Lo que pasa cuando uno quiere hacerles entender de alguna forma que la obsesión que uno manifiesta con este sujeto tiene algún fundamento sólido
Algunas personas me abruman. Pocas, sin embargo, son capaces de hacerlo a distancia. Entre esas pocas se cuentan solo dos escritores. De uno de ellos les quiero hablar.
Decir que David Foster Wallace, A.K.A. ‘Foster Wallace’, A.K.A. ‘Wallace’, es inteligente -es muy inteligente -es el más inteligente de todos, es insultarlo. Wallace es más que el más. Wallace es mucho más. Wallace es todo.
(Melodramático, ¿no? Así como ciertas muertes me dejan impávido, otras me vuelven melodramático. Me hacen caer en tentaciones e incurrir en excesos de todo tipo -y ante todo verbales. Porque, seamos francos: ¿es que alguien puede ser ‘todo’? ¿Es que se puede con sentido hablar acerca de todo? Bien: quizás no. Quizás, solo quizás, lo que podamos decir no tenga tan estrecha relación con lo que es. Quizás, solo quizás, DFW no sea Dios.)
Entre el millón de necrológicas en castellano, inglés, francés, otros idiomas que desconozco y otros que ni siquiera identifico que me zampé en estos días, una de ellas (creo que la de David Gates publicada en Radar Libros) decía que Wallace era un genio que además de genio, escribía. ¿Cómo les explico que decir de Wallace que era un genio es incomprenderlo, es subvalorarlo?
(Me anoté en una servilleta de uno de los bares de medio pelo que rodean la Facultad que debería ser franco y plantearles sin pelos en la lengua y con total honestidad y el corazón en la mano que les vengo a intentar ofrecer algo que es muy difícil, pero muy difícil intentar ofrecer. Así que probablemente no se los ofrezca finalmente. La dificultad radica acá. En estos veinte lugares. Lo que pretendo es, en algún sentido, entregar una presentación apretada pero cabal de la obra de DFW (dificilísimo: los lugares comunes suelen ser (i) verdaderos, y (ii) centrales (por algo son comunes, por algo tienen tanto arraigo)); transmitir la admiración que DFW me genera sin rebelar un fanatismo que aleje a mi defensa, y por tanto a DFW, del lector; despertar en el lector ganas de leer o releer a DFW porque “ahí hay algo que no hay en ningún otro lado”, a través de generalidades (i.e., de cosa que hay en otra parte). La empresa no es sencilla. Quizás deba empezar por otro lado.)
Wallace era varias cosas. Era quien mejor se servía de las observaciones sociológicas para hacer literatura. Wallace tenía tan buen ojo para estos menesteres como Fogwill. Fogwill es un gran lector de literatura no literaria, pero nadie logra lo que Wallace. No importa de lo que hable: Wallace, al menos, lo hace con una solvencia que espanta. Lexicografía (artículo en ‘Hablemos de langostas’ de 80 páginas acerca de las Guerras del Uso de la Lengua entre descriptivistas estructualistas y normativistas conservadores: una delicia), matemática, marketing, arte contemporáneo, publicidad, semiótica, antropología, filosofía y lógica filosófica; la industria porno, la historia norteamericana, psicología y psiquiatría, el rock, las drogas, las revistas de modas y los medios de comunicación. El golf, el tenis, los asesinos seriales. La guerra de Vietnam y las luchas sociales de las minorías. El rap (tiene un libro al respecto de la lírica hiphopera pre noventas). El paleolítico y las culturas ágrafas. McDonalds, el mundo de la publicidad, el posmodernismo literario. La literatura de aquí, de allá y de todos lados.
Repito: la literatura de aquí, de allá y de todos lados.
Por si no quedó claro: la literatura.
(Quizás convenga que me adentre en mi relación personal –porque, claro: hay relaciones impersonales- con DFW para que comprendan mejor cómo es que a un individuo medianamente reflexivo y medianamente inteligente como este cronista no le tiembla el pulso al escribir tamañas barbaridades. (O le tiembla, pero tiene el suficiente grado de insensatez como para guardarse la prudencia en el bolsillo posterior izquierdo del vaquero y escribirlas igual.))
