografía emotiva no requiere un gran esfuerzo: se la puede evocar con sólo pensar en el libro, y a su alrededor pronto tendremos la reconstrucción imaginaria de su escenario de lectura. Claro está, no es que leamos los libros de un tirón y siempre en el mismo sitio, nos gusta llevarlos en nuestras mochilas, en las carteras, en los bolsos e incluso en la mano o bajo el sobaco como lejanos remedos del viejo escudo que oponemos a los embates del tedio. Mientras los leemos, sometemos a nuestros libros a un turismo forzoso, y a veces les hacemos conocer los lugares más inverosímiles, donde ellos, abúlicos en su somnolencia de anaquel, jamás soñaron estar. Pero nunca falta ese instante de satori bibliográfico, de comunión astral en que el libro, el lugar y nosotros nos convertimos en la misma cosa, entonces nos desdoblamos y nos tomamos una foto ¡clic! y ese lugar ya pertenece a ese libro para siempre.
También a veces sucede que damos con el lugar, y es el libro el que se nos viene a la cabeza, recobramos esa foto ajada de la memoria y nos vemos sentados a la mesa de ese bar, apoltronados en ese sillón, leyendo de parados en esa esquina, cubriéndonos la cabeza o protegiendo el libro con nuestro cuerpo bajo aquella lluvia.
Tal vez a veces nos sucede, en el placer de la relectura, que un pasaje nos transporta a ese lugar y ese tiempo y entonces no vemos la foto amarillenta, sino que la revivimos tal como fue, como si masticáramos proustianamente una magdalena intelectual.
Si me pidieran que trazara esta cartografía personal, este mapa que sólo uno puede recorrer sin perderse, diría que la mañana de un bar en Honduras y Soler pertenece al Ulises, que la luz de marzo en Praia do Rosa es, paradójicamente una Luz de agosto, que en el desaparecido bar El Astillero de la calle Ramos Mejía todavía soy feliz con el final de La liebre, que en mitad del día en el jardín de mi casa emprendo un Viaje al fin de la noche, que una Causa justa me hace reír solo a carcajadas en la noche de Estación Carranza, que en un Burger de Cabildo se levanta el polvo que evoca la sombra terrible del Facundo, que en una pileta cálida y húmeda en pleno invierno descansa el infierno de Bajo el volcán.
Zedi Cioso
Trazar esta topografía emotiva no requiere un gran esfuerzo: se la puede evocar con sólo pensar en el libro, y a su alrededor pronto tendremos la reconstrucción imaginaria de su escenario de lectura. Claro está, no es que leamos los libros de un tirón y siempre en el mismo sitio, nos gusta llevarlos en nuestras mochilas, en las carteras, en los bolsos e incluso en la mano o bajo el sobaco como lejanos remedos del viejo escudo que oponemos a los embates del tedio. Mientras los leemos, sometemos a nuestros libros a un turismo forzoso, y a veces les hacemos conocer los lugares más inverosímiles, donde ellos, abúlicos en su somnolencia de anaquel, jamás soñaron estar. Pero nunca falta ese instante de satori bibliográfico, de comunión astral en que el libro, el lugar y nosotros nos convertimos en la misma cosa, entonces nos desdoblamos y nos tomamos una foto ¡clic! y ese lugar ya pertenece a ese libro para siempre.
También a veces sucede que damos con el lugar, y es el libro el que se nos viene a la cabeza, recobramos esa foto ajada de la memoria y nos vemos sentados a la mesa de ese bar, apoltronados en ese sillón, leyendo de parados en esa esquina, cubriéndonos la cabeza o protegiendo el libro con nuestro cuerpo bajo aquella lluvia.
Tal vez a veces nos sucede, en el placer de la relectura, que un pasaje nos transporta a ese lugar y ese tiempo y entonces no vemos la foto amarillenta, sino que la revivimos tal como fue, como si masticáramos proustianamente una magdalena intelectual.
Si me pidieran que trazara esta cartografía personal, este mapa que sólo uno puede recorrer sin perderse, diría que la mañana de un bar en Honduras y Soler pertenece al Ulises, que la luz de marzo en Praia do Rosa es, paradójicamente una Luz de agosto, que en el desaparecido bar El Astillero de la calle Ramos Mejía todavía soy feliz con el final de La liebre, que en mitad del día en el jardín de mi casa emprendo un Viaje al fin de la noche, que una Causa justa me hace reír solo a carcajadas en la noche de Estación Carranza, que en un Burger de Cabildo se levanta el polvo que evoca la sombra terrible del Facundo, que en una pileta cálida y húmeda en pleno invierno descansa el infierno de Bajo el volcán.
