Truco
Tolstoi es famoso, entre otras cosas, por patrocinar quejas contra la exigencia de un final rimbombante. No porque prefiriera que la última palabra de una historia se dijese en voz baja. Los cierres, para él, no importaban. Tolstoi pensaba que el desvelo por los finales era una preocupación burguesa. Y ya se sabe: lo burgués es lo peor.
En la misma línea que los enemigos de Tolstoi, estamos los que abominamos que nos cuenten la trama de las películas. Eso, precisamente, es lo que voy a hacer a continuación.
Vi ‘El gran truco’. Mi turbación, al momento de sentarme delante de la pantalla, era considerable, y es probable y más que probable que ello enturbiase mi juicio. Acababa de abandonar a Ángel y a Cioso, y todavía no había reparado en la batalla dialéctica que me esperaba. Cioso, un caballero, me lo había preanunciado. Cargado de presagios y lamentaciones, bajé del subte y enfilé derechito hacia el afamado cine ‘General Paz’. Cioso recomendó ‘El ilusionista’, pero al llegar ya era demasiado tarde. Quedaba esta otra, también de magia. En la esperanza que esa fuese la película basada en el libro de Millhauser (no lo era), compré mi boleto y rumbeé para el McDonald’s, en espera de liquidar el muy aburrido y notable artículo de Nozick sobre el problema de Newcomb. Una hora más tarde, habiendo atravesado la lluvia, habiéndola recibido como una bendición, me perdí en lo oscuro de la sala. No obstante, me pareció una gran película, a pesar de todos los ‘sin embargo…’ que acto seguido enunciaré.
El problema de esta es el de muchas: te explican dos veces las cosas. No les basta con decírtelo una, lo que no necesariamente está mal. Tienen la compulsión, al final, de eliminar el menor resquicio de misterio. Insisto: que te lo digan una vez, bueno… a veces uno quiere acotar las interpretaciones plausibles. Pero que, una vez que todo terminó, una vez que ya entendimos, insistan con despejar toda duda, es una decisión erradísima. Ese tipo de películas, como buena parte de las artes narrativas, se nutre de cierto misterio, de una porción de material no dicho. En la duda está el gusto, a veces. Duda no equivale a ambigüedad. Ambigüedad es que te digan: no hay un final. Cuando se instancia la duda, es porque se nos genera, a nosotros los espectadores, la sensación de que hay un y solo un final, que la suma de los datos esparcidos determinan una y solo una respuesta correcta, pero que no fuimos suficientemente perspicaces para recabarlos e interpretarlos del modo adecuado. Es el lugar al que nos lleva ‘El Aura’, por ejemplo. Es el lugar del que nos expulsa ‘El gran truco’. Sin embargo…
Es la historia de una rivalidad. Dos magos aspiran al cetro –y tienen con qué. Es la historia de una obsesión, de dos obsesiones. Ambos desean, y desean más que nada el triunfo profesional: llegar a la cima –y en soledad, mirar a todos, al otro aspirante, el único que importa, desde arriba. Es la historia de la lucha entre la vocación y el amor, entre la realización profesional y el calor del hogar, de una mujer, de una hija. Es la historia de la derrota del amor y de la familia. ‘La obsesión es un lujo adolescente’, le dice Michael Caine a Hugh Jackman, comunicándole su defección: no, no lo acompañará a Estados Unidos en busca del gran invento. Es la historia de los sucesivos sacrificios que el arte, creen ellos, exige –y el cordero del holocausto son ellas. Es, también, el registro del llanto masculino ante el amor perdido. Es, también, la suma de las venganzas que acometen en su ascenso a la cumbre. Es todo eso, todo junto, narrado de modo más que eficaz: fragmentario, y en retro y prospectiva.
Funciona. Aunque el chiste se descubra a poco de andar. (Yo, que soy más lento que la media, que soy prenda de hipnosis, que me entrego a la historia sin pedirle credenciales, lo descubrí frisando la mitad del relato.) Como yapa, podemos ver una nueva performance de Bowie, en la piel de Tesla, rival de Edison, hacedor de milagros.
Buena parte de la gracia de esta película es la ausencia de velos. O del último velo, del decisivo. ¿Tiene todo esto una explicación científica admisible, o hay fehaciente intervención milagrosa? Vuelvo al principio. No hay duda; menos, aún, ambigüedad. Está todo claro, y en las antípodas del jamesiano ‘Otra vuelta de tuerca’. Cuando leemos esta historia, nos preguntamos: ¿hay fantasmas o no? Cuando abandonamos la sala, sabemos: los hay y no.
