El Conductor
Uno intenta ser bueno y paciente, uno trata de ponerse en el lugar del otro, pero con estos negros de mierda no hay caso: hay que matarlos a todos… Noooo, si es como yo te digo: no aprenden más. Es que son negros, ¿entendés? Ojo: yo no discrimino. Me estoy refiriendo a que, ¿cómo te explico…? Son negros ‘de alma’. Sabés lo que te digo, no. Negros-de alma. Si sos negro -‘de alma’-, no cambiás más. No te podés descuidar, con ellos. El otro día se subió uno, así, zapatillas, jogging, así, morochito, capucha, gorrita. Y me dice: a tal y tal. Bué. Arranco. A las cinco cuadras me dice: ¿tenés cambio de 100…? ¿Tendés? Ahí nomás lo bajo. El negro me empieza a gritar, viste. “Eh, qué te pasa, la conchae tumadre, gil de mierda”. Bué. Se pone violento, viste. Pero a mí no me vas a correr. Menos si sos negro. Abrí la puerta, lo agarré de la capucha y lo revoleé a la calle. Ahí el negro se pone como loco. Saca un arma, me apunta, que dame todo, guacho, que sos boleta, gil. Pero yo ya estaba adentro y había puesto primera. Me le quedé mirando fijo, sin decir nada. A estos negros hay que demostrarles autoridad, que uno no les tiene miedo. A los dos segundos, los tenés comiendo de la mano.
¿Vos te creés que hizo algo? ¡Psst…! Que hiii-jo de puta… ¡Cómo vas a doblar así…! Mina, tenía que ser. Mirá: yo no discrimino, pero ahora con esta boludez del feminismo, parecería que pueden hacer cualquier cosa. Y no es así. No es así, viste… es como yo digo: la mujer, en la cocina y en… no, pará… cómo era… ¿cómo era…? La mujer con la cocina y la cama, y si se puede fifar en la cocina… ¿cómo era…? Bué. Se entiende. Las minas solo sirven para fifar y para cocinar… sí, bué: y para lavar. Y para cuidar a los pendejos… claro, claro. Pero no para manejar, hermano. Bué. Que el otro día estoy ahí, lo más bien, fumándome un pucho, por Cramer… no sé si Cramer o Monroe, mirá, si te digo te miento… bué. Estoy ahí, lo más bien, relojeando a las pendejas (ahora que vino la primavera están todas en pelotas, meneándose todo el tiempo, dale que te dale, pidiendo pija a lo loco), y de repente: ¡paf! Golpe de atrás. Imaginate: yo, a las reputeadas. Freno, agarro el bate y bajo. Recaliente. Decime mu, hijo de puta, y te parto el vidrio en ocho. Llego hasta el auto –un BM blanco de esos nuevos, importados de Alemania, o Japón, o no sé dónde- y levanto la cabeza. De adentro sale un hembrón… no te puedo explicar, mirá. Rubia, hermosa, tetas así, ves, así, loco. Infernal. Una cosa nunca vista. La cazé de refilón, pero me hice el boludo. ‘Ay, disculpame, no sé qué estaba mirando, disculpame’, dice la mina. Mirá cómo me dejaste la máquina, le digo (haciéndome el recio, viste. Eso las pone como locas). ‘Ay, no sé, pará que te paso los datos, no te preocupes, yo me hago cargo de todo, de todo, de todo’, dice. ‘Esto va a salir una fortuna’, le digo. Una fortuna, pregunta. Sí. Y ahí nomás le tiro una cifra demente. Y la mina pica. Junta las patas, se muerde los labios, se aprieta las tetas. ‘¿No lo podemos arreglar de alguna otra forma?’. ‘Yyyy… no sé’, le digo. ‘A vos qué se te ocurre’. La mina no dice nada. ‘Vení, vamo al auto así estamos más tranquilos’… ¿Vos te creés que le tuve que decir algo más? La hice pasar al asiento de atrás. Apenas me siento, me pone una mano en la pierna y me clava la vista. ‘No tengo tanta plata, ¿sabés? ¿No hay otra cosa que pueda hacer para compensarte’. Ahí directamente pone la mano en el bulto y empieza a refregar. ‘Cualquier cosa’, dice. ‘Hago todo lo que me pidas’. Cuestión que al rato me estaba chupando la pija con esos labios de puta con botox que Dios y el cirujano le dieron. Tragatela toda, puta, le digo. Y sabés qué: tragó. Todo, ¿eh? Hasta la última gota. Al final pasaba la lengüita buscando más. ‘¿Está bien?’, pregunta. ‘¿Qué más puedo hacer por vos?’