The End
Un cabezazo a la pared provoca que el hospital sea un destino. Entre gasas, algodones y pañuelos de papel contuve el mar rojo que insistía en llenar la franja de Gaza en mi ceja y franqueé las cuadras que me separaban de la guardia. Ahí: desinfección, pinchazo en la cabeza y tres puntos de sutura. La promesa de una herida de guerra. Tres de la mañana y un susto que me quitó tanto la borrachera como la agitación post-ensayo.
Todo hospital tira para atrás. Aún la más cara clínica privada ultra-aséptica y con todos los chiches de confort neopalermitanos. Cuando llego en medio de una urgencia me pongo tremendista.
No hay caso. Me quiero relajar. Quiero comportarme como un sujeto racional, razonable y maduro. Quiero restarle importancia al asunto y pensar en otra cosa. Pero el caso sigue sin haber y algo de mí se pone en pensar en invalideces, imposibilidades, condenas perpetuas en camas y un inminente final de juego.
No pasó nada. Antitetánicas & dvdés & charlas con amigos y ya estoy una vez más en el ruedo, angustiándome por giladas y haciendo cosas en todo momento como si realmente fueran más importantes que mi propia vida. Pero vuelvo a constar en actas mi pésima relación con el dolor y la muerte. Pienso y pienso y dejo de pensar y vuelvo a pensar. Le doy vueltas y me siento a empollar sobre la palabra “aceptación”. Como gallina soy un fracaso. Así ese huevo nunca va a llegar a gallo.
Pienso en mi amigo N, quien, interpelado acerca de un eventual e improbable fusilamiento me contestó que lo afrontaría con una sonrisa –y remató con un golpeteo sobre el corazón para que el pelotón sepa adónde apuntar, antes de desbaratar la reflexión con una mueca imitación de la muerte en dibujitos animados. Pienso en Foster Wallace insistiendo en que somos una cultura adolescente, inmadura e irracional, que busca tapar como sea e inmediatamente el dolor –porque lo ve como el mal, y no como lo que realmente es: un síntoma. Pienso en Daffunchio, mi guitarrista local de cabecera, y cito: “soy un ferviente creyente de que lo importante es lo vivido, lo que queda dentro del corazón, verdaderamente. Lo importante, para mí, es tener la conciencia tranquila. La felicidad de haberlo vivido”.
Y sigo intranquilo.
Probablemente lo mejor que se haya escrito en literatura al respecto sea “La muerte de Iván Illich”, de Tolstoi: últimos momentos en la cabeza de un condenado. Pero de lo último que leí, lo que más me impactó son las “Tres meditaciones acerca de la muerte”, de William T. Vollman. (Lo pueden encontrar donde yo lo encontré, en el volumen I de “Lo mejor de McSweeney’s” –ed. Sudamericana, colección “de bolsillo”, alrededor de 20 mangos-, que es bastante desparejo pero esa es la idea: echar un vuelo de pájaro sobre lo qué pasa con la nueva literatura norteamericana.) Es un cuento barra crónica barra ensayito barra diario personal, en el mejor corte sebaldiano. Tres monólogos a cargo de Vollman himself como sujeto de la enunciación: uno en las catacumbas parisinas, otro en una morgue, un tercero con la batalla en la frente. El comienzo es grande.
“La muerte es algo normal”.
Tampoco me reconcilié con estos asuntos tras la lectura del angustiado y obsesivo Vollman. Sigo estando, a mi pesar, más cerca de la actitud de Sábato, quien alega que para llevarlo, la muerte va a tener que recurrir a la fuerza pública. Cierro, bastante a cuento de nada, con otra cita de Vollman: “Extraigo el sentido de donde lo encuentro, y cuando no lo encuentro, lo invento. Y al obrar así, niego la falta de sentido, y al hacerlo me engaño a mí mismo”.
Matías Pailos
Todo hospital tira para atrás. Aún la más cara clínica privada ultra-aséptica y con todos los chiches de confort neopalermitanos. Cuando llego en medio de una urgencia me pongo tremendista.
No hay caso. Me quiero relajar. Quiero comportarme como un sujeto racional, razonable y maduro. Quiero restarle importancia al asunto y pensar en otra cosa. Pero el caso sigue sin haber y algo de mí se pone en pensar en invalideces, imposibilidades, condenas perpetuas en camas y un inminente final de juego.
No pasó nada. Antitetánicas & dvdés & charlas con amigos y ya estoy una vez más en el ruedo, angustiándome por giladas y haciendo cosas en todo momento como si realmente fueran más importantes que mi propia vida. Pero vuelvo a constar en actas mi pésima relación con el dolor y la muerte. Pienso y pienso y dejo de pensar y vuelvo a pensar. Le doy vueltas y me siento a empollar sobre la palabra “aceptación”. Como gallina soy un fracaso. Así ese huevo nunca va a llegar a gallo.
Pienso en mi amigo N, quien, interpelado acerca de un eventual e improbable fusilamiento me contestó que lo afrontaría con una sonrisa –y remató con un golpeteo sobre el corazón para que el pelotón sepa adónde apuntar, antes de desbaratar la reflexión con una mueca imitación de la muerte en dibujitos animados. Pienso en Foster Wallace insistiendo en que somos una cultura adolescente, inmadura e irracional, que busca tapar como sea e inmediatamente el dolor –porque lo ve como el mal, y no como lo que realmente es: un síntoma. Pienso en Daffunchio, mi guitarrista local de cabecera, y cito: “soy un ferviente creyente de que lo importante es lo vivido, lo que queda dentro del corazón, verdaderamente. Lo importante, para mí, es tener la conciencia tranquila. La felicidad de haberlo vivido”.