Matías Pailos
En la misma línea que los enemigos de Tolstoi, estamos los que abominamos que nos cuenten la trama de las películas. Eso, precisamente, es lo que voy a hacer a continuación.
Vi ‘El gran truco’. Mi turbación, al momento de sentarme delante de la pantalla, era considerable, y es probable y más que probable que ello enturbiase mi juicio. Acababa de abandonar a Ángel y a Cioso, y todavía no había reparado en la batalla dialéctica que me esperaba. Cioso, un caballero, me lo había preanunciado. Cargado de presagios y lamentaciones, bajé del subte y enfilé derechito hacia el afamado cine ‘General Paz’. Cioso recomendó ‘El ilusionista’, pero al llegar ya era demasiado tarde. Quedaba esta otra, también de magia. En la esperanza que esa fuese la película basada en el libro de Millhauser (no lo era), compré mi boleto y rumbeé para el McDonald’s, en espera de liquidar el muy aburrido y notable artículo de Nozick sobre el problema de Newcomb. Una hora más tarde, habiendo atravesado la lluvia, habiéndola recibido como una bendición, me perdí en lo oscuro de la sala. No obstante, me pareció una gran película, a pesar de todos los ‘sin embargo…’ que acto seguido enunciaré.
El problema de esta es el de muchas: te explican dos veces las cosas. No les basta con decírtelo una, lo que no necesariamente está mal. Tienen la compulsión, al final, de eliminar el menor resquicio de misterio. Insisto: que te lo digan una vez, bueno… a veces uno quiere acotar las interpretaciones plausibles. Pero que, una vez que todo terminó, una vez que ya entendimos, insistan con despejar toda duda, es una decisión erradísima. Ese tipo de películas, como buena parte de las artes narrativas, se nutre de cierto misterio, de una porción de material no dicho. En la duda está el gusto, a veces. Duda no equivale a ambigüedad. Ambigüedad es que te digan: no hay un final. Cuando se instancia la duda, es porque se nos genera, a nosotros los espectadores, la sensación de que hay un y solo un final, que la suma de los datos esparcidos determinan una y solo una respuesta correcta, pero que no fuimos suficientemente perspicaces para recabarlos e interpretarlos del modo adecuado. Es el lugar al que nos lleva ‘El Aura’, por ejemplo. Es el lugar del que nos expulsa ‘El gran truco’. Sin embargo…
Es la historia de una rivalidad. Dos magos aspiran al cetro –y tienen con qué. Es la historia de una obsesión, de dos obsesiones. Ambos desean, y desean más que nada el triunfo profesional: llegar a la cima –y en soledad, mirar a todos, al otro aspirante, el único que importa, desde arriba. Es la historia de la lucha entre la vocación y el amor, entre la realización profesional y el calor del hogar, de una mujer, de una hija. Es la historia de la derrota del amor y de la familia. ‘La obsesión es un lujo adolescente’, le dice Michael Caine a Hugh Jackman, comunicándole su defección: no, no lo acompañará a Estados Unidos en busca del gran invento. Es la historia de los sucesivos sacrificios que el arte, creen ellos, exige –y el cordero del holocausto son ellas. Es, también, el registro del llanto masculino ante el amor perdido. Es, también, la suma de las venganzas que acometen en su ascenso a la cumbre. Es todo eso, todo junto, narrado de modo más que eficaz: fragmentario, y en retro y prospectiva.
Funciona. Aunque el chiste se descubra a poco de andar. (Yo, que soy más lento que la media, que soy prenda de hipnosis, que me entrego a la historia sin pedirle credenciales, lo descubrí frisando la mitad del relato.) Como yapa, podemos ver una nueva performance de Bowie, en la piel de Tesla, rival de Edison, hacedor de milagros.
Buena parte de la gracia de esta película es la ausencia de velos. O del último velo, del decisivo. ¿Tiene todo esto una explicación científica admisible, o hay fehaciente intervención milagrosa? Vuelvo al principio. No hay duda; menos, aún, ambigüedad. Está todo claro, y en las antípodas del jamesiano ‘Otra vuelta de tuerca’. Cuando leemos esta historia, nos preguntamos: ¿hay fantasmas o no? Cuando abandonamos la sala, sabemos: los hay y no.