. Yo estaba al palo de nuevo. Como la tengo enorme e insaciable, las minas se vuelven locas. ‘No sé si vos sola vas a poder con esto. ¿No tenés una amiguita para que te ayude?’. La muy puta abre la boquita como para que entren veinte pijas juntas. Se agacha para chupármela de nuevo. Le da unos lengüetazos y al toque mira para arriba y dice ‘pará que hago un llamado’. Al toque pasamos a buscar a una negra –pero negra negra, ¿entendés? Una colombiana con un ojete del tamaño de la Bombonera- que le encaja un chupón a la rubia y otro a mí. Quince minutos más tarde me estoy enfiestando a la rubia y a la negra en el telo de la vuelta. No sabés. Noooo… no te imaginás. Cosas que te pasa por ser tachero, viste. Ah: en una de esas le estoy dando bomba en cuatro a la rubia mientras ella se la chupa a la otra, y podés creer que suena un celular. Atiende. “Hola, mi cielo… sí, mi vida… por supuesto, papito…” –todo mientras le mete el dedo a la negra y yo me la rrremmm-pómo por detrás. No sabés. Se me puso veinte veces más dura. Le entré con ganas. A lo loco. Tanto que se escuchaba el plaf-plaf de los güevos contra las cachas. Apenas colgó pegó un grito que se escuchó en todo el telo. No te miento si te digo que ninguna mina antes acabó así. Posta… al día siguiente me llamó de nuevo. Me la recogí a ella y todas sus amigas. En una terminamos quince personas en un loft de la costanera: catorce minas y yo. Un espectáculo… no, al final la corté. Me quemaba la cabeza. Todo el tiempo llamándome, pidiendome pija a lo loco. Yo lo entiendo: una vez que prueban de esta, no quieren otra. Pero yo no tengo tiempo, viste… yo no soy como esos yipis del microcentro que… sí, yupis. ¿Yo qué dije…? Eso. Mirá, te cuento una…
… se sube un punto, un gil. Un yipi de esos. Traje, maletín, todo. El ñato me pregunta si me gustan las minas… Sí, claro, le digo. ¿Y cómo te gustan?, me dice… ¿Te gustan tetonas, por ejemplo…? Yo ahí, agarro y digo: este es puto. Este se la come doblada. Digo: este me quiere bajar la caña. Sí, digo. Me gustan tetonas. Pero minas, ¿eh…? El tipo se me queda mirando. No travas, le digo. Los travas están bien para que te chupen la pija, pero nada más. Escuchame: lo que yo digo es que si todos los días te bajás uno, entonces te sentás en el muñeco… pero esto al margen. El tipo dice que sí al toque. Dice: tengo la mina para vos. Para vos, para mí y para ese gil que pasa por la calle. Tengo todas las minas. Tengo el whisky. Tengo el telo de la vuelta. Hasta tengo la frula, si te va. Solo me falta la habilitación, me dice. Y el vuelto para el comisario. En resumen: me ofrecía el 20% del negocio. Solo tenía que darle cinco lucas ahí nomás, como para arrancar, como para que pudiera ir marchando la cosa, y la iba a levantar en pala… yo no me cuezo al primer hervor. ¿Entendés lo que te digo? A mí no me vas a hacer el cuento del tío así como así. A piola, piola y medio… yyyyyy, no sé, le digo. Justo estaba guardando para… para… ¿para qué?, me pregunta… nada, nada, le digo… doblo por acá, ¿te parece? Así es más rápido. Si no hay que seguir derecho hasta la autopista, pagar peaje… no, vos tranqui. 