Hombres de níquel
“11/06/2008 -
Para Hernán Rodríguez, de un Atleta del Equipo Nacional de Fútbol de Cuba. Que la cuides y siempre la guardes de todo corazón.
Pedro Faife Fernández ”
Mi madre viajaba a Cuba, acompañando a su amiga Berta, ingeniera naval, a un simposio. Le pedí entonces que llevara adelante una pequeña misión. Era imposible, pero pequeña: debía conseguirme alguna prenda de la indumentaria deportiva oficial cubana. “No te pido la campera olímpica de gimnasia que usa siempre Fidel – una Adidas que tiene impreso F.CASTRO a la altura de la tetilla – pero algo así. Vos sabés. No vas a conseguir nada. Pero fijate.”
Ladrona de orquídeas
Así como la ve, mi madre tiene sus luces, no vaya a creer. Una vez, trabajando en un local de ropa en la mítica Galería del Este – en Maipú y Marcelo T. , frecuentada por Borges su Librería de la Ciudad y por los estudiantes del Di Tella su Café – atendió a un señor de unos cuarenta y pico de años, pelado, muy amable y serio, que pidió un vestidito de hilo que estaba en vidriera. Era un regalo para su mujer.
- Te veo cara conocida – dijo mi madre. - ¿Trabajás acá en la Galería?
- No – dijo él – Usted me debe conocer porque soy músico.
- Ah… ¿Tenés una orquesta?
- Sí: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Soy el Indio Solari.
- ¡Ay, querido, perdoname! Mi hijo es fanático tuyo. Cuando se entere de esto me va a matar.
No la maté. La disculpaba la nula aparición mediática de la banda y que, consecuentemente, mi fanatismo ricotero profesaba un puntilloso fundamentalismo no iconográfico. A Bochini, en cambio, lo hubiera reconocido hasta disfrazado de beduino, ya que sus imágenes cubrían el 90% de la superficie de mi habitación.
Lo cierto es que el Indio rubricó su fantasmal aparición con una frase autografiada: “Para Hernán. Un abrazo. Gracias siempre. Indio.” Una auténtica orquídea salvaje.
La Habana – Santiago – Camagüey – Panamá
Mi madre hurgó en cada rincón de la isla como si buscara un antídoto. No encontró nada. Por más que agitó sus ramas, ningún fruto prohibido cayó del pecaminoso árbol del capitalismo. Pero su luz continuó encendida. Por eso, cuando de un souvenir concreto y huidizo se trata, se lo pido a ella y no a Gilda.
En el aeropuerto de La Habana comenzó a operar el milagro. Un ramillete de atuendos rojos tramitaba el check-in y convertía el área de abordaje en un coto de caza. Al acecho, se activaba el olfato carnívoro de mi madre, que se deslizó lenta y sigilosamente.
- Muchachos ¿Son jugadores de béisbol?
- No, de fútbol. Somos del equipo nacional de Cuba.
El olor a sangre exacerbó el instinto. Media hora de vuelo sería demasiado para una presa tan simple.
12:50 pm.
Asiento 22, ventanilla: Susana Pleban, madre argentina.
Asiento 23, pasillo: Pedro Faife Fernández, futbolista cubano.
- Y contame, Pedro ¿Estás casado? ¿Tenés chicos?
- Sí. Tengo a mi mujer y una niña. Somos de Villa Clara.
Susana demarca el territorio de acción. Traza el círculo que delimitará la contienda, las claves de una entrevista con fines de lucro: diálogo intimista con hincapié en las vicisitudes familiares.
- También tengo una tía, que vive en Miami.
Pedro se adentra manso en la telaraña. Editada por Animal Planet, la escena requeriría primeros planos con gran angular. Detalle de las manos nerviosas, los ojos confiados.
13:02 pm.
- ¿Y te alcanza el dinero? ¿Te gustaría comprarte otras cosas?
- Y…es difícil. Mi tía de Miami me envía dinero. Y por fortuna, nosotros los atletas de fútbol no ganamos mucho pero podemos viajar. ¿Sabes, Susana, que yo estuve en la Argentina? Estuve en el estadio del Racing Club.
- Ay, Pedro. Yo soy de Racing. ( Mi madre no mintió. Efectivamente es hincha de la empresa.).
