La mirada indiscreta
Pasan los años y sigo sin poder resolver este entuerto. Ya no me apremia hacerlo, así que lo hago de cualquier manera. Quizás no sea una política desacertada, porque es un asunto sin importancia sustantiva. Una dedicación sostenida, muy probablemente, desemboque en otro engordamiento del polimorfo complejo neurótico del que me quejo constantemente, al que (declamo) solo ansío ver decrecer.
Cuando era chico no miraba nunca a los ojos. Hacerlo casi siempre desembocaba en que me miraban a los ojos a su vez, y desesperaba. Me sabía observado; me creía juzgado e, ipso facto, condenado. (No sé distinguir entre juicios y condenas. No, al menos, si el juzgado soy yo.) Superar la vergüenza implicó trocar los roles, y ser yo quien infringía vergüenza. Por varios años miré a la gente a los ojos. Acaso no los asustara tanto eso como el modo extático con el que acompañaba el gesto. Supongo que abría mucho los ojos, sé que apuntaba a las pupilas. Un amigo me dijo hace un tiempo que yo no miraba a los ojos sino un metro detrás. O mejor: que arrastraba los ojos de aquél a quien miraba un metro atrás. Eso no está bueno. Claro que imponía cierto respeto, pero era del tipo que impone el loco. Era un respeto cargado de amenaza, que no condecía del todo bien con la cara de bueno (de inofensivo) que tenía. No solemos llevarnos del todo bien con ese tipo de desajustes reales de tiempo presente. Suficiente para confiar en que notaban mi presencia y que no me ninguneaban; suficiente, por tanto, para no pasar desapercibido. Pero ahora quería más. Ahora quería generar confianza, quería despertar empatía. Quería que mi presencia se naturalizara o, en caso de no hacerlo, que fuera por el deseo generado. El mundo, por tanto, se dividía en dos: las mujeres en quienes quería despertar deseo (al que siempre emparenté un poco con el miedo y la amenaza) y los demás, a quienes quería caer bien. La estrategia claramente no funcionaba con el segundo grupo. Supongo que puede ser el momento de publicitar mi deseo (cargado de inseguridad) de caerles bien a todos. Hacía flaco favor a su concreción el clavar mis ojos en los suyos. Todos somos más o menos iguales, así que se comportaban como era esperable: la sostenían un poco (‘a mí no me vas a ganar’), después se sonrojaban (ligera o marcadamente), después la desviaban a suma velocidad. Eso no servía. Así no iba a hacer muchos amigos. Adopté la estrategia Cioso: hablar mientras se mira a otro lado. Pero ese es un proceder cargado de incertidumbre. Mi temperamento me exigía no solo caer bien, sino saber que caía bien. Ensayé el mirar a la boca. Además de sentir que no estaba mirando a mi interlocutor sino a una versión desgreñada y a medio despertar suya, el afectado ahora era mi orgullo. Mi interlocutor me miraba a los ojos; yo, a su boca. Es decir, más abajo que sus ojos. Caía bien, pero al precio de sentirme menos. Como reacción probé mirar a la frente, probé mirar al pelo, probé mirar a la oreja izquierda. Esto no está funcionando.
Estoy en una etapa experimental. Mi último ensayo fue mirar a una zona indefinida y vagamente circular cuyo centro es su cachete derecho y su circunferencia atraviesa cejas, nariz y boca. La falta de un objetivo me provoca algo de mareo, la ansiedad de anclar mi vista en algún puerto facial. Eso me lleva a la última táctica del mercado, la vedette de los desfiles parisinos, la que hace furor en cócteles y vernisagges: la mirada-satori. Apunto al centro de los ojos, justo donde empieza la nariz. Y disparo.
