El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

15 febrero, 2007

Historia de un eremita

Una de las principales causas de la soledad es la timidez. Por ese entonces, la mía tocaba proporciones inauditas.
Salí del primario y me encontré perdido. Ya en los últimos años, antes de abandonarlo, lo estaba. El factor desencadenante de mi desconcierto era uno que no había sido perentorio hasta entonces: las mujeres. Ya había estado enamorado, ya había pasado años sin decírselo. Nada de eso había sido óbice para mi felicidad. Sufría, porque ella no estaba enamorada de mí, porque ella estaba enamorada de otro; no importaba. Solo importaba el fútbol, los juegos, las peleas. La irrupción de los bailes determinó mi descenso en la escala social. De muy apto deportista devine imposible objeto de deseo. Un gordito petiso con dificultades para la expresión oral (porque no se me entendía; no porque hablara poco o mal) no era, para las nenas de diez años, un hombre atractivo. Algunas de ellas, sin embargo, sí me eran apetecibles. Una en particular acaparaba mi atención. Como quedó dicho, la correspondencia no existía.
Ese fracaso particular y la ineficacia general en el rubro amoroso signaron mi repliegue. Cuando ingresé al secundario tenía decidida una estrategia general: solo importaría yo. Era, soy y seré enamoradizo. La puesta en funcionamiento de esa disposición, siempre sorpresiva, perturbaba el aislamiento autoimpuesto. El desarreglo sexual en el que me vi inmerso obraba lo propio. Pero contra él tenía un remedio a mano: me mataba a pajas. La recientemente descubierta afición onanista hacía más fácil que no saltara en pleno recreo sobre los culos suculentos de mis compañeritas; el apocamiento hacía el resto.
La reiteración genera hábito; el hábito deriva pronto en segunda naturaleza, y uno empieza a pensar que la aberración es un lugar normal. Para peor, viví en carne propia las meditaciones cartesianas: en plena clase, en pleno recreo, solo o acompañado en mi casa, comencé a evaluar seriamente la posibilidad de que no fuera más que un sueño, propio o ajeno, de que lo que me rodeaba fuera un sueño, de que lo fuera (como Russell sugiriera) el pasado. Me entregué a esos cabildeos solipsistas, a la suma de sus variantes. El sueño de la razón produce monstruos; más acá, Wilcock sostenía que la soledad engendra dioses. De estas planicies psíquicas me arrancaron la angustia y los ataques de furia, otros dos talentos del adolescente típico que pronto descubrí. El marco general, sin embargo, seguía siendo el aislamiento. Hablaba con muy pocos. Dedicaba la mayor parte de mi tiempo libre a la lectura, y mis pocas salidas se dividían entre ir a ver a Dolina los viernes y ver a alguna banda los sábados. La falta de diálogo, la separación de toda empresa comunitaria fomentó los devaneos psicóticos. Esto seguramente es exagerado, pero con ello solo pretendo indicar que mi imagen de la realidad, de lo que sentían, pensaba y deseaban los otros, y antes que nadie más, mis coetáneos, se hallaba profundamente alejada de lo razonable. Sin el control que la conversación y la pérdida de tiempo compartido ejercen, pensaba que todo el mundo sabía quién era Harum Al Rashid, que todos habían leído La Sonata a Kreutzer, que nadie desconocía la situación política de Indochina. Cambié el asombro y la especulación cartesiana por la fe y la desesperación de Kierkegaard. Lo sentía afín, y me impuse creer. Mis prejuicios burgueses y progresistas sólidamente arraigados, perfectamente apáticos en el casillero religioso, pronto sacaron las chispas que hicieron de mi mente una hoguera, infinitas hogueras. La moral kierkegaardiana deja al deber ser kantiano hecho reducido a pálida copia de la copia de la auténtica rectitud. Quise ser un hombre moral. Además, había decidido ser escritor. No hay deseo sin previo desear desear. Esa fue mi superstición favorita por mucho tiempo; quizás todavía lo siga siendo. ¿Cómo anhelar la vida de todos, la vida de sexo, alcohol y amor; cómo, a la vez, anhelar un módico éxito profesional y realizarme como escritor, cuándo ese danés hijo de puta me impulsaba a imitar a Abraham y sacrificar a mi hijo, a ser Job y agradecer la pérdida de mi rebaño, de mi mujer, de mi progenie? ¿Cómo, siendo un adolescente argentino de clase media ilustrada y urbana, pretender actuar como el hijo de un pastor protestante en el desolado frío de la Copenhague de dos siglos atrás? Y sin embargo quería todo. Quería todo, todo el tiempo.
Eso no podía durar.
Es increíble cómo uno puede errar el cálculo. Es increíble cómo uno se engaña.
Todavía adolescente, en la fila para entrar a ver a Dolina al Sindicato del Seguro, una chica me preguntó qué estaba leyendo. Meses deseando, ante mi inveterada timidez, que alguna lo hiciera. Ahora veía satisfechos mis afanes. Fui parco. Me limité a cerrar el libro y mostrarle la tapa. Sin emitir palabra. La chica no hizo mayor comentario. Al rato estaba hablando con otro.
Antes o después, yo estaba enamorado de otra. La que estaba sentada conmigo lo sabía; sabía, además, que la otra no era ella. Mientras hablábamos en las escaleras del edificio, yo sabía que ella estaba enamorada de mí. Mi pija estaba parada mucho antes de que ella me diera mi primer beso. Antes de finalizar nuestra primera semana de noviazgo, comprendí que no se dejaría coger tan rápidamente. La dejé.
La adolescencia no es perpetua. La dejé atrás; las contradicciones se resolvieron solas. La timidez, en algún momento, en algún sentido, desapareció.
La soledad se limitó a cambiar de vestuario.

