Al menos dos formas de felicidad
A los diecinueve tuve una visión del paraíso. Estaba sentado, estaba vestido y estaba en Belgrano. Estaba, también, muy confundido y muy asustado, y el mundo me llegaba de a retazos amplificados o reducidos, inevitablemente deformados. Mi mente era la de un psicótico, pero no estaba loco. El paraíso (lo vi muy claramente) era un día en Viena con una veinteañera dientona, francesa y rubia, pero radicalmente hermosa; una mujer que ostentaba una belleza evidente, pero por sobre todas las cosas ajustada a mi gusto. Al mío y al del protagonista, claro. La película, que ustedes como yo vieron hasta el hartazgo, muestra dos enamoramientos simultáneos, cruzados e instantáneos. El paraíso, dije. Mantengo esa tesis hasta más allá de mis presentes narices. Quiero, como cualquier filósofo (por más tonto que sea, y más que nada si es un tonto hablador), establecer distinciones. Quiero, para empezar, hacer una pregunta: ¿dónde encaja la amistad en este esquema de cosas?
Mi amigo va a tener un hijo, el muy guacho. No tiene treinta y va a tener un hijo, y está loco de contento. Pero tampoco la paternidad–ni siquiera la futura- es el paraíso. La convivencia, dicen, está plagada de rispideces. La convivencia con una embarazada, sospecho, puede llegar a ser claustrofóbica en ocasiones. Como a mí me tienen que decir las cosas explícitamente, ahorrando toda metáfora que pudiera ahorrarse, como a mí me tienen que repetir las cosas hasta el mismo hartazgo que provoca una película que se ve cuarenta y tres veces, mi amigo, que sabe todo esto y mucho más, obró en consecuencia: me habló, me explicó, me lo repitió. Enfrascado en las aventuras y angustias del soltero, no le di mucha pelota. Se enojó, entonces, como se enojan los amigos: me mandó a la concha de mi madre y dejó de llamarme. Lerdo, recién me percaté del hecho cuando su mujer procedió a explicármelo. Y me asusté. Me asusté mucho. No soy muy familiero. Mejor dicho: no soy muy familiero con mi familia. Las familias ajenas no me molestan, incluso me divierten bastante. La amistad, o mejor dicho: los amigos, me son imprescindibles. (Todavía recuerdo con un espanto muy parecido a la incomprensión absoluta como mi papá me contó, como si nada, como se enuncia que parece que va a hacer frío, cómo fue perdiendo, mejor: cómo fue olvidando a sus amigos hasta quedarse, sin lamento, con ninguno.) Volví, entonces, con el rabo entre las patas a recuperar una amistad que amenazaba naufragar. Procedo ahora a realizar una nueva afirmación, que entiendo debo destacar de algún modo (por caso, con esta aclaración): la amistad no puede estar ausente del paraíso. Pero agrego: a aquél paraíso del amor no le faltaba nada.
He aquí la distinción vaticinada: hay, al menos, dos formas de la felicidad. La primera es perfecta. La segunda es completa. La primera, la de los incendios del amor, es sincrónica, y de una intensidad que excede los parámetros para mensurarla. La segunda es diacrónica, y no le falta nada. Tiene el amor, claro, pero también tiene las cenas con amigos, el fútbol con amigos, las drogas compartidas. Tiene recitales de rock y descubrimientos de escritores nuevos. Tiene cumpleaños y tiene, en mi caso, discusiones filosóficas, brainstormings literarios con mi otro amigo, el escritor, tiene horas de escritura frente a la computadora y obstinadas prácticas con una guitarra eléctrica desafinada y ayuna de amplificadores. El paraíso, entonces, es doble. Es el que contiene a todo esto y mucho más. Pero en particular todo esto, y en particular el primer paraíso. El paraíso es un lugar imperfecto que incluye la perfección del propio paraíso. Es un lugar lógicamente imposible. Pero para mi dios la lógica no es una sino muchas, y son, todas, juegos que no siempre juega.
