18 éxitos
En primer lugar quería agradecerles
su presencia. Admito que esta captatatio benevolentiae suena un poco trillada,
pero la utilizo porque, como sabrán, a fin de año se publican muchos libros: es
ahora o esperar al año que viene porque nadie quiere sacar un libro en el
verano, incluso este, 18 éxitos para el
verano que, como las colecciones de moda, tiene que salir en primavera.
Como les decía, la consecuencia natural de que se publiquen muchos libros es la
multiplicación de las presentaciones, por lo que, seguramente hoy se están
presentando al mismo tiempo dos o tres libros más. Por eso quiero enaltecer su
presencia, lo que significa que no sólo han venido acá sino que han dejado de
ir a la presentación de otro libro para poder estar hoy en este lugar. Es como
los partidos de los equipos que luchan para no irse al descenso que en lugar de
tres dicen que valen seis o nueve puntos. Yo ayer qué iba a hacer sino ir a la
presentación de un libro, una antología del escritor uruguayo Mario Levrero que
seleccionó y prologó un amigo y que se presentó en el bar Varela Varelita. Como
la presentación era en un bar que es conocido por la generosidad de sus medidas
en los tragos, no fue difícil quedarse bebiendo y charlando hasta altas horas.
La cosa es que, cuando me quise ir me di cuenta que mi mochila no estaba. Mi
mochila es como para Batman el cinturón, ahí tengo todos mis gadgets, desde una pantalla solar a una
alicate de uñas, pasando por quitamanchas, libretas de apuntes, anteojos de sol.
Pero lo primero que pensé –tenía encima la billetera y el celular– fue que en
la mochila tenía mi colección completa de libros de Mauro Lo Coco.
Este es el momento en que mi madre
hace _AHHHHHHH.
Y, claro está, todavía no había
escrito esta presentación, que fui pateando porque me daba miedo escribir sobre
un libro como 18 éxitos. ¿Qué decir?
¿Cómo estar a la altura? Lo positivo es que era una gran oportunidad para
releer la obra de Mauro, y en eso había estado estos días. Pero ahora, horror.
Me la habían afanado. Me imaginé a los ladrones abriendo la mochila, extrayendo
los libros, leyendo algo al azar, azorados como primate ante plato volador ¿qué
es esto? ¿de dónde viene? ¿pára qué sirve? Hoy no me quedaba otra que escribir de memoria, citando mal, mezclando los
poemas de todos los libros y pensar que nadie va a creerme, que va a sonar como
el cuento del alumno al que la tarea se la comió el perro. Y lo que más lamentaba
era no poder recuperar un ejemplar de Ricardo
Gravitando, por que sé que quedan pocos, o ya está extinto y de todas
formas, la pérdida de mi ejemplar ya
era irreparable. Guardo un cariño especial por ese libro porque fue el primero
que leí de Mauro. Allá por el 2010 comencé una maestría en Comunicación y
cultura que como todos mis estudios en Comunicación, nacía de un profundo
desconcierto acerca de qué hacer con mi vida y una remota esperanza:
_La comunicación proveerá.
De los cincuenta compañeros sólo una
persona me resultó familiar: una colega comunicóloga que conocía porque estaba
casada con un compañero mío de la primaria, rancheamos juntos en los bancos del
fondo. Ella tenía un conocido de la carrera: un tipo canoso, simpático, que
sabía de literatura. Nos hicimos amigos. Resultó que era poeta. “Ah, poeta,
mirá vos”, dije con el manto de desconfianza que todo narrador tiende sobre los
cortadores de verso. Al poco tiempo Mauro cayó con un Ricardo Gravitando y me lo regaló. “Cagamos” dije yo. “Este puede
ser el fin de una hermosa amistad”.
El título estaba en gerundio, lo
que podía significar dos cosas: o Mauro Lo Coco era un genio de la literatura o
era un boludo atómico. Pero lo editaba Del Dock, la misma editorial que había
reeditado Crawl de Viel Témperley, eso
me daba esperanzas.
