El principio
En el año 2006, viajé a Costa Rica. Gané una beca para hacer un curso sobre Derechos Humanos por dos semanas. Todo pago: pasajes en avión y alojamiento, en el mejor hotel de Costa Rica. La beca la gané participando en un concurso de monografías. Cuando mi monografía quedó preseleccionada, salté de felicidad. Cuando efectivamente ganó, estuve en estado de shock durante tres días. Moría de miedo. No me puse contenta. No esbocé ni una sonrisa por mi triunfo. Estaba aterrada. Iba a tener que viajar en avión (cosa que jamás había hecho en mi vida) e iba a tener que estar sola (cosa que jamás había hecho en mi vida), en un país desconocido, con gente extraña. Acepté la beca.
Llegué a Costa Rica. Creo que en el despegue del primer vuelo que me llevó hasta Lima, me desmayé. Pero no importa. Es sólo un detalle. Nadie se dio cuenta. Spinoza dice, en algún lado: “nadie imagina de qué es capaz un cuerpo”. No. Nadie lo imagina. Yo no lo imaginaba. Tuve que estar sobre otro suelo, bajo otro cielo, para saberlo. Y mi cuerpo podía bastante. Pudo bastante. Y podría más todavía.
El curso de Derechos Humanos era masivo. Cien alumnos. Todos en la misma inmensa aula. Todos provenientes de distintos países de América del Sur y Central. Entre tantos chicos, era muy raro que al menos uno no me gustara. En verdad, él gustó primero de mí. Se acercó a hablarme el primer día, un lunes. Pero recién tuvimos un acercamiento más personal durante el primer fin de semana. Era panameño. No muy lindo de cara, pero con un hermoso cuerpo que Dios le había dado. Había sido basquetbolista. No era muy alto, pero tenía una espalda divina. Y una boca muy linda también.
El primer y único sábado que pasamos todos juntos, decidimos ir a bailar. El boliche estaba repleto. La música: reggaeton, claro. Yo me separé del grupo, que se había quedado afuera tomando unas cervezas, y bajé a la pista. Estaba segura, casi podría decir que sabía con certeza, que Juan, el chico panameño, iba a buscarme. Pasó un rato hasta que vi a Juan abriéndose paso entre la multitud que bailaba. Se acercó y me dijo algo. Después, se acercó mi compañera de habitación, Tammy, una limeña divina con la que me llevé muy bien. Con ella, venía un pendejito que la tuvo loca durante todo el viaje, a pesar de que ella tenía unos 40 años. No pasó nada entre ellos, pero bailaron juntos siempre. Se acercó más gente. Bailamos. Charlamos. Tomamos más cerveza.
Volvimos al hotel. No sé por qué, ya no lo recuerdo, yo llegué sola. Cuando estaba por abrir la puerta de mi habitación, vi a Juan caminando unos metros más adelante, a punto de doblar el pasillo para salir de mi vista y entrar a su habitación. No sé cómo, decidí llamarlo. Dije en voz alta: “¡Juan!”. No me escuchó. Repetí en voz un poco más alta: “¡Juan!”. Se detuvo. Dio media vuelta y empezó a caminar hacia mí. Yo empecé a caminar hacia él. Nos encontramos a mitad del pasillo. Hablamos un rato. Cuando nos estábamos despidiendo, me tomó la mano derecha y la besó. Lo miré mientras lo hacía. Durante todo el resto de la semana, hasta que nos separamos en el aeropuerto de Costa Rica, tuve muchas ganas de besarlo, pero no lo hice.
