Siga a ese Indio
Estando en el trance de iniciar esta nota, rumiaba el mejor modo de hacerlo cuando topé con una sentencia (¡otra más!) del artífice del objeto de aquella (esta nota), que reza que “andando el carro se acomodan los melones”, y me tranquilicé. Ya vería qué hace en su momento –en este momento, es decir. Lo anterior, claro, es una rigurosa falsedad, de la magnitud de mi descaro. Pero ya se sabe que ‘cuando más alto trepa el monito (…) el culo más se le ve’. En fin: hablemos de lo que estamos hablando, designemos a los objetos por su denominación (como eufemistea Dolina). Ya en otra entrada les he comentado de cómo las grageas verbales desgranadas por persona en mí influyentes determinan inclinaciones, creencias, cursos de acción en mi vida. En esta ocasión la diatriba versará sobre aquél conjunto de máximas que más determinante ha sido, y de su responsable: el fastuoso Indio Solari (a quien pertenecen los dos anteriores entrecomillados).
Uno (yo) aprendió a conducirse en la vida en buena medida gracias a las instrucciones de uso del maestro. Así, temprana(o tardía)mente comprendí que no había que hacerse el buenito, porque “las minitas aman los payasos y la pasta de campeón”, sino que había que encarar sin pensar, pues “si empiezo a desconfiar de mi suerte, estoy perdido, pues tengo ideas cada vez menos atrevidas”. Pero no únicamente adagios me ofrecía en sus letras mi gurú vernáculo, sino que también supo iluminar episodios y sensaciones y emociones, por no hablar de puntos de vista, con sus certeros intitulados. Así me sentí reconfortado en alguna mancada sentimental, ya que a él también, o a alguno de sus personajes le pasó que “daban sus labios rocío, y no bebí”. Hasta el día de la fecha no encuentro descripción más atinada de un revés amoroso que la suya reconociendo que “ese día me mandó al descenso”, ni tampoco modo mejor de explicar la dificultad para escalar el pozo (a instancias de algún imbécil amigo, o un amigo de las imbecilidades –un tipo como yo, bah) que repetir que “‘Qué podría ser peor’, eso no me arregla”. Hasta el peor perdedor goza de inmerecida fama en algún momento. ¿Cómo explicar entonces que, contra lo que parece desprenderse de los relatos magnificados, “sopa de almejas es todo lo que como (siempre fui menos que mi reputación)”? O aquella queja que coreo cada vez que el destino o el mero decurso de los acontecimientos desbarata mis laboriosos planes: “¡Con lo que cuesta armar un full! ¡Armar algún puto full y jugarlo en este paño, Dios!”.
Claro: sin la música, sin esa voz dramática no sería lo mismo. Por supuesto que no. Acá aparecen los fastidiosos que comienzan a indagar acerca de los méritos intrínsecos de las letras solariegas, y de la (nula) autonomía de los versos en música. Ya lo sé, ya me dijeron que los reyes magos son los padres: no me arruines la fiesta informándome que las chicas están pagas; no me importa. Ahora bien: yo sí creo que hay méritos insitos en su prosa, sí creo que hay en ella eso que Harold Bloom debería calificar de ‘sabiduría’ (aunque jamás lo haría), sí creo que hay perspicacia, capacidad combinatoria de niveles de lenguajes, de ámbitos de discurso, decisiva aptitud para las imágenes en general y las metáforas en particular. Pero el por qué no importa.
Y de todas formas esos méritos están seguramente ausentes de estas otras líneas, que me estremecen o estremecían tanto como las anteriores, por motivos similares, sin embargo. Como cuando el Indio frasea ‘con las piernas más… bo-ni-tas’ (¿cuánto hacía que alguien no se atrevía a la maravillosa cursilería de ‘bonitas’?). Incluso me gusta cuando se pone sentencioso e intenta asir esa sensación de poderío y sus consecuencias, que el llama ‘libertad’, y dice “La libertad es fiebre; es oración, fastidio y buena suerte” y sigue “es mar gruesa y oscuridad” y sigue “y un chasquido que quiere proteger todo el grito que no ves”. Me mata, el guacho.
Concluyo -no quiero demorarme más- con dos breves líneas, que hablan de la situación actual que atraviesa un amigo muy cercano que habita en mi casa, lleva mi nombre y hace lo que yo; situación no del todo diferente a la que ustedes habrán atravesado, atraviesan o (qué le vamos a hacer) atravesarán. Solari me dijo el otro día, en un cedé, que le dijera la verdad, que le dijera que “si no hay amor, que no haya nada entonces, vida mía”. Ah, y que fuera preparado para la contradicción, porque “las despedidas son esos dolores dulces”. Qué se le va a hacer.