Pedro se somete sin resistencia. Su boca entreabierta , dispuesta, dócil para la charla, irradia un resplandor.
- Tenés un diente de oro…¡Qué lindo! ¿Se usa así, acá?
- Sí. Es una manera de poder invertir en algo, de guardar un dinero. Es dura la vida aquí en Cuba. (En voz baja) Fíjate que en el último viaje a los Estados Unidos han desertado siete compañeros del equipo. Las tentaciones son grandes.
La presa cambia de color, al son de la supervivencia. Como un metal vil, pasible de aleación, muta y se mimetiza con fines utilitarios.
13:09 pm.
- ¿Sabés, Pedro? Mi hijo es un poco más grande que vos. Vive en Buenos Aires y le encanta el fútbol. ¿Sabés cómo le gustaría tener una camiseta tuya?
Pedro se sonroja hasta el nivel de demostrabilidad que permite su piel mestiza. Gira levemente la cabeza. Observa a su severo técnico alemán. Tamborilea unos segundos con los dedos sobre el cinturón de seguridad. Mira, sonríe, y el diente de oro vuelve a brillar.
13:11 pm.
- Bueno, Susana, vamos a hacer una cosa. Espérame.
Mi madre, que no pensaba bajarse del vehículo en movimiento, esperó. Y saboreó la cercanía del final de un nuevo cuento de la selva.
La vida te da sorpresas
A las 13:13 pm. la diecisiete albirroja descansaba en el regazo de mi madre. Pedro aceptó tímidamente veinte dólares a cambio de la arriesgada transgresión.
Ya en mi poder, la camiseta se convirtió en un fetiche de la revolución, de la resistencia, de la dignidad. “Que la cuides y siempre la guardes.” Como si Martí me lo hubiera pedido. Como si el mismísimo Fidel lo hubiera hecho. Como si el Che se hubiera quitado su boina legendaria para dejármela en custodia. ¡Pedro soldado, hombre y amigo! Tu carta y tu chaqueta de guerra son ahora mi divisa. A mano y con Woolite la lavaría, por la precariedad de su confección: si bien Adidas, el número diecisiete, la bandera cubana y las letras de FAIFE son en la casaca una suerte de detallismo artesanal, a base de un material sólo comparable con la cinta aisladora. Todo un símbolo de ese pueblo heroico y valiente en su guerra del tiempo, en su viaje a la semilla de lo esencial. Esta vez, el riego y mantenimiento de la orquídea son un tanto más sofisticados.
Pero el cambio de hábito mayor se suscitó en el repentino interés por el derrotero deportivo de la selección cubana y su sueño mundialista. Y obviamente por las actuaciones personales de Pedro. Quería goles, triunfos, fotos, títulos rutilantes en las portadas. La navegación periódica en Google incluyó durante cuatro meses el rito:
Faife – búsqueda – resultados: Islas Barbudas 1- Cuba 3. Antigua 0- Cuba 2. Cuba 4- Islas Barbudas 0. Nunca un gol de Pedro. Ciertamente, no era obligación para un mediocampista. Con escuetas crónicas, su nombre sólo aparecía en las alineaciones de los equipos. Aun así, el pecho se me inflaba. Y los buenos resultados colocaron a Cuba en la fase final de las eliminatorias mundialistas. Se venían Guatemala, Trinidad y Tobago y Estados Unidos.
El sábado 11 de octubre hizo calor. Tuve la camiseta puesta todo el día, sin abrigos encima. Cada vez que entré al baño y me vi en el espejo me acordé de Pedro ¿Habría jugado durante la semana? ¿Habría metido por fin un gol?
A la noche me senté en la compu y arranqué la rutina de búsqueda por CLARÍN: “Respaldo en la cumbre del FMI al plan de acción del G7”; “Insólito: entró a una casa a robar, se puso a comer y se quedó dormido”; y de pronto un cable frío, helado, informaba que “Dos futbolistas cubanos desertaron en Washington”. Me bajó la presión. Mi mujer dormía en la habitación contigua y yo, solo, no me animaba a saber más. “Que no sea Pedro. Que no sea Pedro.” Me retumbaba la frase en la cabeza y aun tardé unos minutos en tratar de confirmar esa posibilidad. Miré la camiseta. La tenía ahora doblada sobre el apoya brazo de la silla y me hacía de colchoncito para el codo.