Zedi Cioso
14 Comentarios:
Delicioso!
Qué lindo recorrido!
Con los años adquirí la costumbre
-ya inevitable- de subrayar los párrafos que más me atrapan. Y es curioso cuando, al releer algún ejemplar, me doy cuenta de que, dos o tres años después, los volvería a subrayar justo en el mismo lugar.
Saludos!
Qué buen modo de armar una cartografía posible. Para mí, Casa-grande & senzala son tres largas horas esperando sin llaves en la escalera de casa. El naranjo, tres mañanas de sábado en la silla de una pieza de hospital. Amuleto,una tarde en Santiago de Compostela.
Abrazos, Cobiñas
sé que sería rídiculo pero siempre tuve un gusto por la cartografía y por los planos gigantes donde los detectives buscan claves marcando con banderitas los lugares de los crimenes, para saber si alguna clave podría surgir de ahí; así es que en un plano gigante veríamos que figura se marca con sus lugares y sus libros. Sin duda será una figura casual y única, pero también, sin duda, será el recorrido único de uno mismo.
la cama de mis padres a mis quince años, durante unas vacaciones de invierno, el 'Guerra y Paz'. El baño del hotel de La Lucila del Mar, 'El idiota'. El tren Retiro-Mitre, a la altura de la estación Vicente López, contra la ventanilla, soy yo diciendole 'qué hijo de puta, qué hijo de puta' a 'Novelas y Cuentos', de Lamborghini Osvaldo. El mismo tren, en sentido inverso, es '2666' recién adquirido.
Este es el post más emotivo del blog. No importa cuántas lágrimas se hayan derramado en entradas pasadas.
zedi, está ud. escribiendo muy bien, para mi gusto.
praia da barra, en red frente al ruido del mar, Las palmeras salvajes, años ha en Trancoso, encerrado en la piecita alquilada, Viaje al país de los tarahumaras, en praia dos ingleses, noviembre vacío, en el depto. de aquel edificio en construcción, El innombrable, y luego se me confunden los lugares de la lectura con los de la ficción, El pozo fue leido en aquel cuarto, sin tabaco, con las ventanas tapadas con papel de diario, y El doble fue leido en medio de aquellas calles brumosas que señalan el pantano.
Muchas Gracias, Libérula.
Magic: yo a veces coincido y a veces discrepo con mis subrayados pasados. No quiero hacer autobombo, pero entre los post del mes de Febrero hay uno titulado “Las inscripciones en los libros” que justamente trata del tema.
Cobiñas: su foto es insuperable, su mapa, también.
Playmóbil: creo que nos sería muy grato desplegar ese mapa y trazar esa figura, tal vez podríamos resolver más de un misterio.
Matías: no sé si este será el post más emotivo, pero si me parece, por los comentarios, que di con una fibra sensible en la relación que uno entabla con esos extraños objetos llamados libros.
Er, gracias por el fuego, el humo y los elogios. Como de costumbre, le ha dado una nueva vuelta de tuerca a mi post con su idea acerca de los lugares de lectura y de ficción que, con el tiempo, se confunden
Que bello post zedi!!!
Siempre pensé mas la música como bandas de sonido de lugares, pero es con tu post que me doy cuenta que con los libros también pasa esto.
"Rayuela" último tren de once-castelar durante un tiempo y "En el gallo de hierro" veraneo en gessell (sola), son los que recuerdo mas asociados a esto.
saludos.
¡Muchas Gracias Pau! A este post no podía faltarle el comentario de nuestra lectora de cabecera.
"matetuerto" es mi blog de cabecera.
saludos.
El regreso a casa en el 71 terminando boquitas pintada y dejando escapar un gemido, releyendo el final apenas concluído y dejando correr una pequeña lágrima. En la pile, un sábado desolado tuve un tet a tet (perdonen mi francés) con Transatlántico y no pude bajar la exitación de ese final durante dos horas. Yonqui en la pile otra vez, y mis dudas acerca de las srogas. Castaneda en el comedor de mi casa. Y una joya de mi adolescencia: Tiburón en pinamar.
Gracias, Burros, esos libros y lugares me son más que conocidos.
Abrazos
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