La cercanía de la muerte
Cuando era chico quería ser grande. Muy grande. Cuando era chico quería ser viejo. Quería ser un tipo particular de viejo. Un viejo no muy viejo. Un viejo de poco más de sesenta años. Quería ser de esos viejos de poco más de sesenta años que paraban en bares como los que veía cuando iba caminando de mañana al colegio. Cuando tenía siete. Cuando tenía diez u once. Cuando tenía trece o dieciocho. Quería tener la bocha poblada de canas y esos anteojos cortados con hacha a la mitad que los viejos que veía en esos bares clavaban en la punta de sus narices. Quería desplegar un diario enorme entre mis narices y la mesa y leer con parsimonia, con atención, sin apuro. Quería no tener obligación alguna, quería no tener horario que cumplir ni tareas que realizar. Quería la libertad absoluta. Canas, renguera y visión disminuida me parecían un precio razonable. Artritis, artrosis y lumbago eran entidades abstractas, más bien entelequias, y eso si eran algo. Cáncer era algo terrible, y lo sigue siendo. Pero no era algo a los que los viejos de los bares que miraban desapasionadamente y con plena satisfacción a la calle y a la gente pasar estuvieran expuestos.
Estoy gastando los años finales de mi beca doctoral. Tengo dinero suficiente como para darme pequeños placeres. Tengo tiempo para hacerlo, en buena medida, cuando quiera. Quería seguir leyendo. Quería seguir cumpliendo el plan de operaciones que conduciría eventualmente a la realización del artículo, pero no quería hacerlo en casa. Los pajaritos piando y el sol cayendo y el rumor de las hojas movidas por el viento me fastidiaban. Mi música me fastidiaba y el balcón, lugar de confluencia del panorama callejero y la música emergente de mi computadora, también lo hacía. Hasta el paraíso es aburrido si no hay variedad. Necesitaba variedad. Necesitaba salir de casa. Un desaliñado alumno de colegio privado pasó por la calle pateando una naranja. Era más bien gordito, más bien petiso, con un mirar más bien empecinado dirigido al piso. Indistinguible de mi propia imagen años ha, incluso. Él era mirado por mí, a la sazón el viejo de marras. Ya ejercía de viejo, a los ojos del pendejo pateanaranja, sin obligaciones. Ahora solo quedaba recrear el bar y el diario.
Pero los bares que veía cuando era menor de edad me deprimen. Solo hay viejos. Prefiero el bullicio estúpido de los pendejos al silencio estúpido de los viejos. Los pendejos, además, vienen ocasionalmente con quinceañeras de pantalones ajustados, deleite visual impagable. Así que en vez de ir para Maipú, rumbeé a Libertador, a la estación de servicio en la esquina de Melo. Como era de esperar: no había una puta quinceañera. A decir verdad, solo había dos viejos. Dos viejos y yo. Pero era feliz: iba a continuar la lectura de ‘Las Islas’, de Gamerro. La había dejado a la altura en que el hacker, de bajón, se calza el walkman al cacofónico son de Sumo.
Frente a mí: un café y ‘Las Islas’. A mi izquierda: el vidrio que deja ver la transitada y luminosa esquina tras los espaciosos playones de abastecimiento petroleros y gasíferos. No avanzo quince líneas y un ruido seco me aleja de las palabras. Lo veo. Me veo y lo veo. Un canario medio atontado clava los ojos en mí antes de reemprender vuelo. Da vueltas a toda velocidad por el local. Allá él, me digo. Sigo leyendo. El hacker consigue un taxi. Después de indicarle el destino, vuelve a embutirse el walkman. Porfiado, entiende que el mensaje ha sido claro: no-quiero-charla. No hay peor cosa que un taxista insistidor. El hacker se resigna. “Sería capaz de darle charla al verdugo que me ajusta la soga al cuello si veo que el silencio lo está poniendo incómodo”. Sonrío. Saco una birome y, luego de subrayar, levanto la cabeza en el momento preciso para ver al canario impactar a toda velocidad de cabeza contra el vidrio, inconcebible para un canario, antes de caer, patas para arriba, en la mesa contigua.