Matías Pailos

9 Comentarios:

Blogger Martín Ludwig dijo...

La eterna compañía de la soledad acaba, sospecho, cuando uno advierte que todos están en la misma soledad o, lo que es lo mismo, que erramos en la definición de soledad.

15/2/07 10:55  
Anonymous Anónimo dijo...

Este es uno de sus post mejor escritos, y también uno de los menos comentados, ¿Será que los lectores sólo quieren 'a piece of the accion?
¿Cuando dice que la soledad cambia de vestuario se refiere a una muda de ropa o a que pasa a las duchas del equipo visitante?

16/2/07 11:52  
Anonymous Anónimo dijo...

ML: ¿qué definición de soledad? (Como en sus mejores momentos, tiene razón.)

ZC: gracias. Sabía que iba a ser poco comentado. Le diría que fue una medida fríamente calculada, pero usted sabe que es falso: me limito, en cada caso, a poner en palabras la única idea que tenga en ese momento.
Me niego a contestar su primera pregunta.
Me niego a contestar su segunda pregunta.

16/2/07 12:04  
Anonymous Anónimo dijo...

Hoy a la mañana cuando releí el post, pensé en dejar un mensaje diciendo "me dejaste pensando, ya vuelvo".
A veces pasa eso, la escritura no es mi fuerte (vaya novedad) y encima son tantas cosas que despierta que al final una se resigna a a la idea de no tener palabra.
Casi al contrario de lo que le pasa a usted, estimado Pailos.

saludos.

16/2/07 13:55  
Blogger Simpática y puntual dijo...

Yo también lo he releído, y en realidad, tenía ganas de comentar, pero me parecía tan de mina mi comentario que me frenaba. En fin, aquí va:

"Un gordito petiso con dificultades para la expresión oral (porque no se me entendía; no porque hablara poco o mal)"

Ay pero que ternura!

16/2/07 15:07  
Anonymous Anónimo dijo...

Pau, yo nunca pienso. De esa forma evito toda dificultad expresiva (qué después diga lo que quise decir, que después se me entienda, son entuertos marginales).

Sí: soy un tierno. En particular, cuando no soy un hijo de puta. (Quiero todo comentario de mina que pululare por el aire.)

17/2/07 10:52  
Blogger Lorena Garcia dijo...

Cuando me di cuenta como venía la mano, agarre un corpiño de mi madre y lo rellené con algodones.
-¿Que le pasa a la nena?- preguntaba mi padre, desorientado como de costumbre.

Y así, travestida, sobrellevé gran parte del secundario.

17/2/07 21:53  
Blogger Unknown dijo...

Mi querido Pailos,
¿Sabe que yo también iba muchos pero muchos viernes a escuchar a Dolina? Y un día, lo recuerdo muy bien, me tocaron el c"#$%&/ Lo único que espero es no enterarme a estas alturas, a casi diez años de ininterrumpida amistad, que fue usted el autor material de la deshonra.
Muy lindo su post. Creo que la adolescencia es la peor etapa para cualquiera, ¿no? Y lo peor es que uno siempre cree que es el único raro (no freak, tiene razón pau) y que los otros la pasan bomba. Besos, V.

18/2/07 13:35  
Anonymous Anónimo dijo...

No estoy seguro de haberla pasado tan mal en la adolescencia como en lo que podríamos llamar 'primera juventud'.
De lo otro, no puedo garantizarle nada. (Pero mi ímpetu toqueteiro había menguado para ese entonces. La etapa de furor apoyativo fueron mis 15 años, o más o menos.
Hablemos.

18/2/07 19:13  

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