Lunes demasiado A.M.
Todo terminó temprano. Alrededor de la una y media, con las luces del cielo apagadas, con el bouquet de algunas cervezas de más, crucé Libertador por Córdoba para internarme en el más acogedor de los lugares: una estación de servicio.
Esta noche es larga. Paro nocturno de colectivos. Estoy solo y no tengo ganas de hacer el esfuerzo de confraternizar a tontas y a locas. Soy una tortuga con caparazón desmontable. Mi mochila: la reserva moral de Occidente. Todo lo que necesito está ahí. Pulóver que funge de almohada sobre el trasporte público, cepillo de dientes, pañuelos, guia-T, forros, MP3 y lo más importante de todo: material de lectura. Remuevo un agua saborizada de las heladeras esquizofrénicas (se creen exhibidores) y pago. Pregunto la hora por un reflejo automático: es mujer y o me calienta o me gusta, ya no recuerdo. Elijo lugar. Contra el ventanal, mirando a Libertador en la lejanía: veinte metros. Mi compañía se completa con un linyera de clase alta, probablemente intoxicado con la nafta del tetrabrik, y una indescifrable pareja compuesta por una versión devaluadísima de alemán de Pompeya y una negra descafeinada mucho más alta que él. Parecían obstinados en una competencia típicamente argentina: ¿Quién la tiene más grande: la panza de él o las tetas de ella? Edad aproximada: entre 40 y 140 años. Mi primera elección revela el poder de los mecanismos recontrayóicos. Aún doblado, con sueño inminente (todavía no manifestado) y en medio de las dos menos cuarto de la mañana, he de trabajar. Trabajar, en mi caso, no es tan grave: corregir un artículo. (Esta es la definitiva. O la meto en el fleje o le doy al ballboy. Pero no hay más tiempo para seguir el peloteo al que los jueces me someten.) Así que emprendo por vigésimo vez la lectura aburrida de mí mismo. (Lo que debería hacer es pagar a un lector externo y dejarme de joder. Tacaño de mierda.) Le doy. ¿Cuánto le doy? ¿Media hora, cuarenta minutos? Primer cabeceo. Otro sorbo de agua. Los colectivos retoman su ritmo cotidiano a las 4. Primera duda. Acaso sea mejor pagar un taxi. Pero vivo en Provincia. Eso son tres cifras. No. Además: soy amarrete. Además: los taxis activan mi paranoia. Los taxis, los semáforos, las macetas. ¿Qué me pasa? ¿En qué momento empecé a perder el control? Segundo cabeceo. Basta. Guardo Pailos, saco Vonnegut. Pura ganancia. Se acabó Broken Social Scene. La cinta pasa a Hitchcock. No, no Alfred. Bien. Estoy bien. Estoy bien. No estoy cabeceando. No estoy muerto de sueño. Segundo duda. Me voy caminando. ¿Cuántas cuadras son? ¿200? Me hubiera gustado recordar lo que me contó mi viejo (lo hace de modo recurrente): de adolescente caminaba de El Jagüel (casa de mis antepasados) a Ezeiza (secundario de mis antepasados). En la voz de mi viejo, eran como 200 cuadras. O 100. 50, ponganlé. Quiero decir: no me acordé de mi viejo. ¿Quinto cabeceo? Hace una hora que estoy con Vonnegut, estimo. La duda es la jactancia de los obsesivos. ¿O será menos? Me quiero ir. Entran dos chicas más chicas que otras chicas. Con pibe –que no cuenta más que para ellas. 16, 18 años. ¡Na! Más bien 14. Si no estuviera tan frito me gustaría tener ganas de tener ganas de cogérmelas. El enrosque es la papa de los intelectuales. Vigésimo octavo cabeceo. Este establece una variación relevante: es el primero en sentido inverso, del sueño a la vigilia de los ojos abiertos. No puedo más, ¡No puedo más! Voy al baño. Cuando vuelvo compruebo que lo inevitable se ha revelado: ocuparon mi mesa. ¡Hijos de puta! ¡Ja! Ni que me importara… Me ocupo de mostrarles que no me importa, es decir: trato de no mostrarles nada. No se puede comprender. Particularmente: dormido. Tomo un atajo: me engancho con la historia lo suficiente como para despertarme. Le doy otro sorbo al agua saborizada de saborizante y parpadeo repetidamente. Me convencí de que así se humedece el ojo. Ahora estoy en una mesa de mierda, adelante, a la izquierda. Lejos del ventanal y mucho más lejos de Libertador y, ¡oh, Fatalidad!: cerca de la televisión. Rial. O la copia imperfecta de la copia imperfecta de Rial. Berreta, y encima: tobara. Esto debería gustarme. Forjo especulaciones en torno al gato. Edad: entre 20 y 30. Edad: lo que menos importa. Cada vez más es cada vez más un tema la edad. Menos mal que no soy obsesivo. Voy a mear. ¿Hace cuánto que volví? ¿En mí o del baño? No tengo sed y vuelvo igual: soy muy inteligente. Falta media hora. Faltan quince minutos. O veinte.
