Spregelburd: este tipo me trae problemas
Acaban de transcurrir las tres horas de la experiencia visual, dramática y trascendental que bajo el formato de obra de teatro Rafael Spregelburd ha dado en llamar La paranoia. Mi mujer gira la cabeza y me dice:
_Este tipo es un genio.
Yo, que estoy al tanto de esto desde hace mucho tiempo busco a Matías Pailos y juntos gritamos a coro:
_¡Este tipo es un hijo de puta!
Rafael Spregelburd es un hijo de puta en el sentido más punctum del término, aquel que nos obliga a echar la cabeza hacia atrás, alzar las manos, gritar al cielo. El tipo escribe, actúa, dirige, tradujo obras, viene de un hogar humilde (se hizo de abajo), le pagan en el mundo para que escriba y monte sus obras y bien merecido que lo tiene, es el mejor dramaturgo de una generación dorada (con Javier Daulte y Alejandro Tantanián a la zaga) es el mejor escritor argentino, es un fuckin’ genio. La paranoia, que se está presentando desde abril en el coqueto teatro 25 de mayo es la sexta entrega de la Heptalogía de Hieronymus Bosch, que incluye la obra cumbre de Spregelburd hasta la fecha: La estupidez y que culminará con La terquedad (ya escrita y estrenada en el exterior).
La paranoia comienza con la reunión en un hotel de Piriápolis de un heterogéneo grupo conformado por un matemático especulativo con serios problemas para la aritmética, un astronauta adicto a los psicotrópicos que formó parte de una misión que culminó en catástrofe, una escritora de best sellers y una robot cuyo modelo hace años que se ha dejado de construir. Su misión será salvar al mundo de la furia de las Inteligencias, seres que dominan el cosmos y que han soportado la vida en la Tierra por una sola razón: sus habitantes son los únicos capaces de producir una materia prima única en todo el universo: la ficción. El grupo de elite tiene 24horas para producir un relato que satisfaga el insaciable apetito de las inteligencias o la humanidad estará perdida. De aquí en más asistimos al proceso de creación “en vivo” de la susodicha obra, que se aproxima a un hipotética y desopilante telenovela policial venezolana y cuyos resultados provisorios son proyectados al final de cada escena en la pantalla ubicada en el centro de la obra. En este sentido podemos pensar que el tema de la obra es la creación artística y que la pieza nos sumerge en la cabeza de un autor al momento de producir una ficción con todas sus invariantes: la estructura, el género (el matemático) la imaginación (el astronauta) el oficio (la novelista) el soporte los dispositivos técnicos (la robot) y la expectativa del público y la crítica (las inteligencias), aunque tratándose de Spregelburd siempre conviene cuidarse de las lecturas reduccionistas porque nada suele ser lo que parece.
La principal novedad que aporta La paranoia a la prolífica carrera de Spregelburd (30 obras en 38 años) es el uso del dispositivo audiovisual: una pantalla en el centro de la escena reproduce fragmentos filmados que juegan un papel clave dentro del relato. Spregelburd ya había demostrado que sabe sacar provecho a los recursos cinematográficos: en La estupidez una escena se juega en “cámara lenta” y otra es presentada desde distintos ángulos y puntos de vista. De hecho, uno de los latiguillos de este autor es la pregunta acerca de por qué la gente es capaz de soportar y disfrutar varias horas de cine y se aburre a morir con una hora de teatro. La respuesta para él no radica en el dispositivo técnico (el cine también sabe darnos tremendos emboles) sino en los recursos narrativos: generar una intriga y sostenerla en el tiempo, escamotear información al espectador y dosificar su entrega, complejizar la trama al punto que cada elemento que pareciera venir a aclarar el panorama termina abriéndolo a nuevos problemas y mayores especulaciones acerca de qué está pasando son las drogas narrativas que nos hacen pedir más y nos mantienen pegados a las butacas sin preocuparnos por il temp qui passe. Los otros recursos a los que apela Spregelburd para mantener enganchado al espectador son el ritmo (que en La estupidez parece siempre a punto de desbarrancar en un vértigo insostenible pero siempre logra conservar su cauce) y el humor, un humor que suele estar vinculado al absurdo y a la distancia entre la supuesta inteligencia de los personajes enfrentada a su incompetencia frente a las situaciones más banales. Y todo bien distribuido y ordenado por un manejo virtuoso de la estructura dramática.