15 años. 15 años de tachero, llevo. Sé lo que te digo, ¿tendés? Bué. La cosa es que tengo un cuñado que labura en el Museo, en la parte administrativa, y… bué: te resumo. Le digo que este cuñado labura con mi hermana, que es pintora, viste. La mina –mi hermana- hace reproducciones de cuadros… cuadros que están en el Museo… ¿me seguís…? la cosa es sacar los originales, poner los cuadros de mi hermana… no, es todo un proceso. Mi hermana labura con dos amigas, una química y una experta en no sé qué pindonga, que le hacen no sé qué al cuadro de mi hermana y entonces parece como si fuera el otro, el posta, ¿tendés? No: que un experto medio pelo no puede distinguir entre uno y otro. A menos que se metan a hacer estudios que duran años, viste… no, boludo: puro verso. Yo hermana no tengo. Por eso con la tuya me… ah, vos tampoco. Claro, je: sos un piola. Ta bien. Bué: que ya está casi todo listo. Está hecho el contacto –un gallego que está parando en el Hyatt- y ya hay fecha para la transa. El problema es el siguiente: el gaita viene con tres de los mejores especialistas del mundo. Pero ese tampoco es un gran mambo: ya están apalabrados dos. El quilombo es el tercero. Ese pidió, le digo al ñato, equis cantidad de guita… más o menos tres veces más de lo que tengo. Yo pongo una parte, le digo, pero necesito a alguien que ponga el resto… ¿cómo “de una película”? Ninguna película. ¡Ninguna película, loco! ¡Te lo digo yo! ¿Qué? ¿Me estás diciendo mentiroso…? Yo te cuento la posta, hermano. Te digo las cosas tal cuál son. ¿Podés creer que el gil entra? Yo tampoco lo podía creer. Pero viste como son las cosas, no? Uno creería que esto solo pasa en las películas. Y en las malas, ojo. Pero no. Un pendejo como ese está expuesto. Es un nene, no sabe nada. Solo ve tetas de las que chupar guita. Pero la cosa no es así… sí, claro. ¿Te creés que nací ayer? Yo tenía una estructura montada –tenía un amigo que laburaba en el Hyatt, que hacía toda la parte operativa de la transa, y se ponía en contacto con las minas –unas pendejas de Bellas Artes con las que nos enfiestábamos cada tanto- para armar el circo… diez pavos le sacamos al boludo. Porque es así. Es así como te digo: son todos boludos. Y los más boludos son los que les gusta mal la guita. A los que le gusta mal, pero mal, eh. Mirá, escuchá esta…
Alem y Viamonte. Sube uno de estos giles. Pendejo. Veintialgo, ponele. Traje, maletín, todo… peinado con gomina, también. Al toque me pregunta que si no me quería ganar unos mangos. Lo miro. A estos los tengo junados, yo. Me dice: media luca por llevar esto a tal lado. Ahí te dan el resto. Le dije que sí. Se baja en la esquina. No habíamos hecho ni dos cuadras. Pero yo ya lo tenía. Esta me la intentaron hacer mil veces. Se creen que yo nací ayer. Apenas lo dejo al yipi, abro el paquete. Un ladrillo. Tendés, ¿no? Merca, pibe. Así que arranco y me voy al carajo. Le vendo la mitad a unos pibes del barrio, y con la otra llamo a la rubia y a la hermana... te acordás, ¿no? Te conté. La rubia que me chocó de atrás y la hermana con la que me enfiesté esa-misma-noche, je… ¿cómo que negra…? Bueno, sí… digo… sí, era negra, la hermana… sí, bueno: media hermana. No sé qué quilombo del padre por Brasil, viste… sí, Brasil, Colombia, qué se yo… uno de esos países llenos de negros… sí, era la hermana pero también era la mejor amiga, viste. Cosas de minas. Imaginate, no voy a andar cuestionándome, a esa altura. Bué. La cosa es que llamo a la rubia y a la negra –la hermana. Joya. De yapa, traen a una amiguita colorada. La grande vida, pibe. Una rubia, una línea. Una negra, una línea. Una colorada (me vuelven loco, las coloradas. Son mi perdición), una línea. Bué. Que estuve así, no sé… cuatro días, habrán sido. O una semana, qué se yo. La cosa es que cuando salgo del telo me están esperando. Lo que ellos no saben es que yo estaba esperándolos… no, que estaba esperando que me estuvieran… ¿tendés? Así que apenas los veo arranco. Tenía a las tres minas atrás. Al toque empezaron a romper las pelotas. Que parara, que se querían bajar, que no sé qué carajo. Así que tuve que pelar el fierro, viste. Se quedaron