Cara y cruz
Pauls es el mejor escritor vivo, por lo que la empresa no lucía difícil. Llevaba en la mochila ‘Wasabi’, el libro que escribió gracias a una beca de alguna institución francesa cuyo nombre, como tantas otras cosas, se me escapa. Oportunamente, Pauls decidió situar en Francia la acción de la novela, mayormente un cúmulo de bromas ingeniosas prescindibles. El estilo era, como siempre, impecable, superior.
Por fortuna no me había conformado con ese librito, de 150 páginas, con letra y espacios interlineares generosos, y acomodé, a la par, ‘El Síndrome de Ulises’, de Santiago Gamboa. De este colombiano ya había leído ‘Los impostores’, simpático folletín policial y de espionaje, con espacio para los enredos sentimentales y varias reflexiones sobre la literatura y quienes viven de y para ella. Ya arriba del Buquebus, abrí ‘El Síndrome’, y me vi metido de prepo en la París de principios de los noventa, con estudiantes pobres, prostitutas pobres e inmigrantes de toda laya. No pasan diez páginas y al protagonista ya lo están dejando. No pasan veinte y está, a la par que cursando su doctorado, empleándose de lavacopas en un restaurante coreano de mala muerte. No pasan treinta, y ya está culeando con una keniata, una rumana y una colombiana, las primeras pobres, la última acomodada; las primeras putas de profesión; la última, solo de vocación.
Pobreza, hambre, sexo y abandono. No era precisamente lo que necesitaba, creía; lo que necesitaba era curar mis heridas, y este hijo de puta parecía empeñado en recordármelas, primero, y echarles sal después. Pero no podía dejarlo. Quizás me esté haciendo mal, pensé, y volví a Pauls. Sí, divertido. Una vez hube purgado culpas (“no: no te estás masoqueando. ¿No ves que estás leyendo a este tipo que no sufre, que no sufre en serio, que todo lo que cuenta –humillaciones, golpizas, intentos de asesinato a Klossowski, un espolón que emerge de su cuello- no es más que artificio y piruetas de malabarista? ¡Y qué bien que escribe!”), volvía desaforadamente a Gamboa, y avanzaba cuarenta páginas más.
La serie se continuó en el viaje por tierra de Colonia a Montevideo, y en la propia Montevideo. Fue en un bar de la ciudad vieja, en medio de la peatonal, donde dije basta. Lo asumí: no podía dejar a Gamboa/Pauls era insoportable.
Empecemos por el final: un petulante, un idiota anegado en cultura, un neurótico enamorado de su afección que, a sabiendas de su inabarcable talento, decide malgastarlo en un ejercicio de estilo. Eso, y no otra cosa, es y trasunta ‘Wasabi’. No me creo ni medio lo que cuenta, y ‘no me lo creo’ en el sentido de que no logra atraparme en su cosmovisión y dinámica, de modo tal que no cuestione las leyes de ese universo, de modo tal que solo me interese hacer avanzar la historia o seguir leyendo. Se nota el desgano. Se nota la falta de importancia otorgada y leída. Es Pauls imitando, y el modelo es Aira. Pero es Pauls, así que escribe como el crítico que nunca dejará de ser, como nadie que no lo sea podrá escribir jamás: reparando en detalles marginales, pero imprescindibles, destacando relaciones ocultas, rimas que flotaban en el aire sin que nadie las atrapara, removiendo otro gajo de la zarandeada mandarina de la memoria. El problema es, otra vez, el mismo de siempre: le falta vida, le falta espíritu, le falta sustancia. Le faltan todas esas cosas en las que no creemos.
Porque decir que el libro de Gamboa tiene alma es no decir nada, por más que acertemos al hacerlo. Además hay acá otro problema. Si creo que el mayor escritor argentino es Lamborghini, y creo que los méritos suyos no son del orden de los de la vida y el alma, ¿por qué sería el mejor, habiendo tantos otros que sí tiene de ambas, y en cantidad –Pauls en ‘El Pasado’, por caso? Pero sí: es precisamente alma lo que tiene Gamboa, de lo que está ayuno ‘Wasabi’. ¿Y qué es el alma?