Era de esperar que al introducir el relato audiovisual dentro del teatro Spregelburd no se conformara con “proyectar una peli en medio de la escena” e intentara explotar a fondo todas sus posibilidades: La pantalla y el escenario se influyen mutuamente e interactúan entre sí en escenas de altísima complejidad formal. Es antológico el momento en que los miembros del equipo discuten las distintas vías de acción de los personajes mientras éstos vacilan en la pantalla, al vaivén de sus caprichos. Los dos espacios remiten a diferentes niveles de ficción y entre ellos se importan y exportan elementos que enriquecen la trama hasta llegar a un gran finalle donde los 2 niveles se imbrincan entre sí (decir más sería aguar la fiesta).
Las dos influencias claves en La paranoia son David Lynch y Phillip Dick. Del primero Spregelburd toma el juego engañoso entre ficción y metaficción o si se quiere delirio y realidad, tal como lo vimos en esa obra maestra que se llama Mullholand Drive. Del segundo me parece que la filiación de la obra es completa, desde el título hasta las constantes y perturbadoras dudas de los personajes acerca de qué está realmente sucediendo. El final, donde los protagonistas se cuestionan su carácter mismo como objetos de una representación me provocó el mismo escalofrío de la puesta en abismo que experimenté al leer los últimos párrafos de El señor en el castillo. Increíble.
Al final final, la obra culmina con un clip abigarrado y frenético donde participan todos los personajes de la pieza y en el que Spregelburd parece demostrar que, si quiero, también puedo ser Fellini. El video anuda la última imagen con el planteo de la primera escena audiovisual que abre la obra y que no parece tener nada que ver con el resto del desarrollo argumental. Esta clausura de sentido produce un placer montado en la ilusión de que “todo cierra”, lo que a fin de cuentas tal vez sea la clave del empecinamiento humano con la ficción: una manera artificial de contraponer orden y sentido a un universo que carece completamente de ellos.
Ariel Idez
_Este tipo es un genio.
Yo, que estoy al tanto de esto desde hace mucho tiempo busco a Matías Pailos y juntos gritamos a coro:
_¡Este tipo es un hijo de puta!
Rafael Spregelburd es un hijo de puta en el sentido más punctum del término, aquel que nos obliga a echar la cabeza hacia atrás, alzar las manos, gritar al cielo. El tipo escribe, actúa, dirige, tradujo obras, viene de un hogar humilde (se hizo de abajo), le pagan en el mundo para que escriba y monte sus obras y bien merecido que lo tiene, es el mejor dramaturgo de una generación dorada (con Javier Daulte y Alejandro Tantanián a la zaga) es el mejor escritor argentino, es un fuckin’ genio. La paranoia, que se está presentando desde abril en el coqueto teatro 25 de mayo es la sexta entrega de la Heptalogía de Hieronymus Bosch, que incluye la obra cumbre de Spregelburd hasta la fecha: La estupidez y que culminará con La terquedad (ya escrita y estrenada en el exterior).
La paranoia comienza con la reunión en un hotel de Piriápolis de un heterogéneo grupo conformado por un matemático especulativo con serios problemas para la aritmética, un astronauta adicto a los psicotrópicos que formó parte de una misión que culminó en catástrofe, una escritora de best sellers y una robot cuyo modelo hace años que se ha dejado de construir. Su misión será salvar al mundo de la furia de las Inteligencias, seres que dominan el cosmos y que han soportado la vida en la Tierra por una sola razón: sus habitantes son los únicos capaces de producir una materia prima única en todo el universo: la ficción. El grupo de elite tiene 24horas para producir un relato que satisfaga el insaciable apetito de las inteligencias o la humanidad estará perdida. De aquí en más asistimos al proceso de creación “en vivo” de la susodicha obra, que se aproxima a un hipotética y desopilante telenovela policial venezolana y cuyos resultados provisorios son proyectados al final de cada escena en la pantalla ubicada en el centro de la obra. En este sentido podemos pensar que el tema de la obra es la creación artística y que la pieza nos sumerge en la cabeza de un autor al momento de producir una ficción con todas sus invariantes: la estructura, el género (el matemático) la imaginación (el astronauta) el oficio (la novelista) el soporte los dispositivos técnicos (la robot) y la expectativa del público y la crítica (las inteligencias), aunque tratándose de Spregelburd siempre conviene cuidarse de las lecturas reduccionistas porque nada suele ser lo que parece.