Wallace no solo habla de todo sino que teoriza acerca de todo. Es siempre pertinente, original y (esto es lo importante:) exhaustivo. Wallace no se queda con la tentativa de agotar los lugares. Wallace habla de los lugares y de la relación del obervador –y, en particular, del observador que él es con los lugares. Habla de la teoría acera de la relación entre él, el observador y los lugares. Habla acerca de la teoría de la teoría –y de por qué es importante. Habla acerca de por qué no es importante.
(En fin… llegué a DFW como se llega a cualquier escritor del Imperio: por Fresán. Salió ‘Extinción’. Si hemos de juzgar a una reseña por sus efectos –empujar al potencial lector a la actual obra-, este jurado debe darle 10 al participante Fresán. Creo que me llamó la atención la relación que se establecía entre DFW y un escritor a quién leí –aún entonces- poco y mal, y que no me pareció gran cosa (Pynchon). Pero luego de haber usufructuado los servicios de la triple w, puedo ver que acaso me hayan atraído algunas citas de terceros contenidas entre los límites de la reseña, a saber: “pocas veces ha existido un escritor que desprecie más a los lectores”. Y fíjense en esta: “DFW está en su derecho de escribir un gran libro que sólo gente como él pueda entender. Me gusta pensar que yo soy uno de ellos; pero no tengo la menor idea de cómo convencerlos a ustedes que también son parte de ellos; y tampoco, me parece, sabe cómo hacerlo DFW”. Pocas cosas pueden motivar más a un narcisista competitivo como este cronista.)
Decir de Wallace que ante todo era un compendio del saber humano es ofenderlo pero, ¿qué remedio? Wallace no se limitaba a picotear sobre estos asuntos, a hacer name-dropping con términos técnicos (un recurso barato de este cronista, valga la intervención). Wallace podía disertar sobre todos y cada uno de estos temas, y es precisamente lo que hacía en sus textos. Contrariamente a lo que sería razonable esperar, Wallace hace que queramos saber más. Pero no debería demorarme en esto:
Decir de Wallace que ante todo era alguien que mejoraba a los lectores es ultrajarlo. Nunca nadie mejora. La literatura no hace eso. La literatura tiene prohibido hacer eso.
Salinger hace eso
Cheever hace eso.
¿Por qué hablan de Pynchon? Wallace no tiene nada que ver con Pynchon. Wallace tiene que ver con Salinger y con Cheever.
Wallace busca conmover. Wallace encuentra lo que busca.
(Me hubiera gustado reparar en otra cita, esta del propio DFW, parte de la reseña. Decía –dice: “Yo tuve un profesor que me caía muy bien y que aseguraba que la tarea de la buena ficción era la de darles calma a los perturbados y perturbar a los que están calmos”. La verdad es que ni me di por aludido. Vagaba por la librería de Galerías Pacífico dos veranos atrás, a horas de marchar a Uruguay a casa de una amiga a curar heridas de amor perdido –cuándo no. Soy uno de los pocos que se pasa más tiempo saliendo que entrando a relaciones- y tropecé con el dibujo de un yuppie falto de aire. Why not? Leo un toque, boludeo un toque, cualquier cosa que me ayude a no pensar. Me bajé veinte páginas en veinte minutos –todo un record personal en esos y estos tiempos. Los amarretes como yo sabrán apreciar que no pagué por el libro. No, soy un cobarde: no lo robé; usé los puntos acumulados por la tarjeta que la empresa utiliza como anzuelo para, entre otras cosas, agobiarte con publicidad, como prenda de intercambio por el libro. Pasaron cincuenta páginas de una letra ínfima y nada pasaba, pero yo seguía sin poder despegar la nariz del libro. El cuento dio como cuarenta vueltas, y yo aproveché para caerme otras tantas veces de culo al piso. Pasaron las páginas, y con ellas los cuentos. Hasta que llegué a ese cuento que debería haber escrito yo, que quisiera desesperadamente haber escrito yo, que no podría haber escrito yo.)