Y sigo intranquilo.
Probablemente lo mejor que se haya escrito en literatura al respecto sea “La muerte de Iván Illich”, de Tolstoi: últimos momentos en la cabeza de un condenado. Pero de lo último que leí, lo que más me impactó son las “Tres meditaciones acerca de la muerte”, de William T. Vollman. (Lo pueden encontrar donde yo lo encontré, en el volumen I de “Lo mejor de McSweeney’s” –ed. Sudamericana, colección “de bolsillo”, alrededor de 20 mangos-, que es bastante desparejo pero esa es la idea: echar un vuelo de pájaro sobre lo qué pasa con la nueva literatura norteamericana.) Es un cuento barra crónica barra ensayito barra diario personal, en el mejor corte sebaldiano. Tres monólogos a cargo de Vollman himself como sujeto de la enunciación: uno en las catacumbas parisinas, otro en una morgue, un tercero con la batalla en la frente. El comienzo es grande.
“La muerte es algo normal”.
Tampoco me reconcilié con estos asuntos tras la lectura del angustiado y obsesivo Vollman. Sigo estando, a mi pesar, más cerca de la actitud de Sábato, quien alega que para llevarlo, la muerte va a tener que recurrir a la fuerza pública. Cierro, bastante a cuento de nada, con otra cita de Vollman: “Extraigo el sentido de donde lo encuentro, y cuando no lo encuentro, lo invento. Y al obrar así, niego la falta de sentido, y al hacerlo me engaño a mí mismo”.
Matías Pailos
Etiquetas: Micronsayos
16 Comentarios:
me gustó. yo tengo el mismo problema que vos. en fin. tal vez lea algo de eso que decís. beso.
una cicatriz en la ceja no está nada mal.
Faltan precisiones: te abriste el arco superciliar cuando subías una escalera a oscuras: no me queda claro si sufriste un accidente o una cita de Borges.
J: en este aspecto, me gustaría no ser yo.
Depende la cicatriz. Esta no va a quedar mal.
A: es que quería citar a Vollman, y los detalles de mi accidente no venían muy a cuento.
lo del fusilamiento me hizo acordar a este corto, del director de PLAN B, Marco Berger:
http://www.marcoberger.com/marco/ultima_hi.html
yo no puedo verlo en mi computadora, ignoro por qué. espero que ustedes puedan.
(el fusilado y el que le da el beso son los dos protagonistas de PLAN B)
qué linda? la cita de Vollman, qué bien nos llevaste casi como de la mano hasta ella, para recordarnos el propio y tan negado miedo a la muerte.
a veces necesitamos lastimarnos el cuerpo físico para darnos cuenta de qué es lo real y como bien citás, creo también que lo que vale es lo que se nos queda para siempre pegado en el corazón.
que la cicatriz te lo recuerde.
aunque agradecida de la vida y de las buenas lecturas...jiji... yo también sigo intranquila.
que estés feliz. saluditos.
En 'Fuegos', Youcenar dice algo similar a la línea de Sábato: "La muerte, para acabar comigo, tendrá que contar con mi complicidad".
Adhiero a la idea de que la cicactriz en la ceja lo va a hacer rankear aún más alto entre el público femenino. (¿Era esa la idea?). Hasta puede contarles cómo se batió a duelo con un pirata en una escalera a oscuras. Es fantástico.
perdón, pero si un tipo con una cicatriz en la ceja me viene con el cuento de que se la hizo batiéndose a duelo con un pirata en una escalera a oscuras, me va a parecer -además de ñoño- bastante pelotudo.
Lo fantástico está en que a algunos espíritus simples nos parece un chamuyo pintoresco por lo absurdo de la metáfora. La onda es también no ahondar en literalidades inexistentes...
Recomendación: si pudieras ver "Six feet under"... no sé tus gustos, pero para mí excelente, nunca vi algo así en tele sobre ese y otros asuntos. guión, personajes, actores: súper. ojalá puedas verla y la disfrutes.
C: como soy un miserable, me alegra saber que no estoy solo en esta incomodidad.
Lo de Vollman es muy bueno.
B: agendo Youncenar. ¿Ese antes que "Memorias de Adriano"?
(Por supuesto.)
A: La tengo en lista de espera. Mi amigo Eric G (decadadelnoventa.blogspot.com) es fan, y afirma que tiene el mejor final de serie de todos.
OK. Me alegro. Pero no esperes tanto, bah, no sé. Muy bien por Eric, me sumo a la lista de fans, y eso que no suelo ser fan de nada. Tampoco he visto tantas series. Pero sí, me parece que la serie toda es lo mássss y el final es lo recontra másssssssssss. je.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos...
muy gracioso, Ariel.
Lo dije y lo reafirmo: el final de Six Feet Under vale por toda la serie, que ya era de por sí excelente.
(No leí "La muerte de Iván Illich", me parece que acabás de convencerme de cuál será mi próxima lectura)
Como me descubriste???
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