El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

04 marzo, 2010

La opinión ajena

¿Cuánto debe, exactamente, importarnos la opinión ajena? ¿Cuánto debemos hacer depender el juicio que sobre nosotros mismos y las cosas que hacemos y que son nuestra responsabilidad formamos, de la opinión del otro, los otros y el resto? ¿Cuánto –exactamente- es la pregunta?[1]

Supongamos que uno logra, con mucho esfuerzo, empeño y dinero dilapidado en bolsillos como alcantarillas, firmar, compaginar, editar, darle el corte final y estrenar y aún comercializar con cierto éxito una película propia. Supongamos –ahora que entramos en calor- que el día posterior al estreno recibimos una andanada/un vendaval/una avalancha de comentarios, juicios y críticas, que sabemos de la existencia de esa andanada/avalancha/vendaval o malón, pero no –no todavía- de su contenido.

Pero ahí están.

A tiro de diario, revista, radio, televisión y blogósfera. Entonces viene Lenin y pregunta: ¿Qué hacer?

Supongo, así como todos supusimos anteriormente, que la actitud ideal es leerlas en su justa medida, darles importancia en su justa medida y seguir adelante, haciendo ajustes en su justa medida que atiendan, en su justa medida, a los comentarios y comentaristas, ajustando la atención a la importancia, rigor y pertinencia del comentarista, así como a la evaluación propia acerca de importancia, rigor y pertinencia del comentarista. Algo así. La pregunta que cae de maduro es qué medida es justa, o qué medida es justa medida o alguna otra pavada del estilo. Pero no nos haremos los estúpidos: sabemos bien de lo que estamos hablando.

Lo sabemos tanto y tan bien que no haremos nada de esto.

Porque –sincerémonos- está bien tender a este ideal -i.e., hacer lo posible por ajustar el propio guión al guión original en cuestión-, pero está mal creer que lo podemos hacer. Porque está mal no pensar, en primera instancia, quién es uno, cuánto puede soportar, cuánto le hace bien a uno soportar. Cuánto te va a afectar el desplante, el ninguneo, la minusvalía, el desprecio –o cualquier juicio que no te ponga por las nubes, que no reconozca que hay un antes y un después de tu película, que el sentido de la historia de la humanidad e incluso el Sentido de la Historia de la Humanidad es o es revelado a través de tu película. O Película. ¡Vamos! Que el sentido o Sentido de la Historia de la Humanidad es tu Película.

Porque tu ego no solo se dobla, sino que también se rompe a la primera de cambio.

Así que acaso lo más sensato, razonable y racional sea encerrarte en tu casa, bajar las persianas, sacar la pistola de tu abuelo y apostarte detrás del sillón, esperando al primer hijo de puta dispuesto a dejar deslizar el diario debajo de tu puerta.

Es verdad: en una de esas esto sea exagerado. Una sobreactuación típica de tu conducta neurótica -no lo niegues. La verdad, como la justicia, está en el medio. Lo que hay que hacer –lo que en verdad, lo que en serio y de verdad hay que hacer- es hacer como si nada. Como si tal cosa.

Hay que ningunearlo. Hay que dejarlo pasar. Hay que evitar vivir el momento.

¿Qué? ¿Qué pasó? ¡Ah, sí…! Gracias, gracias… ¿Qué dijo? ¿En serio dijo eso? Mirá vos… No, no lo leí. ¿Dónde decís que está…? Sí, a la noche lo leo. Sí, sí…

…, y después no hacer nada. Nada. Nada de nada, y menos que menos, ¿escuchaste? No leés los diarios. No leés las revistas. No escuchás la radio ni mirás la televisión. No prendés la computadora, y de ninguna manera –si cedés a la tentación- chequeás mails, y jamás de los jamases –si caés en la trampa- los leés, y en modo alguno –si sos tan boludo como para- googleás tu película, tu nombre, tu dirección, tu ciudad u ocupación. Te dije que no.

Así que olvidate de preguntarle a tu mujer (que, a propósito, no está en casa) si leyó, escuchó o miró esto, aquello o lo de más allá. También (tengo que decírtelo) olvidate de preguntarle a tu mejor amigo si –él sí- leyó/escuchó/vio algo de todo lo que, eventualmente, podría llegar a afectarte. Pero claro: esta es otra relación que se deterioró fruto del enorme trabajo y el enorme esfuerzo y el enorme tiempo que insumió la realización, concreción y puesta a punto de tu película. Que –acaso-, en una de esas, llamarlo resulte un poco forzado. Acaso no de. Acaso no sea la mejor idea, no, es verdad, reconocelo.

Sé fuerte. Resistí. Recurrí, si la voluntad cede, si tu espíritu se ablanda, a una potencia ancestral, a la clave de la existencia: la negación. ¿Lo leí? No me acuerdo. ¿Así que en serio ella piensa eso de…? No lo sé. ¿Quién es?

