Miedos, revelaciones, respuestas
El miedo es el mejor amigo del hombre. El miedo es el principal instigador a la acción, el miedo es el mejor motor de la supervivencia y la seguridad y la realización personal y colectiva. El miedo es la causa principal de actos heroicos y cobardías necesarias. El miedo calla al parlanchín y hace locuaz al mudo. Porque el miedo es la más inexpugnable coraza, el más inaccesible refugio, es el escondite inhallable. El miedo obra milagros y el miedo nos previene de esperarlos. El miedo nos hace prácticos. El miedo nos permite seguir vivos. Por eso hay que tener miedo. Por eso hay que fomentar el miedo. Por eso hay que hacerle caso a Cale y buscarse miedos nuevos; miedos que nos impidan comer, miedos que nos impidan pensar en otra cosa, miedos que nos vuelvan insomnes.
Miedo al desamparo, miedo a la soledad –por eso buscamos pareja, por eso buscamos partenaires sexuales. Miedo a la pobreza, a la indigencia, a la miseria –por eso buscamos dinero, por eso trabajamos, por eso nos pasamos la mayor parte del día en tareas que detestamos. Miedo a la violencia padecida, miedo a la cárcel y a años de humillación, violencia, humillación y violencia y vuelta humillación y violencia –y por eso no robamos, no matamos, no violamos. Por eso no necesitamos los mandamientos. Miedo al dolor. Miedo al Alzheimer en particular y a la disminución y arrebato de las facultades mentales en general; miedo a la sordera, a la ceguera, a cualquier tipo de minusvalía física. Miedo a la muerte. Y no nos basta pagar puntualmente las cuotas de la obra social –pero lo hacemos- ni rehuir, ocasionalmente, algunos excesos –aunque lo hagamos, con mucho esfuerzo. Inventamos dioses y teorías; inventamos sentimientos y creencias. Nada nos alcanza.
Y millones de miedos menores. Miedo al aburrimiento, a no saber qué hacer; a ser presa de cualquiera de las mil y un obsesiones que me acechan. Por eso no descanso, por eso soy insaciable en la actividad, por eso busco frenéticamente la justificación de cada uno de mis actos y omisiones. Por eso, reconozco, vencido, el síntoma obsesivo trabajando a escala industrial. Mientras él rija no seré feliz. Me di cuenta, se dieron cuenta, hice e hicieron que hiciera algo, y lo hice. Me relajé y (contradictio viviente) trabajo para relajarme. Trabajo para pensar menos, para no pensar, para pensar en nada. Para disfrutar las vacaciones y los ratos de ocio –y no, por favor, no convertirlo en ocio creativo. Busco dilapidar el tiempo y soy cada vez más eficaz en el intento. Todas estas líneas, palabras y letras dan cuenta de mi fracaso. Todo esto es una inmensa perogrullada, un saber común, que crece junto al pasto de cualquier retazo de vida vegetal urbana. Por eso no lo logré, y dejo asentado que no lo hice.
Una relevación es una perogrullada. Es una verdad perfectamente asequible, disponible hasta para el menos espabilado. Una perogrullada solo deviene revelación cuando cae de sorpresa, cuando cae disfrazada, cuando no se percibe su carácter familiar. Una revelación nos remueve de nuestro sitio, nos eleva o nos hunde; nos hace empezar de cero. He tenido revelaciones; la mayoría, en forma de palabras.