La principal novedad que aporta La paranoia a la prolífica carrera de Spregelburd (30 obras en 38 años) es el uso del dispositivo audiovisual: una pantalla en el centro de la escena reproduce fragmentos filmados que juegan un papel clave dentro del relato. Spregelburd ya había demostrado que sabe sacar provecho a los recursos cinematográficos: en La estupidez una escena se juega en “cámara lenta” y otra es presentada desde distintos ángulos y puntos de vista. De hecho, uno de los latiguillos de este autor es la pregunta acerca de por qué la gente es capaz de soportar y disfrutar varias horas de cine y se aburre a morir con una hora de teatro. La respuesta para él no radica en el dispositivo técnico (el cine también sabe darnos tremendos emboles) sino en los recursos narrativos: generar una intriga y sostenerla en el tiempo, escamotear información al espectador y dosificar su entrega, complejizar la trama al punto que cada elemento que pareciera venir a aclarar el panorama termina abriéndolo a nuevos problemas y mayores especulaciones acerca de qué está pasando son las drogas narrativas que nos hacen pedir más y nos mantienen pegados a las butacas sin preocuparnos por il temp qui passe. Los otros recursos a los que apela Spregelburd para mantener enganchado al espectador son el ritmo (que en La estupidez parece siempre a punto de desbarrancar en un vértigo insostenible pero siempre logra conservar su cauce) y el humor, un humor que suele estar vinculado al absurdo y a la distancia entre la supuesta inteligencia de los personajes enfrentada a su incompetencia frente a las situaciones más banales. Y todo bien distribuido y ordenado por un manejo virtuoso de la estructura dramática.
Era de esperar que al introducir el relato audiovisual dentro del teatro Spregelburd no se conformara con “proyectar una peli en medio de la escena” e intentara explotar a fondo todas sus posibilidades: La pantalla y el escenario se influyen mutuamente e interactúan entre sí en escenas de altísima complejidad formal. Es antológico el momento en que los miembros del equipo discuten las distintas vías de acción de los personajes mientras éstos vacilan en la pantalla, al vaivén de sus caprichos. Los dos espacios remiten a diferentes niveles de ficción y entre ellos se importan y exportan elementos que enriquecen la trama hasta llegar a un gran finalle donde los 2 niveles se imbrincan entre sí (decir más sería aguar la fiesta).
Las dos influencias claves en La paranoia son David Lynch y Phillip Dick. Del primero Spregelburd toma el juego engañoso entre ficción y metaficción o si se quiere delirio y realidad, tal como lo vimos en esa obra maestra que se llama Mullholand Drive. Del segundo me parece que la filiación de la obra es completa, desde el título hasta las constantes y perturbadoras dudas de los personajes acerca de qué está realmente sucediendo. El final, donde los protagonistas se cuestionan su carácter mismo como objetos de una representación me provocó el mismo escalofrío de la puesta en abismo que experimenté al leer los últimos párrafos de El señor en el castillo. Increíble.
Al final final, la obra culmina con un clip abigarrado y frenético donde participan todos los personajes de la pieza y en el que Spregelburd parece demostrar que, si quiero, también puedo ser Fellini. El video anuda la última imagen con el planteo de la primera escena audiovisual que abre la obra y que no parece tener nada que ver con el resto del desarrollo argumental. Esta clausura de sentido produce un placer montado en la ilusión de que “todo cierra”, lo que a fin de cuentas tal vez sea la clave del empecinamiento humano con la ficción: una manera artificial de contraponer orden y sentido a un universo que carece completamente de ellos.
Ariel Idez
Etiquetas: Rafael Spregelburd, Teatro
15 Comentarios:
cual es el teatro 25 de mayo?
no me acuerdo...
david lynch, fellini, dick.. ahora quiero ver!!!
saludos
Bueno, mas vale tarde que nunca. Digo, que estén "descubriendo" al Rafa Spregelburd que es para mí, el mástalentoso de los ex-Caraja-ji, el que más echa mano de los recursos del cine - de hecho ha filmado películas- ha incursioando en TV Y HASTA SE MANDÓ UNA DESOPILANTE "SITCOM JUSTICIALISTA" CON ANDREA GARROTE que el año pasado no me perdía ni loca.
El dispositivo cinematográfico en el teatro que me pareció una novedad en el FIBA en 2007, este año lo han usado casi todos los dramaturgos.
Esta obra es imperdible aunque es mejor leerla antes. Está editada
mARTHA
sí a todo.