Matías Pailos
Estoy gastando los años finales de mi beca doctoral. Tengo dinero suficiente como para darme pequeños placeres. Tengo tiempo para hacerlo, en buena medida, cuando quiera. Quería seguir leyendo. Quería seguir cumpliendo el plan de operaciones que conduciría eventualmente a la realización del artículo, pero no quería hacerlo en casa. Los pajaritos piando y el sol cayendo y el rumor de las hojas movidas por el viento me fastidiaban. Mi música me fastidiaba y el balcón, lugar de confluencia del panorama callejero y la música emergente de mi computadora, también lo hacía. Hasta el paraíso es aburrido si no hay variedad. Necesitaba variedad. Necesitaba salir de casa. Un desaliñado alumno de colegio privado pasó por la calle pateando una naranja. Era más bien gordito, más bien petiso, con un mirar más bien empecinado dirigido al piso. Indistinguible de mi propia imagen años ha, incluso. Él era mirado por mí, a la sazón el viejo de marras. Ya ejercía de viejo, a los ojos del pendejo pateanaranja, sin obligaciones. Ahora solo quedaba recrear el bar y el diario.
Pero los bares que veía cuando era menor de edad me deprimen. Solo hay viejos. Prefiero el bullicio estúpido de los pendejos al silencio estúpido de los viejos. Los pendejos, además, vienen ocasionalmente con quinceañeras de pantalones ajustados, deleite visual impagable. Así que en vez de ir para Maipú, rumbeé a Libertador, a la estación de servicio en la esquina de Melo. Como era de esperar: no había una puta quinceañera. A decir verdad, solo había dos viejos. Dos viejos y yo. Pero era feliz: iba a continuar la lectura de ‘Las Islas’, de Gamerro. La había dejado a la altura en que el hacker, de bajón, se calza el walkman al cacofónico son de Sumo.
Frente a mí: un café y ‘Las Islas’. A mi izquierda: el vidrio que deja ver la transitada y luminosa esquina tras los espaciosos playones de abastecimiento petroleros y gasíferos. No avanzo quince líneas y un ruido seco me aleja de las palabras. Lo veo. Me veo y lo veo. Un canario medio atontado clava los ojos en mí antes de reemprender vuelo. Da vueltas a toda velocidad por el local. Allá él, me digo. Sigo leyendo. El hacker consigue un taxi. Después de indicarle el destino, vuelve a embutirse el walkman. Porfiado, entiende que el mensaje ha sido claro: no-quiero-charla. No hay peor cosa que un taxista insistidor. El hacker se resigna. “Sería capaz de darle charla al verdugo que me ajusta la soga al cuello si veo que el silencio lo está poniendo incómodo”. Sonrío. Saco una birome y, luego de subrayar, levanto la cabeza en el momento preciso para ver al canario impactar a toda velocidad de cabeza contra el vidrio, inconcebible para un canario, antes de caer, patas para arriba, en la mesa contigua.
Matías Pailos
21 Comentarios:
Hace unos días leí una reseña de Las islas en http://www.no-retornable.com.ar/ y me dio ganas de leerlo.
Hacelo, porque está buenísimo. (Salvo la parte del videojuego, que también está buena, pero... un poquito más breve, Carlos, por favor.) Es acción y aventuras con personajes que son ideas (extremas) encarnadas y discursos radicalizados, todo sazonado con abundante humor en la Buenos Aires que se abría al menemismo para ser desflorada sin vacelina. (Marche esto para la contratapa de la próxima reedición.)
Bien, me gustó el post.
El gordito pateanaranjas es de lo mejor.