Un lugar común de la intelectualidad vernácula sentencia que la valía de un texto, una pieza artística, una película, no está en las respuestas que proveen sino en las preguntas que plantean. ¡Qué estupidez! Por supuesto que, si estamos confundidos respecto a de qué se trata, si tenemos demasiadas creencias falsas arraigadas, mejor sembrar dudas y cosechar incertidumbres. Pero no siempre pasa eso. Muchas veces sabemos perfectamente de qué se trata y qué vemos cuando lo vemos. Lo que queremos son respuestas. Lo que necesitamos son soluciones. Muchas veces, las revelaciones que el arte brinda vienen enmascarada de soluciones a problemas acuciantes, de respuestas a preguntas que no nos permiten conciliar el sueño. Una de las cosas que intento hacer en este espacio, la que más me importa –la que nunca alcanzo-, es revelar verdades ya manifiestas, verdades que todos conocen (porque siempre tuve ímpetu mesiánico, siempre les dije a los demás qué tenían que hacer; siempre fui un maleducado). Iluminar: lo que hizo Rimbaud. Y, si se puede, que ellas sean respuestas y soluciones. Suelo resentirme contra los que me hacen ver que los cimientos no resisten mi peso –por más que agradezca, por más que me hagan bien y busque su consejo por eso. Con los que me ofrecen respuestas y salvoconductos tienen no solo mi eterna gratitud, sino el pagaré de una deuda que, juzgo, me será impagable. Y por más que fracase, así quiero tener a los lectores: agarrados de las pelotas.
Matías Pailos
Miedo al desamparo, miedo a la soledad –por eso buscamos pareja, por eso buscamos partenaires sexuales. Miedo a la pobreza, a la indigencia, a la miseria –por eso buscamos dinero, por eso trabajamos, por eso nos pasamos la mayor parte del día en tareas que detestamos. Miedo a la violencia padecida, miedo a la cárcel y a años de humillación, violencia, humillación y violencia y vuelta humillación y violencia –y por eso no robamos, no matamos, no violamos. Por eso no necesitamos los mandamientos. Miedo al dolor. Miedo al Alzheimer en particular y a la disminución y arrebato de las facultades mentales en general; miedo a la sordera, a la ceguera, a cualquier tipo de minusvalía física. Miedo a la muerte. Y no nos basta pagar puntualmente las cuotas de la obra social –pero lo hacemos- ni rehuir, ocasionalmente, algunos excesos –aunque lo hagamos, con mucho esfuerzo. Inventamos dioses y teorías; inventamos sentimientos y creencias. Nada nos alcanza.
Y millones de miedos menores. Miedo al aburrimiento, a no saber qué hacer; a ser presa de cualquiera de las mil y un obsesiones que me acechan. Por eso no descanso, por eso soy insaciable en la actividad, por eso busco frenéticamente la justificación de cada uno de mis actos y omisiones. Por eso, reconozco, vencido, el síntoma obsesivo trabajando a escala industrial. Mientras él rija no seré feliz. Me di cuenta, se dieron cuenta, hice e hicieron que hiciera algo, y lo hice. Me relajé y (contradictio viviente) trabajo para relajarme. Trabajo para pensar menos, para no pensar, para pensar en nada. Para disfrutar las vacaciones y los ratos de ocio –y no, por favor, no convertirlo en ocio creativo. Busco dilapidar el tiempo y soy cada vez más eficaz en el intento. Todas estas líneas, palabras y letras dan cuenta de mi fracaso. Todo esto es una inmensa perogrullada, un saber común, que crece junto al pasto de cualquier retazo de vida vegetal urbana. Por eso no lo logré, y dejo asentado que no lo hice.
Una relevación es una perogrullada. Es una verdad perfectamente asequible, disponible hasta para el menos espabilado. Una perogrullada solo deviene revelación cuando cae de sorpresa, cuando cae disfrazada, cuando no se percibe su carácter familiar. Una revelación nos remueve de nuestro sitio, nos eleva o nos hunde; nos hace empezar de cero. He tenido revelaciones; la mayoría, en forma de palabras.
