El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

19 abril, 2007

Códigos

En la misma irrelevante fiesta en la que hablara con algún desprecio por la aventura, ML confesó descreer de la existencia de códigos. El que actúa con códigos es un idiota, dijo. Acepté. Hay algo del acartonamiento e imbecilidad que precipita las tragedias (y en cualquier caso la infelicidad) en quienes actúan siguiendo normas y cánones imprecisos pero presuntamente férreos y, por caso, desisten de tener sexo con la mujer de un conocido. No hay códigos, dijo ML, solo afectividad, acoté, solo cordura, corrigió. Lo que hay son las ganas de que seamos amigos, siguió, y la conciencia de que eso te va a molestar –y entonces no hacerlo.
Una vez más me supe iluminado y lo que es más de lo mismo: clarificado. ML venía no solo a explicitar lo no dicho, sino a ordenar el desconcierto. En efecto: no hay códigos, no hay reglas; no hay ética, no hay moral. No hay religión. Si creés en ellas, si creés que actuás por ellas, sos un idiota, porque en algún sentido estás muy pero muy equivocado. Mentar “códigos” es un modo elegante, si quien diserta es inteligente, para referir a afectos y corduras.
Y era verdad y lo sigue siendo.
¿Era yo un idiota?
¿Era yo un imbécil militante, era un asco de inteligencia?
Sí.
A veces.
A veces me engañaba radicalmente, sí.
A veces creía que había códigos, o reglas o normas o estatutos. Algo que mediara entre yo y los otros y viceversa. Algo etéreo. Algo enteléquico. Algo poco y nada.
¿Había desdeñado oportunidades, había soslayado futuros posibles? ¿Me engañaba con respecto a ajenas lealtades?
Probablemente. Seguramente.
De algún modo siempre lo supe. De algún modo nunca creí en códigos.
¿Qué marca el límite? ¿Qué la diferencia entre lo que sí se hace o, quizás más imprecisamente, es conveniente o (aún más imprecisamente) se debe hacer? La respuesta está en la aplicabilidad de un predicado.
Si a una acción eventual le cabe ser correlacionada con el predicado “no da”, ella cae en la parte del límite para acá y entonces, por usar jerga no solo vaga, no únicamente imprecisa, sino aviesamente confundente, no es conveniente o no se debe. “No da” cita de modo inmediato un reducto evaluativo al cuál las reconvenciones morales y los pesajes utilitaristas son igualmente ajenos. Es un espacio en el que rigen los deseos, y el modo más adecuado de conciliarlos a todos. Es, por tanto, mucho más adecuado para expresar esta idea que los próximos pero desviados conceptos de “es correcto” o “está bien”, e incluso lo mismo acontece con una idea considerablemente más ecuánime como la manifestada habitualmente por el uso de los “conviene”. Pocas personas encarnan mejor el espíritu en acción de este mensaje, porque el “no da” en sí es reflexivo, parsimonioso, pacífico y resignado, que el personaje de “Sebastián”, uno de los dos practicantes de Slumming de “Slumming”, película austríaca, acaso lo mejor del BAFICI. Sebastian, jóven austriaco de la clase acomodada vienesa, se dedica, junto con un amigo, a no hacer nada. Su no hacer nada consta de exponerse todo el tiempo a situaciones nuevas, a contextos desquiciados, al borde de la riña, lo delictivo y la violencia. Lleva sus actos cerca del límite y la intensidad de su rutina es mayor que la de muchos de nosotros. Pero un día se le va la mano. Meten a un borracho dentro del baúl de su auto último modelo, atraviesan la frontera y lo depositan en la estación de tren de una ciudad eslovena. Eso es todo. Nada definitivo, pero sí grave. Después se enamora y comete el error de contárselo a su chica y, si bien todos crecen, él no termina con ella. Y lo que más desea es terminar con ella. Su acto, no la confesión sino lo confesado, lo condenó. Sea que se crea esto o que la condena está en la confesión, aquél acto, aquél secuestro, revela el tipo de coraje que encomiaba una y otra vez Bolaño. Ese mismo coraje que tenía el poeta Arquíloco, y que manifestaba en cada uno de sus actos. También en aquél episodio que Bolaño así describe: “en un momento de una batalla, probablemente de una escaramuza, abandona sus armas y echa a correr, para los griegos sin ninguna duda el mayor signo de la vergüenza, no digamos ya para un soldado que se tiene que ganar el pan con su valor en la lucha”. El anverso del sucedáneo del código es el coraje, y sobre esto hay demasiado que decir.

Matías Pailos

10 Comentarios:

Blogger Martín Ludwig dijo...