Abrazo
Nacho
Muy bueno, pailos, me encantó el post. Un café de vidrios abundantes y "las islas"; definitivamente suena como el paraíso.Que se caguen los canarios...
L.I. está muy buena,y a medida que se avanza se pone mejor. A mí en particular no me gustaron las partes de las torres de Tamerlán. Besos, V.
posdata: ¿qué paso, Zedi, con la nota? Por acá no la encontramos, pero no sé si es que no salió o si es el problema de la versión electrónica.
MUY BUEN POST PAILOS.
Gracias, Nacho. Gracias, Anónimo.
Vero: si te referís al capítulo 1, entonces comulgo con tu tesis, y voy por más. Es un excelente cuento. Tamerlán: personaje del año ('98).
Lo que? No le entendi lo de la tesis...
Se habra confundido con mi L.I.= Las islas?
Besos. V.
Es curioso cómo ciertos libros, más que gustarnos, logran resignificar nuestra experiencia de la cotidianeidad.
Excelente post.
PD
La nota se pospuso para la semana que viene por unos inoportunos avisos de los patrocinadores.
Vero: 'la tesis' = "qué buenas que están las partes de las torres de Tamerlán".
ZC: o sea que este domingo, artículo de ZC en el suplemento cultural de Perfil. Cómprelo en su kiosco de resvistas amigo.
Mi tesis= qué MALAS que están las partes de Tamerlán.
Una pequeña confusión de mi parte. No: a mí me encantaron, como habrás visto. Pero no veo la novedad: tus opiniones y gustos no suelen coincidir con los míos (por emplear un eufemismo).
yo cuando era chico lo único que quería en el mundo era un halcón para hacer cetrería
Yo quería muchas cosas. Quería ser emperador del mundo, después emperador de América, después Presidente de Argentina. Cuando vi que no me daba el piné, me bajé de la política. Pero siempre quise ser futbolista, y en ocasiones basketbolista (pero con lo petiso que soy...) y tenista. Rock star, claro que sí, y escritor y, ¿por qué no? director de cine. Y actor. Y pintor. Y...
El otro dia fui a la plaza con mi sobrino y me senté en un subibaja, me subí a la calesita y lo ayudé en el tobogán y todo el tiempo me la pasé reconstruyendo que me pasaba a mí cuando tenía su edad.
Precioso post, no sé si tiene mucho que ver esto que cuento, pero me vino.
saludos.
lo leí hace unos días y ayer vi a unos señores jugando a algún juego en plaza almagro en esas mesitas de plazas con tableros de ajedrez incorporados y recordé algo confuso sobre viejos, bares y deseos de chico. vine, releí y me gustó de nuevo
voy a pasear por acá, saludos :)
estimado,
anotado está. lo veo mañana; mejor aún, hoy.
PD: calculo que el presente comentario no hace a su texto.
PD2: dejé un comentario a una de sus entradas anteriores que sí hacía a la misma pero creo que jamás lo vio (ni a los ojos, ni a la boca, ni a etc.)
MAÑANA VIERNES - 24 hs.
recital
pommez + dietrich + causa
y fiesta
DJ invitado: KURS (España)
DJ local: melmac
en Los 40 - Costa Rica 4933 (y Thames), Palermo Soho
Entrada por lista (a cielossubterraneos@gmail.com), llegando antes de las 2 AM: $5
Entrada en puerta: $8
ÚLTIMA PRESENTACIÓN DEL AÑO
Para escuchar Causa, pinche aquí: http://myspace.com/causarock
(Gracias por el espacio usurpado.)
De nada.
Gracias, Pau. Gracias, Amanda. La esperamos.
Mate \\\
Lentamente estoy leyendo algunos relatos.
Este tambien me gusto mucho como el de la peluqueria.
Enhorabuena (pasate por mi bolso cuando quieras)
Mary
Señor Mate
Estoy tratando de ponerte entre mis links pero no puedo me dices cómo, por favor.
Mary
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal