Rabioso
1
Al comienzo de Rabia (Sergio Bizzio, Interzona, 2005) un hombre le pide algo –la cola– a una mujer. Pero en el comienzo de mi ejemplar de Rabia, otro hombre, dedicatoria mediante le agradece a otra mujer –la amiga que me prestó el libro– el cariño que ella le prodiga. Ignoro por qué vías arribó el susodicho a la conclusión de que una novela con ese nombre podía ser una adecuada prenda de amor, pero dio en el blanco porque Rabia es una de las más grandes historias de amor jamás contadas por la literatura argentina.
2
César Aira es un maestro del elogio borgiano, ese que tras la palmada en la espalda esconde el íntimo cuchillo en la garganta. En una entrevista publicada el año pasado le preguntaron qué le gustaba de la literatura argentina contemporánea y respondió: “me gustan los que escriben como yo” y nombró a Daniel Guebel. Cuando le pidieron más precisiones, sostuvo: “Rabia me parece de lo mejor que se escribió en estos últimos años”. Conviene prestarle atención a lo que dice César, de modo que ese comentario me quedó rebotando en la cabeza y cuando vi el ejemplar en los anaqueles de la biblioteca de mi amiga –intuyendo algo grande en esas primeras líneas que inician la novela: “cuando vos naciste yo estaba acabando” no dudé en pedírselo prestado.
Sergio Bizzio, al igual que Guebel, practica el airismo a ultranza (de eso pueden dar fe otras obras anteriores como Planet y, sobre todo, En esa época). Por cierto vale la pena aclarar que a esta altura Aira ha excedido el marco de la mera influencia para pasar a ser un género en sí mismo, que cuenta cada vez con más adeptos (chequear por ejemplo Un chino en bicicleta de Ariel Magnus o La Boliviana de Ricardo Strafacce, por citar sólo los casos más recientes). Pues bien, Rabia me parece la mejor novela aireana (excepción hecha de las del mismo Aira, claro está) de todas las que se han escrito hasta la fecha. Y esto no es a causa de exacerbar lo que hay de Aireano en Aira (receta prescripta por Tabarovsky en su influyente Literatura de izquierda) sino más bien por lo contrario, por practicar un “realismo aireano”, morigerándose en las dosis de delirio e invención y restringiéndolas al campo de lo verosímil, como dijo Laiseca: “la grandeza y la eficacia de un mago se mide por su renuncia al uso de la magia”.
3
Rabia es muchas cosas. Una historia de amor, como ya ha quedado dicho. Pero también una de fantasmas que contaría un Henry James dispuesto a prescindir de toda ambigüedad, o una película que Hitchcock se moriría por filmar (a propósito los derechos del libro han sido adquiridos por la productora del español Guillermo del Toro y será filmada este año en la península ibérica por el director ecuatoriano Sebastián Cordero). Se trata del desarrollo notable, casi perfecto, de una idea tan simple como genial, que toca algunas de las obsesiones más perdurables del género humano: mirar sin ser visto o encontrar el refugio infalible contra los males que nos acechan. ¿Cuántas veces, ya grandecitos, experimentamos el placer de acercarnos a una persona conocida para sorprenderla por la espalda y darle un susto? Retengan ese placer de contemplar a esa inocente víctima de nuestra broma en el momento en que prosigue ensimismada con lo que esté haciendo mientras ignora nuestra presencia acechante. “Las personas que son vistas sin que lo sepan parecen locas” dice un personaje en uno de los apuntes geniales que tiene la novela, y no son pocos.
4
Rabia cuenta la historia de amor entre José María, albañil y Rosa, mucama en una mansión que podríamos situar en Palermo Chico, Belgrano R o algún otro barrio residencial de Buenos Aires. José María, o María a secas, como se lo llama en la novela es un personaje notable que deviene en un arquetipo de las aspiraciones masculinas: brutal y sensible, irracional y calculador, frágil y poderoso. El acierto de Bizzio es que María se mueve de un extremo al otro sin demorarse en términos medios. ¿Y a qué hombre no le gustaría prodigarle el máximo de amor y afecto a la mujer que ama y al mismo tiempo inspirar temor a quienes se atreviesen a amenazarla o ponerla en peligro? María, de hecho, a pesar de sus habilidades casi sobrehumanas, ha vivido de humillación en humillación, casi como si no le importara. Es sólo a través de los ojos de Rosa que María se considera como una persona digna de respeto (de recibirlo y de imponerlo) y de ahí la escena antológica en la que el vil portero y su amigo nazi amenazan a María y éste sale corriendo pero regresa del brazo de Rosa y ahí si los recaga bien a trompadas.
