Dinero
En una gran novela poco conocida, su autor hace contarnos a su protagonista una historia habitual y extraña. Una historia que apela a las perversiones de los lugares comunes de nuestra mente. Un mendigo muere. Lo revisan, y descubren que el bulto que afeaba su pecho ocultaba un fajo de billetes. Uno que lo hacía millonario.
Los temas de Dostoievsky son sus obsesiones, y el dinero era una de ellas. El protagonista de ‘El Adolescente’ explicita qué es lo que hace que eso sea tan importante: el dinero es poder. El poder es libertad. Hazte millonario: el dinero os hará libres.
¿Qué entendía Dostoievsky por libertad? Creo que quedó claro: poder. Poder y libertad son equivalentes. A mayor poder, mayor libertad. Evidentemente no todo es tan sencillo. Basta con que se ponga cualquier objeto demasiado cerca de nuestros ojos para que no podamos verlo más. De modo análogo, los millonarios no siempre son concientes de que poseen uno de los más ansiados bienes, uno que vale más que sus autos, sus casas y sus lacayos. El dinero mismo: la certeza de poder tener más autos, más casas, más lacayos cuando nos venga en gana.
He ahí lo sustantivo del dinero: poder hacer lo que nos venga en gana. Acortar la distancia que va desde el deseo hasta la realidad. Por supuesto que las potencialidades del dinero no son ilimitadas. Por suerte a ellos, la gente de fortuna, los rodea la humanidad pobre para recordarles, si quisieran, que hay otras formas de vida. Vidas sin dinero. Vidas que apenas son vida.
Poder es libertad. Es una pena que el dinero no pueda reemplazar a algunos de sus términos de la precitada identidad. Esto, sin embargo, nos señala otra cualidad de Dios: Dios es infinitamente millonario.
Pero no seré optimista: busco el dinero no solo porque dé poder. No soy tan ambicioso, no tengo estatura mitológica. Busco el dinero, siempre lo hice, por motivos más mezquinos, menos loables. El dinero no solo da poder; también ofrece seguridad. Seguridad, protección, amparo. El dinero es el seno materno, dentro del que podemos abandonarnos a la inconciencia, en la certeza de que nunca nada nos pasará. Podemos recostarnos en el dinero, podemos recostarnos meramente en el saber que lo tenemos y no necesitar más nada, no necesitar a nadie más: nada nos afectará, el mundo no podrá herirnos. Acá tengo estos dólares, jefe. Tenga. Impida que los malos lleguen hasta mí.
Sin dinero no puedo pensar. Esto, literalmente, es falso. Sin dinero se piensa. Se piensa mucho, se piensa más que en muchos otros momentos. Se logra, de hecho, una concentración inaudita, porque solo se piensa en una cosa: el dinero mismo. Se piensa en cómo ganarlo, en cuánto se ganará; en cuánto se perdió, en cómo se lo dilapidó, en quién es el culpable de la malaria presente; se calcula y se fabula. Loterías, casinos, hipódromos. Tramoyas. Plata fácil. Se piensa en cómo engrosar el capital: loterías, casinos, hipódromos. Cuando no se tiene dinero, en general, se toman malas decisiones. Y al por mayor.
Quizás por esto pueda decir, sin ponerme colorado, que uno de los días más felices de mi vida fue cuando supe que obtuve la beca doctoral. Para Diciembre de 2003 yo quería tener, por más de un motivo, solo una cosa en mente: la preparación de la defensa de mi tesis. El mail en el que se me informaba que la beca anhelada me había sido concedida, por tanto, por la sorpresa y a pesar de ella, no hizo que brincara de felicidad. Hizo algo más decisivo. Me hizo más ligero.
Fue como si removieran los grilletes que me mantenían en la celda, fue como si quitaran el peso que cargaba sobre mis hombros; fue como si suprimieran la gravedad. Fue un confort que, desde el estómago, se expandía en suaves oleadas al resto del organismo. Era la certificación del reconocimiento oficial por los esfuerzos, oficiales y oficiosos, académicos y no, realizados durante la larga fatiga de todos esos años. Era un pase libre a todos los juegos del parque de diversiones por los siguientes cinco años. Era dinero constante y sonante escupido por un cajero todos los meses directo a mi bolsillo.
Los empleé bien. Me patiné los primeros dos sueldos. Después compré ropa, después amarroqué. En algún momento comencé a vivir, y la plata no me alcanzó. Pude pagar cines, cenas, noches de hotel. Tuve, por un instante, conciencia de que estaba viviendo la vida que durante tanto tiempo había querido vivir. Después ya no.
Y eso a pesar de saber cuánta verdad hay en lo que dicen los Decadentes: “no busques la calma: no existe la paz”. Pero, no obstante, la busco. Gasto neuronas, gasto energías, me consumo en pos de un poco de sosiego. Caigo bajo, bajísimo en esa búsqueda. Comercio, intento hacerle trampas a Dios. Le digo: ¡por favor, Dios, por favor…! Te prometo que voy a ser bueno… te prometo que voy a ser mejor… te prometo que no voy a ser tan malo… dale, ¿qué te cuesta? Y colmo mi discurso de excusas y disculpas por mi comportamiento rastrero, por la obtención de la mínima ventaja. Cuando logro mentirme, cuando me convenzo de que mi conducta fue apropiada, que las migajas del momento fueron ganadas en buena ley, cuando me creo que un futuro sin sobresaltos me será concedido, intento cambiar de tema, intento pensar en otra cosa. Algunas veces lo logro. Por un rato.
