Apuntes sobre México (la vida antes de la fiebre porcina) Lucha libre en Oaxaca I
“Toda persona que sea sorprendida arrojando objetos al ring será consignada a las autoridades”, decía el volante que me entregaron en la peatonal Macedonio Alcalá de Oaxaca. La advertencia (¿Auténtica? ¿o un truco más de ese universo en el que lo falso y lo real están separados por un tabique más delicado que el de la nariz rota de los luchadores en disputa?) acabó por decidirme a concurrir al encuentro de Lucha Libre, que, puntual como la misa, se realiza todos los domingos en la arena oaxaqueña “Ray Alcántara”. Allí me encamino cuando el sol se pone sobre los cerros que custodian esta milenaria ciudadela que vio pasar Zapotecas, Aztecas, Conquistadores Españoles y la resulta de toda esa mezcla con argamasa sangrienta: el heteróclito pueblo Mexicano. Cuando en 1935 Malcolm Lowry empezó a escribir esa obra maestra de la literatura que conocemos como Bajo el Volcán, la lucha libre ya tenía dos años de vida en México. En su novela, el atormentado Cónsul emprende un viaje a Oaxaca y su atribulado hermano, Hugh, toma parte intempestivamente en una corrida de toros. Tal vez si el bueno de Malcolm hubiera nacido 50 años después habría metido al temerario Hugh dentro de uno de estos improvisados cuadriláteros regionales para que se midiera mano a mano con un fornido enmascarado. Pero a mí el temple apenas si me da para el resguardado rol de espectador. Con ese fin recorro las 15 cuadras que separan la arena del Zócalo y veo en el camino cómo las fachadas coloniales se van espaciando para darle lugar a las casas sencillas de los arrabales oaxaqueños. La pomposa “Arena Ray Alcántara” resulta ser un precario ring montado en el patio central de un club de barrio. Mientras hago la cola para comprar mi ticket una enorme pick up se detiene en la puerta y descienden de ella 3 encapuchados, pero nadie le teme al robo o al ataque terrorista: la gente se les abalanza y los saluda. Dos de ellos visten jean y chomba y otro un equipo de gimnasia, pero sus máscaras no dejan lugar a duda: brillantes de strass con los últimos fulgores del sol que declina, dibujando una mueca intimidatoria en impertérritos rostros de cuero y plástico, dan fe de su irrefutable estirpe guerrera. La máscara es más que un atributo, es el alma misma del luchador mexicano. Al consignar la trayectoria de estos colosos las publicaciones especializadas apenas dan cuenta de un par de fechas: el debut, el retiro, el día que ganaron algún campeonato y el día fatal en que otro luchador les quitó la máscara. Casi todos los luchadores comienzan su carrera con la cara cubierta, pero muy pocos logran terminarla sin haber sido expuestos vergonzantemente a la multitud. Cuando un luchador pierde su máscara en legítima contienda jamás puede volver a usarla y de ahí en más combate a cara descubierta, apostando su “cabellera”, tal el nombre de los luchadores que han sufrido esa desgracia. De ahí que el clímax dramático de la lucha mexicana sobrevenga cuando un gladiador aplica una llave paralizante a su adversario y comienza a desprenderle los cordones que sujetan su preciada careta. Lo que está en juego es mucho más que una derrota: es el deshonor de perder la propia identidad. Claro que estos titanes sólo pierden sus máscaras en acontecimientos tan extraordinarios como las lluvias de meteoritos o los eclipses totales. El mero hecho de perder la máscara implica que el luchador ha logrado una trayectoria digna de convertir la caída de esa capucha de cuero y tela en una tragedia irreparable para su atribulada afición.
No hay que ser Levy Strauss para entender qué enmascara esta obsesión por la careta en el Catch Azteca. Aby Warburg acunó un concepto genial, el de “vuelta a la vida de las iconografías”. En pocas palabras, hay ciertos motivos iconográficos tan fuertes que mutan y atraviesan distintas culturas simplemente porque su valor simbólico no puede ser dejado de lado sin más. Basta darse una vuelta por el Museo de Antropología del D.F. y ver las innumerables máscaras funerarias provenientes de todas las culturas mesoamericanas precolombinas y los disfraces de guerrero jaguar y guerrero águila de los aztecas o las canchas de pelota donde se enfrentaban las fuerzas de la luz y la oscuridad para comprender que eso con lo que los luchadores cubren su rostros es mucho más que un pedazo de cuero acordonado a la nuca.
