La Conchudita
Son todos pajeros. Gozan del más formidable espíritu derrotista que pueda exhibirse. Tienen una suerte inaudita, pero es injusto hablar de suerte. A sus pares deportistas, los cronistas suelen llamarlos ‘elegidos’. Lo son. Cada oportunidad que se les ofrece parece llovida del cielo. Se debe, en verdad, a sus méritos aparentemente ocultos, quizás inhallables. Esto los convierte en sujetos irremediablemente odiosos. No hacen nada, y todos hablan de ellos. No los lean.
La revista llegó a mis manos gracias a un salvoconducto de uno de sus colaboradores: HR. Hernán la ofrecía a diestra y siniestra pero, siempre discreto, nunca presionaba para que la adquiriésemos. Varios de nosotros, compañeros de esfuerzos en la librería Yenny, lo hicimos.
Leí su segundo y último número con marcada renuencia. Era mucho más ignorante de lo que ahora soy, y desconocía todo acerca del humor. Creo que a eso que padecí se le llama ‘desternillarse de risa’. Bueno: me agarró a la puerta de Unicenter. Solo me liberó el tiempo suficiente para permitirme ponerme de pie y pulsar el timbre que me depositó en las veredas desoladas de Vicente López.
Repito: yo era muy, pero muy ingenuo. La ingesta de cocaína por parte de un intelectual se me aparecía como la muestra más acabada de elegancia. Ellos la consumían en cantidad. Imagínense, entonces, la impresión que causaron en el provinciano fanático que yo era, a la sazón bastante menor que ellos, los redactores.
Pasé ese número a Cioso, y ambos coincidimos en la fascinación con el ‘Círculo de Tiradores de Piedras de Sarandí’, atribuido por ellos a Rubén Forestello (gloria del Porve, en las épocas en que aun no fatigábamos el Nacional B). Las malas lenguas sindican la responsabilidad del texto a Pablo Kohan, psicólogo y de Lanús. Compré otro ejemplar de ese número. Recorté la página en la que se exhibía, desinhibido, el artículo, y la colgué en mi pieza. En la puerta de entrada a la misma podía verse la tapa de ese número: el hermosísimo rostro de Isabelle Adjani sacándome la lengua. Arriba, se leía: “La Conchudita”, y en la bajada, ‘un gorjeo variopinto’.
Compré el primer número, esperando que tarde o temprano deviniera incunable. También ansiaba que hubiera muchos otros números, y la satisfacción de ese deseo me fue escamoteada. Desinteligencia debida al azar, a la pereza, al histérico desbaratar lo que se haya bien encaminado que caracteriza, desde siempre, a su mentor y primer escritor: Nicolás Schuff. Durante algún tiempo, el prosista a quien más admiré.
Creo que leí, a lo sumo, cinco o seis párrafos de su autoría. Recuerdo en particular un texto breve, correspondiente al primer número. Así como las golosinas fue el eje temático del segundo número, el primero estuvo gobernado por las bebidas. Schuff se inclinó por honrar al mate.
No reproduciré el artículo, y no por falta de ganas. Menos aun porque no sea oportuno. La oportunidad se genera, y es lo que estoy haciendo acá. Mudanzas, limpiezas y el desorden inveterado que me persigue se encargaron de hurtármelo, quizás definitivamente. En él se leía la morosidad del uruguayo tomamate. En él se explicitaba su derrotero mental. Finalizaba con un ‘no saco consecuencias’, que arrancó las más estertóreas carcajadas que hube producido jamás. Creí que me moría. No lo hice. Releí. Finalicé, una vez más, revolcado por el piso. Durante algún tiempo me sometí voluntariamente a un tipo de prueba similar a la que protagonizaba cada semana frente al televisor, viendo en ‘Cha cha cha’ las intervenciones del Ministro de Ahorro Postal, Gilberto Manhattan Ruiz: intentaba verlo sin reírme. Nunca tuve éxito. Con ‘Mate’ ocurría otro tanto. Después de no poder respirar por varios segundos, decidí apartarme de él. Escondí la revista. Hoy no sé dónde está.
Recuerdo varias cosas más. La reseña de ‘El Adiposo Predicamento del Mofeta’, textos firmados por Milena Tutuca (la característica puta que todo varón heterosexual imagina la primera vez que forja un personaje femenino), la reproducción de ‘Las Causas’ de Borges, sobre un fondo con E.T. tocando con su dedo el del nene protagonista de la película. Tampoco me olvido de un texto propiedad de Hernán, en el que el narrador, en medio de un equipo de Sugus, metía un gol, y con sus negros compañeros trepaban al alambrado para festejarlo. Los amonestaban a todos, pero no les importaba.
Durante un tiempo, La Conchudita fue, para Cioso y para mí, el espejo en el que mirarnos y el norte hacia el que caminar. Queríamos ser como ellos, queríamos escribir así. Después llegó Lamborghini, Osvaldo, y nunca nadie escribió ni escribirá así. Después llegó Bolaño y todo aquello quedó definitivamente atrás.
Hoy La Conchudita regresa en formato blog. Pueden leerla en laconchudita.blogspot.com, o clikeando en el respectivo link en el margen izquierdo de sus pantallas.
Pero repito: no lo hagan.
Matías Pailos
La revista llegó a mis manos gracias a un salvoconducto de uno de sus colaboradores: HR. Hernán la ofrecía a diestra y siniestra pero, siempre discreto, nunca presionaba para que la adquiriésemos. Varios de nosotros, compañeros de esfuerzos en la librería Yenny, lo hicimos.