piolas. Calladitas y hacen lo que les digo. Para que entendieran le di con el canto en la jeta de la colorada. (¡Cómo me calentaba la colorada! Se me puso tiesa de solo pegarle, y eso que tenía a esos giles siguiéndome…) Doblé en una esquina y me bajé. Las minas salieron corriendo. Seguían siendo un espectáculo, corriendo medio en pelotas, con tacos, por una calle empedrada. Apenas los escucho llegar me planto rodilla en tierra y apunto. No los dejo frenar que los estoy recagando a tiros. El auto viborea y va a parar contra un semáforo. Me acerco para ver qué onda. El único que no estaba frito era el yipi. Lo saco –recagado en la patas, el pendejo- le meto dos piñas y lo acuesto en el tacho. Cuando vuelve en sí, está atado a una silla, en medio de un ambiente enorme, en una casa desierta, en medio del campo. Hola, mi cielo, le digo. Ahí pelo la navaja. Cantá, pibe, le digo. De fondo suena ABBA. ¿Conocés? Alta música, pibe. Me vuelve loco, ABBA. Me pongo a bailar, a agitarle la navaja por la cara. Lo empiezo a cortar. Le rebano una oreja. Ahí suelta todo. La merca, la guita, todo. Le rebano la otra oreja y salgo… ¿cómo que otra película? Son cosas que me pasaron, pibe. ¿Te creés que tengo tiempo para estar viendo películas? Eso no es nada, además…
La cosa es que estoy en casa con la merca y la guita que saqué del departamento del pendejo. Una vez al mes, armo la misma movida que antes: vendo parte de la merluza, y con otra me encierro en el telo con la rubia y sus hermanas… sí, la colorada también era hermana. Eran mellizas. Sí, mellizas. Trillizas. Trillizas, digo. Pero de distinto padre. La vieja era flor de puta, viste. Se dejaba empomar por su marido –un empresario que vendía inodoros –importados, ojo-, su chofer negro y el mejor amigo del marido, que era el hijo del embajador de Suecia… o uno de esos países con colorados… sí, tremenda perra… sí, no sabés… apenas dio a luz, el dorima, con la vena que le estallaba, le armó una causa y la metió adentro… tenía contactos con el ejército, el tipo. Al negro se lo chuparon. El colorado la zafó, pero… bué. Otro día te cuento. La cosa es que me encierro con las tres hermanitas en el telo. No sabés. Había ido antes y tirado la merca por toda la cama. Apenas entraron, se volvieron locas, las minas. Locas, eh. No sabía qué hacer. Un saque, una mamada, una tijereta. Otro saque, una empomada por el culo, otra tijereta. Y otro saque. Y así, dale que te dale. Habremos estado… no sé, boludo… treinta horas, ponele… no sé… encima, la negra había llevado esa cosa de perfume… ¡Lanza! Sí, eso. Y en un momento dado agarró y roció todo con eso. Imaginate. Todos reduros, y encima con eso encima. Bueno: que las minas se quedan congeladas. ¡Duras, loco! ¡Pero no de merca, tendés! Yo me pongo loco. Voy hasta la colorada, la zopapeo con la pija, y nada. Voy con la rubia: nada. Voy con la negra: lo mismo. Chau. Chau, dije. Esta cosa de negros y la reputa que la parió, viste. Entonces me dicen: “no es la droga; somos nosotros”. No-sabés-el cagazo-que me agarró. Me doy vuelta y tengo treinta enanitos verdes con caras de viejo mirándome. Sentí que se me iban a escapar los ojos, loco. Uno de los enanos chasquea la lengua… ¡y las minas desaparecen! ¡Desaparecen, tendés! Y entonces siento que me hablan, pero como que nadie mueve un músculo… como si me hablaran directamente a la cabeza, tendés. “Vamos”, dicen. Y entonces me despierto. Uff. Un flash, dije. Un mal viaje. “Está bien”, me dicen. ¡Estoy atado! ¡Estoy en una nave de mierda, volando por el espacio…! ¡Te juro, loco! ¡Ninguna película, te lo cuento tal cuál…! ¿En la próxima…? No, pará… pará que ya termino de… sí, dos minutos más y ya te… ¿cómo? ¿cambio de 100…?