Neuróticos, depresivos, suicidas. Wallace trata con situaciones límite todo el tiempo. Wallace habla de violaciones varias veces, y se centra en el proceso de superación del trauma nunca definitivamente logrado, nunca convencionalmente buscado. (Perdonen las aliteraciones cacofónicas, pero si hay algo que este cronista no puede resistir son las… no-no: las aliteraciones cacofónicas.) En las necrológicas hablan mucho de los lentes de aumento de Wallace. De su capacidad para ver el gran escenario y la big picture (el cuento que abre ‘Extinción’ es un despliegue de mamushkas, pero en sentido inverso: de la menor a la mayor. La lógica es paranoica. Nos controlan y nos usan. Nuestro final está pautado por gente que, sin saberlo, es controlada por gente que, sin saberlo, es controlada por gente que, sin saberlo, es controlada por gente que, sin saberlo, es usada y controlada por gente que sin saberlo, es usada y controlada) y el microcosmos de las sinapsis que admite más de una descripción, una de las cuáles usa los modismos ‘sentimientos’, ‘creencias’ y ‘deseos’.
A Wallace le gustaba hablar del ‘alma’. Lujos que se puede dar quien puede ganar todas las disputas.
(El cuento en cuestión, en inglés, se llama ‘Good Old Neon’; pero DFW no escribe en inglés sino en un castellano de traducciones. En ese idioma, el cuento tiene como nombre ‘El neón de siempre’. El cuento trata de…)
Wallace es el mejor manual de estilo. Todo lo que se puede hacer que puede sobrevivir a una traducción está en Wallace. Wallace dominaba, manejaba y usaba todas las técnicas literarias existentes, y nos legó al menos veinte de cuño propio. (La especialidad de la casa: notas al pie de notas al pie. En el libro que miento a continuación hay todo un cuento –más bien largo- contenido en una.) ‘Entrevistas breves con hombres repulsivos’ no es un texto ‘inclasificable’. Es nueva ficción para los que creen que no hay nada nuevo bajo el sol.
(Una de las ideas que suelen boyar en torno al mérito literario es la que pone como condición necesaria la existencia de algún tipo de misterio. Al menos algo que no sea mostrado. Ni en que sea algo no exhibido impúdicamente. Sin misterio, sin trasfondo, sin iceberg sumergido: no hay mérito, no hay valor, no hay obra. DFW muestra todo. Da vueltas todas las cartas. Te las refriega por la cara. Es claro, en cada caso, el/los tema/temas. Los fines. Los procedimientos. La dinámica interna. El cambio de dinámica. Y una vez que muestra todo: queda misterio, queda trasfondo, queda noventa por ciento de hielo bajo el agua. Porque DFW sabía bien lo que la mayoría ignora. Si el planteo es sincero, si la ambición es grande, si el talento es enorme, va a ser difícil sacarse misterio, trasfondo y hielo del whisky.)
Wallace habla de todo lo que merece ser hablado. Por ejemplo: habla de los segundos finales de la vida de una conciencia. La obra maestra, en este sentido, tiene nombre y autor, y me deprime. Es decir: me mata de admiración, y de sorpresa y de la certeza insacable de que nunca nadie va a escribir otra vez así.
Matías Pailos
Decir que David Foster Wallace, A.K.A. ‘Foster Wallace’, A.K.A. ‘Wallace’, es inteligente -es muy inteligente -es el más inteligente de todos, es insultarlo. Wallace es más que el más. Wallace es mucho más. Wallace es todo.
(Melodramático, ¿no? Así como ciertas muertes me dejan impávido, otras me vuelven melodramático. Me hacen caer en tentaciones e incurrir en excesos de todo tipo -y ante todo verbales. Porque, seamos francos: ¿es que alguien puede ser ‘todo’? ¿Es que se puede con sentido hablar acerca de todo? Bien: quizás no. Quizás, solo quizás, lo que podamos decir no tenga tan estrecha relación con lo que es. Quizás, solo quizás, DFW no sea Dios.)
