Tour de force
Ayer tomé ácido por segunda vez. Esta ocasión, me entregué a los deleites y afanes de la versión ‘Simpson’ del mismo. Ni cuarto ni medio: uno entero. Media hora, tres horas, seis horas y la realidad no estaba ligeramente corrida, sino a tres kilómetros de distancia. Pero me pareció insuficiente efecto, por lo que decidí aceptar la generosa oferta de oportuno contertulio, filósofo coetáneo de prestigiosa prosapia drogona, y me clavé medio paquete de pastillas celestes. El tiempo se detuvo y se alejó; comenzaba a impacientarme. Este hijo de puta que no venía y yo comenzaba a impacientarme. Decidí hacer uso del caballo negro estacionado a la salida del departamento, en un tercer piso con balcón a coqueta calle de Palermo Soho. Monté y la bestia hociqueó, por lo que tuve que darle con la fusta para que aprendiera. Corrigió el rumbo, entró al departamento, atravesó el living con mi amigo dándonos la espalda guitarra en mano, y saltó por la ventana. Solo ahí desplegó las alas, sin poder, no obstante, evitar el topeteo con el 152. Estaba llegando tarde, y eso me encolerizaba. Como me convenía ese estado de ruido y furia, significando nada, di un par de vueltas hasta aparcar, sin que muchos lo notaran, en pleno Correo Central. Até al equino a un poste de luz y oí su chistido.
-¿Qué querés?
-Quiero ver la pelea.
-Okey.
Así que lo desaté, le convidé un pucho y avanzamos, abriéndonos camino entre la multitud que temblaba grácil.
El Luna Park no es un estadio pequeño, por lo que no demoramos menos de cinco minutos en llegar hasta el ring. Subí. PH, uniformado como árbitro de Las Vegas, aguardaba circunspecto en el centro, también fumando. Porro, por supuesto.
-Llegás tarde, querido.
-No me rompás las pelotas.
Desde la otra esquina, con pantalón rojo, metro setenta y cinco de altura, setenta y seis kilos trescientos, de Saavedra, Capital Federal… ¡Zeediiiiiiii-Cioo soooo! Y en esta rincón, con pantalón naranja, metro setenta de altura con toda la furia, setenta y tres kilos como mínimo, de Vicente López, Provincia de Buenos Aires… ¡Yyooooooo!
PH nos juntó en el centro del ring y pasó a explicarnos las reglas del combate. A mitad de su velocísimo y confusa explicación, soltó:
-¿Seguro que quieren pelear? ¿Qué va a pasar con ‘Afiebrados’? ¿Y si alguien sale herido? ¿Y si no se hablan más? ¿Qué va a pasar con nuestros libros? ¡Qué va a pasar con mis sábados, por Dios…!
Lo cagamos a trompadas. En medio de la golpiza, arteramente, alguien cometió una bajeza. De un takle, tumbé a ZC y comencé a llenarle la cara de dedos. Para mi desgracia, una mano del púgil de Saavedra impactó en mi mentón, y volé por los aires. La campana indicó la finalización del primer round mientras yo caía sobre mi banquillo. Miré a mi costado. ML fumaba preocupado.
-¿Qué hago?
-¿Qué se yo? Estoy hecho mierda. ¿Tenés un pucho? Necesito Clonazepán. ¿Tenés Clonazepán?
Con este no podía contar. Giré al otro lado. Ángel, piernas cruzadas, sentenció:
-La pelea está perdida. Solo resta caer con dignidad.
¿Puede ser?
-¡Están despedidos, manga de drogones depresivos! ¿Quién me manda a mí…?
Eso. ¿Quién me manda a mí? ¿Por qué simpatizo con drogones depresivos, si no los entiendo, si nunca me deprimí? Campana de inicio del segundo round. Campana de término del segundo round. Otra golpiza. No voy a poder soportar mucho más. Otra campana. ¡Basta de campanas!
Tambaleo. Estoy por caer. Es la hora. Patada en los huevos, y Cioso cae. Doblado, manos en los genitales, le pateo la cara. Los incisivos salen volando y caen en el helado de una pequeña, que opta por juzgarlos pedazos de chocolate blanco y se los manda al buche sin dudar.