Es una cagada. No el alma, sino tener que responder a esta pregunta, cuando se desconoce la respuesta. Podría decir, quizás: hablar de algún tema que nos acucia, que nos compete, que nos importa –y explorarlo a fondo. Esto, por cierto, no implica (necesariamente) narrar las anécdotas que hayamos protagonizado. Significa explorar situaciones que ejemplifiquen o meramente instancien ‘el tema’ de modo honesto, perspicaz y personal, sin escatimar dolores y padecimientos –de los personajes y del autor, si ‘el tema’ es de ese orden. Supone, por tanto, presentarlo tal como se lo vive: de ninguna manera aislado, sino en relación con otros temas, propios o ajenos, que pugnan por imponerse, en su atención o en la del mundo. Supone, digo, mostrar o crear las relaciones que mantienen con esas otras esferas, y una de las pocas relaciones de las que no se puede prescindir son las relaciones de poder. Los temas, las esferas, están compitiendo. Si se quiere vivir no hay que escatimar conflicto.
¿Suficientemente insatisfactoria? Pasemos ahora a otra respuesta del mismo orden. Si en Lamborghini no hay vida, ¿por qué es el mejor?
Voy a recusar la premisa que yo mismo planteé. En Lamborghini hay vida, como en pocos otros lados. Su vida es siempre brutal, siempre cruel. En mi pieza de crítica favorita, ‘Derivas de la pesada’, Bolaño afirma, sobre la literatura de Lamborghini, que “la palabra crueldad se ajusta a ella como un guante. La palabra dureza también, pero sobre todo la palabra crueldad”, y también sostiene que “a duras penas puedo leerlo, no porque me parezca malo sino porque me da miedo”. Bolaño es tremendamente injusto. Hay al menos dos aspectos que singularizan a Lamborghini, y ciertamente la crueldad es uno de ellos. El otro es el mostrarnos cómo la mejor literatura puede hacerse violando sistemáticamente todas y cada una de las normas del bien escribir, y haciéndonos cagar de risa en el intento. Por eso, por este olvido, Bolaño niega el carácter revolucionario a la prosa de Lamborghini, y pide a gritos la vuelta a la mesura apolínea de la gran literatura, esa que habla de todo de mil maneras, pero que hace equilibrio en el intento. Al notar que no nos caemos, no importa cuánto peso nos pongan encima, nos sentimos fuertes. Nos sentimos poderosos. Y soportamos con orgullo mayor peso. Aunque sepamos que la adición de medio gramo más logrará que nos rompamos la crisma en la caída. Ese modo apolíneo de Bolaño es el que exhibe Gamboa. Si se insinuara que escribe mal, diré: entonces no es necesario escribir bien para hacer buena literatura. Pauls escribe bien, y entonces diré: no es suficiente escribir bien para hacer buena literatura. Ese modo apolíneo está radicalmente ausente en Lamborghini. Y la mejor literatura puede, también, prescindir de él.
Matías Pailos
Por fortuna no me había conformado con ese librito, de 150 páginas, con letra y espacios interlineares generosos, y acomodé, a la par, ‘El Síndrome de Ulises’, de Santiago Gamboa. De este colombiano ya había leído ‘Los impostores’, simpático folletín policial y de espionaje, con espacio para los enredos sentimentales y varias reflexiones sobre la literatura y quienes viven de y para ella. Ya arriba del Buquebus, abrí ‘El Síndrome’, y me vi metido de prepo en la París de principios de los noventa, con estudiantes pobres, prostitutas pobres e inmigrantes de toda laya. No pasan diez páginas y al protagonista ya lo están dejando. No pasan veinte y está, a la par que cursando su doctorado, empleándose de lavacopas en un restaurante coreano de mala muerte. No pasan treinta, y ya está culeando con una keniata, una rumana y una colombiana, las primeras pobres, la última acomodada; las primeras putas de profesión; la última, solo de vocación.
