Hacia el oeste, el avance del imperio continúa
-¿Qué libro me recomendás?
-“Extinción”. “Extinción” o “La niña del pelo raro”
-¿De quién son?
-David Foster Wallace.
Y seguidamente incurrí en la gaffe de describirlo como
-El mejor escritor vivo.
Pero esto no es más que, cuanto mucho, uno más de mis excesos verbales; que no son más que, cuanto mucho, una ínfima porción de mis excesos. (Aunque en un sentido convencional no sea, ni con mucho, una persona excesiva.) En ascuas, o en figurillas, me las vi cuando tuve que describir las virtudes de Wallace. ¡Para qué! Terminé haciendo una brevísima relación de la trama de “Señor Blandito”, el monumental cuento que abre “Extinción”, que más que cuento es un cuento largo, y más precisamente largísimo: lo suficiente como para contener toda la obra de Aira en una nota al pie.
“Extinción”, acordamos con Cioso, es mejor que “La niña del pelo raro”. Y acaso tampoco el mejor cuento de ese libro de cuentos sea el que da título a este post, y que, casualmente (¡mirá vos!) nombra el relato (el cuento, es decir) del que me veo compelido a hablar (pero es mentira, porque no existen tales obligaciones. A menos que le pongan una pistola en la cabeza, uno hace lo que quiere; es decir: está en nuestro poder hacer otra cosa), a saber: “Hacia el oeste, el avance del imperio continúa”. La pregunta es como la canción: la misma. ¿Cómo hablar de un relato? Más específicamente: ¿cómo transmitir lo que (uno cree) el relato es, y no meramente de lo que trata, su argumento, sus procedimientos y tonos? ¿Hay algo más allá de eso? Acaso sí: lo que despertó en nosotros. ¿Es la recepción parte del texto? No parece, ¿no? ¿Conviene hablar de ‘la experiencia de lectura’, en lugar de hablar de ‘el texto’?
Hablemos de todo.
Caigamos presa de la ilusión de que hay un más allá del argumento y los procedimientos empleados y los tonos suscriptos y la recepción.
Wallace es el mejor. Un poco demasiado astuto, al parecer de Cioso. Un poco demasiado habilidoso, firuletero, un poco demasiado talentoso. Maneja demasiados tonos, recursos, procedimientos, temas, voces. Demasiado un poco demasiado. Es como un chico en bicicleta que estuviera constantemente diciendo “¡Mirá, mamá: sin manos!”.
Cioso tiene razón.
Ah: el último chiste es de Wallace. Está en un libro llamado “La niña del pelo raro”, en un cuento intitulado “Hacia el oeste, el avance del imperio continúa”.
Hubo una vez un cuento posmoderno de un escritor posmoderno y yanqui llamado John Barth que hablaba acerca de McDonald’s, de las ansias, miedos y deseos de los yanquis, que era eso que no puedo comprender del todo ni sé si me gusta del todo: la puesta en acción de la literatura como forma de comprender y concocer esa parte peculiar del mundo que es la sociedad contemporánea. Hubo una vez un discípulo de Barth, pero también de Pynchon, que en el fondo quería ser discípulo de Salinger, que en el fondo quería escribir un relato que realmente conmoviera, que emocionara, con el cuál los lectores, instruidos y no, todos ellos, realmente hicieran empatía. Ese escritor es Wallace.
Ah: esa observación sobre Wallace, sobre Barth, sobre la literatura norteamericana y sobre la literatura, es de Wallace. Está en el libro que ustedes ya saben, en el cuento que ustedes (¡pillos!) sospechan.
¿Qué es “Hacia el oeste, el avance del imperio continúa”? Es un cuento enorme, excesivo, total, omniabarcativo. Es, en ocasiones, supinamente tedioso. Es ‘8 ½’, de Fellini, en forma de cuento, pero, además de ombliguear todo el tiempo, continuamente abierto al mundo. Porque es eso que el cuento de Barth parece que era, pero más. Y mejor.
Es, si quieren saberlo, el minucioso recuento de las peripecias de Mark Nechtr, discípulo clásico y dilecto del mayor escritor posmo: C_ Ambrose (pero en el fondo, lo sabemos, Nechtr solo quiere emocionar. ¿Por qué, entonces, ese relato, en el que su alter ego asesina a su mujer, en el que cae en cana solo para ser torturado, ultrajado, sodomizado y cagado encima (sic) por su compañero de celda, el gordo Mark (sí: Mark)), de su mujer –poetisa de vanguardia-, de Sternberg –quien odia su propio cuerpo-, de algunos más y también de J.D Steelritter: el señor McDonald’s, y su hijo, el adorable e insoportable DeHaven Steelriter, vestido de payaso y maquillado como tal, en viaje hacia El Mayor Aviso Publicitario De La Historia: El Aviso Comercial De Todas Las Personas Que Alguna Vez Participaron De Un Aviso Comercial De McDonald’s.
