Centro, ironía y después
Dicen que soy visceral. Mienten. Soy un hombre medido.
Años habían pasado desde la última vez que pisé el verde césped. O el sólido cemento. Empecemos de nuevo: hacía años que no jugaba al fútbol. En las últimas tres semanas tuve oportunidad de hacerlo dos veces. En la primera venía de una distensión en la rodilla. La segunda jugué afiebrado. No saben lo feliz que fui.
No era eso lo que quería contarles, sino esto: en medio del último de los partidos, luego de haber probado doce millones de veces al arco (ojo si juegan alguna vez contra un filósofo llamado Milton como arquero: es imposible hacerle un gol), luego de haber rajado por octava vez un insulto al aire, al partido, a mí, cada cual más estertóreo, cada cuál más desaforado, se me acerca un amigo de la casa, que prefiere ser conocido bajo el apodo de Ex-Leninista (aunque actual pragmatista) y me dice al oído, riendo, procurando calmar la fiera desatada que veía en mí: ‘hay que tomarlo con ironismo’.
Sabía que cuerdas pulsar, y lo hizo con tino. Él y yo compartimos cierta oscura afición por una tesis o un conjunto de tesis encuadradas bajo ese mote: ‘ironismo’. Y el ironismo patrocina ese tipo de distancia con respecto a… a ver a ver: ¿de qué hablamos cuando hablamos de ironismo?
Ironismo: dícese de la actitud con respecto a vocabularios y lenguajes, eventualmente extensiva a juegos de lenguaje, prácticas e incluso formas de vida, consistente en ser conciente de su carácter contingente, azaroso, eventualmente finito. Es decir: no tomarse demasiado en serio nada. ¿Eso es ironismo?
Lo primero es ironismo. No me monto en el paso inferencial que parte de él y concluye que ‘todo eso’ (lenguajes, prácticas y afines) no merece ser tomado con tanta seriedad. Me adelanto: Ex-Leninista tampoco opina esto. Hay, sin embargo, una diferencia en los papeles (es decir: en la cancha donde se ven los pingos) entre él y yo, al menos en lo que al fútbol respecta. Para él es un juego. Para mí es en serio.
Es en serio. Es lo único que importa, al menos durante lo que dure el partido. Así que si hay que ir fuerte, se va. Si hay que tirarse al piso, se tira al piso. Si hay que faulear, se faulea. Si hay que dejar la piel en la cancha, se la deja. Y hay que dejar la piel en la cancha.
Claro: no es que haya que hacer nada. Son solo formas de comportarse, modos de disfrute. Porque, entiéndanme: así es como yo disfruto. Y agrego: disfruto más que todos mis compañeros. A ellos, todos filósofos, todos individuos sensatos, maduros, comedidos, no les va la vida en ese partidito. Y está bien. Más aún: está muy bien. Sin embargo…
Sin embargo nada. Nada, más allá de que no podamos dejar de contemplarnos como dos extraños. Ellos me ven, sospecho, algo así como a un buen salvaje. Yo, aunque no quiera, aunque me resista y luche, no puedo dejar de sentir que hay algo, esencial, que se les escapa.
Así que, en fin, ahí voy, mezcla de (y voy a apelar, cipayamente, a imágenes tenísticas) Willy Cañas y Gato Gaudio menos el talento de ambos, corriendo cada pelota, luchando cada centro a la olla, puteándome y ninguneándome en voz alta, creciendo en público. Y aunque, también, intento ser cada vez menos y menos gatonesco, a veces creo que pugno en vano. Por ahora, al menos, soy así. Y así, con esas intensidades y sinsabores, se hacen las cosas en esta familia.
Matías Pailos
Años habían pasado desde la última vez que pisé el verde césped. O el sólido cemento. Empecemos de nuevo: hacía años que no jugaba al fútbol. En las últimas tres semanas tuve oportunidad de hacerlo dos veces. En la primera venía de una distensión en la rodilla. La segunda jugué afiebrado. No saben lo feliz que fui.
No era eso lo que quería contarles, sino esto: en medio del último de los partidos, luego de haber probado doce millones de veces al arco (ojo si juegan alguna vez contra un filósofo llamado Milton como arquero: es imposible hacerle un gol), luego de haber rajado por octava vez un insulto al aire, al partido, a mí, cada cual más estertóreo, cada cuál más desaforado, se me acerca un amigo de la casa, que prefiere ser conocido bajo el apodo de Ex-Leninista (aunque actual pragmatista) y me dice al oído, riendo, procurando calmar la fiera desatada que veía en mí: ‘hay que tomarlo con ironismo’.
Sabía que cuerdas pulsar, y lo hizo con tino. Él y yo compartimos cierta oscura afición por una tesis o un conjunto de tesis encuadradas bajo ese mote: ‘ironismo’. Y el ironismo patrocina ese tipo de distancia con respecto a… a ver a ver: ¿de qué hablamos cuando hablamos de ironismo?