Falta poco para que comiencen los últimos dos años de respiro. Es decir: todavía falta mucho para la nada del fin de la beca. Con los obsesivos no hay caso: nos preocupamos antes, y de sobra. Ya estoy haciendo planes. Ya estoy poniendo todo mi esfuerzo para que otra beca haga que el cajero, el mismo u otro, escupa plata en mi bolsillo. Más plata. Porque, sí: yo soy el antagonista de Luca, yo soy aquél a quien él parodiaba. Antes de acostarme, me arrodillo, entrecruzo mis manos, y le hablo a Dios. Muy serio, esto le digo: por favor, Dios mío, por favor… quiero dinero, quiero dinero. Concedémelo.
Matías Pailos
Los temas de Dostoievsky son sus obsesiones, y el dinero era una de ellas. El protagonista de ‘El Adolescente’ explicita qué es lo que hace que eso sea tan importante: el dinero es poder. El poder es libertad. Hazte millonario: el dinero os hará libres.
¿Qué entendía Dostoievsky por libertad? Creo que quedó claro: poder. Poder y libertad son equivalentes. A mayor poder, mayor libertad. Evidentemente no todo es tan sencillo. Basta con que se ponga cualquier objeto demasiado cerca de nuestros ojos para que no podamos verlo más. De modo análogo, los millonarios no siempre son concientes de que poseen uno de los más ansiados bienes, uno que vale más que sus autos, sus casas y sus lacayos. El dinero mismo: la certeza de poder tener más autos, más casas, más lacayos cuando nos venga en gana.
He ahí lo sustantivo del dinero: poder hacer lo que nos venga en gana. Acortar la distancia que va desde el deseo hasta la realidad. Por supuesto que las potencialidades del dinero no son ilimitadas. Por suerte a ellos, la gente de fortuna, los rodea la humanidad pobre para recordarles, si quisieran, que hay otras formas de vida. Vidas sin dinero. Vidas que apenas son vida.
Poder es libertad. Es una pena que el dinero no pueda reemplazar a algunos de sus términos de la precitada identidad. Esto, sin embargo, nos señala otra cualidad de Dios: Dios es infinitamente millonario.
Pero no seré optimista: busco el dinero no solo porque dé poder. No soy tan ambicioso, no tengo estatura mitológica. Busco el dinero, siempre lo hice, por motivos más mezquinos, menos loables. El dinero no solo da poder; también ofrece seguridad. Seguridad, protección, amparo. El dinero es el seno materno, dentro del que podemos abandonarnos a la inconciencia, en la certeza de que nunca nada nos pasará. Podemos recostarnos en el dinero, podemos recostarnos meramente en el saber que lo tenemos y no necesitar más nada, no necesitar a nadie más: nada nos afectará, el mundo no podrá herirnos. Acá tengo estos dólares, jefe. Tenga. Impida que los malos lleguen hasta mí.
Sin dinero no puedo pensar. Esto, literalmente, es falso. Sin dinero se piensa. Se piensa mucho, se piensa más que en muchos otros momentos. Se logra, de hecho, una concentración inaudita, porque solo se piensa en una cosa: el dinero mismo. Se piensa en cómo ganarlo, en cuánto se ganará; en cuánto se perdió, en cómo se lo dilapidó, en quién es el culpable de la malaria presente; se calcula y se fabula. Loterías, casinos, hipódromos. Tramoyas. Plata fácil. Se piensa en cómo engrosar el capital: loterías, casinos, hipódromos. Cuando no se tiene dinero, en general, se toman malas decisiones. Y al por mayor.
Quizás por esto pueda decir, sin ponerme colorado, que uno de los días más felices de mi vida fue cuando supe que obtuve la beca doctoral. Para Diciembre de 2003 yo quería tener, por más de un motivo, solo una cosa en mente: la preparación de la defensa de mi tesis. El mail en el que se me informaba que la beca anhelada me había sido concedida, por tanto, por la sorpresa y a pesar de ella, no hizo que brincara de felicidad. Hizo algo más decisivo. Me hizo más ligero.
Fue como si removieran los grilletes que me mantenían en la celda, fue como si quitaran el peso que cargaba sobre mis hombros; fue como si suprimieran la gravedad. Fue un confort que, desde el estómago, se expandía en suaves oleadas al resto del organismo. Era la certificación del reconocimiento oficial por los esfuerzos, oficiales y oficiosos, académicos y no, realizados durante la larga fatiga de todos esos años. Era un pase libre a todos los juegos del parque de diversiones por los siguientes cinco años. Era dinero constante y sonante escupido por un cajero todos los meses directo a mi bolsillo.
