Entre nos
Hacia el primer cuarto del siglo XX no era difícil hallar filósofos interesados en el espacio intermedio. Buena parte de ellos son glosados por Sábato en todas partes, y sus nombres adquieren ribetes mitológicos: Buber, Berdiaeff, Chestov, Jaspers. Su fama ha sido parejamente segada y no pocos lo lamentarían si hubieran oído alguna vez hablar de ellos. Agradezcamos tanto que esto no ha tenido lugar como que hay uno que no es filósofo que ocupó en este asunto una suma que asciende a toda su vida. En los ratos que le dejaban libre sus escaramuzas sexuales furtivas con marineros bengalíes en la zona de Retiro, la preocupación por el alimento y la ausencia de dinero y el tedio de la rutina burocrática, Witold Gombrowicz nos explicó todo lo que siempre supimos, mejor de lo que nunca se nos hubiera ocurrido. Gombrowicz, en los diálogos publicados, en las cartas a los amigos, pero sobre todo en su Diario (EL Diario de un escritor) teoriza sobre parte de lo plasmado en su narrativa, que no es más que la influencia determinante del medio sobre el comportamiento, sobre las creencias, sobre los sentimientos, y cómo el principal factor determinante del medio es la suma de los humanos partícipes, sus sentimientos, sus creencias, todo su comportamiento. Es ese contexto que se crea y uno no sabe por qué. Puede, no obstante, rastrear cuál fue su contribución a que ese clima se generara, a que esa tragedia, comedia, drama o tragicomedia tuviera lugar. Uno actuó, y no sabe por qué. Uno dijo, uno calló. Uno cree haberse visto obligado. ¿Por quién? Dificilísimo saberlo. Si nos obstinamos en encontrar responsables, siquiera causas suficientes, quizás la empresa se torne imposible.
En algún momento de mi pasado creí que la empatía que sentía con ella era superior a la que nunca tuve, a la que jamás tendría. No otra sino ella misma se ocupó de remover mi ingenuidad.
-No nos pasa a nosotros solos. Les pasa a todos.
Lo que yo sostuve antes era que tenía la impresión de que mi sentimiento para con ella, para con nosotros, no era diferente al que ella tenía para conmigo. Para con nosotros. Que eso me sorprendía. Que eso no me había pasado nunca.
-Es que el clima no está ni en vos ni en mí. Está acá, en el espacio intermedio.
Le creía. A pie juntillas. Acaso no poco contribuyera a ello el que hubiéramos fumado, el que sus tetas estuvieran a mi disposición, como su entero cuerpo desnudo. Pero tenía razón. Me daba cuenta de cómo me sentía y de cómo se sentía ella porque el sentimiento no era ni mío ni suyo, sino una entidad diferente que flotaba en derredor. Que se estiraba. Que se comprimía. Que era nuestro, pero diferente a nosotros. Está ahí, para ser contemplado. Examinado. Modificado. Algo más que la suma de nuestros estados mentales, o de la parte privada de ellos.
Claro, objetarán: qué pasa cuándo las expectativas se ven defraudadas. Qué pasa cuando los pareceres no coinciden. Qué pasa cuando difieren radicalmente, cuando comprendemos que hemos vivido equivocados. Un comienzo de respuesta es que eso pasa rara vez. Que por eso nos sorprendemos. Que, en parte, por eso nos alteramos. Que hay muchas formas de explicarlo, la primera de todas una entre la negación y la estupidez.
Acaso ella se equivoque. Acaso no haya más que eso que llamé ‘la parte privada de nuestras emociones’. Dejemos que los filósofos resuelvan el tema. Dejemos, entonces, que nunca se pongan de acuerdo, y déjenme constatar que sí: yo he vivido equivocado. Durante muchísimo tiempo no atendí al clima, o dudé de la fiabilidad de mis impresiones. En cualquier caso opté por desatenderme de ese asunto, y mi pecado fue severamente castigado. Fui egocéntrico en exceso, fui ligeramente psicótico. Espero haber dejado atrás esos días pero, ¿quién sabe? Espero poder contemplar de frente la suma de esos climas, cada uno de ellos. Espero que mi felicidad se filtre entre sus paredes. Aspiro a no poder discriminar si llevé o fui llevado.
Matías Pailos
En algún momento de mi pasado creí que la empatía que sentía con ella era superior a la que nunca tuve, a la que jamás tendría. No otra sino ella misma se ocupó de remover mi ingenuidad.
-No nos pasa a nosotros solos. Les pasa a todos.
Lo que yo sostuve antes era que tenía la impresión de que mi sentimiento para con ella, para con nosotros, no era diferente al que ella tenía para conmigo. Para con nosotros. Que eso me sorprendía. Que eso no me había pasado nunca.
-Es que el clima no está ni en vos ni en mí. Está acá, en el espacio intermedio.
Le creía. A pie juntillas. Acaso no poco contribuyera a ello el que hubiéramos fumado, el que sus tetas estuvieran a mi disposición, como su entero cuerpo desnudo. Pero tenía razón. Me daba cuenta de cómo me sentía y de cómo se sentía ella porque el sentimiento no era ni mío ni suyo, sino una entidad diferente que flotaba en derredor. Que se estiraba. Que se comprimía. Que era nuestro, pero diferente a nosotros. Está ahí, para ser contemplado. Examinado. Modificado. Algo más que la suma de nuestros estados mentales, o de la parte privada de ellos.