5
La convivencia forzosa entre María, Rosa y la familia bien dueña de la mansión, los Blinder (el nombre elegido no es fortuito) podría admitir una lectura marxista que afirmara: “En el fondo, el tema de Rabia es la lucha de clases”. Sin embargo la novela se desliza desde la perspectiva marxista a los estudios de género si nos atenemos a los lazos de solidaridad que entablan Rosa y la señora Blinder a despecho de la indiferencia arrogante del señor Blinder y la desconfianza de María.
Y, last but not least, está la prosa de Bizzio recubriendo todo como un refulgente barniz: precisa, rápida, certera. Su oído afinadísimo para los diálogos y el manejo criterioso de cada elemento del relato: una economía narrativa seguramente ejercitada y pulida en el gimnasio cotidiano de los guiones televisivos con los que el autor se gana la vida.
6
Leí Rabia en un par de días, con esa lenta premura que nos imponemos para que los objetos que nos brindan placer duren un poco más. La terminé una noche de viernes a bordo de un colectivo 55 que me llevaba a casa de mis suegros, en Flores. Me había puesto las lentes de contacto y el cloro remanente en los ojos (había estado nadando) me provocaba ardor, que mitigaba con la aplicación de gotas lubricantes. Leía el final de Rabia y me ponía gotas. Me hubiese gustado que fuesen lágrimas.
Ariel Idez
Al comienzo de Rabia (Sergio Bizzio, Interzona, 2005) un hombre le pide algo –la cola– a una mujer. Pero en el comienzo de mi ejemplar de Rabia, otro hombre, dedicatoria mediante le agradece a otra mujer –la amiga que me prestó el libro– el cariño que ella le prodiga. Ignoro por qué vías arribó el susodicho a la conclusión de que una novela con ese nombre podía ser una adecuada prenda de amor, pero dio en el blanco porque Rabia es una de las más grandes historias de amor jamás contadas por la literatura argentina.
2
César Aira es un maestro del elogio borgiano, ese que tras la palmada en la espalda esconde el íntimo cuchillo en la garganta. En una entrevista publicada el año pasado le preguntaron qué le gustaba de la literatura argentina contemporánea y respondió: “me gustan los que escriben como yo” y nombró a Daniel Guebel. Cuando le pidieron más precisiones, sostuvo: “Rabia me parece de lo mejor que se escribió en estos últimos años”. Conviene prestarle atención a lo que dice César, de modo que ese comentario me quedó rebotando en la cabeza y cuando vi el ejemplar en los anaqueles de la biblioteca de mi amiga –intuyendo algo grande en esas primeras líneas que inician la novela: “cuando vos naciste yo estaba acabando” no dudé en pedírselo prestado.
Sergio Bizzio, al igual que Guebel, practica el airismo a ultranza (de eso pueden dar fe otras obras anteriores como Planet y, sobre todo, En esa época). Por cierto vale la pena aclarar que a esta altura Aira ha excedido el marco de la mera influencia para pasar a ser un género en sí mismo, que cuenta cada vez con más adeptos (chequear por ejemplo Un chino en bicicleta de Ariel Magnus o La Boliviana de Ricardo Strafacce, por citar sólo los casos más recientes). Pues bien, Rabia me parece la mejor novela aireana (excepción hecha de las del mismo Aira, claro está) de todas las que se han escrito hasta la fecha. Y esto no es a causa de exacerbar lo que hay de Aireano en Aira (receta prescripta por Tabarovsky en su influyente Literatura de izquierda) sino más bien por lo contrario, por practicar un “realismo aireano”, morigerándose en las dosis de delirio e invención y restringiéndolas al campo de lo verosímil, como dijo Laiseca: “la grandeza y la eficacia de un mago se mide por su renuncia al uso de la magia”.
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Rabia es muchas cosas. Una historia de amor, como ya ha quedado dicho. Pero también una de fantasmas que contaría un Henry James dispuesto a prescindir de toda ambigüedad, o una película que Hitchcock se moriría por filmar (a propósito los derechos del libro han sido adquiridos por la productora del español Guillermo del Toro y será filmada este año en la península ibérica por el director ecuatoriano Sebastián Cordero). Se trata del desarrollo notable, casi perfecto, de una idea tan simple como genial, que toca algunas de las obsesiones más perdurables del género humano: mirar sin ser visto o encontrar el refugio infalible contra los males que nos acechan. ¿Cuántas veces, ya grandecitos, experimentamos el placer de acercarnos a una persona conocida para sorprenderla por la espalda y darle un susto? Retengan ese placer de contemplar a esa inocente víctima de nuestra broma en el momento en que prosigue ensimismada con lo que esté haciendo mientras ignora nuestra presencia acechante. “Las personas que son vistas sin que lo sepan parecen locas” dice un personaje en uno de los apuntes geniales que tiene la novela, y no son pocos.