Pobreza, hambre, sexo y abandono. No era precisamente lo que necesitaba, creía; lo que necesitaba era curar mis heridas, y este hijo de puta parecía empeñado en recordármelas, primero, y echarles sal después. Pero no podía dejarlo. Quizás me esté haciendo mal, pensé, y volví a Pauls. Sí, divertido. Una vez hube purgado culpas (“no: no te estás masoqueando. ¿No ves que estás leyendo a este tipo que no sufre, que no sufre en serio, que todo lo que cuenta –humillaciones, golpizas, intentos de asesinato a Klossowski, un espolón que emerge de su cuello- no es más que artificio y piruetas de malabarista? ¡Y qué bien que escribe!”), volvía desaforadamente a Gamboa, y avanzaba cuarenta páginas más.
La serie se continuó en el viaje por tierra de Colonia a Montevideo, y en la propia Montevideo. Fue en un bar de la ciudad vieja, en medio de la peatonal, donde dije basta. Lo asumí: no podía dejar a Gamboa/Pauls era insoportable.
Empecemos por el final: un petulante, un idiota anegado en cultura, un neurótico enamorado de su afección que, a sabiendas de su inabarcable talento, decide malgastarlo en un ejercicio de estilo. Eso, y no otra cosa, es y trasunta ‘Wasabi’. No me creo ni medio lo que cuenta, y ‘no me lo creo’ en el sentido de que no logra atraparme en su cosmovisión y dinámica, de modo tal que no cuestione las leyes de ese universo, de modo tal que solo me interese hacer avanzar la historia o seguir leyendo. Se nota el desgano. Se nota la falta de importancia otorgada y leída. Es Pauls imitando, y el modelo es Aira. Pero es Pauls, así que escribe como el crítico que nunca dejará de ser, como nadie que no lo sea podrá escribir jamás: reparando en detalles marginales, pero imprescindibles, destacando relaciones ocultas, rimas que flotaban en el aire sin que nadie las atrapara, removiendo otro gajo de la zarandeada mandarina de la memoria. El problema es, otra vez, el mismo de siempre: le falta vida, le falta espíritu, le falta sustancia. Le faltan todas esas cosas en las que no creemos.
Porque decir que el libro de Gamboa tiene alma es no decir nada, por más que acertemos al hacerlo. Además hay acá otro problema. Si creo que el mayor escritor argentino es Lamborghini, y creo que los méritos suyos no son del orden de los de la vida y el alma, ¿por qué sería el mejor, habiendo tantos otros que sí tiene de ambas, y en cantidad –Pauls en ‘El Pasado’, por caso? Pero sí: es precisamente alma lo que tiene Gamboa, de lo que está ayuno ‘Wasabi’. ¿Y qué es el alma?
Es una cagada. No el alma, sino tener que responder a esta pregunta, cuando se desconoce la respuesta. Podría decir, quizás: hablar de algún tema que nos acucia, que nos compete, que nos importa –y explorarlo a fondo. Esto, por cierto, no implica (necesariamente) narrar las anécdotas que hayamos protagonizado. Significa explorar situaciones que ejemplifiquen o meramente instancien ‘el tema’ de modo honesto, perspicaz y personal, sin escatimar dolores y padecimientos –de los personajes y del autor, si ‘el tema’ es de ese orden. Supone, por tanto, presentarlo tal como se lo vive: de ninguna manera aislado, sino en relación con otros temas, propios o ajenos, que pugnan por imponerse, en su atención o en la del mundo. Supone, digo, mostrar o crear las relaciones que mantienen con esas otras esferas, y una de las pocas relaciones de las que no se puede prescindir son las relaciones de poder. Los temas, las esferas, están compitiendo. Si se quiere vivir no hay que escatimar conflicto.
¿Suficientemente insatisfactoria? Pasemos ahora a otra respuesta del mismo orden. Si en Lamborghini no hay vida, ¿por qué es el mejor?