Matías Pailos
Cuando era chico no miraba nunca a los ojos. Hacerlo casi siempre desembocaba en que me miraban a los ojos a su vez, y desesperaba. Me sabía observado; me creía juzgado e, ipso facto, condenado. (No sé distinguir entre juicios y condenas. No, al menos, si el juzgado soy yo.) Superar la vergüenza implicó trocar los roles, y ser yo quien infringía vergüenza. Por varios años miré a la gente a los ojos. Acaso no los asustara tanto eso como el modo extático con el que acompañaba el gesto. Supongo que abría mucho los ojos, sé que apuntaba a las pupilas. Un amigo me dijo hace un tiempo que yo no miraba a los ojos sino un metro detrás. O mejor: que arrastraba los ojos de aquél a quien miraba un metro atrás. Eso no está bueno. Claro que imponía cierto respeto, pero era del tipo que impone el loco. Era un respeto cargado de amenaza, que no condecía del todo bien con la cara de bueno (de inofensivo) que tenía. No solemos llevarnos del todo bien con ese tipo de desajustes reales de tiempo presente. Suficiente para confiar en que notaban mi presencia y que no me ninguneaban; suficiente, por tanto, para no pasar desapercibido. Pero ahora quería más. Ahora quería generar confianza, quería despertar empatía. Quería que mi presencia se naturalizara o, en caso de no hacerlo, que fuera por el deseo generado. El mundo, por tanto, se dividía en dos: las mujeres en quienes quería despertar deseo (al que siempre emparenté un poco con el miedo y la amenaza) y los demás, a quienes quería caer bien. La estrategia claramente no funcionaba con el segundo grupo. Supongo que puede ser el momento de publicitar mi deseo (cargado de inseguridad) de caerles bien a todos. Hacía flaco favor a su concreción el clavar mis ojos en los suyos. Todos somos más o menos iguales, así que se comportaban como era esperable: la sostenían un poco (‘a mí no me vas a ganar’), después se sonrojaban (ligera o marcadamente), después la desviaban a suma velocidad. Eso no servía. Así no iba a hacer muchos amigos. Adopté la estrategia Cioso: hablar mientras se mira a otro lado. Pero ese es un proceder cargado de incertidumbre. Mi temperamento me exigía no solo caer bien, sino saber que caía bien. Ensayé el mirar a la boca. Además de sentir que no estaba mirando a mi interlocutor sino a una versión desgreñada y a medio despertar suya, el afectado ahora era mi orgullo. Mi interlocutor me miraba a los ojos; yo, a su boca. Es decir, más abajo que sus ojos. Caía bien, pero al precio de sentirme menos. Como reacción probé mirar a la frente, probé mirar al pelo, probé mirar a la oreja izquierda. Esto no está funcionando.
Estoy en una etapa experimental. Mi último ensayo fue mirar a una zona indefinida y vagamente circular cuyo centro es su cachete derecho y su circunferencia atraviesa cejas, nariz y boca. La falta de un objetivo me provoca algo de mareo, la ansiedad de anclar mi vista en algún puerto facial. Eso me lleva a la última táctica del mercado, la vedette de los desfiles parisinos, la que hace furor en cócteles y vernisagges: la mirada-satori. Apunto al centro de los ojos, justo donde empieza la nariz. Y disparo.
Matías Pailos
Etiquetas: Micronsayos
16 Comentarios:
Tu relato me hizo pensar en que para mí el tema es ser mirada:lo que no puedo resolver aún es la angustia que me genera no tener ni la mas puta idea quienes, qué y porqué razón a veces provocan en mí que me ponga colorada como un tomate (en tremendo contraste con mi blanca palidez).
saludos
(y disculpe una vez mas mi sintaxis esquiva)
Si yo no miraba a la gente cuando hablaba no era movido por estrategia alguna sino como víctima de la timidez, aunque muchas veces esta conducta era interpretada equívocamente como signo de arrogancia. Hoy no sé muy bien adonde miro cuando hablo con alguien pero procuro al menos apuntar a la cara. Si miro a los ojos me da vértigo y me bajo rápido a cualquier parte del cuerpo de mi interlocutor.
Ahora que pienso un poco más en el asunto conjeturo que tal vez la costumbre de hablar sin mirar a mi interlocutor provenga de una deformación profesional, dado que a veces debo concentrarme casi obsesivamente en un campo visual fijo y sólo puedo mantener una conversación a condición de no apartar la mirada.
Maldito Pailos, mañana voy a estar todo el día vigilando adonde carajo miro cuando hablo.
Supongo, Pau, que en este punto podríamos reponer sin mucho escándalo algunas dicotomías que tememos sean vergonzantes, y hablar de que la posición femenina está más ligada a la pasividad, y su deseo es ser deseada más que poseer, supongo.
(Otra cosa: a veces se suele decir que uno se pone colorado ante la persona que le gusta. Me pregunto si la relación causal no será la inversa. Si, al menos a veces, a uno no le empieza a gustar las personas que cuya mirada nos averguenza.)
ZC: no quise acusarlo de nada -no en este caso. Creo que habría que escribir acerca de las maldiciones, y en particular de la madre de todas ellas: la del "pito tímido" [sic Martin Ludwig].
Si la maldición que ud. está mentando es la que yo creo, al ponerla por escrito creo que nos haríamos odiar por todos nuestros lectores masculinos. Hagámosla entonces.
ufff...debo decirle estimado Pailos que su lúcida observación me quemó la cabeza.
(quizás mas tarde recupero el habla y le sigo el diálogo)
Hace rato que no me detengo a analizar adónde voy con la mirada. En el día de hoy, todavía no me crucé con personas. En una hora, la aventura callejera comienza; me espera un tímido analisis observatorio, ni más ni menos.
Yo no sé muy bien lo que miro. Pero sí sé lo que no miro: los zapatos (casi diría: de la cintura para abajo). Alguien puede ir a una fiesta de casamiento con botines de fútbol que jamás me daría cuenta.