1-No lo hice.

2-No lo sé.

3-No me acuerdo.

Tres breves fórmulas a las que echar mano en todo momento.

Cierto: esto puede sonar demente. ¿Vale la pena salirse de la realidad para evitar sufrir? ¿Vale la pena intentar tapar el sol con las manos, si al final el sol siempre va a brillar cual hinchapelotas pesado monotemático sobre nuestras cabezas?

Creo que sí. Pero acá no estamos para dar con la verdad, sino para negarla. Porque –además- acaso tampoco sea –siempre- -para todos- la mejor opción.

Después de todo ella –la crítica en cuestión, algo así como La Crítica, es nada más que una vieja –de acuerdo a estándares más que razonables, toda mujer que supere los cincuenta lo es- pasada de roscas, resentida con los que hacen, con los que pueden, con lo que se animan y se juegan. Una malcogida. Una mina que solo quiere una cosa.

Podríamos tener demasiados pruritos. Podríamos estar tan mal diseñados que sufriríamos si se nos obligara a evitar el contacto con ciertos hechos. Podríamos –por caso- dejar de vivir, sentir y pensar para pasar a pensar, sentir y -por tanto- vivir con la cabeza en el hecho negado. Entonces, ¿para qué negarlo?

La autoflagelación masoquista es la salida.

Consumir toda opinión, en particular las contrarias, las críticas fulminantes, los comentarios impiadosos y devastadores. El resto se los descarta, a la primera o segunda palabra, apenas se olfatee que algo bueno hay en el aire, y se vuelve corriendo a los que no dicen nada bueno. Se los lee, se los escucha, se los ve. Una y otra vez. Y otra más. De nuevo. Hasta que nos salten las lágrimas de leer cosas como que “el guión es insostenible”, “el guión parece escrito por un nene de dos años con delirios de grandeza”, “el guión… ¿qué guión?”, para escuchar cosas como “las actuaciones fracasan, salvo las de algunos personajes secundarios, que son en verdad muy buenas. Tanto que parecen de otra película. ¿En qué pensaba el director cuando filmaba esto? La respuesta está en el aire: no pensaba”, para ver cómo el principal programa televisivo dedicado al cine –conducido por ella- dedica todo un bloque –a cargo de ella- a triturar tu película, con juicios –de ella- como “un lamentable film debut de este lamentable director. Con un poco de suerte, también sea su lamentable despedida”.[2] ¿Para qué? ¿Con qué fin? ¿Cuál es la utilidad de consumir toda esta masacre?

¡Para enfrentarse a la verdad! ¡Para estar a la altura del deber intelectual de cualquier individuo adulto, serio, responsable e inteligente! Para eso…

Pero vos podrías no ser un fanático kantiano del deber a ultranza. Si todavía te tira hacer esta gansada, entonces mejor que te vayas buscando otra razón. Por caso, dar con la mejor preparación para que la obra siguiente –el film superador- sea no solo mejor, no meramente bueno: genial.

Se me dirá: no es verdad que lo que no te mata te fortalece. A veces (¿en general?) te puede dejar doblado en un hospital enchufado a una sonda por lo que te quede de vida, si eso puede llamarse vida.

A veces, sin embargo, se limita a dejarte estéril.

Se me dirá que es lo que uno se merece después de todo lo que hizo por sacar adelante una película más bien de mierda, pero, ¿cómo saberlo? ¿Cómo saber que uno no es un genio cuando en verdad nadie puede saberlo en serio? Eso justifica encamarse con más de una crítica, por más vieja y malcogida que sea. Eso justifica, incluso, correr el riesgo que se encapriche con vos y que te plantee seriamente, sin ningún lugar a dudas, que dejes a tu mujer. Que más te vale si querés seguir filmando.

Pero vos querés seguir filmando.

Vale la pena, entonces, gastárselas en otra táctica: la anticipación.

Salí a hablar mal de vos mismo. Salí a hablar pestes de tu guión, tus actores, tus montanistas, tus sonidistas e iluminadores, salí a hablar pestes de tu productor, tu director, tus editores y tu puta película. Salí a enterrarte a vos mismo. “Película de mierda”, “Película inmirable. Película invisible”, “La peor película de la filmografía nacional”, “La peor película de la historia”, o si no también sirve, si sos lo suficientemente snob como para aspirar a un grado ulterior de sofisticación, “ni siquiera la peor película de la historia”, “Ni buena ni mala: aburrida”, “Mediocre”, “Una más”, “Que pase el que sigue”.