Un lugar común de la intelectualidad vernácula sentencia que la valía de un texto, una pieza artística, una película, no está en las respuestas que proveen sino en las preguntas que plantean. ¡Qué estupidez! Por supuesto que, si estamos confundidos respecto a de qué se trata, si tenemos demasiadas creencias falsas arraigadas, mejor sembrar dudas y cosechar incertidumbres. Pero no siempre pasa eso. Muchas veces sabemos perfectamente de qué se trata y qué vemos cuando lo vemos. Lo que queremos son respuestas. Lo que necesitamos son soluciones. Muchas veces, las revelaciones que el arte brinda vienen enmascarada de soluciones a problemas acuciantes, de respuestas a preguntas que no nos permiten conciliar el sueño. Una de las cosas que intento hacer en este espacio, la que más me importa –la que nunca alcanzo-, es revelar verdades ya manifiestas, verdades que todos conocen (porque siempre tuve ímpetu mesiánico, siempre les dije a los demás qué tenían que hacer; siempre fui un maleducado). Iluminar: lo que hizo Rimbaud. Y, si se puede, que ellas sean respuestas y soluciones. Suelo resentirme contra los que me hacen ver que los cimientos no resisten mi peso –por más que agradezca, por más que me hagan bien y busque su consejo por eso. Con los que me ofrecen respuestas y salvoconductos tienen no solo mi eterna gratitud, sino el pagaré de una deuda que, juzgo, me será impagable. Y por más que fracase, así quiero tener a los lectores: agarrados de las pelotas.
Matías Pailos
15 Comentarios:
Hmmm... Ahaa...Hmmm...Continuamos la próxima.
J. D. Nasio
Me voy a compar un par de pelotas y vuelvo. Una lectora.
Me las voy a lavar y vuelvo. Un lector.
Me las voy a desatar y vuelvo. Un stripper.
Me las voy a lustrar y vuelvo. Un lector tarotista.
Me las voy a apilar y vuelvo. Lector servidor de helado.
Me las voy a levantar y vuelvo. Lector tenista despistado.
Me las voy a patear y (si puedo) estoy de regreso. Lector maradoniano.
Me las voy a vaciar y vuelvo. Un lector del Mate Tuerto.
debería leer esto alguna otra vez, ahora escribo sobre la impresión primera.
el miedo como amenaza, como futuro, pero también como presente posible, ahora que uno está hecho de sal, a la manera bíblica.
lo de los interrogantes como clisé de la función, seguro, habría que ver de qué orden las certezas, la solución es ilusoria, siempre, y momentánea, y vuelta al vacío, siempre, al famoso y popular saco roto (que en portugés justamente es pelota, huevo, etc).
por mi parte escribo para escapar y a veces para lo contrario, hundirme más en la desesperación de la incertidumbre, para palpar la falta de seguridad y lo cercanos que están los motivos del miedo; apenas una pequeña pared anímica o psíquica que hace que uno pueda derrapar o seguir.
envidio la solidez de la religión, mejor dicho de los religiosos, para embanderarse en la respuesta, y me refiero a cualquier tipo de religión, mística, artística o de consumo, el culto sirve entre otras cosas para eso.
pero esa pared, membrana transparente que nos deja ver la materia del medio, su promesa, es la pura realidad, sin las ilusiones abrigando.
hay que jugar en el lado opuesto de la cancha, esa membrana siempre está, pero debe ser invisible de tan lejana.
los interrogantes como clisé de la función "artística", debió decir.
Yo leo equis cosa, por caso los textos de Rimbaud sobre la ciudad, la urbe. Unos cortitos que creo que están en Iluminaciones, si mal no recuerdo. Me proveen una certeza; su impresión de la construcción de la ciudad. Los leo, y, en vez de calmar la angustia con afirmaciones, me dan vuelta el estómago, llenándome nuevamente de interrogantes. La certeza de otros es la incertidumbre nuestra, a veces.
sí, puede que confundiera el blog con el consultorio de un analista.
ER: a los impulsos a la escritura previo al momento en que nos decidimos a escribir, hay que sumar ahora el placer que trae aparejado el propio acto de escritura, de lo que nada sabía antes de emprenderlo.
SYP: sí, adhiero.
Al anónimo le diría que me está empezando a hinchar las pelotas.
A mí me pareció ingenioso. (Pero gracias por el gesto, SYP.)
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