Silencios
-¿Cómo andás?
-Y: mal.
-¿Sí?
-Sí.
-Tenés que ir al psicólogo.
-Voy al psicólogo.
-Entonces tenés que dejarlo.
Una de las cosas que cíclicamente hago es tomar a alguno como fuente de toda sabiduría. Es una técnica de supervivencia, es un instructivo más para la felicidad. Es, más precisamente, un instructivo para dar con instructivos de la felicidad. El procedimiento es sencillo: elija a una persona más o menos inteligente (a cualquiera) y dedíquese a cultivar la propia sensibilidad ante sus dichos y actos y ¡vualá!: tendrá revelaciones por dos pesos que son, a su vez, revelaciones de dos pesos (para usted no lo serán, y eso, cuando las papas queman, es toda la diferencia, lo único importante). Como todo expediente vital, este tiene contras, algunas evidentes, ninguna que vaya a ser reseñada a continuación. De esta aplicación particular de este recurso particular a este individuo concreto, saqué las siguientes enseñanzas: cuando hay que mentir hay que mentir, drogarse está muy bueno, una aventura es algo que merece ser perseguido siquiera por los restos de anécdota que destilan en el tamiz, pensar no es algo tan importante, qué bueno que es perder el tiempo, relajate, no hables de lo que no quieras. Aquí me detendré.
Ustedes, los analizados, habrán tenido la experiencia de salir del psicólogo más angustiados, desconcertados, deprimidos o iracundos de lo que entraron (cualquiera de ellas sirve para el caso). Como son individuos sensibles y de temperamento caritativo -y con un insuficiente nivel de autoconfianza- habrán contemplado por largo tiempo la posibilidad de que esa experiencia insatisfactoria y, en general, inmediata promotora de la infelicidad, constituyera a largo plazo un fusible del crecimiento personal. Error.
Error.
Retrucarán: ¿Qué sabemos? ¿Qué sabés, (¿me escuchás?) ¿qué sabés?? Concedo: esto es verdad en general. Pero este no es el único dato a considerar en el caso evaluado. La infelicidad es otro. Uno (si me permiten) de mayor peso. De tanto peso que permite formar la siguiente regla (de aplicación, una vez más, general): si algo que hacés te causa infelicidad, no lo hagas más. Entre las múltiples argumentos de esta variable encontramos el contarle cosas al psicólogo.
Pero está bien. Está bien. Estar peor una vez abandonado el consultorio está bien; es, sí (lo siento): un peldaño más de la escheriana escalera de la maduración que termina en la muerte, claro: en la manzana podrida. Darse cuenta de que hay cosas que no hay que contarle es rebajarlo al nivel en que siempre estuvo: un instrumento más de la propia felicidad.
Una vez llegado a este punto hasta un idiota como uno no puede evitar extrapolar los resultados cuantificando en el lugar del psicólogo. Traduzco: si contar algo a alguien te hace mal, callá.
Lo palmario de esta verdad, y la renuencia de mi mente a captarla por años y años, no cesan de mostrarme azorado.
“Felicidad”, como muchos (como todos los) términos, se dice de muchas maneras. Una de ellas, en cuyo cultivo no paro mientes por estos días, es la que remite a la inconciencia. Quien como este autor incomprende tanto como ignora todo del budismo, estará inclinado a ver en esta doctrina un guiño al credo indio –y marrará. No hay per se felicidad de tipo ninguno en la inconciencia. No, al menos, más que la falta de saber la propia tribulación. Hay, no obstante, algo más. Cuando la mente calla sin esfuerzo, cada deleite, ínfimo o no, resuena con mayor potencia, resuena sin ruidos en la comunicación. Uno los percibe y no hace más; en particular, es sordo a angustias, miedos, frustraciones, a penas y olvidos. Algunos tienen incluso la potencia del estruendo. Son, empero, los menos. Cuando impera el relajo nos vemos privados de las intensidades que el drama provee.
Y está bien.
Matías Pailos
-Y: mal.
-¿Sí?
-Sí.
-Tenés que ir al psicólogo.
-Voy al psicólogo.
-Entonces tenés que dejarlo.