Matías Pailos
¿Vos te creés que hizo algo? ¡Psst…! Que hiii-jo de puta… ¡Cómo vas a doblar así…! Mina, tenía que ser. Mirá: yo no discrimino, pero ahora con esta boludez del feminismo, parecería que pueden hacer cualquier cosa. Y no es así. No es así, viste… es como yo digo: la mujer, en la cocina y en… no, pará… cómo era… ¿cómo era…? La mujer con la cocina y la cama, y si se puede fifar en la cocina… ¿cómo era…? Bué. Se entiende. Las minas solo sirven para fifar y para cocinar… sí, bué: y para lavar. Y para cuidar a los pendejos… claro, claro. Pero no para manejar, hermano. Bué. Que el otro día estoy ahí, lo más bien, fumándome un pucho, por Cramer… no sé si Cramer o Monroe, mirá, si te digo te miento… bué. Estoy ahí, lo más bien, relojeando a las pendejas (ahora que vino la primavera están todas en pelotas, meneándose todo el tiempo, dale que te dale, pidiendo pija a lo loco), y de repente: ¡paf! Golpe de atrás. Imaginate: yo, a las reputeadas. Freno, agarro el bate y bajo. Recaliente. Decime mu, hijo de puta, y te parto el vidrio en ocho. Llego hasta el auto –un BM blanco de esos nuevos, importados de Alemania, o Japón, o no sé dónde- y levanto la cabeza. De adentro sale un hembrón… no te puedo explicar, mirá. Rubia, hermosa, tetas así, ves, así, loco. Infernal. Una cosa nunca vista. La cazé de refilón, pero me hice el boludo. ‘Ay, disculpame, no sé qué estaba mirando, disculpame’, dice la mina. Mirá cómo me dejaste la máquina, le digo (haciéndome el recio, viste. Eso las pone como locas). ‘Ay, no sé, pará que te paso los datos, no te preocupes, yo me hago cargo de todo, de todo, de todo’, dice. ‘Esto va a salir una fortuna’, le digo. Una fortuna, pregunta. Sí. Y ahí nomás le tiro una cifra demente. Y la mina pica. Junta las patas, se muerde los labios, se aprieta las tetas. ‘¿No lo podemos arreglar de alguna otra forma?’. ‘Yyyy… no sé’, le digo. ‘A vos qué se te ocurre’. La mina no dice nada. ‘Vení, vamo al auto así estamos más tranquilos’… ¿Vos te creés que le tuve que decir algo más? La hice pasar al asiento de atrás. Apenas me siento, me pone una mano en la pierna y me clava la vista. ‘No tengo tanta plata, ¿sabés? ¿No hay otra cosa que pueda hacer para compensarte’. Ahí directamente pone la mano en el bulto y empieza a refregar. ‘Cualquier cosa’, dice. ‘Hago todo lo que me pidas’. Cuestión que al rato me estaba chupando la pija con esos labios de puta con botox que Dios y el cirujano le dieron. Tragatela toda, puta, le digo. Y sabés qué: tragó. Todo, ¿eh? Hasta la última gota. Al final pasaba la lengüita buscando más. ‘¿Está bien?’, pregunta. ‘¿Qué más puedo hacer por vos?’. Yo estaba al palo de nuevo. Como la tengo enorme e insaciable, las minas se vuelven locas. ‘No sé si vos sola vas a poder con esto. ¿No tenés una amiguita para que te ayude?’. La muy puta abre la boquita como para que entren veinte pijas juntas. Se agacha para chupármela de nuevo. Le da unos lengüetazos y al toque mira para arriba y dice ‘pará que hago un llamado’. Al toque pasamos a buscar a una negra –pero negra negra, ¿entendés? Una colombiana con un ojete del tamaño de la Bombonera- que le encaja un chupón a la rubia y otro a mí. Quince minutos más tarde me estoy enfiestando a la rubia y a la negra en el telo de la vuelta. No sabés. Noooo… no te imaginás. Cosas que te pasa por ser tachero, viste. Ah: en una de esas le estoy dando bomba en cuatro a la rubia mientras ella se la chupa a la otra, y podés creer que suena un celular. Atiende. “Hola, mi cielo… sí, mi vida… por supuesto, papito…” –todo mientras le mete el dedo a la negra y yo me la rrremmm-pómo por detrás. No sabés. Se me puso veinte veces más dura. Le entré con ganas. A lo loco. Tanto que se escuchaba el plaf-plaf de los güevos contra las cachas. Apenas colgó pegó un grito que se escuchó en todo el telo. No te miento si te digo que ninguna mina antes acabó así. Posta… al día siguiente me llamó de nuevo. Me la recogí a ella y todas sus amigas. En una terminamos quince personas en un loft de la costanera: catorce minas y yo. Un espectáculo… no, al final la corté. Me quemaba la cabeza. Todo el tiempo llamándome, pidiendome pija a lo loco. Yo lo entiendo: una vez que prueban de esta, no quieren otra. Pero yo no tengo tiempo, viste… yo no soy como esos yipis del microcentro que… sí, yupis. ¿Yo qué dije…? Eso. Mirá, te cuento una…