Ironismo: dícese de la actitud con respecto a vocabularios y lenguajes, eventualmente extensiva a juegos de lenguaje, prácticas e incluso formas de vida, consistente en ser conciente de su carácter contingente, azaroso, eventualmente finito. Es decir: no tomarse demasiado en serio nada. ¿Eso es ironismo?
Lo primero es ironismo. No me monto en el paso inferencial que parte de él y concluye que ‘todo eso’ (lenguajes, prácticas y afines) no merece ser tomado con tanta seriedad. Me adelanto: Ex-Leninista tampoco opina esto. Hay, sin embargo, una diferencia en los papeles (es decir: en la cancha donde se ven los pingos) entre él y yo, al menos en lo que al fútbol respecta. Para él es un juego. Para mí es en serio.
Es en serio. Es lo único que importa, al menos durante lo que dure el partido. Así que si hay que ir fuerte, se va. Si hay que tirarse al piso, se tira al piso. Si hay que faulear, se faulea. Si hay que dejar la piel en la cancha, se la deja. Y hay que dejar la piel en la cancha.
Claro: no es que haya que hacer nada. Son solo formas de comportarse, modos de disfrute. Porque, entiéndanme: así es como yo disfruto. Y agrego: disfruto más que todos mis compañeros. A ellos, todos filósofos, todos individuos sensatos, maduros, comedidos, no les va la vida en ese partidito. Y está bien. Más aún: está muy bien. Sin embargo…
Sin embargo nada. Nada, más allá de que no podamos dejar de contemplarnos como dos extraños. Ellos me ven, sospecho, algo así como a un buen salvaje. Yo, aunque no quiera, aunque me resista y luche, no puedo dejar de sentir que hay algo, esencial, que se les escapa.
Así que, en fin, ahí voy, mezcla de (y voy a apelar, cipayamente, a imágenes tenísticas) Willy Cañas y Gato Gaudio menos el talento de ambos, corriendo cada pelota, luchando cada centro a la olla, puteándome y ninguneándome en voz alta, creciendo en público. Y aunque, también, intento ser cada vez menos y menos gatonesco, a veces creo que pugno en vano. Por ahora, al menos, soy así. Y así, con esas intensidades y sinsabores, se hacen las cosas en esta familia.
Matías Pailos
12 Comentarios:
"definitivamente por ahora"
(guiño para mi amigo A.)
Y Ud. sigue en la dicotomía "a todo o nada o me tomo todo a la ligera"
que lucha, dios...
Las dos cosas: todo o nada, y me tomo todo a la ligera. Esa es la lucha.
Aquí alguien que entiende el fútbol de la misma manera aunque después lo ejecute de una forma harto más torpe.
Pared y gol.
Recordemos nuestros apodos futbolísticos, Cioso (permítame esta impertinencia): el fanático (usted) y el drogadicto (yo). Me despido, entonces, habiéndome ya cavado mi propia tumba (y la ajena del estimado Cioso, mala suerte pobre tigre siempre tuvo de tenerme como amigo).
matías, me gustaría ser como ud. en cuanto a dejar la piel, y todo eso; por mi parte, sólo busco conformarme con un par de jugadas, y cuando los partidos terminan nunca sé su resultado.
Una vez durante un partido hace años la pelota se fue al lateral y llegamos dos al mismo tiempo para sacar, mi compañero casi me empujó para quitarme la pelota y sacar él; ante mi pregunta de por qué, jadeando me dijo: está por terminar y estamos perdiendo!!!
Pensé: qué espíritus distintos, ambos pagamos los mismos roñosos cinco pesos para poder jugar, y fíjese ud. la diferencia, caramba, de todas formas, está ud. invitado al club judeo-argentino donde junto con zedi paseamos nuestras respectivas impericias.
Sépalo: iré. (Como ve, siempre le estoy ordenando saber cosas. El enano fascista oculto en mí asoma su cabeza en lugares -y de modos- extraños.)
Sólo puedo decir que hoy ha jugado un gran partido, señor. Por lo demás, creo que a todos nos pasa un poco eso de que "sí, es un juego", pero mientras... no.
sí, hoy estuvimos menos ironistas. Particularmente nosotros, concentrados en paliar las deficiencias que acarrea jugar con uno menos. Estamos para un hacerle partido al Diegote y su showball.
Simplemente quiero decir que el domingo Pailos y yo hicimos honor a nuestros sobrenombres con un partido a nuestra medida (es decir, épico) amparados en la justificación moral del hombre menos, dedicados a correr, meter y jugar. Fue, en términos de intensidad,el mejor partido que jugué en los últimos años.
Hasta el próximo voy a seguir reflexionando en aquel consejo trascendental de Pailos:
_Haceme caso, pegale de zurda.
Creo que es el mejor consejo que di en mi vida.
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