Traté de desentenderme del asunto entrando a Matetuerto, el blog de un amigo, y a El gran campeón, un blog del Club Atlético Independiente.
Una hora después volví a googlear CLARÍN y, para bien o para mal, enfrenté al destino: “Último momento. Cuba confirmó la deserción de dos futbolistas en Estados Unidos. Debían competir hoy contra el seleccionado de ese país. El Gobierno cubano los acusó de “traicionar” a la Isla para ceder a las “tentaciones del imperio”. “Esto siempre es un problema con el equipo” dijo el técnico del seleccionado, el alemán Reinhold Fanz”.
Me sentía mareado y la sangre ya no me irrigaba hasta el cerebro. Entre la agencia de noticias y Clarín, que no se aprendieron cuáles son las W que debe responder el copete, aumentaron el dramatismo y la incertidumbre. Con esfuerzo, seguí.
“Cuba confirmó la deserción en Washington de dos de los futbolistas de su selección que debían competir hoy contra Estados Unidos y los acusó de “traicionar” a la Isla para ceder a las “tentaciones del imperio”. Los futbolistas cubanos Reyner Alcántara y Pedro Faife…”
¡Ya la cagaste! Cerré los ojos, tragué saliva, apreté con fuerza el mouse y clickié con furia para dejar ver entera la noticia.
“…traicionaron la unidad de su selección para ceder a las tentaciones del dinero del imperio (EEUU), por lo que abandonaron el equipo nacional”, anunció el informativo de la televisión cubana, en la primera alusión que hace la prensa de la isla al tema. “El equipo saldrá esta noche como siempre a defender los colores de la bandera nacional, levantándose ahora sobre el lodo de los traidores”, agregó el comunicado leído en la sección deportiva del noticiero”.
Devastado, miré otra vez hacia el apoya brazo. Allí había ahora la esquirla de una defección de repercusión internacional. ¡La camiseta de un desertor! La diecisiete de Faife: ¡Qué suerte para la desgracia! Había que hacerla desaparecer. Había que esconder el pituto de mangas cortas, 100% polyéster. Que nadie se enterara que esa remera cargada de oprobio había estado alguna vez en mi poder (ojalá pase algo que te borre de pronto. Una luz cegadora, un disparo de nieve…). Al fin y al cabo, un fracasado. Un nadie. Alguien capaz de vender la piel por un puñado de dólares.¿Qué se podía esperar? Ahí ya mostró la hilacha. Además, un tipo que no le mete un gol ni al arco iris. Un pecho frío. Calculá que de Argentina conoce un glaciar: la cancha de Racing.
Infobae, La Nación , Minuto Uno. Por supuesto todos confirmaron en catarata y con placer la infausta noticia. No había error. Y en los foros de cipayos caribeños ya comenzaban las burlas: “¿Qué, no estaban a gusto en el Paraíso?”; “¡Bienvenidos a la libertad!”; “Parece que en la isla del tirano Castro nadie se quiere quedar”. Leí y leí, para martirizarme, actitud que no deja de ser otro “regalito” de mi madre. Y ya a eso de las cuatro de la mañana me fui a acostar, con angustia de niño.
Deserción y después
[ El día siguiente busqué placebo en compartir la mala nueva con mi mujer y múltiples modos de autoflagelación en Google. Llegaron así el consuelo y la peor noticia.
“Mundial 2010: EEUU goleó a Cuba 6-1 y avanzó al hexagonal final de Concacaf” Me adentré entonces en la investigación del caso Faife y me topé con un foro perteneciente al sitio Mediocampo.com. Había allí un archivo de 2007, “Adios a La Habana”, con datos interesantes: “Ser futbolista profesional en Cuba no es muy atractivo para los isleños. Esencialmente, no existe identificación moral ni social. (…) El deporte del pueblo es el béisbol, además de ser el favorito del Comandante. El fútbol no es el más querido ni el que todos quieren ver. A menos que sea verano de Mundial, cuando todos los partidos son transmitidos por televisión y la mayoría de los cubanos se inclina por la Selección brasileña. (…) Se jugaba la Copa Oro del 2002. Cuba perdió su primer juego ante Estados Unidos y empató el segundo con Corea. La noche después de ese empate, Rey Ángel Martínez, de 20 años y Alberto Delgado, de 22, goleadores y figuras, abandonaron el hotel donde se concentraban en Los Ángeles. “Decidimos quedarnos porque queremos buscar oportunidades en la MLS para ayudar a nuestras familias que se quedaron en Cuba”, dijo Martínez. Durante dos años no se supo nada de ellos. Rey Ángel fue contratado por los Rapids de Colorado en el 2004. (…) Delgado firmó primero con los Rapids y después pasó a los Puerto Rico Islanders. (…) En 2005 la historia se repitió. Luego de perder con Estados Unidos y Costa Rica en Seattle, dos futbolistas se escaparon de la delegación. Maykel Galindo se acomodó con los Sounders de Seattle y luego fue contratado por Chivas USA. Del otro jugador, del que nunca se supo el nombre y del que sólo sabemos que era el portero suplente de la Selección, no existe registro alguno en las autoridades de inmigración. Su paradero es un misterio.”