Entre el millón de necrológicas en castellano, inglés, francés, otros idiomas que desconozco y otros que ni siquiera identifico que me zampé en estos días, una de ellas (creo que la de David Gates publicada en Radar Libros) decía que Wallace era un genio que además de genio, escribía. ¿Cómo les explico que decir de Wallace que era un genio es incomprenderlo, es subvalorarlo?
(Me anoté en una servilleta de uno de los bares de medio pelo que rodean la Facultad que debería ser franco y plantearles sin pelos en la lengua y con total honestidad y el corazón en la mano que les vengo a intentar ofrecer algo que es muy difícil, pero muy difícil intentar ofrecer. Así que probablemente no se los ofrezca finalmente. La dificultad radica acá. En estos veinte lugares. Lo que pretendo es, en algún sentido, entregar una presentación apretada pero cabal de la obra de DFW (dificilísimo: los lugares comunes suelen ser (i) verdaderos, y (ii) centrales (por algo son comunes, por algo tienen tanto arraigo)); transmitir la admiración que DFW me genera sin rebelar un fanatismo que aleje a mi defensa, y por tanto a DFW, del lector; despertar en el lector ganas de leer o releer a DFW porque “ahí hay algo que no hay en ningún otro lado”, a través de generalidades (i.e., de cosa que hay en otra parte). La empresa no es sencilla. Quizás deba empezar por otro lado.)
Wallace era varias cosas. Era quien mejor se servía de las observaciones sociológicas para hacer literatura. Wallace tenía tan buen ojo para estos menesteres como Fogwill. Fogwill es un gran lector de literatura no literaria, pero nadie logra lo que Wallace. No importa de lo que hable: Wallace, al menos, lo hace con una solvencia que espanta. Lexicografía (artículo en ‘Hablemos de langostas’ de 80 páginas acerca de las Guerras del Uso de la Lengua entre descriptivistas estructualistas y normativistas conservadores: una delicia), matemática, marketing, arte contemporáneo, publicidad, semiótica, antropología, filosofía y lógica filosófica; la industria porno, la historia norteamericana, psicología y psiquiatría, el rock, las drogas, las revistas de modas y los medios de comunicación. El golf, el tenis, los asesinos seriales. La guerra de Vietnam y las luchas sociales de las minorías. El rap (tiene un libro al respecto de la lírica hiphopera pre noventas). El paleolítico y las culturas ágrafas. McDonalds, el mundo de la publicidad, el posmodernismo literario. La literatura de aquí, de allá y de todos lados.
Repito: la literatura de aquí, de allá y de todos lados.
Por si no quedó claro: la literatura.
(Quizás convenga que me adentre en mi relación personal –porque, claro: hay relaciones impersonales- con DFW para que comprendan mejor cómo es que a un individuo medianamente reflexivo y medianamente inteligente como este cronista no le tiembla el pulso al escribir tamañas barbaridades. (O le tiembla, pero tiene el suficiente grado de insensatez como para guardarse la prudencia en el bolsillo posterior izquierdo del vaquero y escribirlas igual.))
Wallace no solo habla de todo sino que teoriza acerca de todo. Es siempre pertinente, original y (esto es lo importante:) exhaustivo. Wallace no se queda con la tentativa de agotar los lugares. Wallace habla de los lugares y de la relación del obervador –y, en particular, del observador que él es con los lugares. Habla de la teoría acera de la relación entre él, el observador y los lugares. Habla acerca de la teoría de la teoría –y de por qué es importante. Habla acerca de por qué no es importante.
