El modo es todo
Ser, como yo, un asqueroso de mierda, trae más problemas que soluciones. Inicialmente uno piensa que, bueno, si no saludo a nadie, si no hago buenas migas con los seguridad de mi barrio (vivo en un barrio plagado de casillas de seguridad), si –en fin- hago como si no existieran, mi vida va a ser más apacible. No saludo a nadie: nadie me saluda. No tengo que estar pensando a cada momento, cada vez que salgo de casa, si debo suspender las muy importantes elucubraciones de mi mente calenturienta para, en fin, entablar un breve diálogo, emitir un ligero alzamiento de manos, trenzarme en un ritual de sonrisas, cejas levantadas, gestos indescifrables.
Si solo fuera eso, bué… pero ya me amargaba el mero pensar que iba a tener que confrontar con alguna variedad de esas situaciones. La mera posibilidad de ese ripio me privaba de antemano de dejar ir la mente. Además (nunca hay factores aislados; las causas vienen en scrum), más de una vez había quedado garpando, con el brazo apuntando a la nada, con el saludo emitido sin ser recibido. Con la sonrisa no interpretada. Al carajo y que se vayan al mismo, lo que es decir: al carajo x 2.
Así que de la noche a la mañana dejé de saludarlos. A todos y cada uno. Los controlaba a la distancia. Por el rabillo del ojo comprobaba que hacían foco en mi perramus, en mi camisa naranja, en mi remera del Porve y agachaba la cabeza, miraba para otro lado, hacía de cuenta que pensaba o que buscaba algo en el bolsillo. En situaciones límite, daba marcha atrás y volvía a casa. Pero –claro:- la cosa no podía prolongarse mucho tiempo más.
Lo primero que hice fue poner en práctica guardias de hasta 15 minutos. Cuando el seguridad desaparecía de mi perspectiva, salía corriendo para el otro lado. Pero esto servía de poco: en general no podía evitar de toparme de frente con el seguridad de la otra cuadra, y ahí debía afrontar hacerme el boludo, con el riesgo (vivido como cierto en mi cabeza) de quedar para el orto, éste quién se cree que es, ¿por qué no saluda?, estos conchetos de mierda son todos iguales -y demás. Había que probar con otro método.
Empecé a trepar por los techos. Pasaba de mi casa a la de la izquierda –están pegadas- y de ahí a la de la esquina –está pegada a la de la izquierda. Ahí tenía la suerte de tener un árbol que pasaba por arriba de la casa. Trepaba al árbol y pasaba a la otra manzana. Y así.
Mucho riesgo. Detesto el riesgo.
Podían pensar que era un ladrón, y llamar a la policía. Podían pensar que era un ladrón, y empezar a perseguirme. Podían pensar que era un ladrón, y empezar a disparar. Esta es una zona de mucho milico, cana y loco de mierda. El hache de pé que vivía en frente, un día sacó la escopeta y desde la ventana empezó con los disparos contra un auto que supuestamente quería afanarle a su mujer, que venía en otro auto. (Un milico considerablemente demente. Al día siguiente pasó a mi lado mientras era paseado por su gran danés mientras entonaba unas líneas ridículas, algo así como “ahora estoy/ arriba de mi casa/ con un rifle”.) De ese auto le devolvieron los disparos y salieron carpiendo marcha atrás, así que parece que al final el hache tenía razón. Terminar baleado en medio de un salto no es un destino triste, que son justo el tipo de destino que prefiero…
Cuando me fui de boca al suelo después de darle bola a un mal cálculo, se me fueron todas las dudas. No me pasó nada más serio –una esguince en la mano no es nada serio a menos que se sea, no sé, guitarrista- que un susto de la concha de la lora. Antes de que me diera cuenta lo que iba a hacer, trepé de nuevo por los techos y volví a casa.
Pasé una semana sin salir. Había que buscarle otra vuelta al asunto. No podía seguir faltando a las citas –soy un hombre ocupado. Entonces se me ocurrió lo del túnel. No me llevó mucho tiempo con la cavadora automática que mi viejo dejó en casa y contra la que siempre despotriqué como trasto viejo. Solo había que esquivar cañerías y caños al por mayor. Pero para algo tengo amigos. Nacho hackeó el banco de datos de
Pero algo salió mal. Lo noté inmediatamente, apenas saqué la cabeza del agujero. Me había pasado de mambo. Ya no estaba en Buenos Aires, sino en la otra punta del globo: Montevideo. ¿Qué hacer? Me sentía solo, entre gente de una etnia ajena, con una historia irreconciliable y una lengua distinta. En fin: solo quedaba adaptarse o retroceder.
Me quedé. Al menos acá no conozco a nadie, y tengo más de una buena excusa para no saludar. ¿Cómo saludarán los uruguayos? Sus modos siguen siéndome completamente ajenos. Conseguí trabajo en un puesto ambulante de venta de sánguches, a los que los nativos parecen confundir con diminutas criaturas del reino animal. Cuando el intercambio sánguche/dinero finaliza, abren las fauces y, antes de zamparse el tentempié, lanzan una proclama (“Arriba…”). Entonces me doy cuenta de que fui descubierto, que me están diciendo que el cielo es el mismo en todos lados y que nadie puede escapar de su destino. Acepto humildemente la enseñanza, y la acepto en su completa inutilidad: sigo sin saber si quedarme callado o saludar.
Matías Pailos
Etiquetas: Escenas de la vida urbana
9 Comentarios:
Te leí de un tirón, muy buena idea la del túnel, empiezo a cavar hoy.
de apurada nomás leí: El amor es todo. ja.
creo que lo de los guardias de seguridad se repite de alguna cosa que ya colgaste, no?
está bueno. sí, se lee de un tirón.
beso.
E: gracias. Fue escrito de igual forma.
J: me gustó tu pifie. Y mis temas son limitados, sí... de hecho me pasa con muchas de las últimas ideas que tengo para el blog... estoy empezando a considerar el reciclaje. (El que viene, al menos, va a adolecer de la misma falla.)
Me gustó mucho el relato, eso de aparecer en el otro lado del mundo... Montevideo, nada más distante e inquietante que lo más próximo y parecido.
Arriba!
Pasé por acá de casualidad. Muy bueno!!! seguiré visitando. Besos
AI: es mi parte favorita también.
Meki: grazie.
¡Bien de bien!
¡Impecable!
¡Oscilante!
Ahí va.
Nunca había entrado a tu blog. Al hacerlo elegí sin azar qué post leer y este cayó en suerte. Y ayer paseando con mi perro por un barrio muy cerca del tuyo, se me ocurrió casualmente (pero a la inversa) hablar con todos los garitas y escribir sus historias en un compilado.
El concepto que más me gusta (una vez que estamos en Montevideo) es "...con una historia irreconciliable y una lengua distinta".
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