Finalmente, esta parte de la historia de Pedro Faife no es única ni irrepetible. Él mismo le contó a mi madre de la fuga de siete de sus compañeros en mayo, durante el Preolímpico Sub 23 en Tampa, Florida.
La Isla exporta en primer término tabaco, biotecnología y níquel. El -con perdón de la palabra- capital humano se divide entre los que se van, aptos para la aleación, y aquéllos de hierro, que son los que se quedan.
La alineación del equipo que cayó ante Estados Unidos es la siguiente: Odelín Molina, Reyxander Fernández, Yenier Márquez, Silvio Miñoso, Jorge Clavelo, Jaine Colomé (Alianas Urgelles, 71), Joel Colomé, Luis Villegas (Carlos Domingo, 46), Alaín Cervantes, Leonel Duarte, Hensy Muñoz (Mario Ruiz, 80). El gol lo convirtió Hensy Muñoz, a los 31 minutos del primer tiempo. ]
Antes de viajar a Cuba, a mi madre se le ocurrió que una buena idea sería llevar de regalo unas remeras blancas, en las que estampó una fotografía del monumento al Che a su paso frente al obelisco. Al llegar a La Habana extendió orgullosa los obsequios a sus contactos: Nuria – una periodista- y su marido. La reacción de él no fue la esperada: “Chica, te la agradezco, pero yo no necesito tener una camisa con su foto. Yo al Che lo llevo dentro del corazón, como todo el pueblo cubano.” Nuria lo censuró. Mi madre sonrió.
A su regreso los obsequios fueron una boina con estrella, una camiseta de fútbol, una carta y un puñado de anécdotas que llevaré en mi corazón: cuentan en el malecón, que hace poco tiempo, un niño de diez años, dibujante y pintor, fue a competir a un certamen en Japón y resultó ganador con su obra de arte. El premio era una cámara de fotos Canon, última generación. Pero la sponsorización, americana, decidió no entregársela y que el niño se volviera a la isla bloqueada con las manos vacías. Una vez en La Habana, fue Fidel quien remedió la injusticia, y el artista cachorro recibió de su comandante el merecido trofeo: la esquiva Canon de los pixeles mágicos. Paradójico destino, el de los fetiches.
Pedro se detuvo en Washington. Un número telefónico completa su mensaje, aquel en el que me pedía que cuidara y guardara su camiseta. Mis plegarias para que no fuera él uno de los desertores no fueron atendidas. Mi llamada de larga distancia tampoco.
Hernán Rodriguez
Para Hernán Rodríguez, de un Atleta del Equipo Nacional de Fútbol de Cuba. Que la cuides y siempre la guardes de todo corazón.
Pedro Faife Fernández ”
Mi madre viajaba a Cuba, acompañando a su amiga Berta, ingeniera naval, a un simposio. Le pedí entonces que llevara adelante una pequeña misión. Era imposible, pero pequeña: debía conseguirme alguna prenda de la indumentaria deportiva oficial cubana. “No te pido la campera olímpica de gimnasia que usa siempre Fidel – una Adidas que tiene impreso F.CASTRO a la altura de la tetilla – pero algo así. Vos sabés. No vas a conseguir nada. Pero fijate.”