(En fin… llegué a DFW como se llega a cualquier escritor del Imperio: por Fresán. Salió ‘Extinción’. Si hemos de juzgar a una reseña por sus efectos –empujar al potencial lector a la actual obra-, este jurado debe darle 10 al participante Fresán. Creo que me llamó la atención la relación que se establecía entre DFW y un escritor a quién leí –aún entonces- poco y mal, y que no me pareció gran cosa (Pynchon). Pero luego de haber usufructuado los servicios de la triple w, puedo ver que acaso me hayan atraído algunas citas de terceros contenidas entre los límites de la reseña, a saber: “pocas veces ha existido un escritor que desprecie más a los lectores”. Y fíjense en esta: “DFW está en su derecho de escribir un gran libro que sólo gente como él pueda entender. Me gusta pensar que yo soy uno de ellos; pero no tengo la menor idea de cómo convencerlos a ustedes que también son parte de ellos; y tampoco, me parece, sabe cómo hacerlo DFW”. Pocas cosas pueden motivar más a un narcisista competitivo como este cronista.)
Decir de Wallace que ante todo era un compendio del saber humano es ofenderlo pero, ¿qué remedio? Wallace no se limitaba a picotear sobre estos asuntos, a hacer name-dropping con términos técnicos (un recurso barato de este cronista, valga la intervención). Wallace podía disertar sobre todos y cada uno de estos temas, y es precisamente lo que hacía en sus textos. Contrariamente a lo que sería razonable esperar, Wallace hace que queramos saber más. Pero no debería demorarme en esto:
Decir de Wallace que ante todo era alguien que mejoraba a los lectores es ultrajarlo. Nunca nadie mejora. La literatura no hace eso. La literatura tiene prohibido hacer eso.
Salinger hace eso
Cheever hace eso.
¿Por qué hablan de Pynchon? Wallace no tiene nada que ver con Pynchon. Wallace tiene que ver con Salinger y con Cheever.
Wallace busca conmover. Wallace encuentra lo que busca.
(Me hubiera gustado reparar en otra cita, esta del propio DFW, parte de la reseña. Decía –dice: “Yo tuve un profesor que me caía muy bien y que aseguraba que la tarea de la buena ficción era la de darles calma a los perturbados y perturbar a los que están calmos”. La verdad es que ni me di por aludido. Vagaba por la librería de Galerías Pacífico dos veranos atrás, a horas de marchar a Uruguay a casa de una amiga a curar heridas de amor perdido –cuándo no. Soy uno de los pocos que se pasa más tiempo saliendo que entrando a relaciones- y tropecé con el dibujo de un yuppie falto de aire. Why not? Leo un toque, boludeo un toque, cualquier cosa que me ayude a no pensar. Me bajé veinte páginas en veinte minutos –todo un record personal en esos y estos tiempos. Los amarretes como yo sabrán apreciar que no pagué por el libro. No, soy un cobarde: no lo robé; usé los puntos acumulados por la tarjeta que la empresa utiliza como anzuelo para, entre otras cosas, agobiarte con publicidad, como prenda de intercambio por el libro. Pasaron cincuenta páginas de una letra ínfima y nada pasaba, pero yo seguía sin poder despegar la nariz del libro. El cuento dio como cuarenta vueltas, y yo aproveché para caerme otras tantas veces de culo al piso. Pasaron las páginas, y con ellas los cuentos. Hasta que llegué a ese cuento que debería haber escrito yo, que quisiera desesperadamente haber escrito yo, que no podría haber escrito yo.)
Neuróticos, depresivos, suicidas. Wallace trata con situaciones límite todo el tiempo. Wallace habla de violaciones varias veces, y se centra en el proceso de superación del trauma nunca definitivamente logrado, nunca convencionalmente buscado. (Perdonen las aliteraciones cacofónicas, pero si hay algo que este cronista no puede resistir son las… no-no: las aliteraciones cacofónicas.) En las necrológicas hablan mucho de los lentes de aumento de Wallace. De su capacidad para ver el gran escenario y la big picture (el cuento que abre ‘Extinción’ es un despliegue de mamushkas, pero en sentido inverso: de la menor a la mayor. La lógica es paranoica. Nos controlan y nos usan. Nuestro final está pautado por gente que, sin saberlo, es controlada por gente que, sin saberlo, es controlada por gente que, sin saberlo, es controlada por gente que, sin saberlo, es usada y controlada por gente que sin saberlo, es usada y controlada) y el microcosmos de las sinapsis que admite más de una descripción, una de las cuáles usa los modismos ‘sentimientos’, ‘creencias’ y ‘deseos’.