Voy a recusar la premisa que yo mismo planteé. En Lamborghini hay vida, como en pocos otros lados. Su vida es siempre brutal, siempre cruel. En mi pieza de crítica favorita, ‘Derivas de la pesada’, Bolaño afirma, sobre la literatura de Lamborghini, que “la palabra crueldad se ajusta a ella como un guante. La palabra dureza también, pero sobre todo la palabra crueldad”, y también sostiene que “a duras penas puedo leerlo, no porque me parezca malo sino porque me da miedo”. Bolaño es tremendamente injusto. Hay al menos dos aspectos que singularizan a Lamborghini, y ciertamente la crueldad es uno de ellos. El otro es el mostrarnos cómo la mejor literatura puede hacerse violando sistemáticamente todas y cada una de las normas del bien escribir, y haciéndonos cagar de risa en el intento. Por eso, por este olvido, Bolaño niega el carácter revolucionario a la prosa de Lamborghini, y pide a gritos la vuelta a la mesura apolínea de la gran literatura, esa que habla de todo de mil maneras, pero que hace equilibrio en el intento. Al notar que no nos caemos, no importa cuánto peso nos pongan encima, nos sentimos fuertes. Nos sentimos poderosos. Y soportamos con orgullo mayor peso. Aunque sepamos que la adición de medio gramo más logrará que nos rompamos la crisma en la caída. Ese modo apolíneo de Bolaño es el que exhibe Gamboa. Si se insinuara que escribe mal, diré: entonces no es necesario escribir bien para hacer buena literatura. Pauls escribe bien, y entonces diré: no es suficiente escribir bien para hacer buena literatura. Ese modo apolíneo está radicalmente ausente en Lamborghini. Y la mejor literatura puede, también, prescindir de él.
Matías Pailos
6 Comentarios:
caótico y absoluto su post, pailos. Como siempre. Ya te pido a Gamboa.
"si se quiere vivir no hay que escatimar conflicto" me encantó esa frase.
Curar heridas en Montevideo? lo veo un poco compliqueti, pero sobre lugares sanadores no hay reglas.
En todas las artes pasa igual, hay que diferenciar belleza técnica de idea/emoción/obra.
saludos.
p.d: cada vez que comento aca en MT entiendo porque no tengo blog, para que?
p.d2: hay una versión hermosa de "creep" acustica de un disco llamado "oxfords angels" de Radiohead, yo escuché la de "Pablo Honey" años despues.
Para mí, OL poeta, AP comunicador.
Uno deja como huella sus falanges en la arena, el otro, la suelita de sus sandalias impecables.
Más allá de estar inscriptos en distintas tradiciones, entonces, el grado de registros es tan abrumadoramente superior en favor de OL, que AP, acaso, pueda aspirar a contar sus vacaciones y mojar estudiantas.
Agudo, certero, de la crítica literaria como una de las bellas artes.
¿Cuántas veces nos ha pasado llevar dos libros en la mochila y descubrir que el punto se volvía banca? Por lo demás, leí Wasabi y acuerdo punto por punto con su apreciación. Gamboa, de lo que leí (no Ulises), desparejo, vuela para la foto, busca el aplauso fácil, pero es casi irresistible.
PH: cuando quieras te lo paso.
Pau: acuerdo con todo, y por favor: no dejes de comentarnos. (Y ya sabés que cuando quieras publicar, solo tenés que pedirlo. Ya sé, ya sé: tenés dónde hacerlo.) Voy a buscar la versión de Creep de la que hablás. Aunque creo que la tengo. Es de un EP, ¿no?
ER: los veo más narradores que otra cosa (los textos en prosa no narrativos de OL son, como todo lo que escribió, excelentes -tipo 'La Mañana', por caso; me quedó con los textos intermedios, menos narrativos que 'La causa justa', pero más que aquellos. Me quedo con los dos Sebregondis. Pero, ¿por qué elegir?).
'El Pasado' es una de mis novelas favoritas, así que mal podría pensar que no deja huella. Sí lo hace, y una muy profundo. ¿El argumento? Tendría que ponerme a pensar.
ZC: ¿Cuántas veces?
No hace falta que lo digas, dudo que deje de comentar acá, porque es como mi casa también.
Gracias por la invitación,pero en este blog yo juego en esta posición.
Estoy en algo para el blog de cutipaste, ya avisaré.
Ese tema está en un disco de raros y temas que no entraron en discos, se llama OXFORD´S ANGELS.
saludos.
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