Ladrona de orquídeas
Así como la ve, mi madre tiene sus luces, no vaya a creer. Una vez, trabajando en un local de ropa en la mítica Galería del Este – en Maipú y Marcelo T. , frecuentada por Borges su Librería de la Ciudad y por los estudiantes del Di Tella su Café – atendió a un señor de unos cuarenta y pico de años, pelado, muy amable y serio, que pidió un vestidito de hilo que estaba en vidriera. Era un regalo para su mujer.
- Te veo cara conocida – dijo mi madre. - ¿Trabajás acá en la Galería?
- No – dijo él – Usted me debe conocer porque soy músico.
- Ah… ¿Tenés una orquesta?
- Sí: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Soy el Indio Solari.
- ¡Ay, querido, perdoname! Mi hijo es fanático tuyo. Cuando se entere de esto me va a matar.
No la maté. La disculpaba la nula aparición mediática de la banda y que, consecuentemente, mi fanatismo ricotero profesaba un puntilloso fundamentalismo no iconográfico. A Bochini, en cambio, lo hubiera reconocido hasta disfrazado de beduino, ya que sus imágenes cubrían el 90% de la superficie de mi habitación.
Lo cierto es que el Indio rubricó su fantasmal aparición con una frase autografiada: “Para Hernán. Un abrazo. Gracias siempre. Indio.” Una auténtica orquídea salvaje.
La Habana – Santiago – Camagüey – Panamá
Mi madre hurgó en cada rincón de la isla como si buscara un antídoto. No encontró nada. Por más que agitó sus ramas, ningún fruto prohibido cayó del pecaminoso árbol del capitalismo. Pero su luz continuó encendida. Por eso, cuando de un souvenir concreto y huidizo se trata, se lo pido a ella y no a Gilda.
En el aeropuerto de La Habana comenzó a operar el milagro. Un ramillete de atuendos rojos tramitaba el check-in y convertía el área de abordaje en un coto de caza. Al acecho, se activaba el olfato carnívoro de mi madre, que se deslizó lenta y sigilosamente.
- Muchachos ¿Son jugadores de béisbol?
- No, de fútbol. Somos del equipo nacional de Cuba.
El olor a sangre exacerbó el instinto. Media hora de vuelo sería demasiado para una presa tan simple.
12:50 pm.
Asiento 22, ventanilla: Susana Pleban, madre argentina.
Asiento 23, pasillo: Pedro Faife Fernández, futbolista cubano.
- Y contame, Pedro ¿Estás casado? ¿Tenés chicos?
- Sí. Tengo a mi mujer y una niña. Somos de Villa Clara.
Susana demarca el territorio de acción. Traza el círculo que delimitará la contienda, las claves de una entrevista con fines de lucro: diálogo intimista con hincapié en las vicisitudes familiares.
- También tengo una tía, que vive en Miami.
Pedro se adentra manso en la telaraña. Editada por Animal Planet, la escena requeriría primeros planos con gran angular. Detalle de las manos nerviosas, los ojos confiados.
13:02 pm.
- ¿Y te alcanza el dinero? ¿Te gustaría comprarte otras cosas?
- Y…es difícil. Mi tía de Miami me envía dinero. Y por fortuna, nosotros los atletas de fútbol no ganamos mucho pero podemos viajar. ¿Sabes, Susana, que yo estuve en la Argentina? Estuve en el estadio del Racing Club.
- Ay, Pedro. Yo soy de Racing. ( Mi madre no mintió. Efectivamente es hincha de la empresa.).
Pedro se somete sin resistencia. Su boca entreabierta , dispuesta, dócil para la charla, irradia un resplandor.
- Tenés un diente de oro…¡Qué lindo! ¿Se usa así, acá?
- Sí. Es una manera de poder invertir en algo, de guardar un dinero. Es dura la vida aquí en Cuba. (En voz baja) Fíjate que en el último viaje a los Estados Unidos han desertado siete compañeros del equipo. Las tentaciones son grandes.
La presa cambia de color, al son de la supervivencia. Como un metal vil, pasible de aleación, muta y se mimetiza con fines utilitarios.
13:09 pm.
- ¿Sabés, Pedro? Mi hijo es un poco más grande que vos. Vive en Buenos Aires y le encanta el fútbol. ¿Sabés cómo le gustaría tener una camiseta tuya?
Pedro se sonroja hasta el nivel de demostrabilidad que permite su piel mestiza. Gira levemente la cabeza. Observa a su severo técnico alemán. Tamborilea unos segundos con los dedos sobre el cinturón de seguridad. Mira, sonríe, y el diente de oro vuelve a brillar.