Empecé a leer ese libro con sumo
cuidado, pasaba las páginas con la delicadeza con la que se manipulan
materiales explosivos. Era un poema narrativo, punto a favor, sobre un tal
Ricardo Cambiasso, que cobra una indemnización y se contrata un tour por el
campo. Había campo, pampa, piscas de gauchesca, un pato. me gustaba. Había un
tal Beto, especie de Sai Baba telúrico. Los personajes hablaban raro, quiero
decir, había un uso de la oralidad muy extaño, no era una recreación, llegabas
a escuchar las voces, con el narrador, sucedía lo mismo, y además de pronto intercalaba
reflexiones como “El pasto yo nunca pensé/ la fruición de comer lo mismo que
estás pisando” o “por más alto que estés, el vértigo se cura con piso” y de
repente pintaba la música, porque era un poema: “suena peludo el bombo legüero”
o “La aprendí del tero. De la triste canción que pió poco antes que
durmiéramos, y el sol se doblara en las trutrucas”. Pero la revelación me llegó
sobre el final del libro. Cambiasso hace una excursión y se encuentra con un
viejo que se llama Aughentaler y el viejo tiene un perro que se llama Caifás. Y
el perro ladra que te ladra. Entonces, en el poema (cito): “Lo chirlaron y le
hablaron bajo: déje joder.” Mauro no había escrito “Déje de joder” ni tampoco
el “dialéctico” o “mimético” Déje e’ joder” con e y apóstrofe. Mauro había escrito
Déje (con acento en la é) y al lado joder. Si se leía “literalmente”
significaba lo contrario de lo que “quería decir”, el sentido del reto “deje
joder”, en el que el “de” se disuelve en la sinalefa vocálica sólo emergía si
la escritura se resolvía en la voz, o dicho de otra manera, la voz aparecía
violando las normas de la escritura, utilizando su sentido a contrapelo.
Después de leer eso ya no tuve más dudas. Estaba ante uno de esos milagros
paganos que nos hacen renovar los votos con la literatura. Porque que de
cincuenta personas en una maestría yo justo me viniera a hacer amigo de uno que
escribe, vaya y pase, pero que ese tipo fuera un gran poeta y encima secreto.
Bueno, pasa en las películas. Después por si quedaban dudas Mauro sacó el Niño cacharro, del que vamos a tardar
veinte años en entender algo, si es que alguna vez entendemos, si es que hay
algo para entender y que es como los libros de Libertella: un río de lenguaje
en el que nadie se baña dos veces, misterio puro, invocación, que dice cosas
como “Laotsé en el cuarto/Musa en la misión”. O “Ahora soy general? / ¿El
partido es un plomazo?/ No más mochin/ Salame queso y golazo”. Aunque la última
parte de Niño, titulada “Despostes”,
más civilizada y amena, anuncia el tono de 18
éxitos, especialmente en poemas como “El coso nunca arrancó”, “Animales
abandonados” o “Con chapas hacíamos cualquier cosa”. Con esto quiero decir, si
vinieron por los 18 hits genial, pero si no tienen un Cacharro yo que ustedes me llevaría uno. Piensen lo que da la gente
hoy por un original de El fiord, y en
su época no sabían dónde metérselos.
A todo esto con Mauro tratábamos de
llevar adelante una maestría, que en pocas palabras era como el regreso a la
escuela primaria del protagonista de Ferdidurke: con maestros distraídos y
tiránicos, compañeritos y compañeritas, recreos, etc. En las clases, para no
aburrirse, Mauro hacía anagramas. En pocos meses había hecho los anagramas de
los apellidos de los cincuenta compañeros y todos los profesores. Sus anagramas
eran como una carta astral de la lengua: a un compañero muy crítico de todo que
se apellidaba Linne, lo anagramizó Lenin. A nuestro profesor y después amigo
Esteban Di Paola: Da Piola. En un seminario muy sesudo sobre Derrida, Mauro me
pasó un papelito que decía: “Derridá, dos puntos, Da de reir”.
En el medio de todo esto yo empecé
a organizar con un amigo y una editorial un ciclo de lecturas y para la primera
fecha lo invité a Mauro. Lo que yo no sabía es que Mauro llevaba varios años
sin escribir. Tampoco me lo dijo en ese momento, me lo contó mucho después. No
sé si conocen la anécdota de Orson Welles. Welles necesita guita, está
desesperado. Entonces levanta el tubo y llama a un productor de Hollywood y le
dice que tiene un guión buenísimo, que si lo quiere comprar, y el producto le
pregunta de qué se trata el guión, y Welles dice lo primero que se le cruza por
la cabeza, y el productor pica y le pregunta más, quiere saber cómo sigue la
historia, y Welles se la va inventando, en vivo, a medida que se la cuenta. No
sé si esta historia es cierta, pero me encanta. La cosa es que Mauro trajo unos
poemas que tenía escritos de hace tiempo y antes de leer dijo que formaban
parte de un libro que estaba preparando y que se iba a llamar… 18 éxitos para el verano y leyó algunos
de los poemas que están en el libro y el público estalló. Yo después le pedía
esos poemas y otros, para tenerlos y él me decía, “bueno, sí, después te los
paso, los estoy trabajando”.
