Salud
¿Y si tengo SIDA?
-¿Hacemos H.I.V.?
El médico intentó hacer pasar el interrogante por una consulta sin importancia, como si me preguntara: “¿A usted qué le parece? ¿Lloverá?”. Lejos, muy lejos estaba una interpelación de otra. Tan lejos como puede estar ser uno individuo más, gris, indistinguible del resto del rebaño, de la entidad visible, destacable y destacada por antonomasia: el paria.
(Porque si tengo todo cambia, toda vira violentamente a un tintero negro en el que meto la cabeza y luego el cuerpo y luego ya no me encuentro la cabeza ni el cuerpo. Por un instante, por mucho tiempo, si tengo, si llego a tener, toda va a ser un laborioso y cambiante intento por recuperar los matices, por volver al blanco y negro. Para el color faltaría mucho, pero mucho más.)
Mi intención era hacer valer de una buena vez la pequeña fortuna que estoy erogando mes a mes en obra social (en “seguro por enfermedad”, como insiste –indignado- Cioso) y someterme a una revisión general. El primer paso de este extenso proceso es pedir turno. El segundo, tener la entrevista con el médico clínico. El tercero, ser víctima de aquella pregunta fatídica.
Dudé.
-… Sí.
El tipo anotó. Me vi forzado a aclarar, culposo, queriendo deshacerme de la admonición por disoluto que pendía de una invisible y tangible mano del tamaño de la cara del médico terminada en un índice extendido que me señalaba, que apuntaba a mi entrecejo, no importa cuánto ni dónde girara la cabeza: siempre estaba ahí.
-… No es que haya hecho nada incorrecto, ojo…
Y no lo hice. Juro que no lo hice. Salvo, bueno… confieso que desde hace algunos años vivo aferrado cual artículo de fe a una oración que Marta Dillon transcribió en una columna dominical: no se conoce un solo caso de transmisión del virus por cunnilingus. Confieso, también, que en ocasiones me he entregado a esos afanes con alguna herida, alguna llaga en mi boca.
Confieso que en alguna ocasión se me ha roto el forro calzado.
¿Son indicios de riesgo cierto? No. ¿Puede pasar que, a pesar de eso…? Sí, claro. Pero no parece lo más probable. ¿Entonces? Entonces pasa lo que suele ocurrir cuando la peor posibilidad es destacada, cuando el miedo activa los mecanismos obsesivos, cuando nos enfrentamos a los datos provistos por la ciencia, datos que están fuera de nuestro control determinar o modificar. La razón recula, la angustia apremia.
Ese día me planteé la posibilidad de renunciar al test. Después de todo, si estaba infectado viviría con menos angustia en estos meses por venir que si me enterara. Después de todo, en uno y otro caso, seguía sin haber cura.
Contuve la hemorragia de cobardía. La mesura, la equidad y la firmeza volvieron por sus fueros. El día siguiente me sacaron sangre.
Queda todavía una posibilidad: negarme a ir a buscar los exámenes. Pero en verdad, no queda nada de eso.
De un tiempo a esta parte me entregué al juicio de las tres fuerzas citadas (mesura, equidad, firmeza); lo que es una forma apenas más elegante de decir que resolví volverme, que me volví más mesurado, más razonable, más firme en mis decisiones. Tanto que las vacilaciones, dudas y tentaciones difícilmente me corren del rumbo preestablecido. (Son épocas. En esta estoy particularmente más lúcido.) De ninguna forma voy a dejar de concurrir a retirar los resultados, a someterme al juicio del profesional.
Pero, cuando me descuido, me muero de miedo.
Cuando me descuido, entrego cualquier posibilidad y actualidad de felicidad por años de salud. Pago la salud con pobreza, Dios, si fuera necesario.
(Estos diálogos con Dios se están volviendo moneda corriente. Salen barato: eso tienen de bueno. Son un síntoma neurótico, a no dudarlo, pero no generan angustia, así que voy a dejarlos actuar… (No subestimen nunca la fuerza de la mala fe.))
Camino de un lado al otro de la habitación, gasto el suelo, forjo una imagen neurótica peculiar dentro del mundo blogger -dentro del mundo. Pero el tiempo no pasa. Mejor la duda que la certeza del desastre, me digo. No: eso tampoco hace que el tiempo vaya más rápido…
Matías Pailos
-¿Hacemos H.I.V.?