13:11 pm.
- Bueno, Susana, vamos a hacer una cosa. Espérame.
Mi madre, que no pensaba bajarse del vehículo en movimiento, esperó. Y saboreó la cercanía del final de un nuevo cuento de la selva.
La vida te da sorpresas
A las 13:13 pm. la diecisiete albirroja descansaba en el regazo de mi madre. Pedro aceptó tímidamente veinte dólares a cambio de la arriesgada transgresión.
Ya en mi poder, la camiseta se convirtió en un fetiche de la revolución, de la resistencia, de la dignidad. “Que la cuides y siempre la guardes.” Como si Martí me lo hubiera pedido. Como si el mismísimo Fidel lo hubiera hecho. Como si el Che se hubiera quitado su boina legendaria para dejármela en custodia. ¡Pedro soldado, hombre y amigo! Tu carta y tu chaqueta de guerra son ahora mi divisa. A mano y con Woolite la lavaría, por la precariedad de su confección: si bien Adidas, el número diecisiete, la bandera cubana y las letras de FAIFE son en la casaca una suerte de detallismo artesanal, a base de un material sólo comparable con la cinta aisladora. Todo un símbolo de ese pueblo heroico y valiente en su guerra del tiempo, en su viaje a la semilla de lo esencial. Esta vez, el riego y mantenimiento de la orquídea son un tanto más sofisticados.
Pero el cambio de hábito mayor se suscitó en el repentino interés por el derrotero deportivo de la selección cubana y su sueño mundialista. Y obviamente por las actuaciones personales de Pedro. Quería goles, triunfos, fotos, títulos rutilantes en las portadas. La navegación periódica en Google incluyó durante cuatro meses el rito:
Faife – búsqueda – resultados: Islas Barbudas 1- Cuba 3. Antigua 0- Cuba 2. Cuba 4- Islas Barbudas 0. Nunca un gol de Pedro. Ciertamente, no era obligación para un mediocampista. Con escuetas crónicas, su nombre sólo aparecía en las alineaciones de los equipos. Aun así, el pecho se me inflaba. Y los buenos resultados colocaron a Cuba en la fase final de las eliminatorias mundialistas. Se venían Guatemala, Trinidad y Tobago y Estados Unidos.
El sábado 11 de octubre hizo calor. Tuve la camiseta puesta todo el día, sin abrigos encima. Cada vez que entré al baño y me vi en el espejo me acordé de Pedro ¿Habría jugado durante la semana? ¿Habría metido por fin un gol?
A la noche me senté en la compu y arranqué la rutina de búsqueda por CLARÍN: “Respaldo en la cumbre del FMI al plan de acción del G7”; “Insólito: entró a una casa a robar, se puso a comer y se quedó dormido”; y de pronto un cable frío, helado, informaba que “Dos futbolistas cubanos desertaron en Washington”. Me bajó la presión. Mi mujer dormía en la habitación contigua y yo, solo, no me animaba a saber más. “Que no sea Pedro. Que no sea Pedro.” Me retumbaba la frase en la cabeza y aun tardé unos minutos en tratar de confirmar esa posibilidad. Miré la camiseta. La tenía ahora doblada sobre el apoya brazo de la silla y me hacía de colchoncito para el codo.
Traté de desentenderme del asunto entrando a Matetuerto, el blog de un amigo, y a El gran campeón, un blog del Club Atlético Independiente.
Una hora después volví a googlear CLARÍN y, para bien o para mal, enfrenté al destino: “Último momento. Cuba confirmó la deserción de dos futbolistas en Estados Unidos. Debían competir hoy contra el seleccionado de ese país. El Gobierno cubano los acusó de “traicionar” a la Isla para ceder a las “tentaciones del imperio”. “Esto siempre es un problema con el equipo” dijo el técnico del seleccionado, el alemán Reinhold Fanz”.
Me sentía mareado y la sangre ya no me irrigaba hasta el cerebro. Entre la agencia de noticias y Clarín, que no se aprendieron cuáles son las W que debe responder el copete, aumentaron el dramatismo y la incertidumbre. Con esfuerzo, seguí.
