El Paraíso
El comentario más elogioso que puedo imaginar lo hizo Alan Pauls. Versaba sobre ‘Los Detectives Salvajes’, la novela de Bolaño, y, palabras más, palabras menos, decía de ella que era una novela en la que le gustaría vivir.
No es que uno quiera vivir en toda obra de la que gusta. Durante algún tiempo mi novela de cabecera fue ‘Bajo el Volcán’. Yo no quisiera vivir en esa novela (tampoco lo quería entonces). Pero alguna parte, alguna parte sustancial de aquellas, digamos, obras de arte de las que gusto sí llenan ese requisito, y sí quisiera habitarlas. ‘Detectives Salvajes’, por ejemplo. (Pero no ‘2666’, por ejemplo.)
Cuando era más chico quería vivir en una novela rusa. En particular en una novela de Dostoievski. Quería pasarme páginas y páginas de mi vida inmerso en diálogos y soliloquios encarados con el cuchillo entre los dientes, poniendo en cada palabra, en cada inflexión todo mi ser, todo lo que era y lo que debía ser, y lo que quería ser, y lo que repudiaba ser (pero era). Quería ir a por lo trascendente, tras lo trascendente inmanente, quería ser lo esencial, quería ser todas las cosas. No sé qué quería. (No sé tampoco si quería algo. Probablemente sí. Probablemente algo que no estaba en una novela rusa.) No sé si quería ser o hacer. Lo quería con urgencia, eso sí. Quería también ser Pierre Bezujov de ‘Guerra y Paz’, el mastodonte aristocrático de puro intelecto dado a la abstracción, pura inocencia impermeable a las convenciones a las que desesperadamente quería aprehender, vagando por las calles de una Moscú deshabitada, arrasada por órdenes del zar, a la espera del inminente arribo de las tropas napoleónicas. Dispuesto a morir con una sonrisa de alienado. (Pero al final se salva –y esto es esencial para querer ser Pierre Bezujov, para que yo quiera ser él.) Quería ser el barón o duque (ya no recuerdo) de Pontmercy, fatigando las líneas de ‘Los Miserables’ tras Cosette (¿era Cosette?), traspasando una barricada y casi muriendo (pero quedándose finalmente con Cosette. Quería ser Julien Sorel. Quería vivir en el siglo XIX.
Pero eso pasó. Lo que quiero ahora, o hace… dos meses, o dos años atrás (no estoy seguro que lo quiera ahora), era vivir en una película. En algún cierto tipo de película. Quería, qué original, ser Antoine Doinel. Quería vivir enamorado. Quería ser cancherito hablador, elegante y atildado, gestual y contenido. Quería ser ese Antoine Doinel vis que de las películas de Truffaut pasa a ‘La mamá y la puta’, la película de Eustache, que le canta a la minita más fea de las tres, la única que ama, una tontísima canción de guerra y de amor, y se ríe y la mina lo mira, fascinada, queriendo poner distancia de la estupidez encarnada de Leaud (el Doinel vis de Eustache, el otro y el mismo Doinel de Truffaut), y no pudiendo.
Lo que en verdad quería era vivir enamorado. Perpetuamente enamorado. Quería que mi vida fuese un día, un solo día en el que conociera a la mujer de mi vida, de la que me enamoraría instantáneamente, con la que caminara por Viena sin poder perderme (imposible perderse en Viena, parece), a la que no besar treinta veces, a la que besar torpemente, a la que se enamorara de mí, a la que coger en una plaza. De la que despedirme en el andén, adiós, eso fue todo… ¡no! ¡Veámonos de nuevo, qué estúpidos fuimos, qué esnobs, veámonos de nuevo, en seis meses, seis meses!
Y que después que no importe que seis meses sean nueve años.
Y que no haya después. Que sea siempre ese día.
Matías Pailos
No es que uno quiera vivir en toda obra de la que gusta. Durante algún tiempo mi novela de cabecera fue ‘Bajo el Volcán’. Yo no quisiera vivir en esa novela (tampoco lo quería entonces). Pero alguna parte, alguna parte sustancial de aquellas, digamos, obras de arte de las que gusto sí llenan ese requisito, y sí quisiera habitarlas. ‘Detectives Salvajes’, por ejemplo. (Pero no ‘2666’, por ejemplo.)
Cuando era más chico quería vivir en una novela rusa. En particular en una novela de Dostoievski. Quería pasarme páginas y páginas de mi vida inmerso en diálogos y soliloquios encarados con el cuchillo entre los dientes, poniendo en cada palabra, en cada inflexión todo mi ser, todo lo que era y lo que debía ser, y lo que quería ser, y lo que repudiaba ser (pero era). Quería ir a por lo trascendente, tras lo trascendente inmanente, quería ser lo esencial, quería ser todas las cosas. No sé qué quería. (No sé tampoco si quería algo. Probablemente sí. Probablemente algo que no estaba en una novela rusa.) No sé si quería ser o hacer. Lo quería con urgencia, eso sí. Quería también ser Pierre Bezujov de ‘Guerra y Paz’, el mastodonte aristocrático de puro intelecto dado a la abstracción, pura inocencia impermeable a las convenciones a las que desesperadamente quería aprehender, vagando por las calles de una Moscú deshabitada, arrasada por órdenes del zar, a la espera del inminente arribo de las tropas napoleónicas. Dispuesto a morir con una sonrisa de alienado. (Pero al final se salva –y esto es esencial para querer ser Pierre Bezujov, para que yo quiera ser él.) Quería ser el barón o duque (ya no recuerdo) de Pontmercy, fatigando las líneas de ‘Los Miserables’ tras Cosette (¿era Cosette?), traspasando una barricada y casi muriendo (pero quedándose finalmente con Cosette. Quería ser Julien Sorel. Quería vivir en el siglo XIX.
Pero eso pasó. Lo que quiero ahora, o hace… dos meses, o dos años atrás (no estoy seguro que lo quiera ahora), era vivir en una película. En algún cierto tipo de película. Quería, qué original, ser Antoine Doinel. Quería vivir enamorado. Quería ser cancherito hablador, elegante y atildado, gestual y contenido. Quería ser ese Antoine Doinel vis que de las películas de Truffaut pasa a ‘La mamá y la puta’, la película de Eustache, que le canta a la minita más fea de las tres, la única que ama, una tontísima canción de guerra y de amor, y se ríe y la mina lo mira, fascinada, queriendo poner distancia de la estupidez encarnada de Leaud (el Doinel vis de Eustache, el otro y el mismo Doinel de Truffaut), y no pudiendo.
Lo que en verdad quería era vivir enamorado. Perpetuamente enamorado. Quería que mi vida fuese un día, un solo día en el que conociera a la mujer de mi vida, de la que me enamoraría instantáneamente, con la que caminara por Viena sin poder perderme (imposible perderse en Viena, parece), a la que no besar treinta veces, a la que besar torpemente, a la que se enamorara de mí, a la que coger en una plaza. De la que despedirme en el andén, adiós, eso fue todo… ¡no! ¡Veámonos de nuevo, qué estúpidos fuimos, qué esnobs, veámonos de nuevo, en seis meses, seis meses!
Y que después que no importe que seis meses sean nueve años.
Y que no haya después. Que sea siempre ese día.
Matías Pailos
15 Comentarios:
Sobran las palabras. No sé, elocuente, conmovedor, ¡que se yó! me dan ganas de vivir en este post.
Sí, sí, durante la lecutura me sorprendí a mí misma suspirando, cual irremediable adolescente :-)
Abrazos, Cobas
Vuelvo a leer, vuelvo a emocionarme. Yo viviría en "Bajo el Volcán", pero como paciente y amigo del Doctor M. Laurelle, por ejemplo, o en 2666, como discípulo de alguno de los críticos, viviría como extra en las novelas, o en las películas, un extra sin líneas, mudo en el segundo plano, espiando sin que nadie se de cuenta, la atribulada vida de los protagonistas.
Viva Pailos!
y es que necesariamente es todo tan asi, tan como lo dice pailos.
Yo si quiero vivir en 2666, y ser cualquiera, cualquiera pero cualquiera de los personajes de Santa Teresa; quizas, Lalo Cura, pero seguramente cualquiera.
yo quiero ser Belano. En particular, el de 'Últimos atardeceres en la Tierra'. Haco poco me dieron ganas de ser el policía de 'Fluyan mis Lágrimas, dijo el policía'. Al rato me arrepentí. No puedo querer ser un personaje de Dick. Todos sufren mucho, todos la pasan tan mal...
Sí: a veces quiero ser Geoff Firmin, el Cónsul de Lowry. Pero al rato me agarra miedito y me arrepiento.
:( lalo cura es muy sufrido.
yo de chica queria conocer la habitacº de Ligeia de Poe. m
Cuando era chica, sin duda, me hubiese gustado vivir entre las páginas de _El mago de Oz_.
Un abrazo, Cobiñas
yo lei nexus, sexus y plexus porque sentia que de ahi a que juliette lewis me chupara un dedo habia un pasito nomas
zatoichi
¿funcionó?
Yo viviría en los Diarios de Warhol, o en alguna biografía oral de George Plimptom. Tal vez no en un libro, más bien en una entrevista del Paris Review.
Aunque si hay un sinónimo de felicidad, es "The amazing adventures of Kavelier and Clay", de Michael Chabon.
Ya mismo me pongo en campaña por el libro de Chabon.
Vi una edición pocket muy elegante en Guadalquivir, Marcelo T y Callao sobre Callao.
Ah, y sospecho que en algún punto a veces habito una versión de El buen soldado reescrita por Juan Carlos Mesa.
Me gustó eso que decís que de chico querías vivir en una novel rusa. Me parece que yo estuve viviendo en alguna (Dostoievsky, lo más probable)por la misma edad. Y que a los 19 años me mudé por una temporada a "La Genealogía de la Moral" de Nietzsche. Buenos y malos recuerdos. Lo que sí no pude volver a Nietzsche por un tiempo largo.
Es que con el paso del tiempo en general el propio poder adquisitivo aumenta y uno se muda a departamentos más lujosos. Por ejemplo, supe (hace no mucho) vivir en un acomodado piso de Barcelona con vista a toda Europa en el barrio Vila-Matas.
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