… se sube un punto, un gil. Un yipi de esos. Traje, maletín, todo. El ñato me pregunta si me gustan las minas… Sí, claro, le digo. ¿Y cómo te gustan?, me dice… ¿Te gustan tetonas, por ejemplo…? Yo ahí, agarro y digo: este es puto. Este se la come doblada. Digo: este me quiere bajar la caña. Sí, digo. Me gustan tetonas. Pero minas, ¿eh…? El tipo se me queda mirando. No travas, le digo. Los travas están bien para que te chupen la pija, pero nada más. Escuchame: lo que yo digo es que si todos los días te bajás uno, entonces te sentás en el muñeco… pero esto al margen. El tipo dice que sí al toque. Dice: tengo la mina para vos. Para vos, para mí y para ese gil que pasa por la calle. Tengo todas las minas. Tengo el whisky. Tengo el telo de la vuelta. Hasta tengo la frula, si te va. Solo me falta la habilitación, me dice. Y el vuelto para el comisario. En resumen: me ofrecía el 20% del negocio. Solo tenía que darle cinco lucas ahí nomás, como para arrancar, como para que pudiera ir marchando la cosa, y la iba a levantar en pala… yo no me cuezo al primer hervor. ¿Entendés lo que te digo? A mí no me vas a hacer el cuento del tío así como así. A piola, piola y medio… yyyyyy, no sé, le digo. Justo estaba guardando para… para… ¿para qué?, me pregunta… nada, nada, le digo… doblo por acá, ¿te parece? Así es más rápido. Si no hay que seguir derecho hasta la autopista, pagar peaje… no, vos tranqui. 15 años. 15 años de tachero, llevo. Sé lo que te digo, ¿tendés? Bué. La cosa es que tengo un cuñado que labura en el Museo, en la parte administrativa, y… bué: te resumo. Le digo que este cuñado labura con mi hermana, que es pintora, viste. La mina –mi hermana- hace reproducciones de cuadros… cuadros que están en el Museo… ¿me seguís…? la cosa es sacar los originales, poner los cuadros de mi hermana… no, es todo un proceso. Mi hermana labura con dos amigas, una química y una experta en no sé qué pindonga, que le hacen no sé qué al cuadro de mi hermana y entonces parece como si fuera el otro, el posta, ¿tendés? No: que un experto medio pelo no puede distinguir entre uno y otro. A menos que se metan a hacer estudios que duran años, viste… no, boludo: puro verso. Yo hermana no tengo. Por eso con la tuya me… ah, vos tampoco. Claro, je: sos un piola. Ta bien. Bué: que ya está casi todo listo. Está hecho el contacto –un gallego que está parando en el Hyatt- y ya hay fecha para la transa. El problema es el siguiente: el gaita viene con tres de los mejores especialistas del mundo. Pero ese tampoco es un gran mambo: ya están apalabrados dos. El quilombo es el tercero. Ese pidió, le digo al ñato, equis cantidad de guita… más o menos tres veces más de lo que tengo. Yo pongo una parte, le digo, pero necesito a alguien que ponga el resto… ¿cómo “de una película”? Ninguna película. ¡Ninguna película, loco! ¡Te lo digo yo! ¿Qué? ¿Me estás diciendo mentiroso…? Yo te cuento la posta, hermano. Te digo las cosas tal cuál son. ¿Podés creer que el gil entra? Yo tampoco lo podía creer. Pero viste como son las cosas, no? Uno creería que esto solo pasa en las películas. Y en las malas, ojo. Pero no. Un pendejo como ese está expuesto. Es un nene, no sabe nada. Solo ve tetas de las que chupar guita. Pero la cosa no es así… sí, claro. ¿Te creés que nací ayer? Yo tenía una estructura montada –tenía un amigo que laburaba en el Hyatt, que hacía toda la parte operativa de la transa, y se ponía en contacto con las minas –unas pendejas de Bellas Artes con las que nos enfiestábamos cada tanto- para armar el circo… diez pavos le sacamos al boludo. Porque es así. Es así como te digo: son todos boludos. Y los más boludos son los que les gusta mal la guita. A los que le gusta mal, pero mal, eh. Mirá, escuchá esta…
Alem y Viamonte. Sube uno de estos giles. Pendejo. Veintialgo, ponele. Traje, maletín, todo… peinado con gomina, también. Al toque me pregunta que si no me quería ganar unos mangos. Lo miro. A estos los tengo junados, yo. Me dice: media luca por llevar esto a tal lado. Ahí te dan el resto. Le dije que sí. Se baja en la esquina. No habíamos hecho ni dos cuadras. Pero yo ya lo tenía. Esta me la intentaron hacer mil veces. Se creen que yo nací ayer. Apenas lo dejo al yipi, abro el paquete. Un ladrillo. Tendés, ¿no? Merca, pibe. Así que arranco y me voy al carajo. Le vendo la mitad a unos pibes del barrio, y con la otra llamo a la rubia y a la hermana... te acordás, ¿no? Te conté. La rubia que me chocó de atrás y la hermana con la que me enfiesté esa-misma-noche, je… ¿cómo que negra…? Bueno, sí… digo… sí, era negra, la hermana… sí, bueno: media hermana. No sé qué quilombo del padre por Brasil, viste… sí, Brasil, Colombia, qué se yo… uno de esos países llenos de negros… sí, era la hermana pero también era la mejor amiga, viste. Cosas de minas. Imaginate, no voy a andar cuestionándome, a esa altura. Bué. La cosa es que llamo a la rubia y a la negra –la hermana. Joya. De yapa, traen a una amiguita colorada. La grande vida, pibe. Una rubia, una línea. Una negra, una línea. Una colorada (me vuelven loco, las coloradas. Son mi perdición), una línea. Bué. Que estuve así, no sé… cuatro días, habrán sido. O una semana, qué se yo. La cosa es que cuando salgo del telo me están esperando. Lo que ellos no saben es que yo estaba esperándolos… no, que estaba esperando que me estuvieran… ¿tendés? Así que apenas los veo arranco. Tenía a las tres minas atrás. Al toque empezaron a romper las pelotas. Que parara, que se querían bajar, que no sé qué carajo. Así que tuve que pelar el fierro, viste. Se quedaron piolas. Calladitas y hacen lo que les digo. Para que entendieran le di con el canto en la jeta de la colorada. (¡Cómo me calentaba la colorada! Se me puso tiesa de solo pegarle, y eso que tenía a esos giles siguiéndome…) Doblé en una esquina y me bajé. Las minas salieron corriendo. Seguían siendo un espectáculo, corriendo medio en pelotas, con tacos, por una calle empedrada. Apenas los escucho llegar me planto rodilla en tierra y apunto. No los dejo frenar que los estoy recagando a tiros. El auto viborea y va a parar contra un semáforo. Me acerco para ver qué onda. El único que no estaba frito era el yipi. Lo saco –recagado en la patas, el pendejo- le meto dos piñas y lo acuesto en el tacho. Cuando vuelve en sí, está atado a una silla, en medio de un ambiente enorme, en una casa desierta, en medio del campo. Hola, mi cielo, le digo. Ahí pelo la navaja. Cantá, pibe, le digo. De fondo suena ABBA. ¿Conocés? Alta música, pibe. Me vuelve loco, ABBA. Me pongo a bailar, a agitarle la navaja por la cara. Lo empiezo a cortar. Le rebano una oreja. Ahí suelta todo. La merca, la guita, todo. Le rebano la otra oreja y salgo… ¿cómo que otra película? Son cosas que me pasaron, pibe. ¿Te creés que tengo tiempo para estar viendo películas? Eso no es nada, además…
La cosa es que estoy en casa con la merca y la guita que saqué del departamento del pendejo. Una vez al mes, armo la misma movida que antes: vendo parte de la merluza, y con otra me encierro en el telo con la rubia y sus hermanas… sí, la colorada también era hermana. Eran mellizas. Sí, mellizas. Trillizas. Trillizas, digo. Pero de distinto padre. La vieja era flor de puta, viste. Se dejaba empomar por su marido –un empresario que vendía inodoros –importados, ojo-, su chofer negro y el mejor amigo del marido, que era el hijo del embajador de Suecia… o uno de esos países con colorados… sí, tremenda perra… sí, no sabés… apenas dio a luz, el dorima, con la vena que le estallaba, le armó una causa y la metió adentro… tenía contactos con el ejército, el tipo. Al negro se lo chuparon. El colorado la zafó, pero… bué. Otro día te cuento. La cosa es que me encierro con las tres hermanitas en el telo. No sabés. Había ido antes y tirado la merca por toda la cama. Apenas entraron, se volvieron locas, las minas. Locas, eh. No sabía qué hacer. Un saque, una mamada, una tijereta. Otro saque, una empomada por el culo, otra tijereta. Y otro saque. Y así, dale que te dale. Habremos estado… no sé, boludo… treinta horas, ponele… no sé… encima, la negra había llevado esa cosa de perfume… ¡Lanza! Sí, eso. Y en un momento dado agarró y roció todo con eso. Imaginate. Todos reduros, y encima con eso encima. Bueno: que las minas se quedan congeladas. ¡Duras, loco! ¡Pero no de merca, tendés! Yo me pongo loco. Voy hasta la colorada, la zopapeo con la pija, y nada. Voy con la rubia: nada. Voy con la negra: lo mismo. Chau. Chau, dije. Esta cosa de negros y la reputa que la parió, viste. Entonces me dicen: “no es la droga; somos nosotros”. No-sabés-el cagazo-que me agarró. Me doy vuelta y tengo treinta enanitos verdes con caras de viejo mirándome. Sentí que se me iban a escapar los ojos, loco. Uno de los enanos chasquea la lengua… ¡y las minas desaparecen! ¡Desaparecen, tendés! Y entonces siento que me hablan, pero como que nadie mueve un músculo… como si me hablaran directamente a la cabeza, tendés. “Vamos”, dicen. Y entonces me despierto. Uff. Un flash, dije. Un mal viaje. “Está bien”, me dicen. ¡Estoy atado! ¡Estoy en una nave de mierda, volando por el espacio…! ¡Te juro, loco! ¡Ninguna película, te lo cuento tal cuál…! ¿En la próxima…? No, pará… pará que ya termino de… sí, dos minutos más y ya te… ¿cómo? ¿cambio de 100…?
Matías Pailos
Etiquetas: Literatura, Relatos
15 Comentarios:
Se aceptan sugerencias. Por ejemplo, pueden responder a la siguiente pregunta: ¿me fui al carajo con los dos últimos párrafos?
radiográfico...
Sí, lo del mal viaje es cualquiera.
ok. Haremos las modificaciones pertinentes. (Lo de 'mal viaje' puede ser un doble error: es jerga de otra comunidad.)
Hola, interesante publicación, ¿te gustaría vivir el verdadero espíritu escocés y ganarte un viaje con tres de tus mejores amigos a Escocia? Te invitamos a visitar: http://whiskyfestival.com.mx/ y descubrir más al respecto
No, no nos gustaría...
Hay que pulir un poco la historia del primer yipi (al que lo garcan con la transa de bellas artes).
El final a me pareció genial. Yo lo haría un poco más Phillip Dick (limado, en el futuro, no sé, que te cambie todo en dos segundos) Eso de "hablarle directo a la cabeza" está muy bueno. A mi me pasó una vez. Yo le daría una vuelta de tuerca al final. Lo de los ovnis es muy trillado. Después sí, "¿cambio de 100...?"
alguna vez me corté con un peluquero que:
1- empezó a insultar a la mujer, que a veces es peor que
2- su ex, que la ponía en contra de
3- sus hijas, que tenían verguenza de su auto y eran igual que su
4- madre, que maltrataba a su padre, que como mi padre, sufría por lo que le hacía
5- mi madre.
Nacho, no concuerdo; todo lo anterior parece sacado del imaginario del porno clásico y las películas de gangsters y tiros, acervo cultural de taxista porteño. Lo del ácido es demasiado cool...a menos que esa sea la búsqueda, a mí no me cabe.
la cosa es así: en la última reunión cumbre Robles-García Valverde-Idez-Pailos, iba a inferirles un bodrio atómico solipsista y autorreferencial en el que todo era muy loco e intelectual, cuando agarra Ariel y se pone a leer un cuento muy corto acerca de un ñato que la tiene así de grande. Y vi la luz. La voz, el tono, las resonancias -buena parte de lo distintivo del relato- es de Ariel. El robo es mío.
Gracias, Fideos. Notable pieza.
Acerca del debate Tamara-Nacho, diré lo siguiente: es cierto que el registro de etés + viaje alucinógeno no es el de un tachero. Eso es un error. Pero, justamente, quería que la última historia se fuera al carajo. Lo que necesitaría es una historia, con registro de tachero fabulador, que se fuera al carajo (más al carajo que las anteriores). Se escuchan ofertas...
El tipo no tiene que decir 'yipi', me parece. Tiene que decir 'yupi', y explicar qué (cree que) es un yupi.
Y sí: hay que pulir la historia del primer yupi. Acaso hacerla un toque más larga.
do you love the porongue?
loving the porongue?
loving the porongue?
linda frase. Queda aviada.
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