“Es la mía”, digo para mí, y piso la mano del escritor, cercenando su posibilidad de escritura inmediata. Le piso la otra mano, y soy descalificado. La policía sube para llevarme detenido, pero mi caballo se aviva y los pasa por encima. Monto en su lomo y dejo que sus alas se eleven por mi cabeza y comiencen a girar. Remontando vuelo cuál helicóptero, abandonamos las instalaciones.
Vuela que vuela, mi corcél opta por parar mientes en Libertador y San Martín de Tours; el Malba, genio y figura. El Malba da vueltas. ¿O soy yo? Estoy dentro del Malba, y lo veo, ¡sí!, lo veo: es ER, que, inopinada e indistintamente, señala a su izquierda, al jardín de los senderos que se bifurcan en dos letreros: ‘Persona’ y ‘Personajes’. Son dos guardarropas. Abro el de persona. Solo estoy yo, y mi circunstancia: un disfraz mío, otro de ER. Cierro con impaciencia, y abro el otro. Amplia variedad. Elijo el cuerpo de Willy Cañas, la cara de Woody Allen y el pelo de Leonard Cohen; casi totalmente enfundado de superhéroe judío (menos el cuerpo; pero no había deportista judío a la vista), remonto vuelo. El cielo me da vueltas, y se me viene encima, cual jefe galo. Lucho y logro que no me aplaste. Me siento Atlas, pero con el cielo en lugar del mundo. Noto que no podré resistir tanto, y empujo con todas mis fuerzas. El cielo vuela por los aires, y se incrusta nuevamente en el sitio en que otrora viéramos un cielo. Nuevamente, PH:
-Che, ¿no me comprás?
-¿Qué?
-¿Qué?
-… ¿Qué querés, macho?
-¿Qué…? Que si no me comprás. Tomá. El del fondo es el dealer.
Al fondo hay un gordo, una persona enfundada en el personaje de Osvaldo Guariglia, antiguo titular de cátedra. Sí: el dealer copia a la realidad ética. Voy; encaro y pido. Obtengo.
-Tomá.
-Gracias, pibe.
¿Qué ‘gracias, qué ‘gracias’…? ¡Gracias las pelotas!, quiero decirle. Callo. Él da vueltas. Guariglia da vueltas. El mundo se volvió loco.
Me desmayo.
Matías Pailos
-¿Qué querés?
-Quiero ver la pelea.
-Okey.
Así que lo desaté, le convidé un pucho y avanzamos, abriéndonos camino entre la multitud que temblaba grácil.
El Luna Park no es un estadio pequeño, por lo que no demoramos menos de cinco minutos en llegar hasta el ring. Subí. PH, uniformado como árbitro de Las Vegas, aguardaba circunspecto en el centro, también fumando. Porro, por supuesto.
-Llegás tarde, querido.
-No me rompás las pelotas.
Desde la otra esquina, con pantalón rojo, metro setenta y cinco de altura, setenta y seis kilos trescientos, de Saavedra, Capital Federal… ¡Zeediiiiiiii-Cioo soooo! Y en esta rincón, con pantalón naranja, metro setenta de altura con toda la furia, setenta y tres kilos como mínimo, de Vicente López, Provincia de Buenos Aires… ¡Yyooooooo!
PH nos juntó en el centro del ring y pasó a explicarnos las reglas del combate. A mitad de su velocísimo y confusa explicación, soltó:
-¿Seguro que quieren pelear? ¿Qué va a pasar con ‘Afiebrados’? ¿Y si alguien sale herido? ¿Y si no se hablan más? ¿Qué va a pasar con nuestros libros? ¡Qué va a pasar con mis sábados, por Dios…!
Lo cagamos a trompadas. En medio de la golpiza, arteramente, alguien cometió una bajeza. De un takle, tumbé a ZC y comencé a llenarle la cara de dedos. Para mi desgracia, una mano del púgil de Saavedra impactó en mi mentón, y volé por los aires. La campana indicó la finalización del primer round mientras yo caía sobre mi banquillo. Miré a mi costado. ML fumaba preocupado.
-¿Qué hago?
-¿Qué se yo? Estoy hecho mierda. ¿Tenés un pucho? Necesito Clonazepán. ¿Tenés Clonazepán?
Con este no podía contar. Giré al otro lado. Ángel, piernas cruzadas, sentenció:
-La pelea está perdida. Solo resta caer con dignidad.
¿Puede ser?
-¡Están despedidos, manga de drogones depresivos! ¿Quién me manda a mí…?