Una de las cosas que cíclicamente hago es tomar a alguno como fuente de toda sabiduría. Es una técnica de supervivencia, es un instructivo más para la felicidad. Es, más precisamente, un instructivo para dar con instructivos de la felicidad. El procedimiento es sencillo: elija a una persona más o menos inteligente (a cualquiera) y dedíquese a cultivar la propia sensibilidad ante sus dichos y actos y ¡vualá!: tendrá revelaciones por dos pesos que son, a su vez, revelaciones de dos pesos (para usted no lo serán, y eso, cuando las papas queman, es toda la diferencia, lo único importante). Como todo expediente vital, este tiene contras, algunas evidentes, ninguna que vaya a ser reseñada a continuación. De esta aplicación particular de este recurso particular a este individuo concreto, saqué las siguientes enseñanzas: cuando hay que mentir hay que mentir, drogarse está muy bueno, una aventura es algo que merece ser perseguido siquiera por los restos de anécdota que destilan en el tamiz, pensar no es algo tan importante, qué bueno que es perder el tiempo, relajate, no hables de lo que no quieras. Aquí me detendré.
Ustedes, los analizados, habrán tenido la experiencia de salir del psicólogo más angustiados, desconcertados, deprimidos o iracundos de lo que entraron (cualquiera de ellas sirve para el caso). Como son individuos sensibles y de temperamento caritativo -y con un insuficiente nivel de autoconfianza- habrán contemplado por largo tiempo la posibilidad de que esa experiencia insatisfactoria y, en general, inmediata promotora de la infelicidad, constituyera a largo plazo un fusible del crecimiento personal. Error.
Error.
Retrucarán: ¿Qué sabemos? ¿Qué sabés, (¿me escuchás?) ¿qué sabés?? Concedo: esto es verdad en general. Pero este no es el único dato a considerar en el caso evaluado. La infelicidad es otro. Uno (si me permiten) de mayor peso. De tanto peso que permite formar la siguiente regla (de aplicación, una vez más, general): si algo que hacés te causa infelicidad, no lo hagas más. Entre las múltiples argumentos de esta variable encontramos el contarle cosas al psicólogo.
Pero está bien. Está bien. Estar peor una vez abandonado el consultorio está bien; es, sí (lo siento): un peldaño más de la escheriana escalera de la maduración que termina en la muerte, claro: en la manzana podrida. Darse cuenta de que hay cosas que no hay que contarle es rebajarlo al nivel en que siempre estuvo: un instrumento más de la propia felicidad.
Una vez llegado a este punto hasta un idiota como uno no puede evitar extrapolar los resultados cuantificando en el lugar del psicólogo. Traduzco: si contar algo a alguien te hace mal, callá.
Lo palmario de esta verdad, y la renuencia de mi mente a captarla por años y años, no cesan de mostrarme azorado.
“Felicidad”, como muchos (como todos los) términos, se dice de muchas maneras. Una de ellas, en cuyo cultivo no paro mientes por estos días, es la que remite a la inconciencia. Quien como este autor incomprende tanto como ignora todo del budismo, estará inclinado a ver en esta doctrina un guiño al credo indio –y marrará. No hay per se felicidad de tipo ninguno en la inconciencia. No, al menos, más que la falta de saber la propia tribulación. Hay, no obstante, algo más. Cuando la mente calla sin esfuerzo, cada deleite, ínfimo o no, resuena con mayor potencia, resuena sin ruidos en la comunicación. Uno los percibe y no hace más; en particular, es sordo a angustias, miedos, frustraciones, a penas y olvidos. Algunos tienen incluso la potencia del estruendo. Son, empero, los menos. Cuando impera el relajo nos vemos privados de las intensidades que el drama provee.
Y está bien.
Matías Pailos
23 Comentarios:
relajo! cuanta verdad amigo. cuan dificil tambien. intetare ponerlo en practica. tengo mi cuota de inconciencia, no creo estar tan lejos.
Sr Pailos, uno va al psicólogo y se termina encontrando con uno mismo. Eso es, debe ser, desde el vamos, angustiante o no feliz, en el mejor de los casos.
Desde el otro lugar, me ha dicho una paciente que me tenía que contar algo porque las amigas le habían dicho que me lo tenía que contar. Pensé en decirle que no lo hiciera...
Gracias por volver, lo extrañaba.