Zc: recuerdo (creo que ya se lo conté alguna vez) lo mal que me cayó el día que lo conocí. Le dije a Xilo "El que me cayó como el $&% es el amigo de MP. Es totalmente misógino: si habla mp, le presta atención. Si yo digo algo, ni siquiera me dirige la mirada" =)
Se olvidaron de la mirada zediciosa al vaso inspirador...
Besos a todos. V.
muchos nos miramos el ombligo mientras hablamos.
bueno. ya va mi cuarto comentario en este blog, en dos días. los textos están bien escritos. no dudo de que matías o federico (como guste llamarse) publicará un libro algún día.
yo no sé muy bien a dónde miro. a ninguna parte. a los ojos, a veces. luego no. luego la boca. devuelta los ojos... y así. lo que sí sé es que me siento incómoda cuando me miran a los ojos sostenidamente, porque sé que no puedo devolver el gesto y que, si lo hiciera, sería tremendamente incómodo para los dos. o no. nunca probé en verdad.
matías: sos un machista. siempre estás dividiendo entre lo que es femenino y lo que no, entre mujeres y varones, entre deseos femeninos y deseos masculinos. a mí, me gusta mirar. me encanta mirar. y no me gusta mucho que me miren. no sé. aunque con el pelo rapado es más o menos imposible que nadie me mire. tal vez, lo rapé para que me miraran, después de años y años de pasar desapercibida. pero me gusta mirar.
"...la posición femenina está más ligada a la pasividad, y su deseo es ser deseada más que poseer, supongo...". yo no supondría esto con tanta ligereza y, mucho menos, sin hacer alguna aclaración acerca de valores y disvalores culturales inculcados desde la más tierna infancia en niñas y niños. yo que vos, sería menos prejuicioso. bastante menos.
por otro lado, es llamativo que emparentes el deseo con el miedo y la amenaza. ¿miedo de qué? ¿amenaza de qué?
descontracturá un poco, matías.
besos. julieta.
Julieta: soy un machista. Al menos en un sentido deflacionado, lo soy. Pero me parece más o menos de sentido común que las mujeres son más 'de cierta manera' que los hombres. En esto no estoy solo, sino con muchas feministas de la diferencia. (Estoy medio desactualizado con el debate, vos sabés de esto más que yo.) Nada más. Uno intenta comprenderse a uno y a lo que lo rodea más o menos como puede. Y es verdad que apelo demasiado a las dicotomías masculino/femenino. Pero no estoy solo en esto. (Las diferencias pueden ser naturales o socialmente construidas, si queremos mantener esta diferencia.)
Madonna - What It Feels Like For A Girl
http://es.youtube.com/watch?v=VYD_HsEZV9o
Girls can wear jeans
And cut their hair short
Wear shirts and boots
'Cause it's OK to be a boy
But for a boy to look like a girl is degrading
'Cause you think that being a girl is degrading
But secretly you'd love to know what it's like
Wouldn't you
What it feels like for a girl
ja ja... publicamos los dos nuestros comentarios al mismo tiempo...
en cuestiones de género, yo no apelaría al sentido común como fuente de nada (mucho menos, como fuente de legitimación de ciertas ideas o prejuicios), sino más bien únicamente para criticarlo.
en cuanto a las feministas de la diferencia, hay de todo. las hay más conservadoras y las hay más radicales. el feminismo de la diferencia no es mi preferido. pero hay una feminista de la diferencia que me gusta realmente mucho: luce irigaray. hay un libro de ella que es muy bueno y muy hermoso: "amo a ti". lo recomiendo.
yo no mantendría ninguna diferencia que fuera opresiva o que generara desigualdad. el punto es cómo se mira y se valora la diferencia.
bueno. basta por hoy.
besos. julieta.
Nacho
A Julieta:
"Tras años de pasar desapercibida me rapé para que me miraran". Interesante interpretación.
A MP:
Lamento coincidir con Julieta que la descripción "es un machista pero escribe bien" te encaja a la perfección.
Te recomiendo que visites el sitio de NOMAS,
http://www.nomas.org/
hombres pro-feministas, gay-afirmativos y anti-racistas.
:D
Ojo, con esa mirada de avant-garde: corrés el peligro de ponerte vizco, y a nadie le caen bien los vizcos, porque, sabido es, todos -todos- son resentidos.
La mirada a la boca es sospechosa -"no me está escuchando y me quiere dar un beso". Algo similar pasa con la que recorre el rostro.
Mi recuerdo es que mirabas a los ojos, aunque no sé en qué etapa(s) estabas por las veces que te vi.
(Hola, Matías.)
(Quedó una coma/unos dos puntos de más en la primera oración. Omitir a discreción.)
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