Leí su segundo y último número con marcada renuencia. Era mucho más ignorante de lo que ahora soy, y desconocía todo acerca del humor. Creo que a eso que padecí se le llama ‘desternillarse de risa’. Bueno: me agarró a la puerta de Unicenter. Solo me liberó el tiempo suficiente para permitirme ponerme de pie y pulsar el timbre que me depositó en las veredas desoladas de Vicente López.
Repito: yo era muy, pero muy ingenuo. La ingesta de cocaína por parte de un intelectual se me aparecía como la muestra más acabada de elegancia. Ellos la consumían en cantidad. Imagínense, entonces, la impresión que causaron en el provinciano fanático que yo era, a la sazón bastante menor que ellos, los redactores.
Pasé ese número a Cioso, y ambos coincidimos en la fascinación con el ‘Círculo de Tiradores de Piedras de Sarandí’, atribuido por ellos a Rubén Forestello (gloria del Porve, en las épocas en que aun no fatigábamos el Nacional B). Las malas lenguas sindican la responsabilidad del texto a Pablo Kohan, psicólogo y de Lanús. Compré otro ejemplar de ese número. Recorté la página en la que se exhibía, desinhibido, el artículo, y la colgué en mi pieza. En la puerta de entrada a la misma podía verse la tapa de ese número: el hermosísimo rostro de Isabelle Adjani sacándome la lengua. Arriba, se leía: “La Conchudita”, y en la bajada, ‘un gorjeo variopinto’.
Compré el primer número, esperando que tarde o temprano deviniera incunable. También ansiaba que hubiera muchos otros números, y la satisfacción de ese deseo me fue escamoteada. Desinteligencia debida al azar, a la pereza, al histérico desbaratar lo que se haya bien encaminado que caracteriza, desde siempre, a su mentor y primer escritor: Nicolás Schuff. Durante algún tiempo, el prosista a quien más admiré.
Creo que leí, a lo sumo, cinco o seis párrafos de su autoría. Recuerdo en particular un texto breve, correspondiente al primer número. Así como las golosinas fue el eje temático del segundo número, el primero estuvo gobernado por las bebidas. Schuff se inclinó por honrar al mate.
No reproduciré el artículo, y no por falta de ganas. Menos aun porque no sea oportuno. La oportunidad se genera, y es lo que estoy haciendo acá. Mudanzas, limpiezas y el desorden inveterado que me persigue se encargaron de hurtármelo, quizás definitivamente. En él se leía la morosidad del uruguayo tomamate. En él se explicitaba su derrotero mental. Finalizaba con un ‘no saco consecuencias’, que arrancó las más estertóreas carcajadas que hube producido jamás. Creí que me moría. No lo hice. Releí. Finalicé, una vez más, revolcado por el piso. Durante algún tiempo me sometí voluntariamente a un tipo de prueba similar a la que protagonizaba cada semana frente al televisor, viendo en ‘Cha cha cha’ las intervenciones del Ministro de Ahorro Postal, Gilberto Manhattan Ruiz: intentaba verlo sin reírme. Nunca tuve éxito. Con ‘Mate’ ocurría otro tanto. Después de no poder respirar por varios segundos, decidí apartarme de él. Escondí la revista. Hoy no sé dónde está.
Recuerdo varias cosas más. La reseña de ‘El Adiposo Predicamento del Mofeta’, textos firmados por Milena Tutuca (la característica puta que todo varón heterosexual imagina la primera vez que forja un personaje femenino), la reproducción de ‘Las Causas’ de Borges, sobre un fondo con E.T. tocando con su dedo el del nene protagonista de la película. Tampoco me olvido de un texto propiedad de Hernán, en el que el narrador, en medio de un equipo de Sugus, metía un gol, y con sus negros compañeros trepaban al alambrado para festejarlo. Los amonestaban a todos, pero no les importaba.
Durante un tiempo, La Conchudita fue, para Cioso y para mí, el espejo en el que mirarnos y el norte hacia el que caminar. Queríamos ser como ellos, queríamos escribir así. Después llegó Lamborghini, Osvaldo, y nunca nadie escribió ni escribirá así. Después llegó Bolaño y todo aquello quedó definitivamente atrás.
Hoy La Conchudita regresa en formato blog. Pueden leerla en laconchudita.blogspot.com, o clikeando en el respectivo link en el margen izquierdo de sus pantallas.
Pero repito: no lo hagan.
Matías Pailos
7 Comentarios:
ah, qué buena reseña, gracias, y gracias por el consejo: no pienso entrar.
Yo voy a entrar sólo porque me dicen que no lo haga. (Conmigo funciona cada vez.)
La foto que ilustraba el poema "las causas" no era de E.T. con un niño sino de E.T. con Michael Jackson. No pienso agregar nada más: voy a buscar en mi polvoriento arcón a ver si puedo hallar esos mitológicos números y escribir mi propia reseña.
No tengo nada que opinar sobre éste post, paso a saludarlo Sr. Pailos, como siempre, un placer leerlo y saludos findeañeros.
p.d: le pido que no se olvide de publicar su cuento sobre la tapa de un disco de bill evans.
ER, gracias por seguir mi consejo. R, gracias por no hacerlo.
Pau: al final no pudimos vernos, porque nunca llegué a la fiesta de Cuti. No faltará oportunidad. Felicidades para vos también. (Y yo no podría tantas espectativas en mi mini relato -casi- estático sobre Bill Evans, o la tapa de su caja.)
Ariel Navidad y Próspero Año nuevo.
Vio cómo son las cosas, S. Nos veremos el 30. Besos, de su amigo Fede.
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal