Otro tema
Nunca pude ver a otro. Siempre me intrigó. ¿Cómo son los demás? ¿Comen? ¿Cagan? ¿Cogen? Imposible saberlo. El conocimiento genuino, de primera mano, el que no es mero subproducto de una conjunción de abstracciones, sino el resultado de la acción directa del contacto franco, cara a cara, sensorial, físico. ¿Cómo remediar esa carencia? ¿Cómo salir de mi aislamiento? La imposibilidad de realizar la alternativa ideal no es más que una excusa para no hacer lo mejor que podemos. Conseguí un maniquí y lo disfracé de otro. Helo ahí. Él, distinto de mí, frente a frente, separados solo por un mínimo espacio infinitamente divisible. ¿Y ahora? Le pedía, le imploraba mentalmente, con cada fibra de mi alma descocada, que hiciera algo, cualquier cosa. Que me diera una señal. Pasó tanto tiempo que me quedé dormido de los nervios. De la tensión. De la fatiga de la tensión nerviosa acumulada ante la inminencia de evento tan trascendente: el momento más importante de mi vida. El contacto con ese no-yo. Tan no-yo que es mucho más que no-yo: es otro. Tan otro que yo no soy yo: soy no-otro. Las negaciones invertían la polaridad a la velocidad del sonido. Bostecé. De la fatiga de la tensión nerviosa acumulada por el tropel de sucesos, eventos y acontecimientos que se habían suscitados todos a la vez, amontonados en el mismo fragmento espacio-temporal, me puse a hacer zapping mental. El maniquí seguía imperturbable. Solo entonces, cuando la segunda oleada de imperturbabilidad anegó mi ser-no-otro con la impostergable necesidad de reconocer los fuegos fatuos de mi vanidad que el otro es más que otro precisamente por ser otro: es radicalmente-desconocido. ¿Y si ya había hecho algo? Algo, cualquier cosa. ¿Y si ya había dado una señal? Me desesperé. ¿Y si el otro ya había, con solo ser él-mismo, había tendido un puente entre las gigantescas sombras que el otro tiende sobre el no-otro? ¿Y si el otro es tan otro que en su otredad alterativa puede lo que yo, en mi yoidez, no puedo –saltar la cerca del no-otro para llegar a mi mismidad –a mi ser yo en-tanto-yo? Esto no podía seguir. Así. ¿Y si lo besaba? ¿Y si lo palpaba impúdicamente? ¿Y si me permitía un acceso alterno, alternativo, alteritivo al ser del otro por medio de lo más mío de mí –en forma de primitiva incrustación acoplativa? Pero sería violar los derechos inalienables que le asienten por ser meramente lo otro de lo otro de lo otro, en su soberana autonomía superhómbrica. ¿Y si solo la puntita? ¿Y si meramente lo puenteaba? ¿La primera falange? Desfallezco. Me acosan los fantasmas de lo imposible, de la finitud puesta de revés frente a mí, sobre mi, cabe, contra y bajo mí. Entonces tengo una idea genial. Fabulosa. Suprema y soberbia.
Nada enerva más que la falta de reacción.
Nada sulfura más que la manifiesta inacción.
Nada encrespa más que la ausencia de emoción.
Fuera de mí o des-aforado, tomo el costurero y aplico, encallo y ensarto los mil alfileres y agujas en su cuerpo, cara y superficie adyacente al ombligo, para que por fin, de una buena vez, ¡reaccione!
Nada.
Mi desilusión es devastadora. Mi falta de contacto real y genuino despierta al gigante dormido en mi interior que olfatea el riesgo. ¿Y si reacciona? ¿Y si se lo toma a pecho? ¿Y si oficia de Ángel Exterminador? ¿Y si no le gusta el color de mi remera?
Pánico
Algo en mí actúa por mí porque yo no puedo hacerme cargo. Esto me excede. Algo en mí decide que yo no puedo estar a cargo así que me saca a las patadas del cargo que ocupo en la dirección general de mi asuntos [la sangre de gorrión en boca dejó de chorrear y ahora es una amplia lonja irregular que pinta mis labios y me hace sonreír, me besa en la boca y pasa un año junto a mí] y pisa el costurero, busca y sale a recorrer hasta que vuelve con un balde de negro y espeso material que vuelca sobre el otro, que tiñe cada palmo de su anatomía de una negra esencia espesa ideal para prederle fuego. Arde y se evapora. Vuelvo sobre mí y retomo la posesión de mi cargo, sin que algo en mí se queje, despotrique, ni muestre signos de seguir ahí. ¿Alguna vez hubo algo que no sea una u otra forma de ser yo o algo en mí de lo que otro a cargo pueda envanecerse? Concluyo que no, que es imposible, y me duerme en llanto, con la conciencia del deber intelectual cumplido.
Matías Pailos
Etiquetas: Relatos
7 Comentarios:
Bueno, supongo que en mí la yoidez es aún más acentuada :I Me parecen muy dignos los esfuerzos de nuestro héroe por conocer al "otro" pero creo que el relato ganaría en potencia si el lugar de un maniquí se tratara de un hombre, una mujer, un hermano ¿un niño? ¿un hijo???
puede ser. Te lo tomo.
Para mí toda la gracia es que sea un maniquí. Además de que resultaría demasiado chocante prenderle fuego y clavarle alfileres a un niño o a una mujer, el maniquí representa mejor la inaccesibilidad al otro.
Digo yo.
Magnífico relato, Pailos.
Acuerdo con Vicenta. La figura del maniquí es correcta.
Igual, no mire para otro lado, su-el-otro es mucho más. Incluso: es otra cosa.
Gracias, Vicenta y gracias, Anónimo. Es verdad que poner a alguien (una persona) en lugar de algo (un maniquí) hace de esto algo diferente, por ahí le da algún potencial dramático mayor. Me pareció que parte de la gracia era que el tipo le hiciera cosas terribles a algo que no puede padecer. Con lo que todo se asemeja más a un chiste que a un cuentito (por más que chistes y cuentos sean de la misma familia).
Pailos: lindo relato.
Me gusta el maniquí también, sobre todo por que me recordó a "Lars y la chica real", no? Solo que aca la situación es a la inversa, modicaste la gran capacidad de Lars por tu gran incapacidad.
Querías escribir algo tan tierno como eso. Lo esperamos.
Besos muchos.
RO
sí, pero no soy la persona más tierna del mundo. Al final (dice Aira) siempre termina saliendo uno.
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