Eso. ¿Quién me manda a mí? ¿Por qué simpatizo con drogones depresivos, si no los entiendo, si nunca me deprimí? Campana de inicio del segundo round. Campana de término del segundo round. Otra golpiza. No voy a poder soportar mucho más. Otra campana. ¡Basta de campanas!
Tambaleo. Estoy por caer. Es la hora. Patada en los huevos, y Cioso cae. Doblado, manos en los genitales, le pateo la cara. Los incisivos salen volando y caen en el helado de una pequeña, que opta por juzgarlos pedazos de chocolate blanco y se los manda al buche sin dudar.
“Es la mía”, digo para mí, y piso la mano del escritor, cercenando su posibilidad de escritura inmediata. Le piso la otra mano, y soy descalificado. La policía sube para llevarme detenido, pero mi caballo se aviva y los pasa por encima. Monto en su lomo y dejo que sus alas se eleven por mi cabeza y comiencen a girar. Remontando vuelo cuál helicóptero, abandonamos las instalaciones.
Vuela que vuela, mi corcél opta por parar mientes en Libertador y San Martín de Tours; el Malba, genio y figura. El Malba da vueltas. ¿O soy yo? Estoy dentro del Malba, y lo veo, ¡sí!, lo veo: es ER, que, inopinada e indistintamente, señala a su izquierda, al jardín de los senderos que se bifurcan en dos letreros: ‘Persona’ y ‘Personajes’. Son dos guardarropas. Abro el de persona. Solo estoy yo, y mi circunstancia: un disfraz mío, otro de ER. Cierro con impaciencia, y abro el otro. Amplia variedad. Elijo el cuerpo de Willy Cañas, la cara de Woody Allen y el pelo de Leonard Cohen; casi totalmente enfundado de superhéroe judío (menos el cuerpo; pero no había deportista judío a la vista), remonto vuelo. El cielo me da vueltas, y se me viene encima, cual jefe galo. Lucho y logro que no me aplaste. Me siento Atlas, pero con el cielo en lugar del mundo. Noto que no podré resistir tanto, y empujo con todas mis fuerzas. El cielo vuela por los aires, y se incrusta nuevamente en el sitio en que otrora viéramos un cielo. Nuevamente, PH:
-Che, ¿no me comprás?
-¿Qué?
-¿Qué?
-… ¿Qué querés, macho?
-¿Qué…? Que si no me comprás. Tomá. El del fondo es el dealer.
Al fondo hay un gordo, una persona enfundada en el personaje de Osvaldo Guariglia, antiguo titular de cátedra. Sí: el dealer copia a la realidad ética. Voy; encaro y pido. Obtengo.
-Tomá.
-Gracias, pibe.
¿Qué ‘gracias, qué ‘gracias’…? ¡Gracias las pelotas!, quiero decirle. Callo. Él da vueltas. Guariglia da vueltas. El mundo se volvió loco.
Me desmayo.
Matías Pailos
10 Comentarios:
Opuestas o no, existe sólo una finísima línea entre la manía y la depresión. O, para decirlo con palabras parafraseadas de otros, la depresión es la sombra de la manía. Sépalo. Archívelo. Rescátese.
Qué mal: el caballo te salvó del arresto, y ni un mísero terroncito de azúcar, le diste.
Luna Park y Malba: ¿metáfora o metonimia?
Gracias por tu burla, la necesitaba.
Conclusión: Misia Pepa no te cae del todo mal.
ML: ¿hablamos de usted o de mí? ¿Usted es maníaco y no depresivo, eso me está queriendo decir? ¿Que usted no es depresivo, sino que maníaco soy yo? Es hora que lo sepa: no soy sutil.
ER: hubo burla, pero su alcance, creo, es menor del que creés. Afloran los temores, como ves.
no, pero si yo me quedé contentísimo con la burla, ahora no me la venga a ningunear, que me ofendo, eh?
El tamaño de la burla, entonces, es exactamente el que lo contenta.
podría dejar de hacerme cagar a trompadas con el resto de los integrantes, comentadores, personas de MT? Gracias. Y deje de tomar cosas raras, por ejemplo, el heno de los caballos.
Amigo proletario...
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PH: lo dejaré de hacer cagar a trompadas en el acto.
ZC: y bué...
(El responsable de la supresión de arriba soy yo. El comentario suprimido, mío.)
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