Como buena utilitarista de reglas (si fuera una utilitarista de actos sería otra cosa), no me permití besarlo. Peor todavía, no pude besarlo. No me salió. Simplemente, no me salió. Me enojé conmigo. Me di bronca. Pero lo que me daba bronca de mí no era estar pensando en engañar a mi novio, sino el hecho de que no podía engañarlo. Ni siquiera estando a miles de kilómetros de distancia… Un jueves, Juan me invitó a su habitación. Le dije que no. Él aceptó mi no. Me moría de ganas de que me arrinconara contra una pared y me partiera la boca de un beso y me apoyara bien apoyada y no me dejara más alternativa que decirle que sí. Pero no lo hizo. Por un lado, valoraba el hecho de que no lo hiciera. Por el otro, me preguntaba por qué cuernos no lo hacía. Creo, podría afirmarlo, que me estaba volviendo loca. Durante el resto de los días, hasta separarnos en el aeropuerto, me debatí entre mi deber y mi deseo. El deber ganó. Esa vez, al menos.
Dos semanas después de haberme ido, llegué a Ezeiza. Mi novio me esperaba. Cuando nos vimos, yo ya sabía algo que él todavía ni sospechaba. Sabía que podía estar sola. Sabía que quería estar sola. Tres meses después, le dije que quería separarme.
Julieta Eme
Llegué a Costa Rica. Creo que en el despegue del primer vuelo que me llevó hasta Lima, me desmayé. Pero no importa. Es sólo un detalle. Nadie se dio cuenta. Spinoza dice, en algún lado: “nadie imagina de qué es capaz un cuerpo”. No. Nadie lo imagina. Yo no lo imaginaba. Tuve que estar sobre otro suelo, bajo otro cielo, para saberlo. Y mi cuerpo podía bastante. Pudo bastante. Y podría más todavía.
El curso de Derechos Humanos era masivo. Cien alumnos. Todos en la misma inmensa aula. Todos provenientes de distintos países de América del Sur y Central. Entre tantos chicos, era muy raro que al menos uno no me gustara. En verdad, él gustó primero de mí. Se acercó a hablarme el primer día, un lunes. Pero recién tuvimos un acercamiento más personal durante el primer fin de semana. Era panameño. No muy lindo de cara, pero con un hermoso cuerpo que Dios le había dado. Había sido basquetbolista. No era muy alto, pero tenía una espalda divina. Y una boca muy linda también.
El primer y único sábado que pasamos todos juntos, decidimos ir a bailar. El boliche estaba repleto. La música: reggaeton, claro. Yo me separé del grupo, que se había quedado afuera tomando unas cervezas, y bajé a la pista. Estaba segura, casi podría decir que sabía con certeza, que Juan, el chico panameño, iba a buscarme. Pasó un rato hasta que vi a Juan abriéndose paso entre la multitud que bailaba. Se acercó y me dijo algo. Después, se acercó mi compañera de habitación, Tammy, una limeña divina con la que me llevé muy bien. Con ella, venía un pendejito que la tuvo loca durante todo el viaje, a pesar de que ella tenía unos 40 años. No pasó nada entre ellos, pero bailaron juntos siempre. Se acercó más gente. Bailamos. Charlamos. Tomamos más cerveza.
Volvimos al hotel. No sé por qué, ya no lo recuerdo, yo llegué sola. Cuando estaba por abrir la puerta de mi habitación, vi a Juan caminando unos metros más adelante, a punto de doblar el pasillo para salir de mi vista y entrar a su habitación. No sé cómo, decidí llamarlo. Dije en voz alta: “¡Juan!”. No me escuchó. Repetí en voz un poco más alta: “¡Juan!”. Se detuvo. Dio media vuelta y empezó a caminar hacia mí. Yo empecé a caminar hacia él. Nos encontramos a mitad del pasillo. Hablamos un rato. Cuando nos estábamos despidiendo, me tomó la mano derecha y la besó. Lo miré mientras lo hacía. Durante todo el resto de la semana, hasta que nos separamos en el aeropuerto de Costa Rica, tuve muchas ganas de besarlo, pero no lo hice.