Matías Pailos
Esta noche es larga. Paro nocturno de colectivos. Estoy solo y no tengo ganas de hacer el esfuerzo de confraternizar a tontas y a locas. Soy una tortuga con caparazón desmontable. Mi mochila: la reserva moral de Occidente. Todo lo que necesito está ahí. Pulóver que funge de almohada sobre el trasporte público, cepillo de dientes, pañuelos, guia-T, forros, MP3 y lo más importante de todo: material de lectura. Remuevo un agua saborizada de las heladeras esquizofrénicas (se creen exhibidores) y pago. Pregunto la hora por un reflejo automático: es mujer y o me calienta o me gusta, ya no recuerdo. Elijo lugar. Contra el ventanal, mirando a Libertador en la lejanía: veinte metros. Mi compañía se completa con un linyera de clase alta, probablemente intoxicado con la nafta del tetrabrik, y una indescifrable pareja compuesta por una versión devaluadísima de alemán de Pompeya y una negra descafeinada mucho más alta que él. Parecían obstinados en una competencia típicamente argentina: ¿Quién la tiene más grande: la panza de él o las tetas de ella? Edad aproximada: entre 40 y 140 años. Mi primera elección revela el poder de los mecanismos recontrayóicos. Aún doblado, con sueño inminente (todavía no manifestado) y en medio de las dos menos cuarto de la mañana, he de trabajar. Trabajar, en mi caso, no es tan grave: corregir un artículo. (Esta es la definitiva. O la meto en el fleje o le doy al ballboy. Pero no hay más tiempo para seguir el peloteo al que los jueces me someten.) Así que emprendo por vigésimo vez la lectura aburrida de mí mismo. (Lo que debería hacer es pagar a un lector externo y dejarme de joder. Tacaño de mierda.) Le doy. ¿Cuánto le doy? ¿Media hora, cuarenta minutos? Primer cabeceo. Otro sorbo de agua. Los colectivos retoman su ritmo cotidiano a las 4. Primera duda. Acaso sea mejor pagar un taxi. Pero vivo en Provincia. Eso son tres cifras. No. Además: soy amarrete. Además: los taxis activan mi paranoia. Los taxis, los semáforos, las macetas. ¿Qué me pasa? ¿En qué momento empecé a perder el control? Segundo cabeceo. Basta. Guardo Pailos, saco Vonnegut. Pura ganancia. Se acabó Broken Social Scene. La cinta pasa a Hitchcock. No, no Alfred. Bien. Estoy bien. Estoy bien. No estoy cabeceando. No estoy muerto de sueño. Segundo duda. Me voy caminando. ¿Cuántas cuadras son? ¿200? Me hubiera gustado recordar lo que me contó mi viejo (lo hace de modo recurrente): de adolescente caminaba de El Jagüel (casa de mis antepasados) a Ezeiza (secundario de mis antepasados). En la voz de mi viejo, eran como 200 cuadras. O 100. 50, ponganlé. Quiero decir: no me acordé de mi viejo. ¿Quinto cabeceo? Hace una hora que estoy con Vonnegut, estimo. La duda es la jactancia de los obsesivos. ¿O será menos? Me quiero ir. Entran dos chicas más chicas que otras chicas. Con pibe –que no cuenta más que para ellas. 16, 18 años. ¡Na! Más bien 14. Si no estuviera tan frito me gustaría tener ganas de tener ganas de cogérmelas. El enrosque es la papa de los intelectuales. Vigésimo octavo cabeceo. Este establece una variación relevante: es el primero en sentido inverso, del sueño a la vigilia de los ojos abiertos. No puedo más, ¡No puedo más! Voy al baño. Cuando vuelvo compruebo que lo inevitable se ha revelado: ocuparon mi mesa. ¡Hijos de puta! ¡Ja! Ni que me importara… Me ocupo de mostrarles que no me importa, es decir: trato de no mostrarles nada. No se puede comprender. Particularmente: dormido. Tomo un atajo: me engancho con la historia lo suficiente como para despertarme. Le doy otro sorbo al agua saborizada de saborizante y parpadeo repetidamente. Me convencí de que así se humedece el ojo. Ahora estoy en una mesa de mierda, adelante, a la izquierda. Lejos del ventanal y mucho más lejos de Libertador y, ¡oh, Fatalidad!: cerca de la televisión. Rial. O la copia imperfecta de la copia imperfecta de Rial. Berreta, y encima: tobara. Esto debería gustarme. Forjo especulaciones en torno al gato. Edad: entre 20 y 30. Edad: lo que menos importa. Cada vez más es cada vez más un tema la edad. Menos mal que no soy obsesivo. Voy a mear. ¿Hace cuánto que volví? ¿En mí o del baño? No tengo sed y vuelvo igual: soy muy inteligente. Falta media hora. Faltan quince minutos. O veinte.
