Los hermanos
Para Pablo Idez
Amaneció lloviendo. La lluvia cesó a mediodía y empezó a aclarar pasadas las 2 de la tarde. Los hermanos están en la playa, de cara al mar. El sol declina y en su abdicación baña todas las cosas con un barniz de eternidad efímera, entre ellas las espaldas de los hermanos, que siguen mirando el mar como quien se queda prendado a un interrogante. El agua les llega a los tobillos y cada lengua que el mar despliega los hunde un milímetro más, un milímetro más. Un milímetro más. En la arena.
“Vamos a nadar”, propone un hermano. “Vamos” asiente el otro. Rompen su inmovilidad de estatuas de sal con una carrera breve y frenética, que los revela como torpes, inútiles bípedos en un medio que nos les corresponde. Alzan las piernas y clavan los talones cada vez, hundiéndolos en el agua verdosa y coronando cada paso con sonoros ¡splashs! y ¡plops! Con disimulada impaciencia ofrecen el pecho o las costillas a las olas. Vadean toscos la no man’s land entre el agua y la tierra hasta que hallan profundidad suficiente y entonces se internan como agujas en la panza de la ola a punto de romper sobre ellos. Emergen al otro lado de la pared de agua convertidos en otra cosa. Lanzan unas brazadas de prueba, atentos a la siguiente ola, listos para volver a sumergirse. Hay mucha espuma mezclada con yodo sobre la superficie de un mar de café con leche expresso peinado en ondas que se resuelven con violencia de ruptura en el idioma que el mar ruge a los hombres y con el que les advierte.
Superan dos, tres olas y ya están del otro lado, detrás de la rompiente, mecidos por un sinfín de ondas mansas en su marcha disciplinada hacia la orilla. Los hermanos flotan. Contemplan el sol que desciende lento manchando unas nubes, bañando en oro la remota ciudad balnearia. “Vamos a nadar mar adentro, como los guardavidas” anuncia un hermano. El otro asiente con la cabeza. Emprenden la marcha al unísono con brazadas filosas que tajean el agua verdosa del mar revuelto, inescrutable. Nadan uno junto al otro, mirándose cada vez que extraen la cabeza del agua para hiperventilarse, confirmándose en el falso reflejo que el otro les devuelve de sí mismos. El mar los acuna con método: suben y bajan al vaivén de las ondas. Rompen el agua con el brazo derecho y se empujan con el izquierdo. El mar se les insinúa en la boca. Cada tanto, lavan con buches de saliva el regusto del agua salada y escupen. Atraviesan un cardumen de cornalitos y de pronto es como si cavaran con manos desnudas un campo repleto de lombrices. Los peces golpean ciegos contra sus cuerpos obstinados y los hermanos se sienten intimidados por las presencias invisibles que el mar abisma en su seno y cada tanto se manifiestan como señales de algo que aguarda ahí donde no pueden verlo. Continúan. Se detienen. “¿Qué pasa? Pregunta un hermano “Estoy un poco mareado, tanto subir y bajar”, explica el otro. Aguardan flotando a que se le pase, casi suspendidos en el agua como boyas de carne, sangre, huesos. El sol los mira a los ojos y se despide con sus últimos movimientos. La ciudad en miniatura se abandona a la modorra lánguida de las primeras luces artificiales. “¿Listo?” “Sí” “Sigamos”. Reanudan la marcha. Perciben de tanto en tanto corrientes de agua fría que les recorren el cuerpo con un estremecimiento eléctrico. Un hermano saca la cabeza para respirar y ve cómo una gaviota se lanza en picada y se alza en vilo con un cornalito aferrado a su pico: el pez se debate arqueándose en vano. Las brazadas se suceden, imponiendo su propio ritmo a la música inmemorial de las olas, el agua se torna más oscura, casi negra. Un hermano se detiene. “¿Qué pasa?” pregunta el otro. “Ya está, es tarde. Volvamos”, dice. “Yo voy a seguir un poco más” dice el otro. Apenas se ven las caras con los ojos irritados llenos de sal. “Está oscureciendo, podemos perder de vista la orilla” alega uno. “No, es mejor, porque nos guiamos por las luces” repone el otro. “¿Y si no se ven las luces” “No importa, nos orienta la corriente”. “Yo vuelvo, para mi ya está” “Bueno, yo sigo un poco más”. Sopla una ráfaga de viento que les llena de gotitas la cara, como si estuvieran perlados de sudor o lágrimas. “Yo vuelvo”, repite uno. “Está bien. Después nos vemos” asiente el otro y reanuda sus brazadas y se interna mar adentro. El otro hermano permanece flotando y lo ve alzarse y descender en las intermitentes cimas y depresiones de la marea mientras se aleja hasta que ya no lo ve y solamente le llegan los ecos de las brazadas y el chapoteo de la patada hasta que el sonido que produce el cuerpo en acción del hermano también se difumina y se mezcla con el ruido sordo del océano y se hace uno con su promesa de noche y silencio y soledad.
