El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

15 septiembre, 2006

Crónica roja

Convocados por un pedido de ayuda insoslayable, Matías Pailos y yo fuimos a donar sangre al sanatorio Mater Dei. Nos encontramos somnolientos en la mañana chic de Palermo Chico, a las puertas de la clínica. El reloj señalaba las 8:30, y eso que apuntábamos al último turno ¿Por qué esa manía madrugadora de los análisis clínicos? ¿Acaso los responsables de los laboratorios no conciben la idea de que haya gente que se acueste pasadas las 2 y se despierte después de las 9? En fin, siguiendo las minimalistas indicaciones de la mesa de informes (“a mitad del pasillo a la derecha”) dimos, casi por milagro, con el lugar, que como todo laboratorio que se precie, se ubicaba en el lúgubre 1er subsuelo (1er subsuelo, 2do subsuelo, Habría que preguntarse por qué construyen los hospitales como si fueran búnkers o supersecretos centros de inteligencia). Tras informar a la secretaria de nuestras rojas intenciones, recibimos nuestros respectivos formularios en ventanilla y nos retiramos para completarlos. El cuestionario, “confeccionado de acuerdo a normas internacionales” tal como se preocupaba en aclarar, informaba que no se podía donar sangre “si se habían mantenido relaciones homosexuales durante los últimos 12 meses” (sic), o si se habían aplicado aros o tatuajes durante el mismo plazo. El tatuaje de Matías no contaba porque, al inscribir en su cuerpo una leyenda peronista no podía, de suyo, acarrear enfermedades infecciosas. Por suerte el pecado de pensamiento no estaba penado, de modo que ambos firmamos con el pecho henchido por ajustarnos punto a punto al modelo de higiene médica. Entregamos los formularios en ventanilla y nos sometimos a esa incómoda espera de extracción sanguínea, que siempre relacioné con la llamada para rendir finales: parte de uno quiere que lo convoquen de inmediato y afrontar el sufrimiento lo antes posible; otra parte, en cambio, prefiere demorar el encuentro con la aguja o la mesa examinadora, aunque esto implique una tensa guerra de nervios. Para matizar la espera concentramos la charla en los asuntos más baladíes, como la vestimenta de Pailos: zapatos negros, medias azules, pantalón cargo color caqui, camisa pastel de manga corta y remera crema de manga larga por debajo de la camisa, todo bañado en un sobretodo gris. Matías se justificó en Dolina “para que un hombre sea elegante siempre tiene que haber algo que no convine”, “en tu caso -repuse- debería haber algo que sí convine”. En eso estábamos cuando la secretaria pronunció nuestros nombres y no pude evitar que un frío me recorriera el espinazo. Nos hicieron pasar del otro lado, y nos condujeron a una oficina en las siniestras entrañas del laboratorio. En el diminuto gabinete una enfermera me extendió un algodón con alcohol. De inmediato procedí a arremangarme la camisa ¡Acá está la sangre argentina, carajo! “Pará, pará –me detuvo la enfermera- el algodón es para que te lo frotes por el dedo índice”. Acto seguido me tomó la mano y me pinchó el dedo para extraer una roja muestra en miniatura que mezcló con unos reactivos para comprobar que no sufriera de anemia. Sentí un ligero vahído tras el pinchazo, “Creo que me tiró, yo me bajo del torneo”, le dije a Matías mientras esperábamos en un pasillo los resultados del mini-estudio. Pero Matías apenas si se rió con risita de “demasiado-tarde-para-echarse-atrás”. Al rato volvimos a la oficina y nos tomaron la presión arterial y la temperatura: la extracción se demoraba en infinidad de trámites como si se tratara de una función de gala. Cuando ya parecía casi todo listo la enfermera extendió sobre la mesa el formulario que habíamos llenado al llegar. De pronto dio vuelta la hoja y exhibió su reverso. “¿Qué, continuaba del otro lado?” preguntamos con Pailos mientras la enfermera agradecía que la estupidez no se trasmitiera en sangre. Completamos el faltante, firmamos una intimidante bolsa plástica con capacidad para medio kilo de papas y procedimos a lavarnos los antebrazos con agua y pervinox, como si fuéramos George Clooney en ER emergencias. Después sí, finalmente se abrieron las puertas y pasamos