Me impresiona leer este post hoy, el otro día mi analista me dijo algo como paralelismo de algo que yo le venía contando y hoy tengo una sensación que no es ni alegría, ni tristeza, ni angustia: simplemente creo que entendí algo de mí y que no lo veía, y fue tan grosso que quizás por un tiempo no creo que vuelva a ir.
saludos.
VS: sí, es difícil. Por lo demás, lo felicito.
Luciana: ¿lo hiciste? Deberías.
Pau: lo lamento por el bolsillo del o de la analista, pero para eso les pagamos. (Felicitaciones por el descubrimiento, también.)
Gracias por pasar.
Males de la terapia: sobreanálisis, sobreexigencia en la necesidad de controlarlo todo (a partir de la voluntad de cambio). Creencias en procesos mágicos que, a partir de la instanciación de palabras en el mundo, resolverán mecanismos de conductas arraigados en el sujeto. Estereotipamiento en los relatos de los sujetos sobre su propia vida (ahora, a todos nos pasa lo mismo). SIDPA (SÍndrome de Dependencia al Pelotudo del Analista).
Males de la falta de terapia: autismo emocional. El sujete no puede (ni cree que sea posible) explicar sus conductas, en particular las del orden de lo emocional.
Conclusión: págueme a mí, yo lo escucho y no le digo ni múh. Ud. se descarga y yo me puedo pagar los choripanes del domingo.
ML, o la recreación de un género en desuso: el metapost (léase: el post anidado en el comentario a otro post, el post disfrazado de comentario).
Gracias, ML. Haré uso y abuso de sus dádivas.
Y pensar que mi primer comment iba a ser:
"Moraleja: fumate una chala que está todo bien".
No me pruebes, hijo de puta.
Pensando en el psicoanálisis y en la frase final, que hace referencia a las intensidades que provee el drama, se me viene a la cabeza lo que Ricky Piglia ha dicho sobre psicoanálisis, que es una de las formas más atractivas de la cultura porque "trae una épica de la subjetividad, una versión violenta y oscura del pasado personal. Es atractivo entonces el psicoanálisis porque todos aspiramos a una vida intensa; en medio de nuestras vidas secularizadas y triviales, nos seduce admitir que en un lugar secreto experimentamos o hemos experimentado grandes dramas. (...) El psicoanálisis nos convoca a todos como sujetos; nos dice que hay un lugar donde somos sujetos extraordinarios, tenemos deseos extraordinarios, luchamos contra tensiones y dramas profundísimos, y esto es muy atractivo.
en cuyo cultivo no paro mientes ...
perdón?
como me gusta este blog ahora
yo pensaba justo lo del anidamiento y aquí mismo pasó
superstición
esa es mi terapia
aguante la desatanudos
y la transferencia
y los pezones erectos de mi analista
Gracias a usted, Hipotermia, y a los pezones erectos de su analista o de la mía.
Piglia tiene razón, por supuesto, aunque parte de la terapia sea comprender que a todos nos pasa más o menos lo mismo, i.e., que nadie es extraordinario en ese sentido.
pezones erectos de analistas, nada más dulce
curioso: llevo días pensando algo semejante, pero tal vez por motivos diversos. en las recientes citas con mi analista me he aburrido de lo lindo y he terminado por concluir que soy aburrida hasta inconcientemente, lo que también me ha llevado a concluir que debería dejar de ir, a ver si me divierta un poco y tal vez, luego vuelva a contarle mis aventuras. a mi no me toca ni el drama del inconciente, creo que la intensidad se quedó en otra parte o en otro tiempo. no sé. pienso en dejar de ir. aún no me decido.
Marietta: abandoná sin previo aviso.
TB: hay cosas más dulces. Esa, sin embargo, tiene un grado de azucar suficiente.
Mis felicitaciones al Dr. Matías Federico por el post. Genial el diálogo con el que comienza. Creo haberlo instanciado en más de una oportunidad.
A Zedi Cioso. Contra el psicoanálisis y la épica de la subjetividad de Ricky Piglia, propongo herir una vez más nuestro narcisimo: somos sujetos extraordinarios como el resto de los mortales, tenemos problemas extraordinarios como todos los mortales y somos tan extraordinarios (y por suerte tan predecibles) que incluso nuestros problemas están tipificados en los libros hace años (edipo, narcisimo, histeria). No se olviden que todos formamos parte de la misma especie y más o menos tenemos los mismos problemas (al menos los que postean en el mate).