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Rabia cuenta la historia de amor entre José María, albañil y Rosa, mucama en una mansión que podríamos situar en Palermo Chico, Belgrano R o algún otro barrio residencial de Buenos Aires. José María, o María a secas, como se lo llama en la novela es un personaje notable que deviene en un arquetipo de las aspiraciones masculinas: brutal y sensible, irracional y calculador, frágil y poderoso. El acierto de Bizzio es que María se mueve de un extremo al otro sin demorarse en términos medios. ¿Y a qué hombre no le gustaría prodigarle el máximo de amor y afecto a la mujer que ama y al mismo tiempo inspirar temor a quienes se atreviesen a amenazarla o ponerla en peligro? María, de hecho, a pesar de sus habilidades casi sobrehumanas, ha vivido de humillación en humillación, casi como si no le importara. Es sólo a través de los ojos de Rosa que María se considera como una persona digna de respeto (de recibirlo y de imponerlo) y de ahí la escena antológica en la que el vil portero y su amigo nazi amenazan a María y éste sale corriendo pero regresa del brazo de Rosa y ahí si los recaga bien a trompadas.
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La convivencia forzosa entre María, Rosa y la familia bien dueña de la mansión, los Blinder (el nombre elegido no es fortuito) podría admitir una lectura marxista que afirmara: “En el fondo, el tema de Rabia es la lucha de clases”. Sin embargo la novela se desliza desde la perspectiva marxista a los estudios de género si nos atenemos a los lazos de solidaridad que entablan Rosa y la señora Blinder a despecho de la indiferencia arrogante del señor Blinder y la desconfianza de María.
Y, last but not least, está la prosa de Bizzio recubriendo todo como un refulgente barniz: precisa, rápida, certera. Su oído afinadísimo para los diálogos y el manejo criterioso de cada elemento del relato: una economía narrativa seguramente ejercitada y pulida en el gimnasio cotidiano de los guiones televisivos con los que el autor se gana la vida.
6
Leí Rabia en un par de días, con esa lenta premura que nos imponemos para que los objetos que nos brindan placer duren un poco más. La terminé una noche de viernes a bordo de un colectivo 55 que me llevaba a casa de mis suegros, en Flores. Me había puesto las lentes de contacto y el cloro remanente en los ojos (había estado nadando) me provocaba ardor, que mitigaba con la aplicación de gotas lubricantes. Leía el final de Rabia y me ponía gotas. Me hubiese gustado que fuesen lágrimas.
Ariel Idez
Etiquetas: Literatura, Reseñas, Sergio Bizzio
7 Comentarios:
¿Por qué se llama "Rabia"?
María es un lacaniano; en el sentido que Lamborghini jr lo era. Es un tipo que, literalmente, hace lo que siente -y que es, por tanto, nefasto para el resto del Universo.
Todavía me acuerdo de la vez que me contaste la escena de María, el portero y Rosa. Imposible no cebarse con tu entusiasmo.
¿un personaje masculino se llama "maría"? ¿los estudios de género tendrían algo qué decir al respecto?
dan ganas de leer la novela.
un beso. julieta.
¿no se llamaba el amigo nazi del portero "Israel"? ¿no es genial?
a mi la novela me encantó.
Amigo Pailos, digamos que a lo largo de la novela hay muchos motivos para justificar el nombre, pero sobre el final el significante deviene significado.
Vale la pena cebarse con esta novela.
Sí Julieta, el personaje masculino se llama María, sólo al principio choca un poco, después uno lo naturaliza. Pensaba que podía haber una cuestión con el género en el sentido de que fuera una novela "masculina" porque la amiga que me la prestó no le había gustado nada, pero ya vino syp a desmentir esa inducción.
Sí Syp, es otro de los grandes guiños de la novela, el rugbier nazi se llama Israel. Me alegra que le haya gustado mucho la novela. Esperemos que la película esté a la altura (lo dudo).
Saludos a todos
Che, Pailos, pasate por mi blog que bardeo a tu equipo de fulbo...
Me leí Rabia en dos o tres tomadas de sol de un verano (esos veranos en los que todavía había sol, no como este, claro)
Bueno Charlotte siempre tendremos Rabia ahí para cuando querramos leerla, lástima que no siempre tengamos sol (paradójicamente y por motivos que no vienen al caso no hay días del verano en los que yo lea más que los lluviosos y nublados).
Saludos
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