Amaneció lloviendo. La lluvia cesó a mediodía y empezó a aclarar pasadas las 2 de la tarde. Los hermanos están en la playa, de cara al mar. El sol declina y en su abdicación baña todas las cosas con un barniz de eternidad efímera, entre ellas las espaldas de los hermanos, que siguen mirando el mar como quien se queda prendado a un interrogante. El agua les llega a los tobillos y cada lengua que el mar despliega los hunde un milímetro más, un milímetro más. Un milímetro más. En la arena.
“Vamos a nadar”, propone un hermano. “Vamos” asiente el otro. Rompen su inmovilidad de estatuas de sal con una carrera breve y frenética, que los revela como torpes, inútiles bípedos en un medio que nos les corresponde. Alzan las piernas y clavan los talones cada vez, hundiéndolos en el agua verdosa y coronando cada paso con sonoros ¡splashs! y ¡plops! Con disimulada impaciencia ofrecen el pecho o las costillas a las olas. Vadean toscos la no man’s land entre el agua y la tierra hasta que hallan profundidad suficiente y entonces se internan como agujas en la panza de la ola a punto de romper sobre ellos. Emergen al otro lado de la pared de agua convertidos en otra cosa. Lanzan unas brazadas de prueba, atentos a la siguiente ola, listos para volver a sumergirse. Hay mucha espuma mezclada con yodo sobre la superficie de un mar de café con leche expresso peinado en ondas que se resuelven con violencia de ruptura en el idioma que el mar ruge a los hombres y con el que les advierte.
Superan dos, tres olas y ya están del otro lado, detrás de la rompiente, mecidos por un sinfín de ondas mansas en su marcha disciplinada hacia la orilla. Los hermanos flotan. Contemplan el sol que desciende lento manchando unas nubes, bañando en oro la remota ciudad balnearia. “Vamos a nadar mar adentro, como los guardavidas” anuncia un hermano. El otro asiente con la cabeza. Emprenden la marcha al unísono con brazadas filosas que tajean el agua verdosa del mar revuelto, inescrutable. Nadan uno junto al otro, mirándose cada vez que extraen la cabeza del agua para hiperventilarse, confirmándose en el falso reflejo que el otro les devuelve de sí mismos. El mar los acuna con método: suben y bajan al vaivén de las ondas. Rompen el agua con el brazo derecho y se empujan con el izquierdo. El mar se les insinúa en la boca. Cada tanto, lavan con buches de saliva el regusto del agua salada y escupen. Atraviesan un cardumen de cornalitos y de pronto es como si cavaran con manos desnudas un campo repleto de lombrices. Los peces golpean ciegos contra sus cuerpos obstinados y los hermanos se sienten intimidados por las presencias invisibles que el mar abisma en su seno y cada tanto se manifiestan como señales de algo que aguarda ahí donde no pueden verlo. Continúan. Se detienen. “¿Qué pasa? Pregunta un hermano “Estoy un poco mareado, tanto subir y bajar”, explica el otro. Aguardan flotando a que se le pase, casi suspendidos en el agua como boyas de carne, sangre, huesos. El sol los mira a los ojos y se despide con sus últimos movimientos. La ciudad en miniatura se abandona a la modorra lánguida de las primeras luces artificiales. “¿Listo?” “Sí” “Sigamos”. Reanudan la marcha. Perciben de tanto en tanto corrientes de agua fría que les recorren el cuerpo con un estremecimiento eléctrico. Un hermano saca la cabeza para respirar y ve cómo una gaviota se lanza en picada y se alza en vilo con un cornalito aferrado a su pico: el pez se debate arqueándose en vano. Las brazadas se suceden, imponiendo su propio ritmo a la música inmemorial de las olas, el agua se torna más oscura, casi negra. Un hermano se detiene. “¿Qué pasa?” pregunta el otro. “Ya está, es tarde. Volvamos”, dice. “Yo voy a seguir un poco más” dice el otro. Apenas se ven las caras con los ojos irritados llenos de sal. “Está oscureciendo, podemos perder de vista la orilla” alega uno. “No, es mejor, porque nos guiamos por las luces” repone el otro. “¿Y si no se ven las luces” “No importa, nos orienta la corriente”. “Yo vuelvo, para mi ya está” “Bueno, yo sigo un poco más”. Sopla una ráfaga de viento que les llena de gotitas la cara, como si estuvieran perlados de sudor o lágrimas. “Yo vuelvo”, repite uno. “Está bien. Después nos vemos” asiente el otro y reanuda sus brazadas y se interna mar adentro. El otro hermano permanece flotando y lo ve alzarse y descender en las intermitentes cimas y depresiones de la marea mientras se aleja hasta que ya no lo ve y solamente le llegan los ecos de las brazadas y el chapoteo de la patada hasta que el sonido que produce el cuerpo en acción del hermano también se difumina y se mezcla con el ruido sordo del océano y se hace uno con su promesa de noche y silencio y soledad.
