Una tarde en la ESMA
El sábado pasado asistí a las jornadas sobre “ficción y memoria histórica” y me sentí partícipe de una trama digna de un novelista militante del realismo comprometido de la transición democrática. Tal lo que hubiera pensado si 15 años atrás alguien me hubiera dicho que concurriría a una jornadas de estas características en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti ubicado en uno de los edificios de la Escuela de Mecánica de la Armada, símbolo de los campos clandestinos de detención, tortura y muerte que la dictadura militar diseminó por todo el país y que el folleto anuncia como ex-ESMA como si pudiera pensarse en un ex-Auschwitz, un ex Buchenwald. Aunque sabía que el predio fue expropiado a la Armada hace unos años y cedido a las Organizaciones de Derechos Humanos, ignoraba por completo que se había montado ahí dentro un centro cultural. Sé que durante un tiempo se desarrolló un arduo debate acerca de los “usos” posibles para la ESMA pero ignoraba que aquellos habían derivado en acciones concretas. De modo que desciendo del 15 y traspongo ese portal de rejas que supuse siempre nos estaría vedado y camino por un sendero de baldosas entre el canto apacible de los pájaros y el paisaje bucólico de los árboles caducifolios hasta llegar al imponente edificio donde se desarrolla el encuentro.
El centro cultural, claro está, no fue pensado para ese fin: típico exponente de la austeridad espartana de la arquitectura militar: se trata de un inmenso cubo de hormigón con dos paneles vidriados a cada costado y poco más. Si no fuera por éstos, atendiendo a la trama de caños y las conexiones eléctricas a la vista, junto con los aparejos para manipular las ventanas daría la impresión de que nos hallamos en las entrañas de un submarino gigante, un submarino, sin duda, a la deriva en descenso directo a una fosa abisal. Llego para el final de la presentación de María Moreno, coordinadora de las jornadas y asisto a la impecable presentación de Ricardo Piglia. Al fondo, de pie ante la concurrencia que desborda la sala y ocupa todas las sillas, se amuchan Alan Pauls, Carlos Gamerro y Daniel Link. Pienso horrorizado que si un demente comando de la aviación naval en pleno revival del 55 lanzara una bomba en este momento nos dejaría con menos de la mitad de lo más ganado de nuestro campo literario. En su discurso de apertura Piglia no lee sino que cita de memoria unos apuntes que ha tomado sobre el tema. Con esa facilidad que lo caracteriza para hacer links (nada que ver con Daniel) traza un paralelo entre diversos hitos de la historia argentina tamizada por la literatura y los pone a girar en la órbita de una idea central. Menciona un libro de Juan Carlos Busaniche en el que se cuenta cómo el ejército de Lavalle ocupa Santa Fé y quema los archivos, el episodio del encuentro entre Mansilla y Mariano Rosas, cuando el cacique desempolva todos los tratados entre los Ranqueles y el Estado Argentino que atesoraba como su bien más preciado y la incesante búsqueda de las Madres de Plaza de Mayo para localizar los documentos que la dictadura militar destruyó antes de abandonar el poder y concluye que las clases populares siempre luchan por preservar los archivos, porque en esos documentos cifran la promesa de reconstruir la historia y dar con una verdad obturada por la historia oficial de las clases dominantes. A todo esto, mientras Piglia hablaba la gente literalmente se derrumbaba. El primero fue un hombre que se desplomó de su silla con estrépito y sobresaltó a todo el auditorio, al punto que el autor de Respiración artificial se vió obligado a apaciguar los ánimos y mirando hacia el accidentado que se incorporaba trabajosamente, se apresuró a decir “no pasó, nada, no pasó nada” y continuó su exposición. Con el correr de los minutos los derrumbes espontáneos se repetirían en diversos sectores de la sala. La respuesta hay que buscarla menos en la furia de espíritus perturbados que en las deficiencias de Garden Life como contratista del Estado y su poca voluntad para reforzar las patas de sus enclenques sillas de pvc. Como para poner las cosas más difíciles, el diseño del salón no sólo demuestra ser antiestético sino también antiacústico: el sonido rebota en las paredes cuadradas y produce un eco que dificulta la comprensión y que Piglia salva heroicamente aferrando el micrófono con una mano y pegándoselo a la boca, “a la goyeneche”, tal sus palabras.