Matías Pailos
15 Comentarios:
Bueno... a tener en cuenta, igualmente para ver de magos prefiero el ilucionista donde trabaja Edward (bodegas) Norton, actor de mi gusto.
Prometo verla. En El Ilusionista, por otra parte y tal como dijo Cobiñas "A la mitad de la película ya se sabe todo lo que va a pasar" y sin embargo deseamos que pase eso mismo y ver cómo pasa. Recomiendo por ende El Ilusionista mientras reservo mis tickets para El Gran Truco.
Acá también, reafirmo. Pero lo que me gustó es la reposición del combate fraterno a brazo partido, y a muerte. (Ni Rómulo y Remo, ni Caín y Abel. Leonard y Hagler, en todo caso.)
como en todo cine masivo y de entretenimiento, es necesario aclarar todo dos veces. de hecho, no bastó: las cinco personas que habían ido a ver conmigo la película no la entendieron. me pongo en anónimo porque me da verguenza admitir que vi esa película y que tengo amigos que no la entendieron.
Leí el título y pensé que se trataba del juego de cartas. Para mi decepción, no lo era. No tengo nada que comentar sobre esto (pero comento igual, así de insistente soy.)
Creó que la elegí peor película del año. Ah, no fue la Crónica de una fuga de Caetano, con sus buenos que dan el asiento a una embrazada y sus malos muy malos de bigote y campera de cuero. Pero El gran truco estuvo cabeza a cabeza. Puro Nola: fuegos artificiales que no llevan a ninguna parte, explicaciones para que todo cierre tiradas de los pelos y baches narrativos que no cuento para que arruinar la película al que no la haya visto. Como quien dice, le falta "mugre". Puede que Nolan haya sido el mejor alumno de su clase, y justamente por eso que Tesla le construya una máquina del tiempo y regrese a la escuela para cagarse a piñas a ver si se embarra.
Parafraseando al gran Zimmerman, no sé por qué se quejan tanto de las desargas de internet, si las canciones (o en este caso las películas), no valen nada.
En la de Caetano, el bueno que atajaba en Almagro se tuvo que conformar con ser filósofo en Suecia (espero que no tan cínico) y los malos de bigotes se cargaron más de treinta mil. No veas Bolivia, en la que los malos son los racistas, los intolerantes y los xenófobos y el bueno va a laburar todos los días a una parrilla. Vamos a intentar hacer algo para que la historia y la vida te parezcan más verosímiles y entretenidas.
Caetano y Argenti
Lamento decir que sí vi Bolivia. Y que hoy resulta inevitable compararla con Dirty pretty things de Stephen Frears. O cómo desde una misma temática un director hace una película y un analfabeto un ejercicio de estilo.
Y justamente, querido usuario anónimo, si lee un poco sabrá que un señor al que le gustaba mucho el séptimo arte, y que hizo algunos filmes autobiográficos magníficos, decía que el cine es más grande que la vida, porque carece de puntos muertos. Por eso mismo no se puede más que considerar una estupidez el hecho de rescatar una película por alguna supuesta correspondencia con la vida real.
no veo por qué es inevitable saltar a la conclusión a la que llega. La vida tiene puntos muertos; también segmentos sin solución de continuidad. Estos últimos, por tanto, son representables por el cine (ex hiphotesi, sin puntos muertos). A el conjunto de ellos, quizás, podrían pertenecer los fragmentos de realidad correspondientes a Bolivia y a Crónica de una fuga (también, por mor del argumento, entiendo que hay tales fragmentos). Si esto es así, filmar una película sobre ellos SIN buenos y malos sería errado, si se pretende con ellos representar la realidad.
Note que, de todo lo dicho, se puede hacer esto sin caer en los puntos muertos, aparentemente tan nefastos. Más aún: si le creemos a su director, NUNCA podremos caer en puntos muertos dentro de una película. (Pero yo le aseguro que he visto este tipo de films.)
Voy a ir al punto: no entiendo por qué una película con buenos y malos ha de ser mala necesariamente. No toda historia requiere este tipo de complejidades, y muchas demandan rehuirlas.
Por supuesto, mi querido Palios, que hay películas de mucha valor con buenos y malos, sin bucear tanto la reciente y brillante Misión: imposible III. Claro que en las mismas no hay líneas de diálogo tan esquemáticas como "¿sos arquero?, ¡atajáte ésta!". Ni cartelitos explicativos acerca de lo que tiene que sentir el espectador (del tipo "fue el primer juicio a los militares en toda latinoamérica").