Por favor Dr. Cioso, me gustaría tener la cita donde Ricky enuncia tan interesante teoría sobre el psicoanálisis y la épica.
A Martín Ludwig. Solución a los problemas con la terapia: Probar un poco de conductismo (hacer no hablar) o psicochamanismo (sólo en París y con Jodorowsky).
Woody Allen tiene una película la cual no recuerdo el nombre (se necesita cita) donde uno de los personajes (creo que es femenino) le dice algo muy importante a su amiga y esta le pregunta, "¿Se lo contaste a tu analista?", a lo que la primera le responde "¿Estás loca? Esas son cosas privadas".
(Puede que todo esto sea un delirio mío, pero suena demasiado bien como para atribuirme la autoría).
Al Dr. Matías Federico. Una máxima de dos pesos: La ausencia de modelos masculinos potables es un problema grave. Pero cuidado con los modelos que elige seguir. La diversificación es una opción. Tome lo que más le guste de cada uno y después haga lo que le salga.
:D
La película, Nacho, es Annie Hall (si mal no recuerdo) -y quien lo dice es Diane Keaton.
Creo que concordamos en el diagnóstico. Elijo los modelos entre mis amigos, y creo que sabés que vos estás entre ellos -entre mis modelos y mis amigos.
Ah: y es Federico Matías, y no al revés.
Hola Nacho, la cita de Ricky está en el libro de micro ensayos Formas Breves, en el capítulo titulado Los sujetos trágicos (literatura y psicoanálisis). En mi edición, que es de editorial Temas, la cita exacta está en la página 73 (sé que hay una reedición de Anagrama).
Saludos
Gracias Cioso por la exactitud en la cita.
Gracias Fede. No quiero ponerme sentimental en público así que lo dejamos para el privado. No quise generarte un problema de identidad (¿mayor?, jejeje) al alterar el orden natural de tus nombres.
Les dejo un link con el guión de Annie Hall.
http://tinyurl.com/ykutkw
No pude encontrar la cita a la que hacía mención. Pero encontré un par que están buenas:
(1)
ANNIE: Oh, you see an analyst?
ALVY : Y-y-yeah, just for fifteen years.
ANNIE: Fifteen years?
ALVY : Yeah, uh, I'm gonna give him one more year and then I'm goin' to Lourdes.
ANNIE: Fifteen-aw, come on, you're. . . yeah, really?
Segunda cita de Annie Hall (más larga):
Split screen: Annie and her psychiatrist on the left; Alvy and his on the right [...]
ANNIE (To her doctor): That day in Brooklyn was the last day I remember really having a great time.
ALVY:(To his doctor) Well, we never have any laughs anymore, is the problem.
ANNIE: Well, I've been moody and dissatisfied.
ALVY'S PSYCHIATRIST: How often do you sleep together?
ANNIE'S PSYCHIATRIST: Do you have sex often?
ALVY: Hardly ever. Maybe three times a week.
ANNIE: Constantly! I'd say three times a week. [...]
Pregunta al lector o lectora: ¿le parece mucho tres veces por semana?
Grandes saludos para la gente del mate.
No.
La última (lo prometo):
ALVY'S VOICE-OVER
After that it got pretty late. And we both hadda go, but it was great seeing Annie again, right? I realized what a terrific person she was and-and how much fun it was just knowing her and I-I thought of that old joke, you know, this-this-this guy goes to a psychiatrist and says, "Doc, uh, my brother's crazy. He thinks he's a chicken." And, uh, the doctor says, "Well, why don't you turn him in?" And the guy says, "I would, but I need the eggs." Well, I guess that's pretty much how how I feet about relationships. You know, they're totally irrational and crazy and absurd and ... but, uh, I guess we keep goin' through it because, uh, most of us need the eggs.
THE END
:D
Esta es la mejor cita de Annie Hall:
ANNIE: And then she mentioned penis envy ... Did you know about that?
ALVY: Me? I'm-I'm one of the few males who suffers from that, so, so ... you know.
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