a la sala roja de extracción. En verdad yo entré primero porque sólo había libre uno de los tres lugares. En un extremo uno de los donantes le preguntó a la enfermera cuanto demoraba el asunto “Entre 5 a 10 minutos” respondió como si nada la mujer; yo tragué saliva y me dejé conducir mientras la enfermera me acomodaba en un sillón totalmente reclinable, un auténtico 5 estrellas de la extracción sanguínea, no como esos fraudes de los buses ejecutivos. Me acosté de cara al techo mientras la enfermera me buscaba la vena del brazo derecho “Mirá para otro lado” ordenó, y yo, obediente, dirigí la vista a los dos tubos fluorescentes del techo. La diestra enfermera conectó la sonda sin un asomo de dolor “ya pasó lo peor –dijo- ahora abrí y cerrá el puño hasta que yo te diga, ¡Y no mires!”. En el televisor que colgaba del soporte estaba puesto canal 9, lo cual podía ser más impresionante que la sonda misma, así que me concentré en los tubos fluorescentes, dos rieles de luz en la autopista al país rojo carmesí, a una tarde roja de Sonora, Arizona o Colorado. En eso estaba cuando hizo su ingreso Matías. La enfermera lo sometió al mismo procedimiento con la única diferencia que él, cuando le dijeron que no mire, por puro afán opositor, miró. El huacho, el muy machito, miró, “ahora mirás y después –pensé con saña- ya vas a ver”. Y ahí estábamos Matías y yo como dos vacas de roja leche, dos jóvenes sanos en la flor de la edad, dos excelentes envases de cinco litros de sangre que corre procelosa por los innumerables senderos orgánicos. Sangre que, según nos informaba el folleto, “será separada en glóbulos rojos, plasma, plaquetas y crioprecipitados y utilizada en beneficio de varios pacientes”. ¿A quién beneficiará mi sangre o alguno de sus componentes? ¿Sentirá el transfundido el irrefrenable impulso de escribir algo, como el pianista que se volvía estrangulador al recibir Las Manos de Orlac en el film homónimo? “¿Todo bien?”, me sacó de mis cavilaciones la enfermera. “Sí –repusé- me siento en un cuadro de Frida Kahlo”. Lo raro no es que la enfermera no entendiera el chiste, sino que ni Matías se riera, ¿acaso se le iba en sangre el sentido del humor? No importaba, yo abría y cerraba el puño con aplicación mecánica. Había un ruido clic, chac, clic, chac, como de metrónomo rojo a borbotones, como de motor a sangre, pero no puedo precisarlo porque yo ¡Perdón lectores! yo no podía mirar. Al final se oyó un chirrido agudo y la enfermera se aprontó y me informó que ya había terminado. Miré el reloj: le había puesto cinco minutos, “buen tiempo” le dije a la enfermera, que apenas me dirigió una mirada misericorde. Las nuevas instrucciones consistían en levantar el brazo y seguir acostado. Matías, meta mirar, concluyó al rato, creo que en seis minutos. La enfermera me invitó a incorporarme lentamente y constató “¿Te sentís bien?” “Sí, perfecto” contesté, salvo que me sudaba frío todo el cuerpo y lo que veía estaba lleno de puntitos como una película vencida con demasiado grano en la imagen. “Señorita enfermera, ¿Puedo volver a acostarme?”, fue lo último que dije antes de quedar tirado en el sillón, hasta que otra asistente se apiadó de mi blanca palidez y me ofreció un vaso de agua. Mientras tanto, Matías hizo cinco pasos aeróbicos, se cargó una mochila de quince kilos y se retiró a tomar el desayuno haciendo saltitos de Dánica Dorada. Al rato volví en mí y logré con sumo esfuerzo ponerme de pie. La enfermera me despidió aconsejándome que, ante cualquier síntoma de malestar, me acostara en el suelo. Llegué al bar del subsuelo donde Matías ya estaba dando cuenta del nutritivo desayuno. Pronto recibí el mío, premiada mi noble acción con suculentas mediaslunas, y nos enfrascamos con Pailos en la discusión de temas “maduros”. Es que ya nos habíamos convertido en hombres grandes, hombres que dan su sangre. Salimos de la clínica agotados y reconfortados a la vez, y nos despedimos, rojos bajo el cielo celeste, con promesa de fútbol el domingo. ¿Cuántos otros ritos de pasaje nos quedarán por afrontar? Ignoro cuáles son, ni donde nos aguardan esas pruebas homéricas. Sólo espero que, como hoy, nos encuentren juntos: sangre con sangre.