Claro, objetarán: qué pasa cuándo las expectativas se ven defraudadas. Qué pasa cuando los pareceres no coinciden. Qué pasa cuando difieren radicalmente, cuando comprendemos que hemos vivido equivocados. Un comienzo de respuesta es que eso pasa rara vez. Que por eso nos sorprendemos. Que, en parte, por eso nos alteramos. Que hay muchas formas de explicarlo, la primera de todas una entre la negación y la estupidez.
Acaso ella se equivoque. Acaso no haya más que eso que llamé ‘la parte privada de nuestras emociones’. Dejemos que los filósofos resuelvan el tema. Dejemos, entonces, que nunca se pongan de acuerdo, y déjenme constatar que sí: yo he vivido equivocado. Durante muchísimo tiempo no atendí al clima, o dudé de la fiabilidad de mis impresiones. En cualquier caso opté por desatenderme de ese asunto, y mi pecado fue severamente castigado. Fui egocéntrico en exceso, fui ligeramente psicótico. Espero haber dejado atrás esos días pero, ¿quién sabe? Espero poder contemplar de frente la suma de esos climas, cada uno de ellos. Espero que mi felicidad se filtre entre sus paredes. Aspiro a no poder discriminar si llevé o fui llevado.
Matías Pailos
14 Comentarios:
Críptico y bonito post.
Creo que también es una idea que comparte Witoldo la de que en parte somos moldeados por la imagen que los otros tienen de nosotros. ¿No será que usted gusta de la forma que ella tiene de gustar de usted?
en parte, supongo. ¿A usted le ocurre algo muy diferente?
Supongo que no, aunque a efectos prácticos, a usted le ocurren cosas muy diferentes de las que a mí. De todos modos, en definitiva y como decía Fassbinder "sólo quiero que me amen".
La última frase es muy bella.
Matias:
Las chica van, las chicas vienen. Gombrowicz se queda.
Los diarios que escribio describen muy bien y con mucha ironia todo el clima cultural de la Argentina
Fassbinder. tiene otra pelicula que se llama : "El amor es mas frio que la muerte"
Lord: mi favorita de Fassbinder es "La angustia corroe el alma". Espero que ninguna de las tres hablen de nosotros -incluyo a ZC en esto.
Las personas son dos, el sentimiento es uno solo. He ahí la cuestión.
Zedi: eso que ud. menciona lo describe el francés anfetamínico como el primer punto de lo que denomina "la triple destructibilidad del amor": "el amor es un embaucamiento y una remisión al infinito, puesto que amar es querer que se me ame y, por lo tanto, querer que el otro quiera que yo lo ame".
MP: Realmente, un bello post. Disentiría aquí o allá, ¿pero qué sentido tiene eso si el post es bello?
Justamente el otro día decíamos con mi amigo Pablo M. que los títulos de las películas de Fassbinder están a la altura de las grandes obras de la literatura universal.
Disculpe la ignorancia, Ludwig, coincido con su parecer pero no sé si con lo de francés afetamínico hacer referencia ud. a Roland Barthes o a Jacques Lacan o Jorge Telerman o algún otro.
Saludos
a veces pienso que
aquello que parece ajeno, de lo que vos hablás, es nuestro en realidad, lo que sucede es que, como todo lo que nosotros creamos en un momento, se separa de nosotros y adquiere su propio funcionamiento
como un hijo
como un texto
como estrenar una obra de teatro.
pero nosotros estamos ahí, en ese "otro lugar"
tenemos una sucursal
adonde ir a buscar
las últimas novedades
si el amor nos invade repentinamente
si ese texto de pronto cierra y se independiza.
A veces me sorprendo de lo que escribo porque todo pareciera estar más pensado de lo que yo originariamente lo pensé.
Ejemplo: (si, ya se que me estoy excediendo) ensayo con actriz (sí, hago teatro) hacemos un texto mío. Ella dice de pronto "máscara". a mí la palabra me horroriza como si me hubiera tragado un alambre de púas. buscamos y vemso que se equivocó. yo no había escrito "mascara", sino "pantalla" si. esa palabra si hacía sistema. "todo era una mascara" no. "todo era una pantalla" sí. las dos hablan de tapar, pero en ese mundo, tapar se dice "pantalla".
el texto tiene su propia vida, que flota en el aire, como el amor con tu chica desnuda.
beso! y disculpame por ser tan verborrágica (tenía que contarlo!!)
Dama: gracias por pasar y dejar huella. Sí, creo que el 'entre nos' es un fenómeno ubicuo, que se manifiesta tanto en la cama como en la escena.
Ella: en efecto.
ML: Gracias. Gracias por la cita.
ZC: lo de Fassbinder, por supuesto.
pailos, no entiendo bien. quien es su filosofo favorito? creia que era wittgenstein, rorty, quine, no se. en fin no importa, muy bueno el post. insuperanle
X: no hablo con borrachos, pero con usted haré una excepción. ¿Me explicás que carajo hacés en Montreal?
MP: una conferencia me llevo por esos pagos. abrazos.
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