El médico intentó hacer pasar el interrogante por una consulta sin importancia, como si me preguntara: “¿A usted qué le parece? ¿Lloverá?”. Lejos, muy lejos estaba una interpelación de otra. Tan lejos como puede estar ser uno individuo más, gris, indistinguible del resto del rebaño, de la entidad visible, destacable y destacada por antonomasia: el paria.
(Porque si tengo todo cambia, toda vira violentamente a un tintero negro en el que meto la cabeza y luego el cuerpo y luego ya no me encuentro la cabeza ni el cuerpo. Por un instante, por mucho tiempo, si tengo, si llego a tener, toda va a ser un laborioso y cambiante intento por recuperar los matices, por volver al blanco y negro. Para el color faltaría mucho, pero mucho más.)
Mi intención era hacer valer de una buena vez la pequeña fortuna que estoy erogando mes a mes en obra social (en “seguro por enfermedad”, como insiste –indignado- Cioso) y someterme a una revisión general. El primer paso de este extenso proceso es pedir turno. El segundo, tener la entrevista con el médico clínico. El tercero, ser víctima de aquella pregunta fatídica.
Dudé.
-… Sí.
El tipo anotó. Me vi forzado a aclarar, culposo, queriendo deshacerme de la admonición por disoluto que pendía de una invisible y tangible mano del tamaño de la cara del médico terminada en un índice extendido que me señalaba, que apuntaba a mi entrecejo, no importa cuánto ni dónde girara la cabeza: siempre estaba ahí.
-… No es que haya hecho nada incorrecto, ojo…
Y no lo hice. Juro que no lo hice. Salvo, bueno… confieso que desde hace algunos años vivo aferrado cual artículo de fe a una oración que Marta Dillon transcribió en una columna dominical: no se conoce un solo caso de transmisión del virus por cunnilingus. Confieso, también, que en ocasiones me he entregado a esos afanes con alguna herida, alguna llaga en mi boca.
Confieso que en alguna ocasión se me ha roto el forro calzado.
¿Son indicios de riesgo cierto? No. ¿Puede pasar que, a pesar de eso…? Sí, claro. Pero no parece lo más probable. ¿Entonces? Entonces pasa lo que suele ocurrir cuando la peor posibilidad es destacada, cuando el miedo activa los mecanismos obsesivos, cuando nos enfrentamos a los datos provistos por la ciencia, datos que están fuera de nuestro control determinar o modificar. La razón recula, la angustia apremia.
Ese día me planteé la posibilidad de renunciar al test. Después de todo, si estaba infectado viviría con menos angustia en estos meses por venir que si me enterara. Después de todo, en uno y otro caso, seguía sin haber cura.
Contuve la hemorragia de cobardía. La mesura, la equidad y la firmeza volvieron por sus fueros. El día siguiente me sacaron sangre.
Queda todavía una posibilidad: negarme a ir a buscar los exámenes. Pero en verdad, no queda nada de eso.
De un tiempo a esta parte me entregué al juicio de las tres fuerzas citadas (mesura, equidad, firmeza); lo que es una forma apenas más elegante de decir que resolví volverme, que me volví más mesurado, más razonable, más firme en mis decisiones. Tanto que las vacilaciones, dudas y tentaciones difícilmente me corren del rumbo preestablecido. (Son épocas. En esta estoy particularmente más lúcido.) De ninguna forma voy a dejar de concurrir a retirar los resultados, a someterme al juicio del profesional.
Pero, cuando me descuido, me muero de miedo.
Cuando me descuido, entrego cualquier posibilidad y actualidad de felicidad por años de salud. Pago la salud con pobreza, Dios, si fuera necesario.
(Estos diálogos con Dios se están volviendo moneda corriente. Salen barato: eso tienen de bueno. Son un síntoma neurótico, a no dudarlo, pero no generan angustia, así que voy a dejarlos actuar… (No subestimen nunca la fuerza de la mala fe.))
Camino de un lado al otro de la habitación, gasto el suelo, forjo una imagen neurótica peculiar dentro del mundo blogger -dentro del mundo. Pero el tiempo no pasa. Mejor la duda que la certeza del desastre, me digo. No: eso tampoco hace que el tiempo vaya más rápido…
Matías Pailos
14 Comentarios:
poné una foto por lo menos
Tengo dudas sobre la corrección política de esta entrada. Lo cual es bueno, claro.