Zedi Cioso

9 Comentarios:

Blogger Manzana Marina dijo...

No sé cómo fui a caer a este blog, digo, no soy de esas personas que hurgan donde no deben, en caso es que acá llegué. Leí tu crónica e hizo mi día =). Pensé que te gustaría saberlo.

15/9/06 20:43  
Anonymous Anónimo dijo...

Muy buena crónica, pasé por esa experiencia pero ni a ganchos podría describirla tan divertida y significativa como vos!!!

Como buena obsesiva que soy, no paré hasta ententerarme cual era la razón de tan contradictoria actitud: por un lado piden a gritos donantes y por el otro el horario es tan restringido.Resulta ser que es para el aprovechamiento al maximo de los reactivos que controlan la calidad de la sangre y otras cuestiones, que parece ser que son muy caros.
Ahora el morbo de los horarios en gral los hospitales es un tema de estudio de esas instituciones que ilustrados pensadores ya han dicho mucho y muy bien.

15/9/06 21:12  
Anonymous Anónimo dijo...

Citando mayor albacea de la historia de la literatura, el gaucho Aira, diré: Cómo me reí. Impagable crónica, con puntos muy altos ('¡Sangre argentina!' hizo que tirara el teclado por los aires, acompañando el happening con estruendosa risa que culminó cuando el encargado del locutorio estrelló una carpeta de ocasión contra mi mollera). Quién pudiera, amigo, narrar como usted, con esa fruición con que agota los detalles y los corrimientos de lo cotidiano hacia un sketch de 'Todo por $2'. Reforzando a Aira, sostendré: Cómo te envidio. Y que el futuro nos encuentre unidos, y no dominados.

16/9/06 21:42  
Anonymous Anónimo dijo...

Muchas Gracias, Manzana Marina, me reconforta su comentario y espero que a partir de ahora nos visite a diario.
P. de Pau, muchas gracias por sacarme de la ignorancia. Ahora se que debo culpar a los reactivos por el madrugón.
Matías: noxagere, y el futuro llegó, hace rato, y no nos doblegamos.

17/9/06 14:51  
Anonymous Anónimo dijo...

doblemente emocionado,
por la cronica y por la respuesta al llamado de auxilio
muchas gracias zedi,
muchas gracias matias pailos.
siempre suyo
zatoichi

18/9/06 20:39  
Anonymous Anónimo dijo...

No sea maricón. Arreglemos una cena (ahora que estoy más liberados de los visitantes filosóficos) de machos, es decir: vino, morfi, porro y ninguna aventura. (Después de todo, nuestros placeres son los de los buenos burgueses. No otros.)

19/9/06 00:38  
Anonymous Anónimo dijo...

Gracias Zato, usted bien sabe que puede contar con nosotros. La sangre donada no será negociada.
Abrazos

19/9/06 10:38  
Anonymous Anónimo dijo...

Disculpe Zedi, pa variar me expresé mal y se lo aclaro para que no le quede un concepto erróneo del asunto: el tema madrugón es una cuestión organizativa de la institución hospital,lo del aprovechamiento de los reactivos viene a responder el porqué de tan pocas horas por día para ir a donar.

saludos (y juro que algun día me pondré las pilas con la sintaxis.)

24/9/06 08:59  
Anonymous Anónimo dijo...

Gracias a usted por su aclaración y sus comentarios, P de Pau.
Saludos
Zedi

26/9/06 16:11  

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