Es un cuento realista, emotivo, posmoderno, fantástico, onírico; es metanarrativo y reflexivo, y metareflexivo. Es asfixiante y extenuante; es profundamente adjetivo.
Es un gran cuento de Wallace, pero los hay mejores. Los hay mejores porque Wallace siempre lo puede hacer mejor. Siempre, y cuando digo siempre digo a cada línea, Wallace está adelante de vos. Satisfaciendo tus necesidades lectores, creando necesidades de las que carecías, saciando las que desconocías que tenías.
Cuidado con Wallace: crea adicción.
Cuidado con Wallace, o mejor: Ave Wallace: el mundo –los libros- te pertenece.
Matías Pailos
-“Extinción”. “Extinción” o “La niña del pelo raro”
-¿De quién son?
-David Foster Wallace.
Y seguidamente incurrí en la gaffe de describirlo como
-El mejor escritor vivo.
Pero esto no es más que, cuanto mucho, uno más de mis excesos verbales; que no son más que, cuanto mucho, una ínfima porción de mis excesos. (Aunque en un sentido convencional no sea, ni con mucho, una persona excesiva.) En ascuas, o en figurillas, me las vi cuando tuve que describir las virtudes de Wallace. ¡Para qué! Terminé haciendo una brevísima relación de la trama de “Señor Blandito”, el monumental cuento que abre “Extinción”, que más que cuento es un cuento largo, y más precisamente largísimo: lo suficiente como para contener toda la obra de Aira en una nota al pie.
“Extinción”, acordamos con Cioso, es mejor que “La niña del pelo raro”. Y acaso tampoco el mejor cuento de ese libro de cuentos sea el que da título a este post, y que, casualmente (¡mirá vos!) nombra el relato (el cuento, es decir) del que me veo compelido a hablar (pero es mentira, porque no existen tales obligaciones. A menos que le pongan una pistola en la cabeza, uno hace lo que quiere; es decir: está en nuestro poder hacer otra cosa), a saber: “Hacia el oeste, el avance del imperio continúa”. La pregunta es como la canción: la misma. ¿Cómo hablar de un relato? Más específicamente: ¿cómo transmitir lo que (uno cree) el relato es, y no meramente de lo que trata, su argumento, sus procedimientos y tonos? ¿Hay algo más allá de eso? Acaso sí: lo que despertó en nosotros. ¿Es la recepción parte del texto? No parece, ¿no? ¿Conviene hablar de ‘la experiencia de lectura’, en lugar de hablar de ‘el texto’?
Hablemos de todo.
Caigamos presa de la ilusión de que hay un más allá del argumento y los procedimientos empleados y los tonos suscriptos y la recepción.
Wallace es el mejor. Un poco demasiado astuto, al parecer de Cioso. Un poco demasiado habilidoso, firuletero, un poco demasiado talentoso. Maneja demasiados tonos, recursos, procedimientos, temas, voces. Demasiado un poco demasiado. Es como un chico en bicicleta que estuviera constantemente diciendo “¡Mirá, mamá: sin manos!”.
Cioso tiene razón.
Ah: el último chiste es de Wallace. Está en un libro llamado “La niña del pelo raro”, en un cuento intitulado “Hacia el oeste, el avance del imperio continúa”.
Hubo una vez un cuento posmoderno de un escritor posmoderno y yanqui llamado John Barth que hablaba acerca de McDonald’s, de las ansias, miedos y deseos de los yanquis, que era eso que no puedo comprender del todo ni sé si me gusta del todo: la puesta en acción de la literatura como forma de comprender y concocer esa parte peculiar del mundo que es la sociedad contemporánea. Hubo una vez un discípulo de Barth, pero también de Pynchon, que en el fondo quería ser discípulo de Salinger, que en el fondo quería escribir un relato que realmente conmoviera, que emocionara, con el cuál los lectores, instruidos y no, todos ellos, realmente hicieran empatía. Ese escritor es Wallace.
Ah: esa observación sobre Wallace, sobre Barth, sobre la literatura norteamericana y sobre la literatura, es de Wallace. Está en el libro que ustedes ya saben, en el cuento que ustedes (¡pillos!) sospechan.
¿Qué es “Hacia el oeste, el avance del imperio continúa”? Es un cuento enorme, excesivo, total, omniabarcativo. Es, en ocasiones, supinamente tedioso. Es ‘8 ½’, de Fellini, en forma de cuento, pero, además de ombliguear todo el tiempo, continuamente abierto al mundo. Porque es eso que el cuento de Barth parece que era, pero más. Y mejor.