Zedi Cioso
Etiquetas: Relatos
22 Comentarios:
Sí, es un final muy Carver. Me encantó el párrafo inicial, en particular "El sol declina y en su abdicación baña todas las cosas con un barniz de eternidad efímera, entre ellas las espaldas de los hermanos, que siguen mirando el mar como quien se queda prendado a un interrogante". No tanto las dos oraciones iniciales. (Pero 'el inicio', tomado como todo el párrafo, garpa a full.) Las comparaciones o imágenes o metáforas me encantan. Otras cosas que suman: las onomatopeyas y los términos técnicos o en inglés, y su mezcla. Es decir, la mezcla de registros (o de registros de términos, porque el registro de los párrafos es constante) suma. Transmitís bien la vivencia (permitime usar este término) del nadador, y el final es el que tiene que ser.
Yo lo haría más largo. Contaría un poco más, pero no sé bien de qué (si la 'prehistoria inmediata', si algo de la relación que tienen estos hermanos, si hitos de su historia, si todo esto o algo de todo esto).
Lindo, muy lindo.
Gracias por la lectura con lupa MP, atenderé a las recomendaciones.
Muchas Gracias Cobiñas, me alegra que le haya gustado (y más me alegraría volver a verla en persona alguno de estos días)
empieza ligero y casual. La accion de nadar y narrar se acompañan con el relato de las brazadas de forma excelente. La tension sube y sube . Mas bien se adentra y se adentra hasta la angustia.
El final no decae, o no cae en un obvio final.
Ma parecio de lo mejor que has escrito.
Muchas Gracias por sus comentarios Mary, me gustó mucho aquello de que las acciones de nadar y narrar se acompañen
Saludos
me gusto tanto que no quise leer ningun previo comentario que domesticara mi sensacion apenas terminar de leerlo.
Mas de estos por favor!
¿es tarde para comentar este post? me gustó mucho. las descripciones están bárbaras. a mi también me gusta pasar la rompiente e ir un poco mar adentro, pero no mucho. me da miedito. ¿y si después no puedo volver? mmm... mejor no, gracias.
un beso. julieta.
Muy bueno su relato Zedi, lo felicito. Observo que un hermano se caracteriza por su audacia y el otro por su prudencia.Espero que el que se internó mar adentro cuando la noche caía sobre el mar, haya regresado sano y salvo.Infiero que entre los dos se deben complementar a la perfección. ¡Qué lindo que un hermano le dedique un relato al otro con referencia a una experiencia compartida por ambos! Creo que esos dos hermanos se deben querer mucho. Ojalá sea así.
el final carver se corresponde con un hecho muy particular, en la fecha en que transcurre el relato raymond inundaba mis tardes de apatía y ansiedad.
lejos, uno de los mejores relatos zedi.
Que comentario maricón, tricolor.
Aguante el Porve.
Perdón, pero en mi comentario anterior olvidé acotar: Menos mal que en esa "remota ciudad balnearia" no se produjo un corte de luz, porque en ese caso, al hermano que se internó a nadar mar adentro, todavía en estos momentos lo estaban buscando los guardavidas. En cuanto a Ud., querido MP, "el TRICOLOR" Y "el Porve" no se pueden comparar atento que le recuerdo, militan en categorías distintas: Nacional "B" y Primera "C" respectivamente. Pero hay algo que a Ud. y a mí nos une: "EL REY DE COPAS" INDEPENDIENTE DE AVELLANEDA. Un abrazo para todos.-
Nunca es tarde para comentar un post, Julieta. Me alegra mucho que le haya gustado. Hay que animarse a pasar la rompiente, desde allá se ven las cosas de otra manera.
Muchas Gracias por su comentario Trico, no adhiero a las bravuconadas de Pailos.