Y la conclusión es inevitable dado que, al no estar discutiendo desde el marco de una ciencia dura, podemos trabajar con especulaciones. Ah, y permítame dudar del concepto tan "sarliano" (de la catedrática, no de la Coca) de "representación".
Al margen, no sólo sí se pueden filmar estas películas sin buenos ni malos (o al menos prescindiendo de la nefasta herencia del Novecento parte II con los campesinos que sufren y el fascista que acribilla gatos), sino que de hecho hay algunas: Juan, como si nada hubiera sucedido (Carlos Echeverría; la historia del único desaparecido en la ciudad de Bariloche como excusa para visitar una comunidad bastante menos idílica que sus paisajes), Ojos azules (Reinhard Hauff; un judío-alemán víctima del holocausto, devenido en industrial orgánico de la junta) o Un muro de silencio (Lita Stantic; cómo en los felices noventa se concilia el pasado más trágico, siguiendo la complicidad con la que se actuó en aquellos viejos tiempos).
Ah, y la cita sobre la vida y el cine es de Truffaut, uno de sus favoritas, pensé (erróneamente).
Se me ocurren varias cuestiones, sólo por contestar algo. Gracias por traer la frase de Truffaut, que es muy poética. Gracias por recomendar películas. Pero aclaro que lo del anonimato que encabeza es porque no sé cómo se elige la identidad con nombre. Respecto de los dichos sobre cine, no estoy de acuerdo con ninguno. A veces, la gente (y muchos de los personajes que la representan) que no frecuenta Puán, tiene formas esquemáticas al dialogar y hay directores con la suficiente calle como para no tener que recurrir a Kureishi para saber cómo habla un inmigrante. Seguramente son directores que primeron fueron hombres, que salieron de su cuarto y del mundo del símismos y luego les quedó tiempo para decir poéticamente una verdad estética.
Por otra parte, me encanta Frears.
Gracias por todo ¡aprendo mucho con ustedes, con su erudición!
Angel Argenti (Segurola y Habana)
mp: llegué en la primera lectura del post, hasta que entrás a la sala. Luego paré, nunca se sabe si habría de verla o no. Se dió porque la que fui a ver estaba agotada, también.
Y coincido: termina unas 6 veces, y termina y termina y nunca deja de terminar. Qué feo ver una película ya terminada, no? Me hizo acordar a La guerra de los Roses, en su rivalidad in crescendo. Pero no está tan mal, no coincido con MDC, en cuanto a eso; en cuanto a la representación de la realidad, tal vez sí, porque en todo caso, adhiero mucho menos a la chicana antiintelectualista, disfrazada de antiuniversitaria.
Creo que ese pago a la comprensión unívoca y repetitiva, o a la falta de misterio, justamente en una película sobre trucos y magia, propia de un mandato de la industria, es casi inevitable si uno se la sienta a ver. Pero alguna cosa para rescatar hubo.
Tal vez, pensemos en filmarla de nuevo, si hubiera acentuado en la rivalidad esquizoide, de manera más shakespereana, por así decir, hubiera resultado una obra de arte.
Respecto de los buenos y malos, muchachos, el cuento de hadas que todos llevamos en la sangre, es un poquito anterior a la industria del cine, no? El tema, más que su existencia, es su funcionalidad.
Me parece que no es poco shakespereana. Justamente, eso es mucho de lo bueno de la película. Lo malo es la falta de misterio, en eso hay unanimidad de opinión. Lo que pretendí es que esto malo no empañara la visión de aquello bueno.
La dicotomía bueno/malo no se aplica tan fácilmente a esta película como al cine de Caetano, que es el foco del segundo debate. La movida argumentativa de Argenti es antiintelectual. No veo que eso la descalifique.
Lo que pasa es que para mí puán es un lugar de mierda, y un buen lugar, casi casi, como todos los lugares.
Tal vez un poquitito más de mierda que otros, porque muchos que repiten se creen que piensan, pero no mucho más, no mucho más.
De Caetano sólo vi pizza birra y faso, no puedo opinar mucho.
Ser intelectual no es ni antes ni después que hombre, los intelectuales (y no me incluyo en esa secta, que quede claro), son casi humanos, como decía el bueno de Sting, los rusos también quieren a sus hijos. Yo sí descalifico a los argumentos antiintelectuales.
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