A Wallace le gustaba hablar del ‘alma’. Lujos que se puede dar quien puede ganar todas las disputas.
(El cuento en cuestión, en inglés, se llama ‘Good Old Neon’; pero DFW no escribe en inglés sino en un castellano de traducciones. En ese idioma, el cuento tiene como nombre ‘El neón de siempre’. El cuento trata de…)
Wallace es el mejor manual de estilo. Todo lo que se puede hacer que puede sobrevivir a una traducción está en Wallace. Wallace dominaba, manejaba y usaba todas las técnicas literarias existentes, y nos legó al menos veinte de cuño propio. (La especialidad de la casa: notas al pie de notas al pie. En el libro que miento a continuación hay todo un cuento –más bien largo- contenido en una.) ‘Entrevistas breves con hombres repulsivos’ no es un texto ‘inclasificable’. Es nueva ficción para los que creen que no hay nada nuevo bajo el sol.
(Una de las ideas que suelen boyar en torno al mérito literario es la que pone como condición necesaria la existencia de algún tipo de misterio. Al menos algo que no sea mostrado. Ni en que sea algo no exhibido impúdicamente. Sin misterio, sin trasfondo, sin iceberg sumergido: no hay mérito, no hay valor, no hay obra. DFW muestra todo. Da vueltas todas las cartas. Te las refriega por la cara. Es claro, en cada caso, el/los tema/temas. Los fines. Los procedimientos. La dinámica interna. El cambio de dinámica. Y una vez que muestra todo: queda misterio, queda trasfondo, queda noventa por ciento de hielo bajo el agua. Porque DFW sabía bien lo que la mayoría ignora. Si el planteo es sincero, si la ambición es grande, si el talento es enorme, va a ser difícil sacarse misterio, trasfondo y hielo del whisky.)
Wallace habla de todo lo que merece ser hablado. Por ejemplo: habla de los segundos finales de la vida de una conciencia. La obra maestra, en este sentido, tiene nombre y autor, y me deprime. Es decir: me mata de admiración, y de sorpresa y de la certeza insacable de que nunca nadie va a escribir otra vez así.
Matías Pailos
Etiquetas: David Foster Wallace
22 Comentarios:
Este es el mejor comentario sobre Wallace que leí hasta ahora, lejos. Conmueve tanta admiración tan bien transmitida (tan contagiosa).
Leí a Wallace a raíz de una nota de Marcelo Cohen en la que comentaba "La niña del pelo raro", que acababa de publicar Mondadori. Sería el 2001, por ahí. Y quedé pasmado por la originalidad y la profundidad de ese libro. Conmovedor, como decís vos. Me sorprendió lo distinto que era a esa ficción anglosajona que suele publicar Anagrama y que abusa de la ironía y la canchereada. Me sorprendieron los sarcasmos sobre Updike. Me sorprendieron sus personajes, su manera de trabajar la frase, el riesgo asumido en la estructura de cada relato, su vocación de riesgo. Y no lo encontré parecido a Cheever ni a Salinger. Sí a Pynchon y a Barth y a Donald Barthelme. Pero ni de lejos soy un experto como vos, así que no tomes esto como una refutación, sino como lo que es: un comentario admirado y agradecido (por despertar el deseo de seguir leyendo a Wallace y hacer de cuenta que no se pegó el palo).
Saludos.
Se agradece lo desmedido del elogio, O. Tratándose de DFW, cualquier exceso es pertinente.
Lo de Pynchon es una tocada de culo, lo reconozco. Por supuesto se parece en los métodos más a Barth y Barthelme que a Cheever y Salinger. Lo que tiene de estos últimos es la preocupación por, y repito la cita, 'dar calma a los perturbados y perturbar a los que están calmos'. (Aunque con respecto a Barth, puede leerse 'Hacia el oeste, el avance del imperio continúa': reescritura, cover, comentario, explicación y ampliación del campo de batalla de 'Lost in the funhouse', de Barth (o cómo el alumno le pasa con amor el trapo al maestro).)