Como buena utilitarista de reglas (si fuera una utilitarista de actos sería otra cosa), no me permití besarlo. Peor todavía, no pude besarlo. No me salió. Simplemente, no me salió. Me enojé conmigo. Me di bronca. Pero lo que me daba bronca de mí no era estar pensando en engañar a mi novio, sino el hecho de que no podía engañarlo. Ni siquiera estando a miles de kilómetros de distancia… Un jueves, Juan me invitó a su habitación. Le dije que no. Él aceptó mi no. Me moría de ganas de que me arrinconara contra una pared y me partiera la boca de un beso y me apoyara bien apoyada y no me dejara más alternativa que decirle que sí. Pero no lo hizo. Por un lado, valoraba el hecho de que no lo hiciera. Por el otro, me preguntaba por qué cuernos no lo hacía. Creo, podría afirmarlo, que me estaba volviendo loca. Durante el resto de los días, hasta separarnos en el aeropuerto, me debatí entre mi deber y mi deseo. El deber ganó. Esa vez, al menos.
Dos semanas después de haberme ido, llegué a Ezeiza. Mi novio me esperaba. Cuando nos vimos, yo ya sabía algo que él todavía ni sospechaba. Sabía que podía estar sola. Sabía que quería estar sola. Tres meses después, le dije que quería separarme.
Julieta Eme
Etiquetas: Julieta
25 Comentarios:
Me deja pensando tantas cosas... Para empezar, que se llame "El principio" es muy simbólico: poner el principio en una separación porque ahora sabemos que no necesitamos a nadie para ser quienes somos...
¿Qué cosa rara pasa con el deseo que a veces es un "no, pero por favor sí"? ¿Será que aparece en casos donde no él no nos interesa lo suficiente como para atacar? ¿Será que a veces necesitamos, de ciertas personas, que se den cuenta sin que digamos nada? ¿A veces queremos que nos arrinconen y dejen de respetarnos?
Me encanta leerte julieta! La verdad es un placer hacerlo! Por algún motivo que desconozco, siempre me identifcan tus relatos, así no tengan nada que ver conmigo, siempre hay un sentimiento narrado por vos que me remite a algo que siento o que he sentido yo (quizas por eso me abstengo de leerte seguido).
sólo una cosa más: Aprendí con el tiempo que las infidelidades no nos hacen ni mejor ni peor persona. Creo que la monogamia es simplemente una imposición social y culturalmente hipócrita que limita nuestras acciones y nuestra felicidad y digo hipócrita porque todos hablamos de el o la "infiel hijo/a de puta" cuando todos, si no hemos sido infieles, mínimo nos hemos encontrado alguna vez en un debate moral interno, deseando otra persona que no es la "propia".
Saludos y seguí escribiendo tan lindo!!
sí, cómo dice j. que se llame el principio es fuerte. estar en esa etapa de recién separada es genial, es como tomarte un ácido, todo parece nuevo, interesante, los colores son fuertes, todo es atractivo, volvés a bailar, escuchar música, etc. qué buen momento.
ahora te la das de santa, si sos más turra ....
jota: gracias por tu comentario. algunas personas te hacen dar cuenta de lo que te pasa o no te pasa con otra persona. algunas personas son como catalizadores de reacciones, para usar la expresión de un amigo.
neutral: muchas gracias. un honor para mí. y me alegra mucho que te guste lo que escribo. pasaré a leer lo que me dijiste.
syp: sí, es así. me gustó tu descripción.
besos.
Estar solo/a siempre es comodo, claro. Pero mucho mas dificil y definitivamente mas copado es arriesgarse a estar en pareja. Varios de mis amigos/as solteros/as o separados/as suscribirian este post y estos comentarios; varios se la pasan ensayando una minuciosa apologia de las bondades de estar solo; y, sin embargo, en sus momentos de mayor sinceridad expresan siempre un unico deseo: tener una pareja estable, sostener una linda pareja...Hay momentos y momentos, claro, pero la apologia de separacion de julieta es tan persistente que ya empieza a parecerme sospechosa.
A mi lo que empieza a parecerme sospechoso es el recuento de levantes de julieta. Sobre todo porque la conozco y puedo asegurar que no ha sido precisamente dotada por la naturaleza...
Debe ser por eso que necesita verbalizar cada conquista, hacerse la sexy aunque sea virtualmente.