Matías Pailos
Etiquetas: Crónicas
19 Comentarios:
Está bueno, pero la contemplación no te sienta, tampoco la introspección. La popular pide aventuras, que te arrojes de un auto en movimiento sin dobles de riesgo.
Macetas?
a mí me gustó mucho. y eso que me encanta cuando se arroja de un auto en movimiento.
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
AI: ¿Cómo resistir la tentación de pedirle a la popular que me chupe la pija? Pero tenés razón, claro. En otro momento de este blog, este post hubiera quedado sepultado rápidamente por otros, así que no hubiera sido tan grave. Ahora supongo que va a quedar unos días titilando, porque nuestra mano no está tan caliente como otrora. Lo escribí porque (i) lo tenía atragantado, y (ii) vine de ver Paranoid Park, y quedé rebotando entre contemplaciones e introspecciones. (Tendría que escribir un brevísimo estudio comparativo entre Batman y Paranoid Park, pero al paso que vamos...)
PDA: todo es todo.
J: gracias por el aguante, pero ver respuesta a AI.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Coincido con Ariel, pero esta observación: heladeras esquizofrénicas (se creen exhibidores), ya garpó el post.
Mi primer comment salió con la dirección incorrecta, ya ven, no puedo mantener un secreto...
hermano tomate un taxi o un remis! como que tres cifras?? menos mal que no estaba ahi con vos, me hubiesen dado ganas de putearte :)
(me cague de risa con el post)
¿en qué lugar de la ciudad se cruzan Córdoba y libertador?
aunque el post es interesante, no puedo esperar a leer las aventuras de Matías Pailos arrojandose de un auto en movimiento.
Era esperable que pasara algo, todo el tiempo. Yo pensé que iba a venir por el lado de las mininas que entraron al final... Pero es cierto que es muy Gus Van Saant o como sea que se escribe eso de tenernos en vilo.
Salú Pailosen.
X: con vos ahí, no hubiera podido bancar la parada.
J: gracias
Eric: los secretos son endebles.
A: Córdoba y Alem (que es Libertador con otro pulover, no jodamos).
mp: no jodemos, era una pregunta sincera, por un momento pensé que te ubicabas en alguna localidad de zona norte de BsAs, en donde las calles empiezan a repetirse y libertador es interminable.
Ahora puedo localizar la estación de servicio en donde se desarrollaron las "aventuras" nocturnas pailoseanas.
saludos
A.
exquisito letargo el de pailós
La frase corta le da mucho swing al relato.
(Y)
no me agrada este texto...pero a veces los leo y disfruto mucho, saludos.
disiento con el primer comentador: desde las antípodas de marcel (eso sí), la introspección te sienta, matías (probablemente por amor al género, viva el género introspectivo), al igual que las oraciones cortas (me gusta tu estilo de oraciones cortas).
te saludo.
ps: te perdiste esa fiesta a la que se suponía que ibas a ir y no fuiste. estuvo buena.
S: coincido con lo de frases cortas, pero coincido con el primer comentador.
La fiesta me la perdí por quedarme angustiado con Lamborghini. Ya se me pasó.
Gracias Cecé, gracias Nacho, gracias anónimo, gracias A.
Mi mochila: la reserva moral de Occidente. Todo lo que necesito está ahí.
Me gustó, a veces paso por lo mismo, me gusta vivir a venturitas sin riesgos ni vencedores ni mucho menos vencidos, algo tranquilo que sucede en buenos aires.
No todo son chicas y autos a fondo.
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