La primera mesa es un sándwich de tedio entre Aníbal Jozami y Luis Gusmán, salvada por la magnífica exposición de Daniel Link. Abre Jozami, llamativamente parecido a Juan Carlos Calabró, y ensaya una suerte de “ética de la no-ficción” sostenida sobre Operación Masacre de Walsh y que podría resumirse en el dictum: “un uso político de la literatura debe prescindir de la ficción”. Jozami tiene serios problemas con el micrófono y provoca numerosos pasos de comedia cada vez que el operador le aleja el artefacto al que él insiste en arrimarse o viceversa. Cierra Gusmán a quien literalmente no se le entiende nada y a quién no llegaré a escuchar hasta el final porque me cooptará la señorita Pola para que la acompañe a dar una vuelta por los alrededores. De Link diré algunas cosas: es el único que parece haber comprendido que estábamos en la ESMA y no en el cuarto piso de Puan o en el aula magna de la facultad de Sociales, es el único que parece haber comprendido que ese dato no podía ser pasado por alto, es el único que reflexionó acerca del lugar en el que estábamos y acerca de qué estábamos haciendo ahí. Es el único que parece haber entendido que la lectura de una ponencia no es un género exclusivamente discursivo sino que es saludable, incluso diría imprescindible, cruzarlo con elementos de la narración oral y la representación teatral. Link cambia el tono de voz, hace pausas dramáticas, cita con énfasis, juega con los silencios. En su ponencia salió con los tapones de punta a denunciar lo que él denomina la “pedagogía de la catástrofe”. Y propuso construir un isomorfismo entre la memoria y el sonido. Es cierto que apeló al “Wittgenstein que le gusta a la gente”, el del Tractatus y su célebre frase “Sobre aquello de lo que no se puede hablar…”, justamente es ese “librito” que propone otro isomorfismo: el del lenguaje y las cosas del mundo, el que podría pensarse como fundamento filosófico para el realismo testimonial con el que no creo que Link comulgue, pero más allá de esto su ponencia me pareció una brillante apertura a la discusión y a ciertas preguntas imprescindibles: “¿Qué hacemos acá en la ESMA? ¿Qué hacemos con la ESMA?".
Para la segunda mesa yo ya había dado mi pequeño paseo del horror por las inmediaciones y no se si estaba muy sugestionado o qué, pero había caído la noche y adentro de ese cubo siniestro hacía un frío de cámara frigorífica y cada tanto bajaba la tensión y cada vez que las luces del techo empalidecían un escalofrío me recorría el espinazo. La segunda parte encontró diezmada la sala. Abrió con Matilde Sánchez, que leyó un texto de ficción sobre una medalla que no fui capaz de seguir, siguió con Ana Longoni, que procedió a la lectura de un paper tan metódico como aburrido y se prestó al gran finalle de Carlos Gamerro, que trajo a colación tres novelas de autores ingleses sobre los desaparecidos: Imagining Argentina, The history of the night” y “The ministry of special cases”. El humor de Charly, que rescató algunas escenas hilarantes de Imagining como la del secuestrado rescatado de un grupo de tareas por una partida de valientes gauchos, logró templar un poco el frío de muerte que recorría la sala. Yo dije basta para mí cuando escuché el alegato de un militante montonero que aprovechó el auditorio para promocionar su libro de memorias. Al salir no me sorprendió comprobar que ahí dentro hacía más frío que a campo abierto. Deshice el camino de baldosas con sumo cuidado de no perderme en ese bosque petrificado del infierno y ya en Libertador abrí la boca y tomé una bocanada fuerte de aire.