“Cuba confirmó la deserción en Washington de dos de los futbolistas de su selección que debían competir hoy contra Estados Unidos y los acusó de “traicionar” a la Isla para ceder a las “tentaciones del imperio”. Los futbolistas cubanos Reyner Alcántara y Pedro Faife…”
¡Ya la cagaste! Cerré los ojos, tragué saliva, apreté con fuerza el mouse y clickié con furia para dejar ver entera la noticia.
“…traicionaron la unidad de su selección para ceder a las tentaciones del dinero del imperio (EEUU), por lo que abandonaron el equipo nacional”, anunció el informativo de la televisión cubana, en la primera alusión que hace la prensa de la isla al tema. “El equipo saldrá esta noche como siempre a defender los colores de la bandera nacional, levantándose ahora sobre el lodo de los traidores”, agregó el comunicado leído en la sección deportiva del noticiero”.
Devastado, miré otra vez hacia el apoya brazo. Allí había ahora la esquirla de una defección de repercusión internacional. ¡La camiseta de un desertor! La diecisiete de Faife: ¡Qué suerte para la desgracia! Había que hacerla desaparecer. Había que esconder el pituto de mangas cortas, 100% polyéster. Que nadie se enterara que esa remera cargada de oprobio había estado alguna vez en mi poder (ojalá pase algo que te borre de pronto. Una luz cegadora, un disparo de nieve…). Al fin y al cabo, un fracasado. Un nadie. Alguien capaz de vender la piel por un puñado de dólares.¿Qué se podía esperar? Ahí ya mostró la hilacha. Además, un tipo que no le mete un gol ni al arco iris. Un pecho frío. Calculá que de Argentina conoce un glaciar: la cancha de Racing.
Infobae, La Nación , Minuto Uno. Por supuesto todos confirmaron en catarata y con placer la infausta noticia. No había error. Y en los foros de cipayos caribeños ya comenzaban las burlas: “¿Qué, no estaban a gusto en el Paraíso?”; “¡Bienvenidos a la libertad!”; “Parece que en la isla del tirano Castro nadie se quiere quedar”. Leí y leí, para martirizarme, actitud que no deja de ser otro “regalito” de mi madre. Y ya a eso de las cuatro de la mañana me fui a acostar, con angustia de niño.
Deserción y después
[ El día siguiente busqué placebo en compartir la mala nueva con mi mujer y múltiples modos de autoflagelación en Google. Llegaron así el consuelo y la peor noticia.
“Mundial 2010: EEUU goleó a Cuba 6-1 y avanzó al hexagonal final de Concacaf” Me adentré entonces en la investigación del caso Faife y me topé con un foro perteneciente al sitio Mediocampo.com. Había allí un archivo de 2007, “Adios a La Habana”, con datos interesantes: “Ser futbolista profesional en Cuba no es muy atractivo para los isleños. Esencialmente, no existe identificación moral ni social. (…) El deporte del pueblo es el béisbol, además de ser el favorito del Comandante. El fútbol no es el más querido ni el que todos quieren ver. A menos que sea verano de Mundial, cuando todos los partidos son transmitidos por televisión y la mayoría de los cubanos se inclina por la Selección brasileña. (…) Se jugaba la Copa Oro del 2002. Cuba perdió su primer juego ante Estados Unidos y empató el segundo con Corea. La noche después de ese empate, Rey Ángel Martínez, de 20 años y Alberto Delgado, de 22, goleadores y figuras, abandonaron el hotel donde se concentraban en Los Ángeles. “Decidimos quedarnos porque queremos buscar oportunidades en la MLS para ayudar a nuestras familias que se quedaron en Cuba”, dijo Martínez. Durante dos años no se supo nada de ellos. Rey Ángel fue contratado por los Rapids de Colorado en el 2004. (…) Delgado firmó primero con los Rapids y después pasó a los Puerto Rico Islanders. (…) En 2005 la historia se repitió. Luego de perder con Estados Unidos y Costa Rica en Seattle, dos futbolistas se escaparon de la delegación. Maykel Galindo se acomodó con los Sounders de Seattle y luego fue contratado por Chivas USA. Del otro jugador, del que nunca se supo el nombre y del que sólo sabemos que era el portero suplente de la Selección, no existe registro alguno en las autoridades de inmigración. Su paradero es un misterio.”
