El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

06 abril, 2006

En el corazón de junio

¿Quién quiere leer una pesadilla? Para el que se atreva ahí está En el corazón de junio, de Luis Gusmán. La novela está dividida en dos partes. La primera cuenta la historia de un tal Flores, cuya vida prosigue (pues sería un exceso decir que ha sido salvada) merced a un trasplante de corazón. Flores se obsesiona con la historia del donante: un funcionario público que murió de forma confusa y cree que en la historia de ese hombre gris está la clave para desentrañar el misterio que le late en el pecho y no lo deja vivir. Pero en verdad explicar el argumento del libro (que no deja de caer en un lugar común que la ficción forjó alrededor del fenómeno de los trasplantes: que el alma del donante viaja con el órgano) no es hacerle justicia. La clave debe buscarse en la escritura. Esa escritura de virtuosismo zombi que caracteriza a Gusmán. Párrafos largos compuestos de oraciones cortas en un presente perpetuo. Cada oración es como una aguja, una aguja que se clava sobre una superficie blanda (¿Un corazón de terciopelo?) hasta conformar una silueta, una figura autónoma. La novela amerita también el logro de construir su propia lógica: dentro de ésta pueden pasar por convencionales los métodos a los que se confía Flores para desentrañar el enigma: lee El corazón de las tinieblas, Corazón débil y Un corazón simple, para ver si puede dar con la clave que explique por qué su donante murió “en dudosas condiciones”. El otro recurso para encontrar la respuesta es un leiv motiv de la obra de Gusmán: el espiritismo. Pais umbandas, adivinos, médiums, se multiplican para dar respuestas oraculares que remiten a oscuros parajes o a inciertos ríos de nombre extranjero. El río es otra presencia constante y siempre trae presagios tan oscuros como sus aguas. Las referencias a la metodología del horror que instauró la dictadura son tan evidentes que es mejor pensar que Gusmán no sabía “exactamente” lo que sucedía y que, simplemente, tuvo una intuición que rozó la clarividencia, el caso contrario sería un poco decepcionante para los que no gustamos de la literatura como rama de la criptografía. Cito un párrafo más que elocuente:
“Mucha gente va a preguntar por los cuerpos familiares. Parece que el hombre repite siempre lo mismo: “Veo agua, mucho agua. El agua lo cubre todo”. Sin embargo, los visitantes insisten: “¿Dónde están los cuerpos? ¿Dónde están los cuerpos?” y unas páginas más adelante “Miraban el color del río y podían adivinar lo que se avecinaba. Pronto comenzarían los rayos, las tormentas eléctricas que electrocutaban cuerpos por las calles hasta dejarlos carbonizados. Era como una luz que atravesaba el cielo. Comenzaban los rayos y la vida quedaba librada al azar”. Pero no es en estos hitos referenciales donde se describe mejor el clima de la novela, porque esta novela es sobre todo eso: un clima, un clima, precisamente, donde toda forma de vida parece imposible. Utilizar la palabra opresiva le hace tanta justicia como la palabra templado a un desierto de sal.
En el comienzo de la segunda parte el relato pierde unidad dramática y gana potencia poética, como si, libre de toda obligación con la “historia” pudiera concentrarse en construir, palabra a palabra, esa atmósfera donde el aire se vuelve irrespirable, sulfuroso. El primer capítulo de la segunda parte, no casualmente llamado Darkness, tal vez el más logrado de todos, insiste en un leiv motiv que describe al punto de que va la cosa: “Todo puede arder en cualquier momento”. La frase insiste hasta que llega un punto en que el lector tira el libro al piso por temor a que le queme las manos. Pero este momento nunca llega, y ahí hay otro mérito: En el corazón de junio es un equilibrista borracho que camina por una cuerda floja tendida sobre un abismo sin fondo. El otro personaje que surge en esa segunda parte no es otro que J.R. Wilcock, bueno, en verdad sí es otro, un Wilcock que presta el nombre y las circunstancias de su muerte (estas sí, muy wilcoknianas) pero nada de su estilo, apenas una recurrente obsesión con el relato Los Donguis. Wilcock viaja a Dublín tras las pistas de Joyce y recorre la ciudad el 16 de Junio para que todo coincida: el día de las flores, el personaje Flores, Bloom (floración) y la flor de pétalos rojos que dibuja el corazón cuando revienta en el pecho. Forzado, tal vez, pero la fuerza del estilo impone su propia lógica y logra que el clima persista: siempre se tiene la impresión de estar habitando el mismo desierto de hielo. El horror es sostenido, en la ciudad que habitan los personajes las autoridades han instalado altoparlantes en cada esquina para reproducir la voz de un asesino serial de mujeres que se regodea contando cómo las mató, en qué posición, cómo piensa seguir matando. La idea de las autoridades es que esa voz se oiga hasta que “alguien” la reconozca y el asesino pueda caer, mientras tanto la voz que cuenta sus crímenes se oye noche y día, una y otra, y otra vez. En pocas palabras, En el corazón de junio es un libro escrito en el infierno para ser leído por los muertos.
Se escribió en Argentina entre 1979 y 1982.

Zedi Cioso

13 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Siempre está presente la tensión entre la pulcritud aburrida pero creíble y lo ingenioso exótico aunque forzado. A mí me gustan los escritores que corren en riesgo de irse para este último lado. Te diría que incluso me gustan los que se zambullen decididamente de este lado, ensayando piruetas en su caída. Así que pulgares arriba para Gusmán.
Oooootro tema: ¿cuándo haremos el merecido post a JR Wilcock? Uno injustamente relegado.

7/4/06 03:44  
Anonymous Anónimo dijo...

Pronto, muy pronto, y si Dios quiere, a cuatro manos.
Zed

7/4/06 10:22  
Anonymous Anónimo dijo...

Dios querrá. Ah: me gustó mucho eso de que la frase de Gusmán hace que largues el libro porque uno cree que quema como papa caliente.

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Esta novela me resultó una narración terriblemente imbricada, un verdadero delirio. Por momento el agobio de no entender qué cosa pretendía enhebrar pudo más que la riqueza lingüística del texto. Lo soporté por momentos, en otros lo digerí, pero llegado a la página 100 decidí dejar de leerlo...ya era demasiado.

14/7/18 19:55  

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