Ariel Idez
El centro cultural, claro está, no fue pensado para ese fin: típico exponente de la austeridad espartana de la arquitectura militar: se trata de un inmenso cubo de hormigón con dos paneles vidriados a cada costado y poco más. Si no fuera por éstos, atendiendo a la trama de caños y las conexiones eléctricas a la vista, junto con los aparejos para manipular las ventanas daría la impresión de que nos hallamos en las entrañas de un submarino gigante, un submarino, sin duda, a la deriva en descenso directo a una fosa abisal. Llego para el final de la presentación de María Moreno, coordinadora de las jornadas y asisto a la impecable presentación de Ricardo Piglia. Al fondo, de pie ante la concurrencia que desborda la sala y ocupa todas las sillas, se amuchan Alan Pauls, Carlos Gamerro y Daniel Link. Pienso horrorizado que si un demente comando de la aviación naval en pleno revival del 55 lanzara una bomba en este momento nos dejaría con menos de la mitad de lo más ganado de nuestro campo literario. En su discurso de apertura Piglia no lee sino que cita de memoria unos apuntes que ha tomado sobre el tema. Con esa facilidad que lo caracteriza para hacer links (nada que ver con Daniel) traza un paralelo entre diversos hitos de la historia argentina tamizada por la literatura y los pone a girar en la órbita de una idea central. Menciona un libro de Juan Carlos Busaniche en el que se cuenta cómo el ejército de Lavalle ocupa Santa Fé y quema los archivos, el episodio del encuentro entre Mansilla y Mariano Rosas, cuando el cacique desempolva todos los tratados entre los Ranqueles y el Estado Argentino que atesoraba como su bien más preciado y la incesante búsqueda de las Madres de Plaza de Mayo para localizar los documentos que la dictadura militar destruyó antes de abandonar el poder y concluye que las clases populares siempre luchan por preservar los archivos, porque en esos documentos cifran la promesa de reconstruir la historia y dar con una verdad obturada por la historia oficial de las clases dominantes. A todo esto, mientras Piglia hablaba la gente literalmente se derrumbaba. El primero fue un hombre que se desplomó de su silla con estrépito y sobresaltó a todo el auditorio, al punto que el autor de Respiración artificial se vió obligado a apaciguar los ánimos y mirando hacia el accidentado que se incorporaba trabajosamente, se apresuró a decir “no pasó, nada, no pasó nada” y continuó su exposición. Con el correr de los minutos los derrumbes espontáneos se repetirían en diversos sectores de la sala. La respuesta hay que buscarla menos en la furia de espíritus perturbados que en las deficiencias de Garden Life como contratista del Estado y su poca voluntad para reforzar las patas de sus enclenques sillas de pvc. Como para poner las cosas más difíciles, el diseño del salón no sólo demuestra ser antiestético sino también antiacústico: el sonido rebota en las paredes cuadradas y produce un eco que dificulta la comprensión y que Piglia salva heroicamente aferrando el micrófono con una mano y pegándoselo a la boca, “a la goyeneche”, tal sus palabras.
La primera mesa es un sándwich de tedio entre Aníbal Jozami y Luis Gusmán, salvada por la magnífica exposición de Daniel Link. Abre Jozami, llamativamente parecido a Juan Carlos Calabró, y ensaya una suerte de “ética de la no-ficción” sostenida sobre Operación Masacre de Walsh y que podría resumirse en el dictum: “un uso político de la literatura debe prescindir de la ficción”. Jozami tiene serios problemas con el micrófono y provoca numerosos pasos de comedia cada vez que el operador le aleja el artefacto al que él insiste en arrimarse o viceversa. Cierra Gusmán a quien literalmente no se le entiende nada y a quién no llegaré a escuchar hasta el final porque me cooptará la señorita Pola para que la acompañe a dar una vuelta por los alrededores. De Link diré algunas cosas: es el único que parece haber comprendido que estábamos en la ESMA y no en el cuarto piso de Puan o en el aula magna de la facultad de Sociales, es el único que parece haber comprendido que ese dato no podía ser pasado por alto, es el único que reflexionó acerca del lugar en el que estábamos y acerca de qué estábamos haciendo ahí. Es el único que parece haber entendido que la lectura de una ponencia no es un género exclusivamente discursivo sino que es saludable, incluso diría imprescindible, cruzarlo con elementos de la narración oral y la representación teatral. Link cambia el tono de voz, hace pausas dramáticas, cita con énfasis, juega con los silencios. En su ponencia salió con los tapones de punta a denunciar lo que él denomina la “pedagogía de la catástrofe”. Y propuso construir un isomorfismo entre la memoria y el sonido. Es cierto que apeló al “Wittgenstein que le gusta a la gente”, el del Tractatus y su célebre frase “Sobre aquello de lo que no se puede hablar…”, justamente es ese “librito” que propone otro isomorfismo: el del lenguaje y las cosas del mundo, el que podría pensarse como fundamento filosófico para el realismo testimonial con el que no creo que Link comulgue, pero más allá de esto su ponencia me pareció una brillante apertura a la discusión y a ciertas preguntas imprescindibles: “¿Qué hacemos acá en la ESMA? ¿Qué hacemos con la ESMA?".