Finalmente, esta parte de la historia de Pedro Faife no es única ni irrepetible. Él mismo le contó a mi madre de la fuga de siete de sus compañeros en mayo, durante el Preolímpico Sub 23 en Tampa, Florida.
La Isla exporta en primer término tabaco, biotecnología y níquel. El -con perdón de la palabra- capital humano se divide entre los que se van, aptos para la aleación, y aquéllos de hierro, que son los que se quedan.
La alineación del equipo que cayó ante Estados Unidos es la siguiente: Odelín Molina, Reyxander Fernández, Yenier Márquez, Silvio Miñoso, Jorge Clavelo, Jaine Colomé (Alianas Urgelles, 71), Joel Colomé, Luis Villegas (Carlos Domingo, 46), Alaín Cervantes, Leonel Duarte, Hensy Muñoz (Mario Ruiz, 80). El gol lo convirtió Hensy Muñoz, a los 31 minutos del primer tiempo. ]
Antes de viajar a Cuba, a mi madre se le ocurrió que una buena idea sería llevar de regalo unas remeras blancas, en las que estampó una fotografía del monumento al Che a su paso frente al obelisco. Al llegar a La Habana extendió orgullosa los obsequios a sus contactos: Nuria – una periodista- y su marido. La reacción de él no fue la esperada: “Chica, te la agradezco, pero yo no necesito tener una camisa con su foto. Yo al Che lo llevo dentro del corazón, como todo el pueblo cubano.” Nuria lo censuró. Mi madre sonrió.
A su regreso los obsequios fueron una boina con estrella, una camiseta de fútbol, una carta y un puñado de anécdotas que llevaré en mi corazón: cuentan en el malecón, que hace poco tiempo, un niño de diez años, dibujante y pintor, fue a competir a un certamen en Japón y resultó ganador con su obra de arte. El premio era una cámara de fotos Canon, última generación. Pero la sponsorización, americana, decidió no entregársela y que el niño se volviera a la isla bloqueada con las manos vacías. Una vez en La Habana, fue Fidel quien remedió la injusticia, y el artista cachorro recibió de su comandante el merecido trofeo: la esquiva Canon de los pixeles mágicos. Paradójico destino, el de los fetiches.
Pedro se detuvo en Washington. Un número telefónico completa su mensaje, aquel en el que me pedía que cuidara y guardara su camiseta. Mis plegarias para que no fuera él uno de los desertores no fueron atendidas. Mi llamada de larga distancia tampoco.
Hernán Rodriguez
Etiquetas: Crónicas
11 Comentarios:
Buenísimo. Me gustaron (también) algunas giladas -que es en lo que habitualmente reparo-: el "puntilloso fundamentalismo no iconográfico" y esta cita oblicua de tu homónimo: "Que nadie se enterara que esa remera cargada de oprobio había estado alguna vez en mi poder (ojalá pase algo que te borre de pronto. Una luz cegadora, un disparo de nieve…)".
Loco: vos sos muy vos. En particular lo digo por calzarte la casaca ante cada partido de la Revo (ese equipo necesita una pátina de marketing, y yo se lo voy a dar). Un poco te envidio.
muy bueno! el relato genera empatía. me gustó mucho.
¿Hernán Rodriguez es HR?
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Excelente relato.
grosa tu vieja.
Conmovedor, que raro que el fútbol no haya prendido con la estadía del Diego en la Isla. Ahora podríamos gestionar una deserción del mellizo Guillermo del Colombus Crew para que se pase a la liga cubana y así compensar un poco tanta injusticia.
Como siempre, una alegría leerlo y deliciosas sus atenciones para con los primos hermanos.
Abrazo
Hernán - Terminaste la crónica; enhorabuena (sirvió lo de MM, no?).
Faife no impidió ver el bosque. A contrapelo de la deserción y el azar: muchas caminatas en la selva sin hallar el antídoto, permiten acceder a la orquídea salvaje; mucho transpirar la camiseta de la propia sombra, para encontrar una página soleada. Por los hombrecitos que sueñan con plazas liberadas, y por los que juegan más partidos. La casaca en buenas manos, Susana. LP
me encantó este relato!
Rodríguez, muy buena historia. ¿Para cuándo alguna croniquita bahiana? Saludos, la kirchnerista acrítica
Muy bueno, Pipo. Que sigan las crónicas reales. Abrazo
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