Ayer, en la presentación que se
cobró mi mochila, estaba Marcial Souto, que fue el primero que editó en
Argentina a Mario Levrero. Apenas lo leyó, Souto se volvió loco e hizo de todo
para difundir la obra de Levrero, pero nadie le daba bola. Ayer estaba
sorprendido por la cantidad de gente que había y decía que Levrero tampoco lo
habría creído, pero no tenía para nada ese tono de revancha, de “yo tenía
razón, vieron”. Estaba contento, por supuesto, pero yo creo que, en algún punto
recóndito le daba lo mismo que Levrero fuera reconocido o no, quiero decir,
cuando uno la flashea con un autor, la flashea y punto, no necesita que venga
el mundo a darle la razón. “Donde hay un lector, hay un mercado”, decía
Libertella. Hace poco Mauro me dijo que Cecilia y yo lo convencimos de volver a
escribir y yo dije, “bueno, ya está” con que diga esto en público –no hace
falta, ya lo estoy diciendo yo– ya tengo garantizada mi nota al pie en la
historia de la literatura. Pero por otra parte, tampoco hace falta esperar a la Historia, porque la
emoción estética que me produce la lectura de los poemas de Mauro yo la tengo
ahora mismo, sin mediaciones y me gustaría que a otros les pasara lo mismo,
pero no para hacer prensa o proselitismo, en plan “El mundo se ha vuelto Lo
Coco” sino del mismo modo en que les puedo desear que sean felices, o que tengan
una experiencia trascendente. Ojalá a ustedes les pase lo mismo que me pasó a
mí cuando leí los poemas de 18 éxitos,
porque significan que les va a pasar algo en serio que, hoy por hoy, ya es
mucho decir. Y ahora sí, voy al libro que me parece la mejor puerta de entrada
a la obra de Lo Coco. El título está muy bien puesto, es como un greatest hits locoquiano, su libro más
popular, fiel a los tiempos “Lo Coco para todos”. Para los que lo escucharon
leer, acá están los poemas que han causado sensación en la platea y desmayos en
la popular, como “El ruido de la heladera, ese verano” “oíme Noelia:” “1988,
jueves santo” o “ariel tiene un ciclomotor”, pero hay otros, muchos por suerte,
como “por ir desesperado” “absorto Alberto”, “se termina un cuatrimestre” “la
costumbre de perder” que yo no conocía y que me volaron la peluca. En realidad
los 41 poemas son hitazos. 18 éxitos es
como esos recitales de Los Ramones, que nunca aflojan, nunca bajan, one two three four palo y a la bolsa y
otra vez one two three four.
Traté de pensar por qué me gusta
tanto la poesía de Mauro, en las razones
del gusto. En primer lugar tendría que decir que, como todo gran invento,
esta poesía es producto de un accidente. Mauro quería ser narrador y como
parece que no se le daba, probó suerte con la poesía. Y digo, algo de esa
codificación genética quedó, porque cada poema es como el germen de un relato:
un cubito del iceberg. Es más, yo tengo la sospecha de que el último poema:
puro flúo/rémix, que me atrevería a calificar como un relato en verso es la
demostración de esta hipótesis, hagan la prueba, lean la primera estrofa, o las
dos primeras y van a ver que tranquilamente podría cerrar ahí y ser uno más de
los poemas del libro. Es como si, por una única vez, Mauro hubiera condescendido
a pasar al acto la potencialidad del relato que se agazapa, embrionario, en
cada uno de sus poemas. Incluso los de dos líneas. Primera clave, entonces:
efecto iceberg elevado a la enésima potencia de la poesía.
Vamos por más, vamos por la ostranenie
de Lo Coco. A mi me encanta ir a
las lecturas de Mauro porque casi nadie lo conoce y no saben lo que se viene.
Cuando empieza a leer todos se miran y un fantasma con forma de pregunta
recurre el auditorio ¿Esto es poesía? Algunos no saben si se pueden reír,
aunque les cause gracia, al final todos terminan cagándose de risa, pero
algunos después por ahí se quedan pensando “¿era para reírse?”. Cuando vos te
vas a ir de viaje a un país con costumbres muy distintas a las nuestras, como La India, por ejemplo, los que
ya la visitaron suelen decirte “los primeros días no vas a entender un carajo y
te vas a querer ir a la mierda, pero después la vas a flashear a colores y no
te vas a querer ir más”. Yo creo que con los autores que proponen algo nuevo,
algo distinto, pasa eso. Pienso que con la poesía de Mauro puede pasar eso, que
al principio no entiendas bien de qué va la cosa, que te sientas perdido, pero
que, cuando entres, ya no quieras volver a salir. En el sitio web de poesía
argentina actual hay colgados algunos poemas de Mauro y el primer comentario un
tal Sergio Osorio dice:
¿Esto es la poesía moderna o joven de
Argentina? No puedo creer que estemos en una crísis así, de onda, eso ni
siquiera tiene un sentido poético, ni rítmico. Sólo porque tiene cortes
sintácticos y forma de verso eso es poesía? Que me lo expliquen!