Con respecto al proyecto Ojaral-DiBenedetto: estamos trabajando en eso. (Mejor dicho: Facu está trabajando al respecto, y me intima a que yo haga lo propio.)
Me voy a buscar el comentario de Cohen.
coincido con ojaral. excelente reseña, por lo exaltada, admirada y conmovida.
saludos.
en coincidencia, voy decirle gracias por esta reseña, sin importar el exceso, logra hacernos entender esta obsesión.
copio del artículo de Fresan, estas palabras de D.F.W. en sintonía tal vez con lo que estoy leyendo en este momento (Kafka a Kafka):
Ahí está lo que Wallace escribió sobre los relatos de Kafka en Hablemos de langostas. Los definió como “una especie de puerta” y nos propuso “que nos imaginemos acercándonos y llamando a esa puerta, cada vez más fuerte, llamando y llamando, no sólo deseando que nos dejen entrar sino también necesitándolo; no sabemos qué es pero lo sentimos, esa desesperación por entrar, por llamar y dar porrazos y patadas. Y que por fin esa puerta se abre... y se abre hacia afuera: que durante todo el tiempo ya estábamos dentro de lo que queríamos”.
como " La Broma infinita" su muerte se nos cuela y nos pregunta:
será ese "Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer"?
Saludos
Lilián
No entiendo lo del proyecto. Sospecho que me confunden con otra persona.
Gracias, Julieta. Y gracias Lilian. El artículo de Wallace sobre Kafka se llama "Algunos comentarios sobre lo gracioso que es Kafka, de los cuales probablemente no he quitado bastante", y un ratito antes de cerrarlo como mencionás, escribe Wallace que "[N]o es de extrañar que no puedan [sus alumnos] apreciar el chiste que hay en el centro mismo de Kafka: que la horrible pugna por establecer un 'yo' humano resulta en un 'yo' cuya humanidad es inseparable de esa horrible pugna. Que nuestro viaje interminable y horrible hacia el hogar es de hecho nuestro hogar".
Ojaral: me lo confundí con otra persona con sus mismos gustos.
Todos coincidimos en tu excelente reseña. También, como vos, llegué a Wallace por DOn Rodrigo ( y a otro que ando buscando es al señor Richard Ford). Compré de sopetón tres de sus libros, La niña de pelo largo, Extinción y Hablemos de langostas, el que + me llamó la atención.
Hay un grado de experimentación llevado a niveles vanguardistas con todas esas notas al pie y flechas y que el lector se arme una estrategia de "a ver cómo salís de esta".
Del libro Extinción leí, anonadado, El alma no es una forja, no sólo es un relato excelentemente fraguado sino que transmite emociones que hacía tiempo no sentía, del tipo onettianas, aunque no tenga nada que ver con el gran Onetti, la construcción del narrador es genial, un golpe, un desconcierto.
bueno, pasé leí, y seguro volveré a pasar
Yo soy absolutamente lego, en casi cualquier tema que trata ud. querido Pailos, pero la verdad es conmovedora su admiración. En especial me conmovió como en el renglón 20 o 30, no lo se, quizá más o quizá menos, saltó a mi cabeza Salinger mientras de fondo escuchaba No Big Deal (Love And Rockets), dos cosas que de alguna manera me generan mucho fanatismo, pero que jamás podría explicar como usted lo hace con el suyo. Una delicia.
PD: Usted siempre es verborrágico, así que el tema tuvo que sonar 3 veces. Pero lo puse una vez más al final, solo para tratar de ser un poco más fanático.
Excelente reseña, homenaje total a DFW hasta en el hecho de que está escrita con su mismo aliento.
