El Ártico con conjuntivitis
Parece haber nacido adulto. Eso dice Aira sobre Lamborghini. Eso es algo que yo podría decir si el momento se presentara. Podría, por ejemplo, decir: parece haber nacido adulto. Podría, por caso, no estar hablando de un escritor argentino sino de un músico inglés, un pendejo de 21 años bien aspectado y con flequillo beatle o mod o new wave. Pongamos que se llama Alex Turner, y que es eso que algunos individuos pocos remilgados llaman ‘el líder’ de una banda llamada ‘Arctic Monkeys’ que tuvo a bien volarnos las chapas al puñado de asistentes a su presentación de la víspera en el Luna. Llegué rodeado de preocupaciones: una conjuntivitis no del todo curada, un cansancio acrecentado por el porro consumido antes de salir, una edad que dobla a la de buena parte de mis contertulios. Pero me dije: tenés permiso de tu oftalmóloga, tenés un estado atlético decente, compensás tus años con tu inmadurez, y corre el tren que ya se te va. Llegué con los últimos temas de ‘Bicicletas’, el grupo soporte. Apenas terminó cometí mi primer error: me puse de pie y encaré hacia el escenario. Tardarían más de media hora en subir, y tuve que tolerar el dispendio innecesario de energía adolescente en cánticos como ‘oléeee: olé-olé-olé; Arc-tic, Arc-tic’. Se aprecia el esfuerzo, pero vuelva en Marzo. Estaba cansado, insisto. Las piernas no me respondían, la cabeza se me caía, un bostezo sucedía a otro. Todavía no habían pasado cinco minutos y ya estaba chivando. Me saqué la musculosa parar chivar más a mis anchas, preocupado porque mi sudor no tocara mis ojos, ocupado en ponerme cada cinco minuto gotitas a punto de estar lo suficientemente calientes como para devenir inservibles. Las luces se apagan y corro para adelante: hago avalancha, doy empujones, piso cabezas. Saltamos, nos empujamos, cantamos temas cuyas letras corren demasiado rápido para ser alcanzadas. Después del sacudón inicial no pude evitar pensar que estaba a disgusto. ¿Por qué? Ellos eran buenísimos, tocaban a las chapas y con altísima precisión, eran todo derroche de energías. Comprendí. Imaginen que son varones y que tienen debajo de ustedes, desnuda, a un minón. Un minón que se mueve, que gime, que te la chupa y te entrega el orto, que se pone en cuatro y revolea el pelo, que se deja dar nalgadas y decir porquerías. ¿Por qué podrías pensar, después del polvo, que no estuvo tan bueno? Porque se notaba que no estaba entusiasmada con vos. Que era muy buena, y que si estuviera tan entusiasmada como vos lo estás la pasarías mejor que con ninguna otra, pero que no. Y con estos pendejos pasaba lo mismo. No morían porque un puñado de sudacas murieran por ellos, y eso me bajó la libido. Ahí se les ocurre tocar ‘I bet you look good on the dancefloor’ y morí. La pegaron ‘Fluorescent Adolescent’ y renací y morí una vez más. Mientras salía del centro neurálgico del quilombo y me perdía en los túneles secretos del Luna en busca de un baño saldé cuentas con ellos: muy bien, muy bien: son geniales, me encantaron, a la mierda las prevenciones. Los vi cuando debía verlos y pelaron como pocos. También pasé mentalmente en limpio algunas cosas que iba a escribir: parece que Turner es un lúcido (esta palabra la utilizan mucho para hablar de él) cronista (esta también) de la vida veinteañera urbana inglesa, un hermanito menor y dilecto de The Streets, un hijo del hip-hop y un tataranieto de Dylan. Habla a los pedos y no se le entiende nada. ¿Cómo se le va a entender, si habla en inglés? Y pasa lo mismo que con Dylan y se genera el mismo tipo de confusión. El tipo (cualquiera de ellos) podrá ser un gran letrista. A nosotros, ¿qué? No nos llega por la letra, de la que apenas captamos retazos. Si nos llega (y sí: nos llega (cualquiera de ellos)), lo hace por la música. Incluyo su fraseo anfetamínico, pastillero, speedero al taco, a la misma velocidad y aceleración que su guitarra y la batería. Ese grupo es Turner y el baterista, otro animal de menos de un cuarto de siglo que no solo toca la bata a la velocidad en que Turner canta y toca la guitarra, sino que además canta él también. Levanté la vista y vi mi ojo rojo. Me fui a mear, donde enfrenté la duda primordial: ¿entro en pánico o me relajo? ¿Y si pierdo el ojo por relajarme? No volví a mirarme al espejo. Me limité a tomar agua, mojarme el pelo y de nuevo a chivar como bestia a los saltos, hasta que el show terminó. No hubo bises: por fin alguien que comprende que son una pelotudez. (Ayer me lo parecían, qué se yo.) Me retiré con el pantalón roto y una paranoia que afluía y refluía, me comí media hora de espera del 130 (mala elección), me comí oler mi propia pestilencia (estaba para tirarme a la basura), pero volví. Fui, vi y vencí. La mayor parte de los temas tocados eran los rápidos, más alguno alegre, así que no hubo espacio para gemitas como ‘A Certain Romance’ o ‘505’. Rumié mi insatisfacción al compás de medio paquete de fideos, con el que empujé el resto de energía que me quedaba, puse cara de inglesito de 21 de mal humor y enorme talento precoz y después de una ducha me fui al sobre.
Matías Pailos
Matías Pailos
Etiquetas: Recitales
5 Comentarios:
que lindo, Pailos. Muy vivido su relato. Fue como si lo estuviera viendo. Muscu naranja? besos.
Ta muy bien. Hay que bancarse ser adolescente a los 30 y ud. demuestra no sólo que puede sino que también tiene con qué.
Musculosa gris, Vero.
Sí, yo tengo con qué. No hay duda.
no sé cómo fue, pero si me decís que no se prendieron al público, debo decir que no pasaron el caretómetro de lautaro.
Bah, no...son ingleses y son indie...ni que fuesen megadeth.
Son ingleses, pero eso no es excusa. Los Who son ingleses y no me digas.
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