Esta política tiene ventajas indudables. Te blinda. Te acoraza tras un escudo protector que hace que todo tiro que te dirijan tenga un si es no es a pólvora en chimangos. Nadie quiere esto –nadie lo “prefiere”, más bien. Porque si bien “preferirían” que vos creyeras a pie juntillas (¿a quién importa lo que creés? ¡Queremos que lo digas!) en lo imperecedero e insoslayable de tu película, nos basta con que tengas una módica fe en ella. La confianza necesaria para emprender la promoción. El stock básico de certeza en la propia valía. La decisión imprescindible para pedirle unos mangos a tu mejor amigo, después convencerlo de que esa apuesta inmobiliaria es segura, que ese fondo de inversión es el modo más directo y firme para duplicar, triplicar e incluso sextuplicar el capital inicial arriesgado, incluso a sabiendas de que es meramente una pantalla, un agujero negro de guita, la excusa para un desfalco –legítimo. El arte justifica todo exceso. El arte solventa cualquier carencia-, incluso con la certeza de que la entente conformada por el estudio de arquitectura Salvio&Salvio&Salvio y el buffet de abogados Wilkins, Mendez Etcheverry y Noriega Villafañe (en las sombras, y con el que estás conectado y –acaso este no sea el vocabulario técnico, ni tampoco uno que, en ningún sentido aceptable, se corresponda y permita dar una cabal idea de lo que realmente es el caso- arreglado) tiene la menor intención de construir nada más que una extensión de sus cuentas en Saint Kitts & Nevis. Que –vamos- no tengas nada que pueda calificar más o menos como una intención seria de restituirle, en lo inmediato, el menor centavo de todo lo que, generosamente, aunque le sobre, porque por algo tiene doble apellido, te prestó.

Tampoco te creás que te necesitamos tanto. No importa tanto lo que digas o dejes de decir. Siempre hay adalides del arte auténtico dispuestos a mostrar las cartas y echar luz y sacar los trapitos al sol a como-de-lugar. También se puede confiar en los idiotas que no reparan en las sutilezas de este juego, y a los que actúan como si ni les fuera ni les viniera lo que vos puedas decir sobre vos y tu peliculita del orto.

Lo que quiero decir es que hay que contar con la mierda en contra. La maniobra suicida no te va a salvar: pero va a hacer que la mierda huela a fresas salvajes y rosa mosqueta.

Esto tampoco sirve, lo sabemos. Porque una jugada del estilo te garantiza la salida a la palestra de finos intelectuales sensibles a las maniobras minimalistas, decodificantes, posmodernas y metadiscursivas que una película tan de mierda desde una óptica clásica, convencional e ingenua como la tuya exhibe con acabada maestría. Con pulcra precisión. Con tajante hidalguía. Con un coraje y una desmesura tan heroica como un Quijote frente a molinos de viento.

Ellos te van a elevar, a entronizar, a endiosar. A cosificar. A usar, lavar y reciclar. Finalmente, a defenestrar, a dejar caer, a quitar sutilmente la tablita sobre la que te creías firmemente asentado, pero en la que en verdad, sin saberlo, estabas haciendo equilibrio.

Como lo que hizo la turra de la vieja.

O meramente te van a dejar de lado.

Como lo que hizo (¿hace cuánto, ya?) tu mujer. La hija de puta de tu mujer, que no te perdona una. ¿Qué es una infidelidad, contra seis años de sólido noviazgo?

Esto tampoco sirve.

¿Qué hacer, Lenin? ¿¿¿Qué???

Lo que hay que hacer, como resulta evidente una vez que uno ha transitado mentalmente y por adelantado todos estos caminos, es tomarse las cosas en serio, dar dos pasos atrás, y hacer una película de mierda. Filmar, adrede y con toda intención e incluso intencionalmente, un mamarracho injustificable, imposible de rescatar teóricamente, imposible de vivir ajustado a una butaca, a una cama, a una silla de computadora. No difícil, insisto: imposible. E imposible de reseñar. Que sea la mezcla exacta de pésima calidad, malos objetivos, nefastos actores, guión entre rudimentario e inexistente, realización ausente y –esto es lo más importante- que defraude en todo sentido. Que sea un bodrio aburridisidísísimo -pero también barato. Que sea la combinación perfecta del más contemplativo cine iraní y la más melodramática y berreta telecomedia sentimental. Que incluya golpes bajos. Que no sean siquiera golpes. Que burle toda expectativa. Que, entre lo uno y lo otro, no se quede con ninguno.

Esto es importante destacarlo. Con ninguno. No con ambos. Ninguna mierda tipo “Irma Vep”. Ninguna garcha de reconciliación de opuestos ni de cruce de tradiciones ni puta mierda. Con ninguno. Con nada.

Que quede todo relegado al olvido.

Uno puede preguntar, en este punto, qué se gana con esto.

La respuesta podría estar en el ejercicio adolescente de la rebeldía, en la puesta en práctica de una libertad irredenta, en la reivindicación del capricho personal más allá de cualquier ambición y pretensión creativa. En un extremar voluntades. En una autoafirmación del yo autosuficiente.