Matías Pailos
Mi amigo va a tener un hijo, el muy guacho. No tiene treinta y va a tener un hijo, y está loco de contento. Pero tampoco la paternidad–ni siquiera la futura- es el paraíso. La convivencia, dicen, está plagada de rispideces. La convivencia con una embarazada, sospecho, puede llegar a ser claustrofóbica en ocasiones. Como a mí me tienen que decir las cosas explícitamente, ahorrando toda metáfora que pudiera ahorrarse, como a mí me tienen que repetir las cosas hasta el mismo hartazgo que provoca una película que se ve cuarenta y tres veces, mi amigo, que sabe todo esto y mucho más, obró en consecuencia: me habló, me explicó, me lo repitió. Enfrascado en las aventuras y angustias del soltero, no le di mucha pelota. Se enojó, entonces, como se enojan los amigos: me mandó a la concha de mi madre y dejó de llamarme. Lerdo, recién me percaté del hecho cuando su mujer procedió a explicármelo. Y me asusté. Me asusté mucho. No soy muy familiero. Mejor dicho: no soy muy familiero con mi familia. Las familias ajenas no me molestan, incluso me divierten bastante. La amistad, o mejor dicho: los amigos, me son imprescindibles. (Todavía recuerdo con un espanto muy parecido a la incomprensión absoluta como mi papá me contó, como si nada, como se enuncia que parece que va a hacer frío, cómo fue perdiendo, mejor: cómo fue olvidando a sus amigos hasta quedarse, sin lamento, con ninguno.) Volví, entonces, con el rabo entre las patas a recuperar una amistad que amenazaba naufragar. Procedo ahora a realizar una nueva afirmación, que entiendo debo destacar de algún modo (por caso, con esta aclaración): la amistad no puede estar ausente del paraíso. Pero agrego: a aquél paraíso del amor no le faltaba nada.
He aquí la distinción vaticinada: hay, al menos, dos formas de la felicidad. La primera es perfecta. La segunda es completa. La primera, la de los incendios del amor, es sincrónica, y de una intensidad que excede los parámetros para mensurarla. La segunda es diacrónica, y no le falta nada. Tiene el amor, claro, pero también tiene las cenas con amigos, el fútbol con amigos, las drogas compartidas. Tiene recitales de rock y descubrimientos de escritores nuevos. Tiene cumpleaños y tiene, en mi caso, discusiones filosóficas, brainstormings literarios con mi otro amigo, el escritor, tiene horas de escritura frente a la computadora y obstinadas prácticas con una guitarra eléctrica desafinada y ayuna de amplificadores. El paraíso, entonces, es doble. Es el que contiene a todo esto y mucho más. Pero en particular todo esto, y en particular el primer paraíso. El paraíso es un lugar imperfecto que incluye la perfección del propio paraíso. Es un lugar lógicamente imposible. Pero para mi dios la lógica no es una sino muchas, y son, todas, juegos que no siempre juega.
Matías Pailos
Etiquetas: Cine, Micronsayos
18 Comentarios:
1. Escriba lo que escriba, usted parece caerme irremediablemente simpático.
2. Es evidente a pesar de los vaticinios contrarios, no logra evitar su presencia explícita, protagónica y abundante en lo que publica -aquí, al menos.
3. ¿Dios era Julie Delpy? Qué decepción.
5. Escriba como quiera, pero por el amor de Julie Delpy deshágase de las pop-up windows.
Suya,
S
(El cuatro es un número problemático y prescindible.)
la felicidad es una asíntota
El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio.
S:
1-Le caigo simpático yo; no lo que escribo. ¡Shit!
2-Tiene razón. Sigo padeciendo ombligismo; sigo sin ganas de curarme.
3-¡No, nena! Julie Delpy era el paraíso. Dios era Linklater.
5-¿Cómo hago?