Pero dos comentarios después
La máquina de hacer cucuruchos le responde:
gran parte de la poesía es rodear lo que se
quiere decir, cada uno lo rodea con lo que quiere, este tipo usa boludeces mal
escritas, pero eso es la parte de afuera, adentro dice cosas muy profundas y
emotivas.
Cuando Berni hace un collage
con objetos que recogió en los basurales la basura deja de ser basura y se
convierte en un cuadro de Berni. Mauro cartonea en el habla cotidiana y
coloquial, en lo que se dice en forma automática, sin pensar, y lo coloca en el
frame de un poema para volver a darle
valor, para recargar esas voces vacías de sentido y ponerlas a hablar de “Los
grandes temas”. Como dice Shklovski, el automatismo es muerte “si la vida
compleja de tanta gente se desenvuelve inconscientemente, es como si esa vida
no hubiese existido”, cuando hablamos sin pensar, estamos mudos, es trabajo del
poeta devolvernos la palabra. Cuando Mauro Lo Coco habla de la muerte, repito
Cuando Mauro Lo Coco habla de la muerte con un paquete de bizcochos para mí es
como el Diego, haciendo jueguito con una pelotita de golf. Otra vez Shklovski, ya
que estamos: “El mérito del estilo consiste en ubicar el máximo de pensamiento
en un mínimo de palabras”. Mauro no necesita hacer ningún alarde, igual la
mueve y cuando tiene que tirar la gambeta la tira, pero no para la tribuna,
sino para el equipo, Pasarela, en función de crítico literario diría: “Lo Coco
entiende el juego”. Si lo leen con atención van a encontrar todas las figuras
retóricas, todos los tropos, todas las redes de rimas, están donde tienen que
estar: al servicio del poema, jugando para el equipo.
Tercero y último: en la
mayoría de los poemas de 18 éxitos
hay escenas que son como anti-epifanías: revelaciones sobre la finitud de la
vida o el fracaso inevitable de la existencia, como dice uno de los poemas “Si
la vida fuera absurda, la pasaríamos mejor, pero no. No sé como será”. Pero estas
antiepifanías están recubiertas de un humor que las hace tolerables, como la
cápsula blanda de gelatina que recubre el amargor insoportable del remedio. Yo
creo que el humor es la expresión más alta de la inteligencia, porque no sólo
implica entender algo, sino ser capaz de desarmarlo y darlo vuelta, hasta
hacerlo funcionar contra sí mismo. Algunos pueden pensar que la gente que tiene
sentido del humor es optimista, feliz e incluso algo ingenua; yo creo que se
trata de lo contrario, sólo desarrollan un agudo sentido del humor los
sobrevivientes del desánimo, como un antídoto a la papusa del pesimismo.
Ya termino, traté de no citar
fragmentos de los poemas para instar a Mauro a que lea la mayor cantidad posible
de éxitos.
Hoy a la mañana me sonó el
teléfono. Era el editor uruguayo de la antología de Levrero que se había
llevado mi bolso por error y me llamaba para coordinar la entrega.
Antes de devolvérmela, como en un aparte,
deslizó:
_Che, que cosas más raras tenés adentro de esa mochila.
Ariel Idez
3 cortes de 18 éxitos para el verano
ponéle
si yo tengo una fiambrería
y estoy con el queso todo el día
comiendo queso cortando queso
esto es lo mismo
te echan te indemnizan
comprás un auto, lo ponés a remisear
al tiempo estás remiseando vos
¿qué vas a querer ir a la costa en coche?
el moco y alberto
seguridad rumiante entre los dedos
las yemas de alberto moldean una bolita
se detiene y la escruta:
asoma un pelo blanquísimo, lo observa
algo está pensando
es raro el mundo en la nariz
tuvimos un perro esas vacaciones
le pusimos colita pero
respondía cualquier apodo con tal de comer
Ariel Idez
3 cortes de 18 éxitos para el verano
ponéle
si yo tengo una fiambrería
y estoy con el queso todo el día
comiendo queso cortando queso
esto es lo mismo
te echan te indemnizan
comprás un auto, lo ponés a remisear
al tiempo estás remiseando vos
¿qué vas a querer ir a la costa en coche?
el moco y alberto
seguridad rumiante entre los dedos
las yemas de alberto moldean una bolita
se detiene y la escruta:
asoma un pelo blanquísimo, lo observa
algo está pensando
es raro el mundo en la nariz
tuvimos un perro esas vacaciones
le pusimos colita pero
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