Cuánta envidia que se lee por estos pagos! Envidia a poder disfrutar de la soledad, envidia a las múltiples conquistas que acarrea esa soledad que nos abraza alguna vez en la vida.
Anónimo2: Dejame decirte que la inteligencia y la seducción verbal pueden mucho más que un buen culo o unas buenas tetas! Conozco mucha gente (en la que me incluyo) que puede ser seducida por una palabra, un comentario, un gesto o un relato.
Julieta: Gracias por tu comentario y tu respuesta mi mail. Es un placer conversar con vos.
gracias, neutral. igualmente. un beso.
Anónima:
A. ¿Recuento de levantes? ¿En serio te parecen muchos?
B. ¿Sos pelotuda o te hacés?
Anónimo: a mí lo que me empieza a parecer sospechoso sos vos, si sos varoncito probablemente seas algún ex despechado que no sabe qué hacer, si sos mujercita está claro que estás muerta de envidia. En cualquiera de los dos casos, qué manera de perder tu tiempo, se ve que tu vida no es muy interesante ultimamente.
A mi me gusta el título, me parece exactamente eso, un principio.
El comienzo de la soledad que no hiere, del olvido que sana y nos ayuda a dar vuelta la página.
Muy lindo el cuento Julieta. Me gustó, de verdad.
Y ya que estamos, vió Happy Together de Wong Kar Wai???
hola bob: vi esa peli que mencionás hace varios años en un BAFICI y la verdad es que no la recuerdo muy bien. debería volver a verla.
gracias por pasar y por tu comentario.
yo apoyo a anónimo 2, no sé si es varón o nena. yo soy nena y tb me parece sospechosa porque juliet siempre está de novia o con amantes, bue lo que se aprecia en el blog...
aunque podría ser verdad...nunca hace otra cosa que hablar de cojer, de la paja, etc,.o tiene muy poca imaginación, ergo, no hace literatura, pero que se puede esperar de este blog, basura
jajaja, será una basura pero vos no podés dejar de entrar a leer! y encima te preocupas por dejar tu huella con el comentario.
O sos como las moscas que rodean la basura o sos un/a pajero/a más que masturba con el blog, lo cual no está mal, sólo que deberías de ser un poquito menos retrógrado/a
Lo más trsite, en realidad, es que hayas esperado hasta el 2006 para viajar en avión.
la verdad verdad: me gusta putearlos
el principio del fin Julieta y una nueva oportunidad, no se trata de soledades, se trata de caminos.
el deseo es lo que nos lleva más allá de la piedra en el zapato.
siempre es grato leerte, un beso grande
Lilián
Tus textos, Julieta, tienen una frescura que no se deja atravesar por ningún prejuicio...Son muy buenos, mal que les pese a algunas/os.
Saludos
lilián: qué sorpresa! muchas gracias por tu comentario.
liliana: gracias por pasar y por lo que decís.
besos para ambas.
Julie: nunca habia entrado a este blog. Me gusto mucho tu relato...sobre todo porque siempre, de alguna forma, me siento muy identificada con vos..es autobiografico? esta bueno ese doble sentimiento entre ese querer una cosa y al mismo tiempo tambien su contrario.. a mi me pasa mucho.
un beso muy grande!
Erica.
hola erica: muchas gracias por lo que decís.
un beso grande para vos también.
Entiendo que poder estar solo es el comienzo para luego afrontar una relación. También pienso, J. eMe. que lo malo es que uno se hace adicto a los dos estados.
La maravillosa libertad de la soledad y el arcón del encuentro de los cuerpos.
Con respecto a su entrada, brindo por los deseos no cumplidos, los mejores, los que permanecieron en la dimensión de la pura insinuación.
j.g.: muchas gracias por su comentario. coincido totalmente, los deseos no cumplidos son los mejores (y los peores, por supuesto). no se olvidan. siguen ahí, a pesar del paso de los días y de los años. es raro. muy raro...
un beso.
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