Lautaro: si entendemos el paraíso como cosacompleta, sí, porque la felicidad parece definitivamente reñida con el la continuidad a través del tiempo. Pero hay momentos de plena felicidad. Uno, en ellos, habita el paraíso.
Italo: tiene razón. Tiene, al menos, una razón poética (digamos). Ver en este mundo ANTE TODO como un infierno sigue siendo, lo lamento, una opción teórica de la que, sospecho, conviene sustraerse.
¡Un Pailos auténtico! Me alegro de verlo repuesto y renovado. Como siempre, un placer leerlo.
Me gustó.
Felicitaciones a los padres del niño o niña por venir.
Brindemos por el amor y la amistad, que son lo mismo pero distinto.
Abrazo amigo.
:D
Gracias, Anónimo, gracias Nacho. Es niña. Transmitiré felicitaciones. Entre paréntesis: vi 'El Topo'. Tremenda. Larguera, pero tremenda.
basta de pelotudeces, de pseude sabidurìa filosófica. Si no lo conociera, sentiría vergúenza ajena y no propia, como es el caso.
Igual lo quiero.
Pailos volvió tras su desgarro en el verbo y fue figura. Felicitaciones.
Coincido con Lautaro, la felicidad es una asíntota, el amor es una asíntota, la vida toda es una asíntota.
(Asíntota, dícese de una curva que se desplaza sobre una recta acercándosele infinitamente sin intersectarla jamás).
Me alegra que haya vuelto. Yo no volvía porque pensé que ud. no volvía, pero resulta que había vuelto. Así que ya era tiempo de volver.
(Cif: "el ser-ahí es un ser...". Propaganda, claro.)
¿Estamos todos? El mensaje es aquel de la publicidad de la primavera alfonsinista: queda-te chi-quilín. El mundo blog también es nuestro.
Ya quedó dicho en que sentido la felicidad es, y en cuál no es, una asíntota.
No veo dónde está la pseudo-sabiduría: yo solo vendo material de primera. (¡Cuac!)
Otras formas de felicidad
Abro sin otro impulso que el que me genera la empatia de los desconocidos amigos y tras leer, rememoro que algo ma habia cantado Celaya a los 19 mientras no era feliz, y me entrego con ello, 2 minutos en los que si supe serlo.
Eso que me dijo decia asi
MOMENTOS FELICES
Cuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?
Cuando salgo a la calle silbando alegremente
--el pitillo en los labios, el alma disponible--
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican de alegría que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que siente?
Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
y yo asisto al milagro --sé que todo es fiado--,
y no quiero pensar si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así a la muerte,
¿no es felicidad lo que trasciende?
Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente:
y debo levantarme, pero no me levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el iris de su nácar,
y sigo allí tendido, y nada importa nada,
¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es felicidad lo que amanece?
Cuando voy al mercado, miro los abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda
pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que allí brota?
Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y, pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?
Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,
me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
"Estaba justamente pensando en ir a verte."
Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,
sino de cómo van las cosas en Jordania,
de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,
y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
¿no es la felicidad lo que me vence?
Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?
PDT
Lautaro, desde cuando se puede hacer poesia con aquello de las matematicas???
PDT2
Disculpen la insistencia, pero a la asintota resulta ser vulgar y promiscua y a veces deriva en tangente y le da por cortar. Claro que casi siempre, para no enlodar su figura, se porta como se pretende.
Ahora si, no mas PDT.
Antonio Cervantes: Por lo menos, desde Carrol. O Pitágoras, qué sé yo.
Desde ya prefiero las asíntotas a lasíntetas
Poesía, no sé, porque de poesía no sé nada. Sí puedo opinar de literatura, porque de literatura sé menos que nada, y entonces parezco habilitado a decir que se puede hacer literatura de cualquier cosa. La matemática no me parece, ni con mucho, como racimo de temas o procedimientos o retóricas o connotaciones, algo raro.
Gracias por el minucioso recuento de tu felicidad o tu cotidianeidad.
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