La respuesta podría ser una pareja no rifada. La respuesta podría ser ahorrarse una amante despechada. La respuesta podría ser un amigo no mortalmente ofendido. Ni enojado.

Pero no.

¿Qué carajo quieren decir las últimas veinte frases? ¿Qué carajo quieren decir las últimas doscientas? Nada que pueda entender. Uno quiere gustar. Quiere que lo que uno hace con tanto esfuerzo, sacrificio y vueltas de la mollera en el exprimidor, deje extáticos de placer, de emoción, de enrosques intelectuales, al público espectador. Uno no va más allá de tibias y moderadas ambiciones burguesas, por muy grandilocuentes que sea su expresión. ¿Cómo contribuye el propio fracaso a este fin? De ninguna forma.

Pero además esto es soslayar la cuestión y cambiar de tema. La película ya la filmaste, la opinión ajena ya está presentada y ya toca a tu puerta y abras o no se te va a meter adentro. La pregunta sigue siendo qué hacer con ella.

Como la carta documento que recibiste una semana atrás. La que te instaba a presentarte, en el plazo de siete (7) días en los Tribunales Federales para responder ante las acusaciones de estafa (después decía más cosas, algo así como “múltiple”, “agravado”, “dolo” y algunas otras cosas parecidas) por parte de alguien que en otro momento se decía tu mejor amigo, el muy miserable.

Ya descartamos el enfrentamiento cara a cara (perdés), el ataque a traición (perdés), hacerte el boludo (perdés de lo lindo), el espíritu negociador y conciliador en búsqueda del acuerdo consensuado (perdés por goleada en un enfrentamiento cara a cara coronado por un ataque a traición, boludo).

No me digas que el ataque terrorista es la salida. No sugieras ir a poner bombas a diarios, revistas, radios y canales de televisión. No pretendas infectar de virtuales virus la virtual blogósfera, cuando no tenés ni puta idea qué es un byte. Cuando nunca tuviste un arma en la mano. Cuando aún cuando el mundo arda, la opinión va a estar todavía en el aire.

Estamos lidiando con potencias abstractas. Con entidades platónicas. La opinión ajena es algo que no existe que infecta tus sinapsis hasta dejarte babeante, con ojos vidriosos, en pleno balbuceo, cagado encima.

No me hables de fugar hacia delante. La opinión ajena es una esfera cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna.

La opinión ajena es como el aire que respirás. Y por más que quieras ser aire, mi amigo, y fluir anarcotizado, eso no va a ocurrir. No sos un gemelo fantástico.

Si tocan a tu puerta, como ahora, no hay salida. Así que podrías pensar que una salida posible es no soltar la pistola del abuelo. Abrir la boca. Eso. Así. Otra idea de mierda. No se puede confiar en vos. Ahora metela adentro. Eso. Así. ¿Te gusta? ¿Te deja contento? Es obvio que así no vas a arreglar nada. Es obvio que así solo vas a multiplicar las dificultades. Tampoco vas a modificar la opinión sobre tu película, sobre tu vida, sobre vos. Eso. Así. Te gusta, ¿no? Era obvio que te gusta. Otra vez la salida fácil. El primer paso para salir adelante es reconocer que se está en el fondo del pozo. Que no podés caer más abajo.

A menos que sigas adelante.

Eso. Así. Ni se te ocurra apretar.

Matías Pailos


[1] ¿Mucho, poquito o nada?

[2] Por supuesto que todo esto es una exageración deformada por el lente de los ojos inseguros del eventual cineasta. La Crítica no muestra –no puede mostrar- tamaña uniformidad o ni consenso. No hay nadie tan despiadado. No hay nadie tan ridículamente artero ni tan torpemente cruel. De modo similar, es impensable un público consumidor de comentarios tan desmedidos e infantilmente sádicos, así que nada de esto ocurrió, ocurre, ni puede llegar a ocurrir. Las cosas no son así.

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4 Comentarios:

Anonymous Nacho dijo...

Llegué al final, exhausto pero feliz.
¡Cuento genial! ¡Cuento de mierda! La opinión ajena, por inconsistente, se cancela a si misma.
Abrazo

8/3/10 14:50  
Anonymous MP dijo...

Gracias, Nacho. Una prueba de amistad. Tengo el título de la colección de cuentos 2010, en la que li stronzzi tiene todo que ver, así que no estabas tan mal rumbeado.

9/3/10 02:20  
Anonymous Nacho dijo...

Ese sí que es un título de mierda para una colección de cuentos.

9/3/10 21:31  
Anonymous MP dijo...

No, pero tiene una justificación con cita snob incluida... es bárbaro...

10/3/10 01:37  

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