Es, si quieren saberlo, el minucioso recuento de las peripecias de Mark Nechtr, discípulo clásico y dilecto del mayor escritor posmo: C_ Ambrose (pero en el fondo, lo sabemos, Nechtr solo quiere emocionar. ¿Por qué, entonces, ese relato, en el que su alter ego asesina a su mujer, en el que cae en cana solo para ser torturado, ultrajado, sodomizado y cagado encima (sic) por su compañero de celda, el gordo Mark (sí: Mark)), de su mujer –poetisa de vanguardia-, de Sternberg –quien odia su propio cuerpo-, de algunos más y también de J.D Steelritter: el señor McDonald’s, y su hijo, el adorable e insoportable DeHaven Steelriter, vestido de payaso y maquillado como tal, en viaje hacia El Mayor Aviso Publicitario De La Historia: El Aviso Comercial De Todas Las Personas Que Alguna Vez Participaron De Un Aviso Comercial De McDonald’s.
Es un cuento realista, emotivo, posmoderno, fantástico, onírico; es metanarrativo y reflexivo, y metareflexivo. Es asfixiante y extenuante; es profundamente adjetivo.
Es un gran cuento de Wallace, pero los hay mejores. Los hay mejores porque Wallace siempre lo puede hacer mejor. Siempre, y cuando digo siempre digo a cada línea, Wallace está adelante de vos. Satisfaciendo tus necesidades lectores, creando necesidades de las que carecías, saciando las que desconocías que tenías.
Cuidado con Wallace: crea adicción.
Cuidado con Wallace, o mejor: Ave Wallace: el mundo –los libros- te pertenece.
Matías Pailos
Etiquetas: David Foster Wallace, Literatura
11 Comentarios:
Venía leyendo y pensando "pero que burro que nunca leí a Wallace" y ya me tenías convencido con tu entusiasmo contagioso, hasta que llegue a la parte en que contás que el compañero de celda lo "caga encima (sic)" y se me pasaron las ganas. No hay caso, lo mío es Fitzgerald.
Pun intended (digo, por lo de "las ganas" que se me pasaron)
Una pena. Espero que el paso del tiempo haga olvidarte de ese detalle para que tus ganas vuelvan con nuevos bríos.
Tommy, piense en Wallace como en un escritor que pretende escribir un relato donde ingrese todo el universo, o al menos todos los Estados Unidos (¿El Gran Relato Americano?) y en ese universo o en esos Estados Unidos sucede que existen cárceles donde presos abusivos cagan sobre la cara de sus compañeros más débiles, pero no más que eso, o mejor, mucho, muchísimo más que eso. Hágale caso a Pailos y no se pierda a Wallace: El mejor escritor (norteamericano menor de 50 años) vivo.
MP, gracias por lo que a mí me toca. Comparto ampliamente todas las opiniones y caprichos expuestos en este post. Trataré de aportar algo más si mi vida disminuye un poco el nivel de caos en el que me tiene inmerso.
Es curioso como la siempre buscada, afanasamente deseada, como el Gran Objeto de Deseo de los escritores yanquis, como El Tópico y El Ícono de su metadiscuros teórico, esto es: La Gran Novela Norteamericana, haya terminado siendo un cuento. Largo, es verdad, pero cuento al fin (creo que acordarás conmigo en este punto). Y también es curioso que no resulte ni el mejor cuento del autor ni el mejor cuento del libro.
Creo que no subrayé suficientemente uno de los tantos temas de este cuento: qué hace de un relato, un gran relato. Qué debe buscar el escritor, qué temas debe tratar, qué procedimientos emplear, para quién escribir, qué relación tiene que tener con la tradición y con la posteridad. (Ya sé que sí hablé de esto; retengo la sensación de no haberlo subrayado suficientemente, hasta este momento, al menos.)
Gracias ZC, te voy a hacer caso (pero menos mal aclaraste lo de los 50 porque el mejor escritor estadounidense vivo de más de 50 es Cormac Mccarthy).
Estimado tommy, las bondades del saldo argentino quieren que atesore buena parte de la obra de Mccarthy por menos de $50 y al alcance de mi mano en la biblioteca aunque todavía no he emprendido su lectura, de modo que nos pondremos a mano, ud. acometerá Wallace y yo estiraré mi brazo para aferrarme directamente a Meridiano de Sangre.
Saludos
¿Matias Pailos es tambien Federico Pailos?
Sorprendente.
Florence.
Bueno, Flor, al menos él y yo no somos tan diferentes.
TB: comencé hace un tiempo 'Meridiano de Sangre'. No estaba de ánimo, pero sí: era muy bueno. (Si vos leés a Wallace y nosotros a McCarthy, todos ganamos.)
ULTIMO MOMENTO
HABRÍA SIDO DEVELADA LA IDENTIDAD SECRETA DE MATÍAS PAILOS
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal