Pelar
Ser un Puto Peronista es toda una definición. Máxime cuándo, por todo lo que sabés, no sos puto. No tendrías problemas en serlo, si lo fueras... ¡Pero qué decís! No tendrías problemas en “decirlo” –eso querés decir-. Pero lo que pasa es que…
Mala suerte pobre tigre siempre tuvo. Pero visión, ¿quién te la puede negar? Naciste en González Catán, en medio del núcleo duro del gorilismo de La Matanza, lo que ya es mucho decir. Eran tres: tu tío, tu viejo y tu abuelo. No hay no peronistas en La Matanza. Bueno: salvo tu tío, tu viejo y tu abuelo. Y vos, claro, que como todo un pelotudo heredaste esa pasión obtusa. Qué le vas a hacer. Te brota en las venas el convencimiento de que el mal de la Argentina es la extensión del peronismo. Pero como no sos boludo –vos también fuiste a la Facultad-, sabés que el mal del Mundo es la huida en estampida de la política. Y estás en el medio de la Mercedes Benz y nadie, hijos de remil-puta, quiere pelear por los derechos del resto. Será de Dios.
… salvo esas locas de mierda que te rodean… esos culorrotos que le ponen el pecho a las balas, que bancan la parada y la más brava, que, bueno… se “rompen el culo” (algunos chistes fáciles son más difíciles de evitar que un misil teledirigido) para que nadie quede de a pie. Curioso, pensás, porque lo que fabrican son chasis de colectivos. Y te quedás ahí, lo más pancho, regodeándote en el jueguito de palabras, en las paradojas de dos pesos, mientras las locas se ponen de punta para hacer carne (de cañón) una tendencia general. Los noventa quedaron atrás. Guay del guacho que quiera poner de patitas en la calle a un, como se decía en el ’45, “laburante”. Pero (qué se le va a hacer) son putos. Y siempre hay (más de) uno dispuesto a dárselas. Así que frenan los despidos, pero no las palizas. Resultado: cinco locas menos. ¡Mejor!
La cosa es que las locas serán locas, pero sufren en carne propia las huellas de los males inmemoriales que laceran el corazón de la Patria en su seno mismo. Y ahí las ves, esperando a este o aquél punto –uno de los que se las dio- para dárselas a su vez. Ellas, no obstante, tampoco escatiman pijazos a la viava propinada. (En cambio, los puntos dispuestos a dárselas a las locas, tampoco. Porque una cosa es una cosa, y otro cosa, también.)
Ahí tenés tu iluminación. Tu sempiterna revelación cualunque. Tu faro guía. Tu idea fija.
Con tu radicalismo militante no vas a ninguna parte, ni que rimes.
Para cambiar la realidad, para hacerles comprender que lo nefasto, lo malsano, lo irreparable es la apretada, el apriete y sus subproductos: la golpiza, la paliza y la viava, y sus subproductos: la violación, la amputación y la muerte; es necesario jugar el juego desde adentro. Y convencerl@s, desde adentro, desde el ejercicio de la violencia armada (o lo que sea necesario), que ni la violencia ni el ejercicio armado es necesario (o lo que sea).
De paso (cañazo): sumás porotos a las fuerzas del bien, que atraviesan y sobrenadan cualquier jugada peroncha más o menos razonable. Basta de despidos. Ahora, por la mejora de las condiciones laborales.
Entonces es cuando las locas te ven apretar, solito, con un fierro en la mano, a este o aquél carnero, a algún barrabrava desprevenido al servicio de la patota patronal, hacerte el guapo en las circunstancias menos sensatas.
Te la dieron. ¿Esperabas que saltaran por vos? Son locas; no boludas.
Pero te visitaron en el hospital. ¿Te sirve? Y, cuando ellos bajaron la guardia, se la dieron. Porque de lo que se trata es de quién tiene la generosidad más grande.
Paralelamente, aún cuando seguís enchufado a mil tubos y cables, vas tras la pista de una pregunta pelotuda que, digamos, te “atormenta”: ¿cuál es la relación entre peronismo y putez?
Inmediatamente comprendés que no, que no era esa la palabra… pero “homosexualidad” está definitivamente fuera de lugar.
Lo peor: creés dar con una respuesta. Como por “respuesta” entendés “respuesta correcta”, estás frito.
El peroncho, en el fondo, es un puto reprimido.
Cualquiera. Te das cuenta de que es cualquiera. Ahí están los Putos Peronistas, que no le esquivan el bulto al punto. (Lo que sea.) ¿Hay algún “puto” fuera del placard que se diga “no-peronista”?
Estás en cualquiera, lo sabés. Salís del hospital con dos certezas: (1) para imponer la justicia social en este reducto de un reducto del conurbano, hay que encauzar las energías sueltas (los afamados “radicales libres”) a través del aparato de agrupaciones agrupadas en unidades básicas (o lo que sea); (2) para redirigir las energías peronchas hacia un ideario de libertad, tolerancia y respeto al prójimo, tenés que conseguir el respeto de las masas. Y eso no tenés ni puta idea de cómo hacerlo.
Al día siguiente te afiliás al PJ.
Con eso no conseguís nada.
Pero con lo otro sí.
Es curioso: parece como si el mundo estuviera equipado con un detector silencioso de gorilas. Bueno: el mundo te escucha, porque será mudo pero no sordo.
Conseguís la adhesión de todos los gorilas de la zona (tres: tu viejo y tu tío. Tu abuelo se murió. Vos sos el tercero). Pero ocurre lo increíble (… no tanto, vamos…): los garcas te hablan. Te erigís en el puente entre la patronal y los empleados combativos, con las locas como punta de lanza. Lo siento: nada dura para siempre.
Los garcas son los garcas. Las locas son peronchas, y no hay nada que hacer. No es que quieran romper todo –no son pendejos boludos, que dicen cualquiera y (gracias a Dios) no hacen nada-. Pero todo parece indicar que no van a dejarse pasar por encima ni ceder un milímetro. Toman la fábrica. Se atrincheran.
Los garcas llaman a los garcas. Las locas y el resto del sector combativo están rodeados. Tienen a Gendarmería y a la Policía soplándoles la nuca. (¡Cuac!) Tienen la falta de medios como compañía, tienen la falta de respaldo de cualquier tipo de su lado. Acá no hay cámaras ni una mierda, y el intendente –peroncho pero maleable- está comprado. La cosa es así: o rajan o esto es una masacre. Te llaman a vos, que entrás como un caballo. Y entrás. Un borracho te grita “troyano”. Lo mirás, porque no lo podés creer. Después uno, que no es una loca, que no está borracho, te dice al oído “entraste como un caballo”, y menea la cabeza. Las locas están ahí: desconfiadas. Pero dispuestas a escucharte. Putos peronistas, pensás. Esto con los radicales no hubiera pasado. Llamás a las dos más combativas, las que están a la cabeza de la toma. Tengo que hablarles, decís. Pero estás convencido de que con palabras no se arregla nada. Te creíste esa gilada de que hablar no lleva a ningún lado. Solos, decís. Ellas asienten y suben una escalera, caminan por pasillos entre oscuros y desvencijados hasta que entran en un cuarto con un colchón. Bien, pensás, porque es el único medio para evitar que todo se vaya al recarajo. Lo pensaste una y mil veces. Ahora estás seguro. Le diste mil vueltas pera ahora lo ves claro. No queda otra. No hay salida y no hay caso. Vas a hacerte culear.
Matías Pailos
Etiquetas: Relatos
2 Comentarios:
Lúcida moraleja: a veces, para ser macho, hay que poner el culo...
si te doy un besito en el porongo, que me das?
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