Todos los matetuertos se pusieron a postear a la vez, y esta entrada quedó escondida.

Ciertamente no recordaba el episodio narrado. Ahora sí. Creo no haber sido tan lapidario: sólo afirmaba mi rechazo por la gente que obra creyendo que sigue códigos; en particular, por la creencia que tienen de estar actuando "según el bien". No hay eso, en mi opinión; sí armisticios o pactos de no agresión, pactos de mutua ayuda, etc; de algún modo, únicos de cada vínculo e intransferibles. Existe, es cierto, un terreno neutral, códigos que se saben preestablecidos y que uno respeta ante los desconocidos. Pero esos no tienen relevancia y sólo forman parte de las buenas maneras, o cagazo.

Me pregunto si estoy contestando a tu post o simplemente diciendo lo que se me vino a la mente. Sospecho que más lo último. Culpo a mi lima mental.

Pero, en fin, qué decir sobre temas de esta índole que el amigo Playmobil no pueda iluminar con su doctorancia en ética.

20/4/07 01:45  
Blogger Martín Ludwig dijo...

(Acá la señorita S me dice -por otros medios- que deje de hacerme el que da cátedra cuando estoy borracho.)

20/4/07 01:49  
Anonymous Anónimo dijo...

No estoy tan seguro que el anverso del código sea el coraje. Tal vez sí, coraje para romper el "código". Por otra parte, odio a los que mentan "códigos" para justificar acciones reprobables (no se me ocurre mejor ejemplo que el zaguero que revolea al habilidoso que le metió un caño y después declara "ah, no, porque en el fútbol hay códigos". En esta versión el código viene a ser una suerte de ética de los atorrantes, que a fin de cuentas, en virtud de su maleabilidad y evanescencia se termina invocando para justificar casi cualquier acto.

20/4/07 10:17  
Anonymous Anónimo dijo...

ML1: ambas cosas. (PH cree en códigos. No hay que creer en él.)
ML2: parte de mis amigos suele ser más lúcida y certera estando borrachos o drogados. Usted es parte de ese grupo.
ZC: creía lo mismo que usted. Últimamente, no obstante, soy más comprensivo con los zagueros. Creo que ellos saben algunas cosas que nosotros, desde afuera, lisa y llanamente ignoramos.

20/4/07 11:09  
Anonymous Anónimo dijo...

Muy buen post, matías.
En menos de 15 días varias personas de diferentes ámbitos me rotularon como persona "correcta" ...confieso que me asusté.
Me encantó el comment de Zedi "código viene a ser una suerte de ética de los atorrantes..."

saludos.

20/4/07 11:27  
Blogger Martín Ludwig dijo...

Zedi Cioso: No me diga que el giro rarísimo "El anverso del sucedáneo del código es el coraje" puede entendenderse como "El anverso de código es el coraje". Y yo que había contratado un grupo de hermeneutas para decodificar aquella frase.

20/4/07 14:08  
Blogger Bola Ocho dijo...

La idea de 'código', como ética de los atorrantes, es un hallazgo. Pero más allá de todo, un código es un lenguaje, un conjunto de signos a los que uno echa mano en el momento adecuado para actuar de tal manera que el otro entienda. Es uno de los temas de Shakespeare: el hombre establece reglas, leyes, normas lo más precisas posibles para prever el futuro, pero no alcanza. La vida siempre excede a la ley. Claro que es una ética, pero no debe ser nunca una moral. La moral es rígida. La ética debe ser móvil, tiene riesgos, uno puede interpretar el código con márgenes de diferencia y no entenderse.

21/4/07 14:14  
Anonymous Anónimo dijo...

Paren las rotativas y rescindan el contrato de los hermeneutas. Con "El anverso de código es el coraje" quise decir que la afectividad, como señalé, o la cordura, como corrigió ML, es el costado negativo de un fenómeno. Es abstenernos de hacer algo que, una vez hecho las cálculos, nos perjudicaría. El coraje al que aludí es el escorzo positivo (y esta es, cómo no, otra metáfora) de algo que podemos llamar, entre pompa y cursilería, 'ser fiel a uno mismo'. Nada demasiado interesante ni novedoso.

21/4/07 20:04  
Blogger Martín Ludwig dijo...

MP: Me estás afanando la (bellísimamente esdrújula) palabra "sucedáneo". Pero ahora entendí.
Y vale aclarar que, sin saberlo, estaba de acuerdo, cuando usé -en mi comment primero- la palabra "cagazo".

24/4/07 04:22  
Anonymous Anónimo dijo...

¡'Sucedáneo' es mía, mía, mía...!

24/4/07 15:47  

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