Matías Pailos
Uno (yo) aprendió a conducirse en la vida en buena medida gracias a las instrucciones de uso del maestro. Así, temprana(o tardía)mente comprendí que no había que hacerse el buenito, porque “las minitas aman los payasos y la pasta de campeón”, sino que había que encarar sin pensar, pues “si empiezo a desconfiar de mi suerte, estoy perdido, pues tengo ideas cada vez menos atrevidas”. Pero no únicamente adagios me ofrecía en sus letras mi gurú vernáculo, sino que también supo iluminar episodios y sensaciones y emociones, por no hablar de puntos de vista, con sus certeros intitulados. Así me sentí reconfortado en alguna mancada sentimental, ya que a él también, o a alguno de sus personajes le pasó que “daban sus labios rocío, y no bebí”. Hasta el día de la fecha no encuentro descripción más atinada de un revés amoroso que la suya reconociendo que “ese día me mandó al descenso”, ni tampoco modo mejor de explicar la dificultad para escalar el pozo (a instancias de algún imbécil amigo, o un amigo de las imbecilidades –un tipo como yo, bah) que repetir que “‘Qué podría ser peor’, eso no me arregla”. Hasta el peor perdedor goza de inmerecida fama en algún momento. ¿Cómo explicar entonces que, contra lo que parece desprenderse de los relatos magnificados, “sopa de almejas es todo lo que como (siempre fui menos que mi reputación)”? O aquella queja que coreo cada vez que el destino o el mero decurso de los acontecimientos desbarata mis laboriosos planes: “¡Con lo que cuesta armar un full! ¡Armar algún puto full y jugarlo en este paño, Dios!”.
Claro: sin la música, sin esa voz dramática no sería lo mismo. Por supuesto que no. Acá aparecen los fastidiosos que comienzan a indagar acerca de los méritos intrínsecos de las letras solariegas, y de la (nula) autonomía de los versos en música. Ya lo sé, ya me dijeron que los reyes magos son los padres: no me arruines la fiesta informándome que las chicas están pagas; no me importa. Ahora bien: yo sí creo que hay méritos insitos en su prosa, sí creo que hay en ella eso que Harold Bloom debería calificar de ‘sabiduría’ (aunque jamás lo haría), sí creo que hay perspicacia, capacidad combinatoria de niveles de lenguajes, de ámbitos de discurso, decisiva aptitud para las imágenes en general y las metáforas en particular. Pero el por qué no importa.
Y de todas formas esos méritos están seguramente ausentes de estas otras líneas, que me estremecen o estremecían tanto como las anteriores, por motivos similares, sin embargo. Como cuando el Indio frasea ‘con las piernas más… bo-ni-tas’ (¿cuánto hacía que alguien no se atrevía a la maravillosa cursilería de ‘bonitas’?). Incluso me gusta cuando se pone sentencioso e intenta asir esa sensación de poderío y sus consecuencias, que el llama ‘libertad’, y dice “La libertad es fiebre; es oración, fastidio y buena suerte” y sigue “es mar gruesa y oscuridad” y sigue “y un chasquido que quiere proteger todo el grito que no ves”. Me mata, el guacho.
Concluyo -no quiero demorarme más- con dos breves líneas, que hablan de la situación actual que atraviesa un amigo muy cercano que habita en mi casa, lleva mi nombre y hace lo que yo; situación no del todo diferente a la que ustedes habrán atravesado, atraviesan o (qué le vamos a hacer) atravesarán. Solari me dijo el otro día, en un cedé, que le dijera la verdad, que le dijera que “si no hay amor, que no haya nada entonces, vida mía”. Ah, y que fuera preparado para la contradicción, porque “las despedidas son esos dolores dulces”. Qué se le va a hacer.
Matías Pailos
3 Comentarios:
:(
pero lo de los melones es mas viejo que ´en casa de carpintero´,
(no le atribuyamos ciruelas al olmo)
Por un momento casi lograste que me dieran ganas de escuchar por primera vez en mi vida algo de esa gente. Finalmente no sucedió, pero quería decirte que estuviste cerca.
Saber que estuve cerca ya es suficiente para autocongratularme.
Lo de los melones es tan pero tan viejo, que yo no lo conocía. Bueno, tiene al menos el mérito de recircular información desactualizada. (¿Cuál era la fruta del dicho, entonces?)
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