Los empleé bien. Me patiné los primeros dos sueldos. Después compré ropa, después amarroqué. En algún momento comencé a vivir, y la plata no me alcanzó. Pude pagar cines, cenas, noches de hotel. Tuve, por un instante, conciencia de que estaba viviendo la vida que durante tanto tiempo había querido vivir. Después ya no.
Y eso a pesar de saber cuánta verdad hay en lo que dicen los Decadentes: “no busques la calma: no existe la paz”. Pero, no obstante, la busco. Gasto neuronas, gasto energías, me consumo en pos de un poco de sosiego. Caigo bajo, bajísimo en esa búsqueda. Comercio, intento hacerle trampas a Dios. Le digo: ¡por favor, Dios, por favor…! Te prometo que voy a ser bueno… te prometo que voy a ser mejor… te prometo que no voy a ser tan malo… dale, ¿qué te cuesta? Y colmo mi discurso de excusas y disculpas por mi comportamiento rastrero, por la obtención de la mínima ventaja. Cuando logro mentirme, cuando me convenzo de que mi conducta fue apropiada, que las migajas del momento fueron ganadas en buena ley, cuando me creo que un futuro sin sobresaltos me será concedido, intento cambiar de tema, intento pensar en otra cosa. Algunas veces lo logro. Por un rato.
Falta poco para que comiencen los últimos dos años de respiro. Es decir: todavía falta mucho para la nada del fin de la beca. Con los obsesivos no hay caso: nos preocupamos antes, y de sobra. Ya estoy haciendo planes. Ya estoy poniendo todo mi esfuerzo para que otra beca haga que el cajero, el mismo u otro, escupa plata en mi bolsillo. Más plata. Porque, sí: yo soy el antagonista de Luca, yo soy aquél a quien él parodiaba. Antes de acostarme, me arrodillo, entrecruzo mis manos, y le hablo a Dios. Muy serio, esto le digo: por favor, Dios mío, por favor… quiero dinero, quiero dinero. Concedémelo.
Matías Pailos
10 Comentarios:
Creo que si cuando no tiene dinero no puede pensar en otra cosa más que en tenerlo, entonces sin dinero no puede pensar.
Porque escribe Pailos?
Porque escribe Cioso?
Porque? Para que?
eh?
hola Matías, pasé a saludarlo.
como es que estoy en sus links?
saludos
quiero dinero! me da? ja
hoy pensaba en esto: bueno, no importa, ya pagué los seiscientos pesos del alquiler; tengo un mes asegurado d eno se bien qué pero ya están asegurados; me quedan 35 pesos hasta el día en que los pelotudos de becas me depositen el sueldo (otra de las raoznes por las cuales hoy decline su invitación). Bueno, no importa, pensé: total, mañana es un nuevo día y en una de esas, por qué no, gano un montón de guita en la quiniela, me la encuentro en la calle, me conceden el plan pefecto para afanar un banco, descubro pepitas de oro en mi inodoro, se muere un pariente mío de españa y me deja más euros que emociones, mi vieja decide vender la casa y darme la mitad, se muere mi vieja y me toca el seguro, mi psicologa me dice que agarre esos diez mil dolares que hay en el escritorio, el colectivero me pide que le cuide la máquina expendedora de boletos. Mañana te llamo cualquier cosa.
PH: avisá. Siempre es bueno tener un amigo con plata.
E: ... sí...
Anónimo: no sé. Para ser amados, temidos y respetados. Para tener fama, fortuna y prestigio. Porque no hay forma de que te publiquen sin haber escrito.
Marina: yo hago todo lo que hace PH. Él la lee, yo la leo. Él linkea, yo linkeo.
Necesito terminar la carrera. Pero más que nada, necesito dinero para irme de mi casa y que mis viejos dejen de romperme con que termine la carrera.
(La 'e' de allá arriba no fui yo)
ultimamente no puedo armar una frase medianamente pasable, sólo le digo muy buen post.
saludos.
anónimo: yo creo que escriben para mí, que los leo siempre.
Gran post. Por las verdades, en algunos puntos nefastas, que alberga. Lamento haberla leído tarde, pero ud. sabe que el malestar nos ensimisma, nos vuelve egocéntricos, aun cuando ese ensimismamiento reposa mentalmente en otro u otros.
Lo cito a ud.:
"Loterías, casinos, hipódromos. Tramoyas. Plata fácil. Se piensa en cómo engrosar el capital: loterías, casinos, hipódromos".
Lo cito a Dosty, "El jugador":
"¿Es posible entrar en una sala de juego y no verse invadido de superstición?".
He ahí su superstición. La suya, MP. La que le pide a Dios cada noche.
Y "El adolescente", sí. Justo de eso escribí; no del de él, no.
ML: mi medio para evitar verme invadido de superstición es nadar en ella a cada momento.
Pau: escribimos para usted. Creo, francamente, que competimos por usted.
Emilia: ¿qué le puedo decir? Hasta que consiga salir de su casa, procure evitar todo trato con sus padres.
No sólo escribís buenos post, a veces tus respuestas los redoblan.
Sigan compitiendo, yo agradecida.
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