PD: 'el tema', o el estímulo principal de la acción dramática, es, como señalás, la creación artística. Una parte favorita de este cronista es la enumeración de las claves para la forja de una narración valiosa. La contradicción del conjunto de estos principios, muy intuitivos por separado, puede ser tildada sin demasiado esfuerzo de 'paradoja narrativa'.
PD2: RS explota el potencial dramático de la paradoja con una eficacia inaudita, por supuesto.
Soy más culto grassias al matetuerto.
:P
digo lo mismo que nacho.
y agrego que los posts de martha sobre teatro en el blog de LA OTRA son muy buenos, sobre todo si quieren mantenerse al tanto en este tipo de arte...
besos.
Hola Bruja, el Teatro 25 de mayo está en Triunvirato 4444, entre Olazábal y Blanco Encalada (es un teatro de principios de siglo al que llamaban el "petit colón" y que ha sido totalmente restaurado gracias a los vecinos que impidieron que lo convirtieran en supermercado). La obra se exhibe todos los domingos a las 19 hasta fin de noviembre. No te la pierdas.
Saludos
Hola Martha, te cuento que en realidad no llegamos tan tarde, si cliqueás en la etiqueta de Spregelburd que aparece abajo del post vas a poder leer otro fechado el 24 de abril del 2007 en el que hacemos mención de varias obras anteriores como La estupidez, El pánico y Lúcido, entre otras. De todas formas no creemos que un autor le pertenezca al primero que lo señale con el dedo; así que no nos importa la categoría de actualidad siempre y cuando tengamos algo interesante para decir al respecto. En cuanto a la sitcom justicialista que se llamaba "Mi señora es una espía" yo también era fan pero hasta donde tengo entendido estaba escrita y dirigida por Andrea Garrote y en ese caso Spregelburd se limitaba al rol actoral (aunque tal vez metía mano sin que apareciera en los créditos). Y en lo que respecta al recurso audiovisual parece que es muy común en el teatro europeo (probablemente por la abundancia de recursos) aunque seguramente se lo utilice para encubrir la pobreza de ciertos autores escasos de ideas. Este no es el caso de Spregelburd y por eso me interesaba puntualizar de qué manera hace uso de estos recursos. Sabemos también que la obra está editada por Atuel, pero somos bichos de lectura y el teatro preferimos verlo en vivo y en directo, aunque me la compraría sólo para robarle parlamento caribeño.
Un beso, Martha.
Matías, puede usted explayarse un poco más en su teoría de la "paradoja narrativa". Creo que podría resultar interesante.
Gracias Nacho y Julieta.
leí los dos posts. ahora me dio mucho curiosidad... estaría bueno ver la obra....
El año pasado vi Acasusso y quedé fascinado con Spregelburd. Este año quise ir a ver La paranoia y me perdí en el camino, llegaba tarde y la dejé para después. Así pasó el tiempo. ¡Gracias por lo de Lynch y Dick! El escrito no hace más que potenciar mi nueva desesperación por ir a verla. ¡Saludos!
Julieta, M, veanlá, no se la pierdan! El día que fuimos nosotros había localidades vacías o sea que sólo tienen que acercarse 15' antes y sacar las entradas. M, Acasusso es en mi opinión una pieza "menor" en la obra de Spregelburd, así que si esa te gustó tanto, ni te quieras imaginar lo que va a ser La paranoia. Lo digo en serio Spregelburd está en otra dimensión.
Saludos
Es para leerlo, no para verlo.
Es un maestro del Snobismo y generar seguidores.
A sus obras siempre les sobran momentos...
Me parece, Alan, que tu posición sonaría un poquito mejor si ni siquiera lo recomendaras como lectura. A menos que pienses que los snobs y las máquinas generadoras de adeptos son escritores valiosos y que merecen atención. Conozco gente que piensa así. Yo, por ejemplo.
Desde afuera, Alan, me parece que si genera, como decís, snobismo y seguidores –que no me parece así– es una propiedad por fuera de su creación, puesta en escena, en sí, por fuera de su arte. Si lo consideramos así, tan ramplón, desde la Velvet Underground hasta Tennessee Williams son maestros de lo que decís.
Alan, acuerdo con lo que dice Matías. En cuanto a aquello de que sobran momentos, es algo esperable en toda obra que se proponga la desmesura, en esa línea a Los Sorias y a 2666 les sobran páginas y Inland Empire le sobran dos horas de película. Por otro lado sobra ¿con respecto a qué? ¿a un esquema eficientista de obra estipulada según una rígida economía narrativa?
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