MS: 'Extinción' tiene varios cuentos, cada uno de ellos tan extenso como y mucho más complejos que otras tantas novelas, por lo que enumero: 'Señor Blandito', 'El alma no es una forja', 'Otro pionero' (tremendo relato contado desde un avión acera de la creación de algo muy importante que no recuerdo. La escritura, o la religión, o la conciencia), 'El canal del sufrimiento'. De 'El alma no es...' vale señalar el relato paralelo que construye la mente de uno de los chicos víctima del maestro psicótico acerca de su perro (y el progresivo oscurecimiento del relato) -amén de la propia psicósis en desarrollo sobre el pizarrón del maestro. (Onetti es lo más, pero no le veo parentesco cercano.)
Bob: sí, hablo mucho. Comparto a Salinger y (en menor medida) a Love and Rockets (dueños de un tema que me gustaba mucho: 'An american dream' (creo)).
El fanatismo puede ser positivo, si desemboca en otra cosa, y en particular una que no sea el crimen.
Anónimo: gracias. Era un poco la intención. ('Un poco' porque es todo lo que me sale.)
Sobre el fanatismo,
escuché ayer al licenciado rolón decir que era una forma de perversión del sentimiento de admiración.
Mantenga a raya sus perversiones, sr. pailos. Hágalo por sus fans.
Señorita Cece: sospecho que lo mío califica como 'admiración', pero estoy para un panegírico a favor de (cierta forma adulta y temporal de) los fanatismos.
De todos modos, funciono a golpes de fanatismo.
leo el blog y leo los comentarios y creo que tienen que organizar un concurso de comentarios porque hay para todos los premios.
es que todos quieren decir algo acá porque este blog es un derroche de onda... yo mejor me voy a leer algo de wallace a ver si puedo embocar un comentario algo inteligente.
lo que pasa es que..., bueno..., lo conseguiste. antes de que se muriera ya me habían llegado noticias de su existencia, y después... lamenté no haberlo leído mientras estaba vivo, porque para mí, la forma de su muerte me mal predispone.
pero ahora, como te decía, lo conseguiste!, muero de ganas de leerlo, de conocerlo, porque, aunque suene un poquito trillado, pareciera que sigue tan vivo como antes, y tal vez, aunque ya no escriba, se reescriba en cada nueva lectura.
me gusta tu estilo, por eso estas palabras. la obsesión no es tan mala como parece, nos lleva a lugares extremos y cuando se vuelve ( a uno, digo) ya no se es el mismo... leerte de alguna manera provoca algo así.
bueno, todo no ha sido dicho aunque a veces así lo parezca.
decís que se podía dar el lujo de hablar del alma porque podía ganar todas las disputas. tal vez era justamente lo contrario, y era porque "sabía" que estaban todas perdidas y de alguna manera el vacío lo llenó y por eso decidió irse...
¿?
bueno, gracias Pailos.
saluditos, Claudia.
Bruja: empiece por 'Extinción'. (Es baratito. Me parece que está a no más de 20 mangos en los negocios del ramo.)
Claudia: lo mismo que a Bruja. Gracias por los mimos, pero disiento. Me es incómodo hablar de razones para una muerte. Pero no me pasa lo mismo con las causas. Aunque desconozco los detalles del caso (y la psicología humana en genral), arriesgaría que se mató por padecer una forma aguda de depresión).
más de 10 días con la misma entrada. debe ser un record para este blog. posteen algo, loco. este blog se hunde... jajaja...
o pasame la clave a mí, MP, que yo posteo... jaja...
besos.
igual, me gusta esta sensación de soledad. siento que puedo decir cualquier cosa... pero no se me ocurre qué...
den alguna señal de vida. espero que anden bien.
besos.
puta madre qué ganas de leerlo
¿este blog es un "derroche de onda"?
esta es la frase con menos onda que escuché.
Pailós, adquirí Extinción y leí El neón de siempre. Y no lo pude creer. Adquirirlo fue un acto seducido por tus elogios. Creo que seguiré, directamente, con "Extinción". Y no espero menos de DFW.
Muy bien, Mastro. Le aconsejo, de ese libro:
1-Señor Blandito
2-Otro pionero
3-El canal del sufrimiento.
'Extinción', curiosamente, no es su mejor cuento.
DF Wallace es a la metaliteratura lo que Cervantes a las novelas de caballería.
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