No hay que ser Levy Strauss para entender qué enmascara esta obsesión por la careta en el Catch Azteca. Aby Warburg acunó un concepto genial, el de “vuelta a la vida de las iconografías”. En pocas palabras, hay ciertos motivos iconográficos tan fuertes que mutan y atraviesan distintas culturas simplemente porque su valor simbólico no puede ser dejado de lado sin más. Basta darse una vuelta por el Museo de Antropología del D.F. y ver las innumerables máscaras funerarias provenientes de todas las culturas mesoamericanas precolombinas y los disfraces de guerrero jaguar y guerrero águila de los aztecas o las canchas de pelota donde se enfrentaban las fuerzas de la luz y la oscuridad para comprender que eso con lo que los luchadores cubren su rostros es mucho más que un pedazo de cuero acordonado a la nuca.
Mientras aguardamos el comienzo la primera lucha de la tarde podemos merodear el ring side de la arena Ray Alcántara o adquirir una playera del “Huracán” Ramírez en oferta a cien pesos mexicanos o comprarnos un vaso de Coca y unas palomitas en el bufete del club; México es también ese país donde la gente habla como en las series de la tele. Mi indumentaria (zapatillas deportivas, pantalón cargo color caki, remera de tela inteligente, gorrita visera y mochila al hombro) me delata como vulgar turista a ojos vistas de la fanaticada afición. Temo que unas manos vigorosas me apresen, me encajen una máscara de prepo y me arrojen al ring bajo el apodo de “El Turista” para que alguno de estos bravos gladiadores me encaje una madriza que despierte la ovación del alborozado público. Pero en lugar de eso me encara un hombre mayor, chaparro pero de hombros fuertes y buen porte que me pregunta de donde vengo.
_Yo soy Demon Red –dice, como si se llamara Juan Carlos López- luchador profesional desde 1967, la cuarta licencia de Oaxaca. Ahorita estamos tratando de levantar la lucha libre por acá, que estaba muy caída, puros de afuera venían nomás. Después el demonio rojo de Oaxaca me extiende su tarjeta, donde se lee su alias civil de Francisco Pérez, presidente del Consejo Oaxaqueño de Lucha Libre Profesional y, por supuesto, figura la omnipresente máscara roja y blanca. Mientras hablamos la gente ocupa sus lugares en las banquetas plegables de metal y una voz por los altoparlantes pide que retiren a los niños del ring “porque aflojan las cuerdas”.
Ariel Idez
(Continuará)
Etiquetas: Crónicas
10 Comentarios:
Buena crónica.
Me imagino a "El turista" a full peleando en el ring.
Esperamos la segunda parte.
Gracias por recordarme Oaxaca! Qué lugar más lindo. ¿Comiste chapulines, probaste queso, tomaste chocolate? Besos, V.
Muy bueno! Más de esto. Qué bueno!
HR
Gracias Nacho, Sin duda Nacho Libre podría secundar al turista en las peleas por relevos.
Gracias Verónica, tomé chocolate y probé el queso y hasta fui a una fábrica de mezcal, pero me quedaron en deuda los chapulines (me enteré tarde que Oaxaca era el lugar ideal para comerme esos bichitos adorables) será para la próxima.
Gracias HR! Abrazo grande.
qué cosa: perdés y te SACAN la máscara. Podría pensarse que lo razonable es que te encajen una máscara, que tu oprobio destaque al ojo público. Por este camino, el peor luchador estaría sepultado bajo un amasijo de caretas.
qué eficacia: no hacés ni mu y ya te contacta (él a vos) la máxima autoridad de la lucha oaxaqueña. Se ve que huele dónde está el cronista.
qué pregunta: 'Demon Red'... ¿es de Independiente?
muuuy groosoo
es tal cual, una locura que a veces lo más esencial de una cultura se atesore cual adn en los juegos de niños y simils.
hay varias mujeres luchadoras!! creo que vi tres o cuatro. y hay uno que se llama ángel nazi???
excelente crónica, como siempre.
queremos más!!
beso.
Sí, Matías, pero un dato clave es que cada luchador tiene un diseño de máscara distinta, y si alguno se "copia" la máscara de otro éste puede denunciarlo y está obligado a cambiarla, de modo que la máscara no solo recubre el rostro sino que también es un atributo de la identidad de ese luchador. Creo que sin esta cultura es difícil entender el fenómeno del subco Marcos en México (hablo en serio, eh)
La respuesta es no, es hincha del Liverpool.
Gracias Lsil. Me pregunto qué rasgos antiguos encubriremos nosotros en nuestros espectáculos tradicionales.
Es cierto Julieta, allá también hay lucha femenina (y no tiene el caracter soft porno que le imprimen acá). Y también es cierto que existe un luchador que se llama Ángel Nazi y tiene una svástica dibujada sobre su máscara amarilla... ¡Y es de los buenos!
Besos
Muy buena crónica, me voy a permitir linkearla.
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