Para la segunda mesa yo ya había dado mi pequeño paseo del horror por las inmediaciones y no se si estaba muy sugestionado o qué, pero había caído la noche y adentro de ese cubo siniestro hacía un frío de cámara frigorífica y cada tanto bajaba la tensión y cada vez que las luces del techo empalidecían un escalofrío me recorría el espinazo. La segunda parte encontró diezmada la sala. Abrió con Matilde Sánchez, que leyó un texto de ficción sobre una medalla que no fui capaz de seguir, siguió con Ana Longoni, que procedió a la lectura de un paper tan metódico como aburrido y se prestó al gran finalle de Carlos Gamerro, que trajo a colación tres novelas de autores ingleses sobre los desaparecidos: Imagining Argentina, The history of the night” y “The ministry of special cases”. El humor de Charly, que rescató algunas escenas hilarantes de Imagining como la del secuestrado rescatado de un grupo de tareas por una partida de valientes gauchos, logró templar un poco el frío de muerte que recorría la sala. Yo dije basta para mí cuando escuché el alegato de un militante montonero que aprovechó el auditorio para promocionar su libro de memorias. Al salir no me sorprendió comprobar que ahí dentro hacía más frío que a campo abierto. Deshice el camino de baldosas con sumo cuidado de no perderme en ese bosque petrificado del infierno y ya en Libertador abrí la boca y tomé una bocanada fuerte de aire.
Ariel Idez
Etiquetas: Crónicas
10 Comentarios:
Gran crónica.
¿Qué hacer con el ESMA?
Buena pregunta.
Hay que empezar por mejorar la calefacción y la acústica. Y después, por colgar un letrero que diga "en este lugar no se leen ponencias, por respeto a los desaparecidos y a los que todavía estamos acá".
:D
N
Highlights: los tapones de punta de Link y su teoría física acerca de la circulación social de la memoria. Gamerro y su inteligencia superior disertando acerca de los modos eficaces de hacer literatura con lo que, prima facie, nos es ajeno. (Súmenle también su exposición acerca de la recepción criolla de la literatura gringa sobre la dictadura. Acierta en todo y no para de acertar.)
Highlight entre highlights: entrar a la ESMA, escuchar hablar de literatura en la ESMA, apropiarse de la ESMA. Todo muy raro. Pero raro no es malo. Malo es otra cosa. Malo es el acting adolescente del cura y su editor, como cierre del evento.
Sí. Antes que nada apropiarse del ESMA. Democráticamente.
Es lo único que se puede hacer.
coincido con nacho, excelente crónica. se siente el frío en la espalda...
nos vemos en la radio.
es todo un tema el de la Esma, uno tiene la sensación que el MAL, así con mayúsculas, no desaparece de los lugares donde se ejercieron cosas atroces.
se puede acondicionar, calefaccionar, pintar, desodorizar y siempre estará el escalofrío inevitable, una atmósfera de pesadilla pero bien despiertos.
entonces la apropiación, pero eso no extingue esa niebla de preguntas y de gritos. me parece que habría que pasar por allí en un silencio reverencial, habría que poner el oído a lo que pudiera aún escucharse desde esas paredes.
saludos
Lilián
Hola ariel: Me quede pensando en el parrafo del bombardeo y no se si es adrede la imagen (si es asi perdon la lentitud de entendimiento) pero en ese lugar una manga de dementes hijos de puta arrasaron con gran parte de una generación que hoy no esta. Y se nota
saludos,
Los leo siempre (como siempre)
Gracias a todos, sinceramente no tengo respuestas al respecto sobre qué hacer con la ESMA, pero creo que lo que no se puede hacer es naturalizar ese espacio y revestirlo con el barniz tranquilizador del prefijo "ex", tampoco sé si quiero que se convierta en un museo del horror donde turistas extranjeros se tomen fotos con rostros compungidos como sucede en Auschwitz y al mismo tiempo el edificio tiene que permanecer como testimonio vivo del horror de esos años y garantía para los sobrevivientes de que nadie impugnará la historia que les ha tocado vivir (que como bien apuntaba Primo Levi sería equivalente a sufrir el martirio dos veces). En fin, me parece que debería ser un espacio en discusión constante, que no debería decantar a la inercia de las instituciones. Este sábado tal vez se discuta un poco más esto, espero, igual les recomiendo la ponencia de Link, que a mi entender pone el dedo en la llaga.
Saludos
che, nadie va a pasar el chivo de que hoy van a estar en la radio FM LA TRIBU de 0 del domingo a 2 del lunes?? se puede escuchar por internet. ya lo pasé yo...
beso.
Gracias Julieta, es que somos muy pudorosos, espero que alguien nos haya escuchado, estuvimos invitados junto con Ricardo Straface, el autor de la biografía sobre Osvaldo Lamborghini, no sé cómo se habrá escuchado afuera, pero desde dentro del estudio estuvo muy bueno.
Saludos
de nada!
algunos comentarios sobre el programa acá:
http://tallerlaotra.blogspot.com/2008/08/el-domingo-en-la-otra-radio-el-autor-de.html
y el cuento que leyó oscar al aire acá:
http://tallerlaotra.blogspot.com/2008/08/lamborghini-en-la-otra.html
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