Le iba a comentar una historia que viene al caso, pero lo voy a dejar para después. Lo que sí, veo que éste post es un poco más corto o breve de lo que en general son los suyos. Le sienta bien esa medida también. Digo, puede ser algo a explorar, ¿no?.
Sr Pailos:
Su post me hizo acordar a una situación que data de hace varios años atrás: mi madre tenía que hacerse una serie de estudios para comenzar en un puesto de trabajo y uno de esos estudios era el de HIV Sida.
Trabajando en un servicio médico, me entero de que el HIV no es un análisis que se puede solicitar por un tema de discriminación (si tiene Sida, entonces, qué?).
Supongo que mi madre debe haber tenido que firmar el papel donde da permiso para que le hagan ese estudio.
Ahora, no sé qué hubiese pasado si ella se hubiese negado. No sé si hubiese estado ocho años trabajando en el mismo sitio.
Excelente post. Lo felicito.
Porqué para nosotros los hiponcondriacos la certeza tiene que ser siempre la del desastre? No tiene porqué ser así y de serlo mi sabia madre lo dice "un día a la vez" y lleva 19 años (cumplidos hoy) recuperada de su alcoholismo y en sobriedad).
Guácala.
¿Y si es la chica quien tiene, pongamos el caso, recién puesto un flamante piercing cerca de su clítoris? Lo digo por la íntima tentación de bajarse a esos lares.
Ay...
Cuídese(lo)
Ahora que lo pienso, ya hizo un post llamado "Dinero", otro llamado "Salud", ¿nos está haciendo esperar con el de "Amor", cual trilogía?
ML: gracias. Reconforta saber que no estoy tan lejos de ese lugar. Creo, de todas formas, que mi perspectiva favorita es la de 'casi políticamente incorrecto'.
SYP: me sale lo que me sale. Procuro brevedad, pero ella suele serme reacia. Y cuente su historia. Ahora o después, pero no deje de hacerlo.
Lu: gracias por la historia y los mimos.
Charlotte: no soy hipocondríaco en particular sino obsesivo en general. No, no tiene por qué ser así.
RSB: si le pasa, agradezca. Y no large hasta que lo echen.
yo tengo dos planes para cuando me digan que tengo SIDA;: uno, es afirmar que es por culpa de los tatuajes que tengo. La otra es sacar un blog enternecedor respecto del tema. Seré un neurótico pero estoy preparado
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Tras una semana de inquietud, fui a buscar los resultados. En la recepción del hospital me dieron un sobre.
-Pero... ¿como?...¿aquí?- dije alarmada.
-¿Y que quieres, guapa, que te preparemos un chill out?-.
Lo bueno de la preocupación por el sida es que me olvido de los embarazos.
Durante los años 90' el test de HIV era señalado como el rito de iniciación de la generación X. Hoy día, no sé, me parece que la cronificación del SIDA a traves de los cóctels de pastillas la ha convertido en una enfermedad básicamente trágica para los estratos mas pobres de la sociedad. Igual, si te da positivo es todo palo.
MP: la historia es la siguiente: La vez que ocurrió que el preservativo se rompió, agarré al muchacho en cuestión y lo llevé a hacernos un test. La siguiente cita fue para intercambiar resultados. Llamenme paranoica, loca, exagerada, pero yo me quedé mucho más tranquila, y él también.
Quiero decir que ser un obsesivo de la precaución y la protección a veces es signo de salud mental... Igual a veces pienso que Dios me va a castigar (llamenme culpógena judeocristiana).
De todas formas hay teorias con respecto al HIV, que niegan su existencia, lo consideran un invento para el negocio de la medicina o la farmacéutica.
Y con respecto a los exámenes de salud preocupacionales, supuestamente es ilegal hacerte el test, pero varios creemos que lo realizan sin decirnos nada. O sea, ilegalmente.
No sé, SYP; me cuesta considerar a la obsesión como pariente de la salud.
PH: por ahí le afano la idea. Cruzo los dedos.
LO: Todos miramos mucha televisión. Encantadora, la recepcionista.
ZC: y... sería un bajón.
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