Es cierto brother, salíamos a nadar y en los ratos libres vos leías a Carver y yo a Faulkner. A la noche, nos sentábamos en la arena a mirar el mar y nos quedábamos colgados con la mitad de una luna amarilla de insert coin. Son las breve formas que reviste la felicidad.
nada que ver con el contenido, pero justo ayer terminé de leer el relato "adiós hermano mío" de cheever que también transcurre en la costa. te hiper recomiendo que lo leas si es que no lo hiciste ya.
Hola Simpática! Me sucede algo curioso con Cheever, hace unos meses en un programa de radio leyeron un fragmento muy bueno de un relato que yo no conocía y al finalizar dijeron que se trataba de "El marido rural", de J.C. Cuando volví a casa y revisé mi antología descubrí que sí lo había leido. Volví a leerlo y me pareció buenísimo (no sé si mejor que la primera lectura, porque a ésta la había olvidado por completo). Ahora vuelvo a revisar las páginas de La geometría del amor y constato que también leí "Adios hermano mío" (es incluso el relato que abre el libro). Lo releí entre ayer y hoy y me pareció genial, incluso subrayé cosas que había pasado por alto en la primera lectura, pero.. ¡no recordaba prácticamente nada! apenas que había una casa sobre un acantilado. No sé cómo explicar esto, César Aira dijo una vez que sólo hacemos nuestros a los libros que logramos olvidar por completo. Espero que este sea el caso con Cheever.
Para despedirme, y aunque el cuento es de otro talante, me despido con un párrafo afín al mío:
"Durante la visita de Lawrence salíamos a nadar con mas frecuencia que de costumbre, y creo que había una razón que explicaba esa conducta. Cuando la irritabilidad que se acumulaba como consecuencia de su compañía comenzaba a agotar nuestra paciencia, salíamos a nadar y disolvíamos la irritación en el agua fría".
Algo más, y sólo para ud. Simpática. Al final del cuento el amargo de Lawrence aborda el barco y el hermano lo imagina diciendo "thalassa, thalassa" que en griego significa "mar" y que es lo que pronunciaron los guerreros de la expedición de los diez mil según cuenta Jenofonte en la "Anábasis". No es imposible que Cheever haya extraído la referencia del mismo libro donde la encontré yo "Los Griegos" de H.D.F. Kitto, que comienza con esa anécdota y fue publicado en Londres en 1951, el mismo año en que Cheever escribió su cuento.
mirá, lo más raro es que yo lo leí en este contexto: una vez por semana, al menos, tengo mi momento zen, que es llenar la bañera con agua caliente y espuma y meterme y quedarme al menos 40 minutos. para esa vez puse de fondo una radio por internet (en la mac, yo creo que en las pc se puede hacer lo mismo) con el itunes, que se llama ASCAP (The American Society of Composers, Authors and Publishers, Official Jazz Station), y me tiré en la bañera a leer el cuento. cuando llegué al párrafo que copiaste vos, y creo que el que le sigue que dice algo como que se meten al agua cada vez que hay alguna tensión, como si así eliminasen las asperezas, me estremecí, porque es más menos lo que estaba haciendo yo, y me miraba y miraba el libro y el agua y estaba conmovida.
gracias por lo de "thalassa, thalassa", porque lo leí y no sabía que era, lo iba a googlear, obvio, pero el relajo del bañó me ganó y me fui a dormir.
creo que no es el párrafo que le sigue, es exactamente el que copiaste vos.
¿y toda la parte de cuando juegan en la mesa y lawrence los mira? ¿y cuando varias mujeres se visten de novias para la fiesta de disfraces? es maravilloso.
Zedicioso
pasate cuando puedas y me gustaria tu opinion
Gracias
ms Mary
Acuerdo con ud. simpática, el agua tiene la capacidad de revertir estados de ánimo. Tal vez sea porque es la experiencia más cercana a vivir en otro mundo de la que disponemos nosotros, simples mortales (hacer la prueba de sumergir la cabeza y mirar hacia arriba, es como estar al otro lado del espejo).
Sí, excelentes las escenas del cuento y despreciable Lawrence. Para mal de todos esos tipos existen. Yo tengo la desgracia de trabajar con uno de ellos y la verdad que dan ganas de partirles un palo por la cabeza.
Saludos
Gracias Mary, trataré de pasar y dejarle mi opinión.
Saludos
No es nada nuevo lo que te digo (te lo he comentado en otros post y también aparece en los comenarios): es increíble lo que escribís cuando hay agua de por medio.
gracias por compartirlo.
saludos al último post de Zedi Cioso.
Muchas Gracias Pau, usted no podía estar ausente en el último post de Cioso (espero que tampoco lo esté en los primeros de Idez). Disculpe también la demora en la respuesta, pero tengo mi casa guardada en cajas.
Saludos
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